sábado, 30 de octubre de 2010

Antífona de entrada TO-XXXI / Salmo 38(37),22s

No me abandones, Señor, Dios mío; no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación (Sal 38(37),22s).
Quien asiste a la Eucaristía sabe lo que es estar sin Dios, porque antes su vida estaba construida sobre el aire, aunque creyera que tenía un fundamento sólido, y ahora vive sobre la roca sólida de la bondad divina. Pero no es señor del Señor, no puede disponer de Él a su antojo, Dios es absolutamente absoluto. Si es mío es porque se me da, no porque lo haya conquistado o pueda retenerlo. Es inútil pretender confinarlo o asirlo. Pedir la permanencia del don, la actitud del mendigo con la mano abierta es la humildad que atrae a Dios.

En la celebración, acudimos con necesidad de divinidad. Con la del agraciado que peregrina en el tiempo, paso a paso, que precisa seguir creciendo. Por eso, como si se hubiera alejado quien es el Dios con nosotros, le pedimos que no nos abandone; como si estuviera lejos quien se hizo hombre, le pedimos que no sea un Dios en la distancia; como si se demorara el que hace justicia sin tardanza, le pedimos premura. Pues necesitamos su salvación, que es acogida en la santidad del trascendente, cercanía de quien no es espacioso, prontitud del eterno.

Y, en la Eucaristía, se nos hace presente en un lugar determinado y en un preciso momento para que cada uno, en la comunión, lo hospede en su seno.

domingo, 24 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXX.2 / Efesios 5,2


Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación de suave olor (Ef 5,2).
En la Antigua Alianza, había muchos tipos de sacrificios que además se reiteraban. En la Nueva, solamente hay uno realizado de una vez para siempre. La Eucaristía es sacrificio porque es memorial del único. Por ser memorial, no es simple recuerdo o simbolismo, sino que es actualización –re-presentación, hace de nuevo presente– y ofrenda sacramental de él.

Es un sacrificio perfecto, pues no se tiene que repetir, ha tenido lugar una sola vez para siempre. Y también porque auna todo lo que los otros anunciaban fragmentariamente realizándolo con perfección divina.

El libro del Levítico (1-7) nos habla de aquellos sacrificios. Unos eran los de "aroma agradable", es a lo que se refiere al final esta antífona; eran los que tenían por finalidad la alabanza a Dios, testimoniar la adhesión a Él y significar la piedad sincera de los fieles. La Eucaristía es sacrificio de suave olor, pues ese es el culto agradable al Padre. Frente a estos estaban los sacrificios por los pecados y de reparación; el sacrificio eucarístico es, sin dejar de ser culto al Padre, entrega amorosa por nuestra salvación.

Además estaban los sacrificios cruentos, en los que moría la víctima; en nuestro caso, ya no es un becerro, sino que esa víctima es Cristo que, como sacerdote, se ofreció a sí mismo en la Cruz. Y, junto a esos, los incruentos, las ofrendas vegetales; la Eucaristía es el mismo sacrificio de la Cruz ofrecido incruentamente.

Según cuál fuera el destino de lo ofrecido, también había diferentes sacrificios. En el holocausto, todo era para Dios y, al ser consumido todo, nada podía ser ni para los sacerdotes ni para los fieles. En el sacrificio eucarístico, Cristo se ofrece totalmente al Padre, pero también se da totalmente a los fieles, no una sola parte; por eso es también sacrificio de comunión.

Participamos, en la comunión, en el banquete pascual del memorial del único y eterno sacrificio.

sábado, 23 de octubre de 2010

Antífona de entrada TO-XXX / Salmo 105(104),3s

Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro (Sal 105(104),3s).
A la celebración de la Eucaristía acuden buscadores del Señor. Buscamos lo que tenemos y en la medida que así es, pues, si no, ¿cómo podríamos buscar lo que totalmente desconocemos? Todos los hombres están en la dominancia de la bondad divina, todo está ordenado por ella. Y este conocimiento elemental, muchas veces inconscientemente sentido, nos da una constante percepción de la atracción del bien para el que hemos sido creados.

Y así los hombres buscan saciar esa sed que sienten. Si un ídolo agarran, es porque sienten la necesidad de Dios, aunque traten de satisfacerla sin Él. Si se aturden, es porque se han rendido en la búsqueda y prefieren no sentir el ansión de eternidad que no puede hacerse cesar. Hasta en el infierno se palpa y, por ello, se sufre; porque, no pudiendo estar al margen de la jerarquía de la realidad que establece el poder de la bondad de Dios, no dejan los condenados de estar en la necesidad de aquello que rechazan: dramática y misteriosa contradicción.

Esa experiencia del Bien, en quien participa en la asamblea eucarística, es mayor, pues, desde el bautismo, participamos de la vida divina. Eso hace que nuestra búsqueda sea más intensa, pues mayor es el conocimiento de lo que aún no poseemos en plenitud y la capacidad para buscarlo. Y, en esa carrera hacia la meta, encontramos nuestro gozo, en recurrir permanentemente al poder de su bondad. No frecuentemente, no muchas veces, no casi siempre, sino constantemente: "orar siempre sin desanimarse" (Lc 18,1).

Orar sin interrupción buscando su rostro, buscando contemplarlo tal cual es y así llegar a ser semejantes a Él (cf. 1Jn 3,2), buscando en la tierra el cielo, buscando lo que aquí no alcanzaremos, pero que día a día podemos, por fidelidad, ir cada vez más pregustando. Y eso que buscamos, lo vivimos anticipadamente en torno al altar.

viernes, 22 de octubre de 2010

domingo, 17 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXIX.2 / Marcos 10,45


El Hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos (Mc 10,45).
La muerte en Cruz de Cristo es culto agradable a Dios y salvación para el hombre. Esta antífona quiere subrayar lo segundo.

La Eucaristía es precisamente el memorial de esa entrega de la vida en rescate por todos. En las antiguas prescripciones de Israel, el go'el era ese pariente a quien le correspondía bien mantener el patrimonio familiar (Lv 25,23-26) bien encargarse de una viuda (Rut 4,5) bien vengar el asesinato de alguien de la familia (Nm 35,19) bien liberar a algún pariente de la esclavitud en que hubiera podido caer (Lv 25,47ss).

El Hijo de Dios se ha hecho hijo de Adán, para ser nuestro pariente más cercano (cf. Hb 2,11-15), nuestro go'el. El pecado nos despojó del patrimonio más precioso, del único importante: la comunión con Dios; Jesús, al dar su vida, nos entrega la participación en la divina. El pecado rompió el lazo de amor entre Dios y la humanidad; Jesús, con amor crucificado, se ha desposado con su Iglesia. El hombre al pecar sufrió la peor de las muertes, la del alma; Jesús se ha vengado de nuestro asesino y ha vencido a la muerte y al pecado. Tras pecar, el hombre, por miedo a la muerte, vive esclavo del diablo; Jesús ha roto esas cadenas y nos da la libertad de los hijos de Dios.

Él ha dado su vida por todos. Pero no nos impone el regreso a la casa del Padre, nos lo ofrece y posibilita. Al ir a comulgar, una vez más, aceptamos que el sea nuestro divino go'el.

sábado, 16 de octubre de 2010

Antífona de entrada TO-XXIX / Salmo 17(16),6.8

Yo te invoco, porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas escóndeme (Sal 17(16),6.8 ).
¿Por qué íbamos a acudir a la celebración de la santa misa si no tuviéramos esperanza en la misericordia de Dios?

Porque se ha desvivido con nosotros, podemos tener experiencia de cómo es Él, el que responde a la llamada de los necesitados. La memoria, la posesión de lo vivido con Él es la tierra en la que está enraizada nuestra esperanza. Esa bondad de Dios que se ha hecho nuestra en el roce con Él es belleza que nos atrae hacia la plenitud de Bien que es. El ha transformado nuestra pobreza, nuestra necesidad de divinidad e imposibilidad de lograrla, en esperanza de plenitud. Por eso, lo invocamos, porque sabemos que nos responde. La oración es pobreza esperanzada que se hace palabra hacia Dios.

Pero es esperanza en Él, en su misericordia. No es esperanza en poder dominarlo en su "debilidad" por nosotros. La verdadera posesión en prenda de su bondad no mueve a tentar a Dios, a querer manipular su poder a nuestro favor. Por eso, la Eucaristía es pedirle que incline su oído, que preste atención a la premura que por medio de su Hijo y en el Espíritu le presentamos. No es exigencia de quien tiene un derecho, ni argucia de quien tiene un poder, sino súplica esperanzada.

Atrevida esperanza que pide lo más. Que nos cuide como a lo más querido, como a su Hijo amado. Esperanza desde la debilidad que necesita de los cuidados de una madre en medio del sofocante Sol del desierto, que nos proteja con la sombra de las alas de la Cruz.

Memoria de Cristo muerto y resucitado.

jueves, 14 de octubre de 2010

En Libertad Digital TV

Me han invitado a la tertulia de los catedráticos de Libertad Digital TV: la primera experiencia televisiva de alguien que no tiene televisión. Algo muy curioso, el tiempo para un bisoño como yo pasa a una velocidad tremenda y te sientes como un pato fuera de un charco, no sabes bien cuándo intervenir, a dónde mirar, en qué tono hablar,...
Aquí tenéis el vídeo.