jueves, 30 de abril de 2020

Jn 6,44-51. Atracción




44Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. 45Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. 46No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. 47En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. 48Yo soy el pan de la vida. 49Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; 50este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. 51Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».


Nadie puede salir de casa, a no ser en ciertas circunstancias. Tenemos sumamente mermadas nuestras libertades, no solamente la de desplazamiento. Estas limitaciones también atañen a la religiosa. Su dimensión pública, la cual muchas ideologías desde ya hace centurias trataban de sofocar, y también la comunitaria  están seriamente mermadas ahora, de modo que a muchos millones de personas en todo el mundo les está resultando imposible o extremadamente difícil beneficiarse de los sacramentos. Dios quiera que sea solamente un paréntesis pandémico.

Esto, antes de la situación actual, era, por razones de persecución religiosa, así para muchos cristianos en el mundo. Esto ha sido así para muchos cristianos perseguidos a lo largo de la historia. En un campo de concentración, en una cárcel, en el gulag, en un régimen totalitario,... las dificultades para vivir comunitaria y públicamente la fe pueden llegar a la imposibilidad.

Pero eso nunca impidió la santidad. Algunos de los más profundos testimonios de fe nos los dieron los mártires.

Podemos estar confinados, podemos tener limitado el acceso a los templos y a los sacramentos, podemos tener muchas limitaciones de ese tipo, pero para acercarnos a Jesús, más que una puerta abierta, lo que necesitamos es que sea el Padre quien nos atraiga hacia Él.

Quienes se han dejado atraer por el Padre hacia Jesús en la prisión o en cualquier otro tipo de restricción se convirtieron en otros crucificados en medio de sus oponentes, la fe que quiso ser acallada clamó con voz potente en su carne martirizada.

San Juan de la Cruz encarcelado se dejó atraer por el Padre hacia Jesús y, en su prisión, empezó a escribir ese extraordinario poema de amor que es el Cántico espiritual.
¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
Habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
Seguramente Dios tiene pensado para cada uno un Cántico espiritual para que lo escribamos estos días.





miércoles, 29 de abril de 2020

Mt 11,25-30. Aliviados




25En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. 26Sí, Padre, así te ha parecido bien. 27Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 28Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. 29Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. 30Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».


Siempre hay motivos en la vida para andar cansado y agobiado; en realidad, esas ocasiones ponen de manifiesto el constante agobio y cansancio que es dar respuesta a esa gran cuestión que siempre traemos entre manos que no es otra que nuestra propia vida. Pero hay momentos en que ese agobio y cansancio se acentúan, bien por la posición que uno hubiese tomado ante la realidad bien por cambios en el entorno que pongan a prueba la respuesta que le íbamos dando a nuestro vivir.

Sin duda ninguna, estamos en una de esas ocasiones en que nuestra vida está sometida a una extrema prueba de resistencia de materiales. Cansados y agobiados, pese a estar en la profesión de tu vida, pero el hospital puede resultar angustiante en esto momentos ante tanta muerte y agonía. Agobiados y cansados por la carga familiar ante la certidumbre de un presente y mañana económicos desastrosos. Cansados y agobiados, en virtud de la impotencia ante unos gobernantes desbordados por las circunstancias, al no estar en la mano de uno corregir el rumbo del transatlántico hacia el iceberg... Agobiados y cansados también porque la situación extrema ha podido poner en tela de juicio la solidez de los palos que sostenían el pobre sombrajo vital que uno se había construido.

Y a todo el que está cansado y agobiado, no hacen falta más credenciales, Jesús le dice que vaya a Él, no porque no vaya a tener una carga, sino porque la suya es aliviante. De una carga se habla en el Evangelio. El que quiere ir con Él, solamente tiene que hacer dos cosas: negarse a sí mismo y cargar con la cruz, entonces estará en condiciones para seguirlo.

Entonces, en medio de la tormenta, en medio de toda la problemática y angustia, encontraremos nuestro descanso. Ese descanso del que nos habla el Génesis al término de la creación. El descanso de Dios no es el del que se fatiga al trabajar y necesita reponer energías después de un duro esfuerzo. Es el descanso del que está libre de crear, el que está suelto de, del que es Absoluto, del Santo.

Por eso, en los mandamientos se reserva un día de descanso y santidad. Un día para aprender y comenzar a vivir divinamente, paradisíacamente. Pero un reposo y santidad para el cual se requiere llevar un yugo llevadero, no porque se pueda portar con facilidad, sino porque nos hace capaces de llevarlo, y una carga ligera, porque es aligerante.

martes, 28 de abril de 2020

Jn 6,30-35. Hambre




 30Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? 31Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». 32Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. 33Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». 34Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». 35Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

Además de los que ya pasaban hambre, como consecuencia económica de esta pandemia, son más los que la están pasando ya y otros más se irán añadiendo conforme la crisis económica se vaya haciendo cada vez más patente y los ahorros de muchos vayan mermando.

Entre ellos hay creyentes y, sin embargo, Jesús les dice que el que a Él vaya no tendrá hambre. Ciertamente no tendrán hambre de divinidad, ésa la sacia Jesús. Como dice la carta de Santiago: «Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobre según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?» (Sant 2,5).

Pero eso no quita que muchos hermanos en la fe no puedan pasar hambre. En la misma epístola leemos:
Hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad, pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio. ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro (Sant 2,12-17).
Así pues, éste es un momento para que el mundo vea que los hermanos en la fe nos amamos los unos a los otros no solamente con palabras bonitas, sino procurando que no le falte de comer al que pase hambre.

Pero también, como el buen samaritano, vamos a encontrar a muchos, que no son hermanos en la fe, tirados en la cuneta de la historia. ¿Quién es nuestro prójimo? El que te encuentres con necesidad. El amor al prójimo es amor a quien tiene necesidad de ser amado no solamente con palabras. El amor al prójimo es amor al distante que está necesitado de que lo aproxime con mi amor y le dé, en este caso, de comer.

Y a quienes no tengan hambre de comida, que Dios les conceda la dicha del hambre y de la sed de justicia.

lunes, 27 de abril de 2020

Jn 6,22-29. Jesús sin más




22Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. 23Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. 24Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. 25Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». 26Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. 27Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». 28Ellos le preguntaron: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». 29Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».

Buscamos muchas cosas en medio de esta situación de pandemia, sobre todo, en general, que la misma termine. Pero cada uno tendrá su búsqueda particular: una mascarilla, una protección digna para trabajar, que le den el alta en el hospital, un capellán que lo atienda, la urna donde están las cenizas de su madre para poderle dar un digno entierro, ingresos, algo que comer,...

Algunos buscan a Jesús, algunos lo habían buscado antes, algunos lo habían encontrado... o creían haberlo hecho.

Algunos creían haber encontrado a Jesús porque parecía que se ajustaba a su proyecto, a lo que buscaba, pero, en realidad, no buscaba a Jesús, sino a quien le garantizaba algo de lo que había ideado para sí. Y ahora ese Jesús ya no le vale, porque era una pura invención, una filfa. No era Jesús en tanto que Jesús, sino Jesús en tanto que me convenía, en tanto que daba o parecía que daba de comer a sus deseos.

También hemos podido oír de Jesús cosas y podemos estarlo buscan en tanto que pueda sacarme del apuro. Pero no a Él en tanto que Él.

Y a unos y a otros Jesús los ha encontrado no estando ahí donde se podría creer que estaba, no ajustándose a sus expectativas. Su ausencia, su silencio, su vacío gritan más su presencia que cualquier boceto que uno se pueda hacer de Él.

Jesús en tanto que Jesús, Jesús en tanto que el enviado del Padre.

domingo, 26 de abril de 2020

XIV - Jesús sube a los cielos para abrirnos camino. Hch 1,10-11




Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».


Entre el recuerdo y la esperanza, así caminamos en la fe. Pero un recuerdo que no son meras noticias que nos lleguen del ayer y retengamos en nuestra memoria, porque en el memorial, que es la Eucaristía, está presente y tiene lugar el único y definitivo sacrificio de la Cruz realizado de una vez para siempre.

El pasado no existe, si no es en la forma de haber sido. Pero ese pasado de Jesús, no está así presente, no está presente porque nuestra memoria le esté dando algún tipo de realidad. Sino porque es un pasado que está presente haciendo posible el ahora, en el ahora mismo. Y, por la fe, está presente a nosotros y nosotros presentes en su presencia.

Y ese Jesús glorificado volverá. No es un futuro que penda de las posibilidades que nosotros tengamos y, por tanto, de que nosotros lo realicemos. No es un futuro que simplemente esté en nuestra imaginación. Lo poseemos anticipadamente, como prenda, en la Eucaristía y esa posesión es lo que llena nuestra vida de esperanza en su venida y en la gloria futura, en el cielo que Él nos abre.

Entre el recuerdo y la esperanza, nuestro presente está preñado de realidad, de pasado y de futuro. Una realidad amorosa que hace que nuestro presente esté lleno de amor y que nosotros también hagamos de nuestra vida amor.

Lc 24,13-35. Añoranza




13Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. 18Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». 19Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. 22Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». 25Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! 26¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». 27Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. 28Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; 29pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. 30Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 33Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». 35Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Las resonancias eucarísticas del pasaje son claras. Todo gira en torno al misterio pascual, está presente el sacrificio de la cruz y el Resucitado, el camino es como la liturgia de la Palabra  y en la cena incluso incluso se dice que el divino caminante «tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando», lo que no solamente son palabras que nos remiten a la celebración de la eucaristía, sino que marcan los momentos de la celebración de la liturgia de la Eucaristía de la misa. Al final salen a anunciar. Y el celebrante es el Sumo y Eterno Sacerdote, el Resucitado, el que también es la Víctima del sacrificio.

La lectura de este paso evangélico o la escucha del mismo hoy en una retransmisión televisiva o telemática despertará una gran variedad de sentimientos en tantos millones de personas que a lo largo de todo el planeta llevan días, semanas... sin poder participar en la Eucaristía ni poder comulgar. Abandonados en la bondad divina piden las gracias sacramentales mediante la comunión espiritual y, al mismo tiempo, también poder volver a sentarse con los hermanos alrededor del altar.

Un pasaje del Evangelio que a aquéllos que han podido celebrar la Eucaristía, bien como sacerdotes bien como pueblo, seguramente les haga presentes a tantos hermanos que no han tenido ese privilegio durante la pandemia. Lo cual no puede por menos que ser una llamada a la humildad, a darse cuenta, cada vez con más profundidad, que es un don, que todo es gracia de Dios, y a pedir por los ausentes, que puedan volver a comulgar.

Si unos tienen la añoranza que aumenta el deseo de la Eucaristía, otros la añoranza de los hermanos en la fe, que acrece el amor hacia ellos y el deseo de que también puedan comulgar. Y todos la ocasión de creciente mendicidad para pedir: Quédate con nosotros, que te podamos tocar. Unos por querer comulgar, otros por desear abrazarlo en los miembros de su cuerpo, que es la Iglesia.

sábado, 25 de abril de 2020

XIII - Jesús encarga a los doce la tarea de evangelizar. Mt 28,16-20




Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

Sólo once de los doce. Cuando Jesús, inmediatamente antes de su Ascensión, envía a los apóstoles, lo hace estando el grupo con una herida presente, con una ausencia, la que dejó Judas.

Esa herida es un recuerdo de la debilidad humana, de que la Iglesia está formada de pecadores. Pero, al mismo tiempo, lo es también de un gran amor por parte de Jesús, confía en hombres, en quienes no somos muy de fiar. Y de que no somos nosotros quienes sostenemos la Iglesia y su misión.

Esa herida no solamente debe ser un recuerdo, sino que ha de estar presente. No es algo a disimular, sino algo a lo que mirar, algo que sea visible, des-velado permanentemente para nosotros. No solamente para no olvidar lo inolvidable, que no somos dioses, sino para que nos sea palpable el amor de Dios para con nosotros, para que los demás, cuando encuentren fortaleza en nosotros, vean que no es del herido, sino de quien lo sostiene.



Mc 16,15-20. Sin daños




15Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. 16El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. 17A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, 18cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos». 19Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 20Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.


A veces resulta difícil entender la Biblia. Les decía el Señor a los discípulos al enviarlos que aunque beban un veneno éste no les hará daño. Ésta es una de las señales que acompañarán a quienes crean.

Son muchas las personas que han ayudado a los demás en esta pandemia y han resultado infectadas, incluso muertas como consecuencia de la labor buena que estaban haciendo. Algunos de ellos serían creyentes. Es verdad que no han bebido ningún veneno, pero han recibido un daño por hacer el bien. En cualquier caso, el impacto de esta tremenda realidad de muertes con este texto nos choca... incluso hasta a alguno le pueda escandalizar o decepcionar.

El mayor problema que tenemos al entender las Escrituras es la mentalidad con la que vamos a leerlas. El choque de la realidad con la interpretación que hayamos hecho, que suele ser la proyección de nuestro modo de ver la realidad sobre la Biblia, nos deja noqueados.

Este choque, de entrada, resquebraja en alguna medida nuestro visión anterior y, por ello, abre ante nosotros un ramillete de sendas por las que transitar, desde el rechazo hasta una conversión más profunda.

Una de las mejores cosas que nos puede pasar leyendo la Biblia es que ésta nos escandalice, porque esto es un paso en eso que Jesús nos pide para seguirlo: negarnos a nosotros mismos. Siempre que la Escritura nos escandalice nos está diciendo que a algo tenemos que renunciar: a los moldes en que queremos meter a Dios, a las gafas con que la estamos leyendo.

La clave de interpretación de todas la Escritura es el amor de Dios, el amor crucificado de Dios. Aunque bebas un veneno, podrás seguir obrando como Cristo en la Cruz. Si crees, nada podrá dañarte, nada podrá quitarte la caridad, nada podrá impedir que sigas amando hasta a tus enemigos.

Ésta es la gran señal que acompañará a los creyentes: el amor divino.

viernes, 24 de abril de 2020

XII - Jesús entrega a Pedro el pastoreo de sus ovejas. Jn 21,15-17


Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas.

Sólo cuando se ha visto amado, sin ningún reproche, amor redentor y salvador, sólo después de haber compartido el almuerzo, de verse no solamente amado, sino amado con otros, es cuando Jesús le pregunta por su amor.

Tres veces preguntado. Una pregunta reiterada con modulaciones que poco a poco le van llevando a la verdad de su amor hacia Jesús y de la fragilidad del mismo. Amor y verdad van cogidos de la mano.

Sobre esa tierra preparada durante años y que ahora recibe las últimas atenciones del hortelano es donde planta Jesús la tarea, el encargo por aquellos con los cuales Pedro se ha sabido amado y a los cuales Jesús también ama.

A pesar de nuestras debilidades y traiciones, Jesús nos ama. A partir de lo poco que somos, a base de amor redentor y salvador, Jesús nos va cultivando, para que crezca en nosotros su amor y encargarnos, desde ahí, tareas de amor para con otros.

Jn 6,1-15. Se fue




1Después de esto, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades). 2Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. 3Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. 4Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. 5Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». 6Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. 7Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». 8Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: 9«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». 10Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. 11Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. 12Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». 13Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. 14La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo». 15Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.


Jesús no solamente ve a sus discípulo, ve más allá, ve a la gente, y sus necesidades. Ante ellas no queda indiferente, sino que actúa haciendo actuar también a sus discípulos.

Jesús también ve nuestras necesidades ahora, no solamente las sanitarias, económicas y políticas, las ve todas. Ve la necesidad que tenemos de Él, la necesidad que tenemos de saber que estamos necesitados, que no somos autosuficientes.

Pero la necesidad es de Él, no de un monigote, no de algo construido por nosotros y, por tanto, manipulable, aunque inútil, al ser solamente un sucedáneo del verdadero Jesús.

En esta situación tan extrema para tantos, muchos acaso hayan descubierto esa necesidad de Jesús, pero también hayan podido tener algunos la tentación de nombrarlo rey, de meterlo dentro de una figura que se pueda dominar, de darle un nombre y, por tanto, ponerlo bajo norma.

Otros tal vez se hayan dado cuenta de que antes de la pandemia habían intentado nombrar rey a Jesús, que el Jesús que se traían en sus manos era una marioneta vestida con armiño, orlada de devociones, pero, a la postre, un mísero muñeco cuya única utilidad era confirmarlos en su soberbia.

Una pandemia puede ser un momento en el que nos demos cuenta de que Jesús no se deja nombrar rey.


jueves, 23 de abril de 2020

XI - Jesús devuelve a sus apóstoles la alegría perdida. Jn 21,4-7




Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.

Pedro no pudo esperar a que la barca con la pesca llegara a la orilla. El tan querido Jesús había resucitado y estaba allí. La alegría aligera. Más aligera cuanto mayor sea y grande era porque lo amado no podía ya ser amenazado, ya nadie lo podría destruir, el temor y el dolor se perdían a lo lejos. Sólo había una amenaza, él mismo, ¿sería suficiente su amor para no volverlo a traicionar?

El amor cuanto más aligerado es lo que más nos mueve, lo que nos hace más capaces de afrontar las empresas más difíciles. No es la coacción lo que más obliga, sino el amor, porque es lo que más nos liga a algo. Por eso, la más profunda y verdadera obediencia nace del amor. Y el amor de Pedro por Jesús ha sido aligerado, ha sido alegrado, no sólo porque Jesús siga vivo, sino porque ha querido volverlo a ver.


Pedro intentó estar cerca de Jesús la noche que lo apresaron, pero no pudo, lo negó. Su amor no era entonces fuerte, era demasiado humano. Y, a pesar de todo, Jesús quería volverse a encontrar con él. Su amor que está por encima de la traición recibida, amor que ama a los enemigos, lo ha hecho capaz de pescar y más aún de amar.

Jn 3,31-36. Huero





31El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. 32De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. 33El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. 34El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. 35El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. 36El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.


Palabras, muchas palabras a lo largo de estos días pandémicos. Palabras sobre todo lo que pasa, intentando dar cada una perspectivas distintas hasta poder componer entre todas un imposible retrato completo, una figura que inevitablemente no tendrá vida. Palabras abiertamente mentirosas unas, otras sinceras, otras verdaderas. Pero incluso éstas, insuficientes. Y es que «el que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra». Las únicas esperanzas que ofrecen son caducas promesas para pasado mañana.

Estamos en una situación en que la sequedad de la pura inmanencia se acusa más sofocantemente. Lo huero de este mundo cerrado sobre sí se puede sentir más angustiosamente. Mas el hartazgo de este salvado se puede convertir en nuestro mejor aliado.

Unos días en que el discurso religioso huero, como el del fariseo en el templo, se hace más y más insoportable. Esa sensación de insufribilidad nos invita a rechazar la ganga que nos puedan ofrecer o nos hayan estado ofreciendo de un falso cascarón piadoso que a lo más que llega es a adormecer nuestra soberbia con aromas de aparente bondad.

Pero también a descubrir el mendaz ropaje  con que nos hemos engañado y ocultado o amortiguado ante nosotros la necesidad de nuestro corazón de humillarse como el publicano en el templo y desgarradamente suplicar compasión más allá de nosotros, de Dios.

Un tiempo para desnudarse y mendigar palabras que exuden verdadera esperanza.


miércoles, 22 de abril de 2020

X - Jesús anuncia que seguirá siempre con nosotros. Mt 28,20b




Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,  hasta el final de los tiempos.


Los discípulos han creído en la resurrección, a ellos les dice, a quienes creamos en ella, nos dice que estará con nosotros siempre.

Por sólido que sea aquello sobre lo que queramos cimentar la vida, tarde o temprano, acaba fallando. Ese siempre de Jesús sólo es propio de Dios.

Para siempre queremos que nos amen, pero los seres queridos o nos defraudan o acaban muriendo. Para siempre quisiéramos amar, mas nuestro amor, aunque dure, es fluctuante, tiene altibajos, distintas tonalidades, momentos de apagón y otros fulgurantes. Amar con un siempre inquebrantable e infatigable, de constante plenitud, ese amor solamente es propio de Dios.

Muchas debilidades, muchas necesidades, mucha fragilidad. Ni a todo podemos responder ni en todo nos pueden ayudar. Siempre y en toda fatiga, siempre y en todo quebranto: amor divino, amor que siempre sana y fortalece.

Para siempre, con la libertad de no depender de circunstancias, condiciones, contextos, comportamientos del otro, amor siempre fiel e incondicional. Un amor así solamente lo podemos esperar de Dios.

Nuestra vida es un camino. Alguien quiere caminar con nosotros siempre.

Jn 3, 16-21. Ocasión





16Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 17Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 18El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios. 19Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. 20Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. 21En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».


Hay quienes están considerando esta pandemia como un castigo de Dios. No conozco la intimidad divina como para poder afirmarlo. Pero el pasaje evangélico de hoy sí nos dice algunas cosas al respecto.

Dios ha enviado al mundo a su Hijo no para juzgar al mundo, sino para que se salve. Esta terrible situación es una ocasión para el encuentro con Jesús, por ello, para la salvación. Bien es cierto que también lo puede ser para el rechazo, para preferir, en esta oscuridad,  la tiniebla.

Como nos dice el evangelista, «el que obra la verdad se acerca a la luz». En todos los órdenes de la vida, en una situación tan difícil, hay muchas ocasiones para obrar la verdad y así acercarse a la luz. Hay muchas personas que buscan esa verdad para obrarla. Unos la verán con más claridad que otros, pero, en medio de todo este desastre, en lo sanitario, familiar, laboral, empresarial, social, político,... las personas se encuentran con situaciones difíciles de resolver y muchos buscan, en medio de todo eso, con la poca serenidad que se puede tener en momentos de urgencia, la verdad.

La pandemia es una ocasión para acercarse a la luz mediante la búsqueda de la verdad. La pandemia, como cualquier circunstancia de nuestra vida, no obtura el paso hacia la luz. La pandemia es una invitación para ir hacia la luz y, por tanto, para ir hacia Cristo.

martes, 21 de abril de 2020

IX - Jesús bautiza a sus apóstoles contra el miedo. Jn 20,19-21




Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».


Paz y alegría. Los discípulos están encerrados por miedo. Y todos de alguna manera lo estamos también. Mientras que la realidad era para el hombre, antes del pecado, un ámbito de paz, desde la caída, vivimos en el miedo.

El miedo nos encierra porque el pecado nos ha cerrado previamente a Dios. Él tiene que romper ese cerco, a nosotros no nos es posible.

Jesús resucitado se hace presente a los discípulos. A nosotros también se presenta en nuestro interior. No vemos las heridas de sus manos y costado, pero se nos da a conocer por su paz. Una que es inconfundible, una en la que se puede hacer pie y envuelve toda nuestra existencia.

No vemos sus heridas, pero esa paz que no es fruto de nuestro esfuerzo ni es producto de nada de este mundo nos lo da a conocer como Aquél en quien asentar la existencia.

Y eso nos llena de alegría. A pesar de lo problemático y doloroso que el mundo es, desaparece el miedo y esa paz y alegría lo llena todo. En esos momentos, tenemos un atisbo de lo que sería la vida en el paraíso, en un mundo sin pecado, y nos mueve la esperanza de que esa paz y alegría podamos gozarla eternalmente.

Jn 3,7b-15. Fidelidad a la tierra




“Tenéis que nacer de nuevo”; 8el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». 9Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede suceder eso?». 10Le contestó Jesús: «¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? 11En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. 12Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? 13Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, 15para que todo el que cree en él tenga vida eterna.


Con mayores o menores esfuerzos, tarde o temprano, los científicos van sabiendo cada vez más de este coronavirus, con la experiencia los médicos van ajustando mejor los tratamientos para la covid-19, en los laboratorios parece que se van acercando a una vacuna. Sin duda ninguna, esto son cosas de la tierra. Con todo, ofrecen su resistencia al entendimiento humano.

¿Pero son solamente de la tierra cuestiones como ésta? Nos han macerado tanto socialmente en postulados positivistas que acabamos creyendo que la realidad se reduce a lo que se puede medir y meter en una ecuación, a lo que se puede dominar por alguna de las ciencias positivas.

De haber algo que no sea reducible por algún método científico, será cosa de otro mundo, no de éste. Un mundo que, para muchos, o bien sería paralelo a éste o bien lo rozaría sólo tangencialmente. Para otros, algo puramente fantástico y, por ello, un estorbo que mejor habría que quitarse de encima para poder ser fieles a la tierra.

Y es verdad, un mundo así mejor sería quitárselo de encima.

Jesús le dice a Nicodemo que el renacer de nuevo, aunque no quepa su comprensión en un laboratorio, que la acción del Espíritu, a pesar de que no la podamos circunscribir a una ley estadística, son de esta tierra, no son cosas de un mundo paralelo.

Sí, hay cielo y hay tierra, no son lo mismo. Pero el cielo es tan fiel a la tierra, la ama tanto, que no se ha limitado a tocarlo un poquito. El Hijo, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre. Dios no solamente ha intervenido reiteradamente en la historia, sino que se ha hecho un personaje más de su drama. En Jesús, cielo y tierra están unidos.

lunes, 20 de abril de 2020

VIII - Con su cuerpo glorioso, Jesús explica que también los muertos resucitan. Lc 24,36-43




Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a voso- tros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.


No era simplemente un espíritu, no era que su alma inmortal se les hubiera aparecido con una apariencia corporal. Era todo el hombre Jesús, cuerpo y alma.

Su destino final no era una muerte permanente en la que sobreviviera el alma. Porque para un hombre, que es no solamente alma, sino también cuerpo, una supervivencia de solamente el alma con una pérdida para siempre de lo corporal es una muerte permanente, por muy inmortal que el alma sea. Sería la imperecedera gran mutilación.

Jesús les hace patente que hay resurrección de los muertos, pues Él ha resucitado. Si no hubiera vencido a la muerte con su cuerpo, la muerte no habría sido vencida.

La patencia de su cuerpo resucitado es aire fresco de esperanza para todos. El futuro no es una simple inmortalidad anímica, sino que es resurrección de la carne, vida para siempre en la totalidad de lo que somos, en cuerpo y alma.

Y esto nos habla del amor de Dios. No nos quiere parcialmente, no quiere solamente una parte nuestra, no ama solamente nuestra alma, nos ama en la totalidad que somos, nos quiere para sí en la totalidad en que nos creó, en cuerpo y alma.