lunes, 20 de abril de 2020

Jn 3,1-8. Re-nacimiento




1Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. 2Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él». 3Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». 4Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?». 5Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. 6Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. 7No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; 8el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».


Lo que nace de la carne, es decir, de nuestras capacidades sin más, no da mucho de sí. Como parece que nos quiere demostrar esta pandemia, aunque, aún en medio de ella, parece que seguimos empeñados en construir un mundo postpandémico cerrado sobre sí mismo, que parta de sí y a sí mismo vuelva. Queremos que la pandemia sea solamente un doloroso paréntesis.

El mundo occidental ha envejecido, ha perdido vitalidad, dejó de lado una de las raíces de que se alimentaba; conservó Roma y Atenas y renunció a Jerusalén. Viejo, pero, en su vejez, presupone que puede rejuvenecer alimentándose de su propia senectud. No cree que pueda renacer siendo viejo, pero sí que puede seguir viviendo, que puede reinventarse desde sí y hacia sí.

La crisis pandémica seguramente le habrá hecho ver a más de uno la necesidad que tiene de nacer de nuevo del agua de la pila bautismal o del agua de las lágrimas de la penitencia y, en ambos casos, del Espíritu. La necesidad no de una vida que parte de sí y a sí vuelve, sino de una vida que viene de más allá de uno y va allende uno mismo, una vida que no es pura inmanencia, sino trascendencia, «así es todo el que ha nacido del Espíritu».

Pero ese renacer no puede quedar en uno mismo. Ciertamente la vida en el Espíritu es una vida en comunidad fraterna con los demás renacidos del agua y del Espíritu en la Iglesia, pero esa vida en el Espíritu nos ha de llevar a reavivar nuestro mundo, a abrirle sus ventanas y puertas y romper el encierro de su inmanencia.

No hay comentarios: