lunes, 18 de mayo de 2020

Regreso




Después de más de dos meses, en Madrid, vuelven las celebraciones de la Eucaristía a puerta abierta; eso sí, con restricciones. Solamente un 30% del aforo de los templos y, cómo no, llevando a cabo todas las medidas sanitarias pertinentes.

De modo que los fieles, aunque sea a cuenta gotas, podrán comulgar por Pascua, sacramentalmente  podrán participar del misterio de la muerte y resurrección de Jesús, aunque unidos por el bautismo ya estaban a su misterio pascual.

¿Qué nos dirá el encontrarnos de nuevo con los sacramentos? ¿De qué nos hablará el re-encuentro con la comunidad de hermanos en la fe? ¿Qué será para nuestra vida de fe? ¿Cuál será el impacto en nosotros del paso de lo virtual a lo real, de la lejanía a la cercanía, aunque sea limitada? En cualquier caso, una ocasión para la verdad y para crecer en amor, para continuar el diálogo con Dios, en un escenario nuevo y, a la par, antiguo, en el caminar, que es nuestra vida. 

domingo, 17 de mayo de 2020

Jn 14,15-21. Portavoz




15Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. 16Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, 17el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. 18No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. 19Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. 20Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. 21El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».

Muchas veces nos faltan las palabras, no encontramos cómo contar algo que nos ha pasado, la expresión adecuada para transmitir un íntimo rincón. Y nos sorprende y alegra estar leyendo un poema y descubrir expresado eso que no sabíamos cómo verterlo en palabras.

Incluso hay imágenes, sonidos,... que no solamente es que sepan dar carne a eso que parecía inefable, pero que ahí estaba, sino que nos llevan a descubrirlo, es decir, nos hablan de nosotros mismos, ayudan a que nos encontremos.

En una reunión nos puede faltar el camino para que los demás vean nuestras razones, no fríamente, sino con esa capacidad de atracción con que nosotros las hemos descubierto y nos han llevado a la adhesión. Cómo admiramos a quien tiene la capacidad de escuchar nuestros argumentos, comprenderlos y luego exponerlos a los demás convincentemente.

La acción de Dios en estos días ha estado ahí, en los demás y también en nosotros mismos. Pero unas veces, aun conociéndola, no la sabemos contar. Otras veces, teniéndola ante nosotros o incluso en nosotros no alcanzamos a descubrirla. Y, sabiendo lo que ha pasado, qué mermados de capacidad de convincente comunicación nos sentimos.

Necesitamos del Espíritu de la verdad, que nos haga verla y expresarla, necesitamos de ese Paráclito que sostenga nuestro alegato ante los demás, que nos dé palabras para anunciar la resurrección del Señor.


sábado, 16 de mayo de 2020

Jn 15,18-21. Divina marginación




18Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. 19Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. 20Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. 21Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.


¿Y si el mundo no nos odia? ¿Y si todos hablan bien de nosotros? Eso es lo que hacían con los falsos profetas, con los que se visten de Dios y no hacen sino servir al mundo, con los que creen que tienen que amansarlo para ser aceptados y así que benévolamente les dejen una rendija para poder vivir conforme al Evangelio.

Pero si nos persiguen, si nos toman por locos, si nos rechazan y ocultan, ¿no será porque nos estemos pareciendo a los verdaderos profetas?

No se trata de buscar el odio ajeno,  de buscar la venganza de otros, de herir para forzar la reacción contra nosotros. Pero la fidelidad a Jesús, tarde o temprano trae,  sin ser buscado, el odio y el rechazo de este mundo.

Por eso, es preocupante estar haciendo el bien y no sufrir el rechazo. Sí, es posible que sean cosas buenas las que hagamos, pero, si fueran movidas por el amor divino y se encaminaran solamente a Dios, ¿por qué el mundo no las rechazas, aunque solamente sea con su silencio, con su abandono, con su marginación?

Buscad a los ausentes de los honores de este mundo, de entre los que tienen espacio en los medios públicos, entre las glorias de las mayorías. ¿Qué es lo que no está en estos días entre lo que se dice, se opina, se piensa? ¿Quiénes no están entre los glorificados?

Son muchos los que no están, pues el cielo de la fama es pequeño y en él caben pocos. Pero, por chiquito que sea, en él están, al estar allí su corazón, al estar lo que muchos ausentes codician.

Miremos en otra dirección, fuera del foco del mundo. Prestemos atención a los que allí no están ni está su corazón en lo que el mundo glorifica. Esos son los que en estos días de pandemia han sido fieles al divino Maestro y, por ello, han sido cuando menos ignorados. Son los que, con su fidelidad, han estado sosteniendo el universo y, por su gran humildad, ni siquiera han echado en falta el ser reconocidos, pues su mirada estaba en el gran rechazado.

viernes, 15 de mayo de 2020

Jn 15,1-7. O pámpanos o uvas





1Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. 2A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. 3Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; 4permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. 6Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. 7Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Todo sarmiento necesita que lo despampanen, que le quiten esos tallos en los que se va la fuerza en dar mucho follaje y en detrimento del fruto futuro. Y a todos nosotros se nos va la fuerza en muchas cuestiones secundarias, que no es que sean malas, como las hojas de una vid que son bonitas, pero cuyo exceso merma los racimos.

De esto, sin duda, sabía S. Isidro y mejor lo podría explicar que yo. Pero lo sabía no solamente en el sentido de la viticultura, sino también en el sentido humano y del discípulo.

Muchos tenemos excesos en nuestra vida, no me refiero a cosas malas ahora. A muchos nos sobra lastre más que de sobra de cosas buenas secundarias en las que se nos va la fuerza y nos frena para los bienes mayores. Algo por ser bueno no tiene por qué imponerse hegemónicamente. Hay bienes mayores y menores y entre todos hay una jerarquía. Fuera de ahí, lo que tenemos es el desorden del bien, que es un modo de mal. Acaso el mal más corriente.

En este tiempo en el que a los que no les ha tocado en el lote de la existencia una vida adversa, una de ésas de las que todos huyen, les ha podido tocar vivir ahora un momento para descubrir cuál es la jerarquía de la vida. Una época para que el dueño de la viña nos despampane y, entre otras cosas, nos haga descubrir que un bien importante en la vida, por el que merece la pena prescindir de muchos bienes menores, son los desafortunados.

Uno de los racimos buenos de la viña es prestar atención al que, más que uno mismo, necesita. Vamos a tener muchas ocasiones para que demos esas uvas de amor, frutos de vida eterna.


jueves, 14 de mayo de 2020

Jn 15,9-17. Perfecta alegría




 9Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. 10Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.12Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. 13Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 14Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. 15Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. 17Esto os mando: que os améis unos a otros. 18Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.

No parece que podamos tener muchos motivos para estar alegres cuando la pandemia, ayudada también por importantes torpezas, se está llevando por delante la salud y vida de muchos, los recursos económicos de otros, el modo de vida social, incluso en algunos puntos del planeta las libertades, quién sabe si al final de todo esto el equilibrio mundial haya cambiado y entremos en una época con predominio de algunas importantes tiranías.

No obstante, a lo largo de la historia ha habido situaciones mucho más complicadas que ésta y, sin embargo, en medio de tan tremendas dificultades, las alegrías no desaparecían del planeta. También ahora tenemos ocasiones de alegrías.

Pero Jesús es más ambicioso, quiere que nuestra alegría sea plena, quiere darnos su alegría. De esto sabía S. Francisco de Asís, quien, según nos cuentan las Florecillas, le hablaba al hno. León de la perfecta alegría.

Y ésta no está sino en la conformación con Cristo, la alegría del Resucitado está en unirnos en todo momento a su misterio pascual, la alegría que Él nos quiere donar es la que tiene el que ama en medio de la cruz, del tipo que sea. Esa alegría sólo Él nos la puede dar y nadie nos la puede quitar, la alegría de un amor crucificado.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Jn 15,1-8. Una vendimia extraordinaria




1Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. 2A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. 3Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; 4permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. 6Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. 7Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. 8Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.


Tan pagados solemos estar de nosotros mismos que nos puede resultar excesivo que Jesús diga que sin Él no podemos nada.

Algo estarán haciendo en los laboratorios tratando de encontrar una vacuna y una medicación que cure la Covid-19. No poco hacen los autónomos, comerciantes, empresarios, etc. para sacar a flote sus negocios y, con ello, tantos puestos de trabajo. Mucho hacen los sanitarios para tratar a los enfermos...

Todo eso es verdad. Pero incluso aquello que está en lo que desde nosotros sin más podemos no lo podríamos, si no existiéramos tal y como somos, y no creo que ninguno se haya dado la existencia a sí mismo.

Ahora bien, esas obras que hacemos además están llamadas a que sean frutos de vida eterna, que no sean una simple obra humana. Sí, que sean frutos nuestros, pero que tengan abundancia divina, que sean frutos de vida eterna.

Y, para eso, no bastan la existencia y las capacidades que tenemos por el mero hecho de ser o las que hayamos adquirido por educación, en nuestro trato con los demás, con nuestro esfuerzo. Para que nuestras obras den gloria a Dios y estén en unión a la obra salvadora de Cristo necesitamos que la savia del Espíritu corra por esos pobres sarmientos que somos nosotros y, para ello, hay que estar unidos a la vid, que es Jesús.

A pesar de las limitaciones y grandes dificultades por las que estamos pasando, estamos viviendo un tiempo en el que puede haber una abundante vendimia para la vida eterna.

martes, 12 de mayo de 2020

Jn 14,27-31a. Paz




27La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. 28Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. 29Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. 30Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, 31pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo.

Los paisanos de Jesús se saludaban, y se siguen saludando así los judíos, deseándose la paz: ¡Shalom (שלום)! Un saludo es un deseo, no es una descripción. Este deseo incluso se puede convertir en una oración, del "Buenos días" o "Que tengas buenos días" se puede pasar al "Buenos días nos dé Dios", lo cual es menos frecuente y aún menos el responder diciendo "Y parte en su santa gloria".

Sea como mero deseo o deseo convertido en oración, lo cierto es que en ambos casos se pone de manifiesto que, en nuestro caso, querer no es poder. Querer que alguien tenga un buen día no lleva consigo que lo tenga.

Eso también ocurre con el saludo hebreo. Por mucha paz que yo le desee a alguien, no está en mi mano que la tenga. Lo más que puedo hacer es convertirla en oración. Por otra parte, si le deseamos la paz a alguien, ¿qué tipo de paz queremos para él? ¿Qué entendemos por paz?

Jesús resucitado, cuando saluda a sus discípulos, les dice: ¡Paz a vosotros! En su caso no es un simple deseo, pues todo lo que quiere lo puede, basta que diga una palabra para que algo tenga lugar.

Cuando la pandemia nos tiene atemorizados e inciertos ante el futuro, necesitamos paz; los que han muerto también. Pero no una paz que sea simplemente el cese de la tensión en que estamos. Necesitamos la paz del Resucitado, cruzarnos con Él por el camino, que nos salude y nosotros acoger esa palabra de sus labios: ¡Paz!

lunes, 11 de mayo de 2020

Jn 14,21-26. Aceptar y guardar




21El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él». 22Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?». 23Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. 24El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. 25Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, 26pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.


El amor a Jesús no son meras palabras. El que lo ama de verdad acepta sus mandamientos y los guarda.

Cualquier ocasión es situación propicia para notar si verdaderamente lo amamos, pero indudablemente hay momentos donde se puede dejar sentir más a las claras no solamente el amor, sino si éste es o no profundo. Y es que hay circunstancias en la vida en que es más costoso aceptar esos mandamientos y guardarlos.

Amar a los enemigos es uno de esos mandamientos de Jesús que  cuesta más trabajo aceptar y guardar en la vida ordinaria cuando solamente recibimos una de tantas pequeñas ofensas como sufrimos corrientemente. Tanto es así que muchos lo tienen más por un consejo admirable para unos pocos.

Cuánto más cuesta cuando uno tiene a un ser querido sufriendo aislado en un hospital y piensa en lo que hubieran podido hacer gobernantes más previsores, diligentes y competentes. Cuando muere y no puede ir a verlo al hospital. Cuando se bate día a día en un hospital sin protección suficiente para ayudar a los que sufren. Cuando uno lleva semanas sin tener un ingreso y no poder atender a su familia.

Una pandemia es un tiempo de sufrimiento en muchos sentidos y para muchos, pero es también un tiempo para desear el Espíritu para que nos enseñe a amar a los enemigos, a cuantos nos hacen daño.

domingo, 10 de mayo de 2020

Jn 14,1-12. A dónde, qué, cuál




1No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. 2En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. 3Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. 4Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». 5Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». 6Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». 8Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». 9Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? 10¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. 11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. 12En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre.


El camino por el que vamos en la vida puede encontrarse con algún impedimento o puede llegar a mostrarnos que era una vía muerta o que llevaba a un destino erróneo. Entonces buscamos uno de salida. Ahora lo estamos buscando, una salida a la crisis sanitaria-económica-social-política-internacional en la que estamos. Pero, ¿a dónde queremos ir? Y otra cuestión importante, ¿cómo queremos ir? Porque hay caminos que hay que construir y luego recorrer, como una carretera. Hay otros caminos que no hay que construir y que nos llevan, como un río. Y también está la calidad del camino.

En esta crisis sanitaria-económica-social-política-internacional, queremos saber la verdad. Queremos que no nos engañen, que no nos oculten las cosas, que no intenten darnos gato por liebre, que no nos mientan. Queremos que nos digan la verdad, queremos saber la verdad, pero, a lo mejor, resulta que solamente nos dicen verdades parciales y que nos conformamos con fragmentos o simplemente con una visión global pero hasta cierto punto. Quizás no queremos encontrar la verdad de nosotros mismos que todo esto pone de manifiesto y queremos seguir ocultando la podredumbre de nuestros usos sociales, seguir diciendo lo buenos que somos y lo satisfechos que estamos de nosotros mismos mientras miles pasan necesidades y a otros los matamos antes de nacer o antes de su natural muerte.

En esta crisis sanitaria-económica-social-política-internacional, queremos la vida, queremos seguir viviendo y que no mueran quienes nosotros queremos. Y también recuperar nuestra vida, no la física, sino nuestro modo de vida, la configuración y sentido que le habíamos dado a nuestro vivir. Que la normalidad, de cambiar, que sea a mejor, pero en la misma línea.

Jesús es el camino y la verdad y la vida. Es el camino que nos llevará a buen puerto. Es, en el contraste con Él y a su luz, como encontraremos la verdad profunda de lo que ha pasado y de nosotros mismos. Es la vida plena, quien sostiene nuestra existencia y es el sentido y plenitud de nuestro vivir.

La crisis sí es sanitaria-económica-social-política-internacional, pero la crisis de divinidad la llevamos arrastrando ya desde mucho antes.

sábado, 9 de mayo de 2020

Jn, 14,7-14. Más grandes




 7Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». 8Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». 9Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? 10¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. 11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. 12En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. 13Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.


Es en la Biblia donde podemos encontrar las afirmaciones más contundentes de la grandeza del hombre, hasta el punto de que algunas de ellas pueden dar hasta vértigo. Y, a la par, junto a la afirmación de la grandeza, también la de que ésta no se limita a lo que de él sin más depende.

Ciertamente el hombre, al lado del resto de animales, es una criatura con una capacidad incomparable en virtud de aquello que de suyo es. Basta asistir al combate que ahora está teniendo lugar en los laboratorios en la batalla contra la Covid-19.

Sin embargo, su grandeza va más allá de esto y desborda lo que desde sí sin más puede.

Sorprendentemente Jesús nos dice que quien cree en Él no solamente puede hacer obras como las suyas, sino incluso mayores. La fe en Él es la que abre la puerta a ese poder, que es poder de bondad y amor. Jesús no nos predica el supra-hombre, sino aquello que es desde siempre la vocación del hombre, aquello para lo cual ha sido creado. Por eso el hombre tiene querencia al poder, a ser capaz de más.

De ahí que quedarse en la grandeza de lo que puede hacer en virtud de lo que de suyo es, no es sino vivir en la pequeñez. A pesar de que la pandemia nos recuerda nuestra pequeñez, no hemos de olvidar la grandeza de la vocación del hombre que esa debilidad no desmiente. Por el contrario, cuanto más sepamos de nuestra limitación, cuanto más andemos en la humildad, más espacio dejaremos al agraciamiento.

Apoyados en Jesús, la gracia nos capacita para las obras más grandiosas. El hombre está llamado a amar a sus enemigos.

viernes, 8 de mayo de 2020

Jn 14,1-6. Nada es demasiado grande




1No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. 2En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. 3Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. 4Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». 5Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». 6Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.

Por muchas razones se turba nuestro corazón en estos días de angustias e incertidumbres varias. Y Jesús nos dice que marcha a prepararnos un sitio para que estemos con Él eternamente y que además la mudanza a nuestro nuevo hogar no nos va a resultar difícil, pues Él vendrá a llevarnos. Es ése el motivo de nuestra serenidad.

Pero nos turbamos incluso a la hora de pedir, no nos atrevemos a pedir a fondo, a pedirlo todo. Esa falta de atrevimiento es también un síntoma de que nuestra ve es un poco enclenque.

No nos atrevemos a pedir el milagro del final de la pandemia o, por lo menos, no son pocos los que no lo hacen. Estamos en una época histórica en la que hasta los que se dicen creyentes no tienen excesiva fe en los milagros. Si ocurre alguno, bienvenido sea, pero pedirlos, parece que nos cuesta algo de trabajo.

En una situación de apuro extremo, sí puedo pedir que aquél a quien quiero y que está en la UCI se cure. Pero un milagro tan grande como el fin de una pandemia, ¿no será acaso pedir algo demasiado grande para Dios?

¿Pero qué es grande para Dios?

jueves, 7 de mayo de 2020

Jn 13,16-20. Otra bienaventuranza




16En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. 17Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. 18No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. 19Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. 20En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

Tras el lavatorio de los pies, Jesús les dice esto a sus discípulos. No somos más que Él.

Él es el que nos envía y, sin embargo, obra como el enviado del Padre. Nosotros somos sus siervos, no obstante, Él ocupa el lugar del esclavo. No podemos vivir como si fuéramos amos, siendo siervos, ni pretender ser los mandantes cuando no pasamos de ser mandatarios. Pero la soberbia nos lleva por otros caminos.

Tal vez esta situación pandémica sería una buena ocasión para resituarnos. Todo lo bueno que hayamos hecho estos días ante las necesidades que esta encrucijada nos demandaba, ¿desde dónde lo hemos estado haciendo? ¿Cómo enviados? ¿Cómo siervos?

Un buen indicio de donde estamos es nuestra ira. Cuando se frustra lo que intentábamos hacer, ¿por qué perdemos los estribos? Quien se siente amo de la realidad, se enfada porque la realidad no responde a lo que él quiere, especialmente los demás. A quien obra como quien envía y no como el enviado, le frustra chocar con las voluntades de los demás.

He aquí otra de las bienaventuranzas del Evangelio, el que lava los pies como enviado y como siervo es dichoso.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Jn 12,44-50. Claridad




44Jesús gritó diciendo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. 45Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. 46Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. 47Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. 48El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. 49Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. 50Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre».


No nos bastan los hechos crudos, por más datos que tengamos, necesitamos y buscamos el sentido de los acontecimientos. Ciertamente se agradece que nos informen, que no tergiversen lo que está ocurriendo, que no maquillen lo negativo. También está bien que los ciudadanos pidamos que no nos mientan, que no nos oculten la verdad. Pero todo esto, sin embargo, es insuficiente.

Todo lo que podamos saber sobre la pandemia será bueno. Todo lo que nos esforcemos por conocer acerca del virus, lo que está pasando y pasará y todo lo que consigamos desenmascarar a lo embusteros será siempre poco. Pero por mucho que lleguemos a saber, siempre nos dejará un sabor insatisfactorio y no porque siempre se pueda arrancar más a la realidad sobre su verdad.

¿Qué sentido tiene todo esto que está pasando? No solamente qué sentido tiene en general, sino también para mí en concreto, qué significación tiene también todo esto en mi pobre y pequeña existencia y no únicamente, aunque también, en la historia.

Solamente desde Jesús, que «ha venido al mundo como luz» podemos entender lo que de verdad acontece. Únicamente su claridad puede dar nitidez a las figuras que en la penumbra de nuestra limitación quedan borrosas. Una luz la suya que lo es de eternidad.

Porque no necesitamos luz de pobre candil para entender una historia que fuera una rueda que girara por sí misma y sobre sí, no yendo más allá. Si eso fuera la historia y lo que tuviéramos fuera esa verdad, eso lo único que nos traería sería desesperación. Pero el sentido de la historia la trasciende más allá de ella misma y ese sentido de eternidad rompe cualquier tiniebla llenándola de la esperanza que solamente da el amor divino. Necesitamos al que es la Luz.

martes, 5 de mayo de 2020

Jn 10,22-30. Ni a uno dejará atrás




 22Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, 23y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. 24Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». 25Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. 26Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. 27Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, 28y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. 29Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. 30Yo y el Padre somos uno».


¡Con qué fuerza suenan en estos días estas palabras!: «No perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano».

Cientos de miles de muertos por esta pandemia en todo el mundo. Unos políticos son capaces de asumir sus errores y piden perdón, a otros su orgullo se lo impide. Unos han puesto sus mejores capacidades en juego, otros han dado muestras de negligencia, incapacidad e imprevisión. Unos han sido sobrios y contenidos en sus palabras, a otros se les ha llenado la boca diciendo que no dejarían ni a uno atrás.

Los que han estado a la altura, los que han demostrado que su cargo público es para ellos una vocación de servicio, los que han dado lo mejor de sí y no han hecho sino buscar el bien de sus conciudadanos, los que han sido transparentes,... pese a su buen quehacer, no han podido dejar de sentir la impotencia ante la muerte.

Algunos de entre ellos se habrán puesto y habrán puesto su tarea en manos del Buen Pastor. Y es a Él a quien tenemos que poner todos entre las manos a tantos como han muerto fueran o no ovejas de su rebaño, para que no perezcan para siempre. ¡Que nadie los arrebate de tus manos! ¡Que todos nos pongamos en tus manos!


lunes, 4 de mayo de 2020

Jn 10,11-18. Cuidados




11Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; 12el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; 13y es que a un asalariado no le importan las ovejas. 14Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, 15igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. 16Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. 17Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. 18Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».

Quien más quien menos todos necesitamos que nos cuiden. A unos más y a otros menos, alguien nos pide que lo cuidemos. Pero también son muchos los que conociendo esta necesidad humana se ofrecen para cuidarnos.

No todos lo hacen con buena intención, aunque no falten las buenas caras y maneras.  En tiempos, como los presentes, en que somos más vulnerables, los estafadores parasitarios de las debilidades humanas abundan e incluso pueden salir en la televisión.

Sin embargo, el verdadero cuidador se distingue por el límite que está dispuesto a traspasar, por aquello que no se ahorra en sacrificar por aquél por quien vela. De estos hemos tenido grandes ejemplos a lo largo de estos días, a muchos mucho hemos de agradecerles. Y también hemos podido descubrir a otros en los que, llegada la hora de la verdad, afloraba su verdadero interés, por más que intentaran esconderlo con cosmética mediática y propagandística.

Pero el cuidado que podemos dar los hombres es siempre limitado, por grande que pueda ser el sacrificio. Por importante que sea la salud, la seguridad, la comida, el trabajo, la enseñanza, etc. son solamente aspectos parciales de nuestra vida.

El único que nos puede cuidar en la totalidad que somos y dándose en la totalidad que es ése es Jesús.