sábado, 2 de mayo de 2020

Jn 6,60-69. Y si no, ¿a quién?




60Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». 61Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, 62¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 63El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 64Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 65Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». 66Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. 67Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». 68Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; 69nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».


 Las palabras de Jesús resultan duras. Es posible que esto se haya puesto de manifiesto durante estos días de pandemia y restricciones de todo tipo, según el país de cada quien.

No importa que sus palabras hablen del pan vivo bajado del cielo, de su carne como alimento, que es el contexto inmediato de estas líneas evangélicas. Las palabras de Jesús son duras. Da igual que las oigamos en un contexto duro de pandemia o en otro de tranquilidad. Nos resultan, a poco sinceros que seamos, duras.

Ciertamente podemos coger alguna frase suya y, aislándola del resto, hacer con ella un poster con florecitas. Pero, en el conjunto resultan duras, lo que no quiere decir que no sean hermosas. Su belleza no es una belleza reblandecida a base de almíbar.

Resultan duras porque hablándonos del cielo no nos priva de la tierra, nos amarra a ella, con todo lo que esto supone. La fidelidad a la tierra pasa por la fidelidad a un virus, por mirarle a la cara, por la fidelidad al riesgo de contagio, a la enfermedad, a la muerte, por la fidelidad al parón económico, a la pérdida de ingresos, al hambre, por la fidelidad a los problemas políticos que eso comporta.

Creer en Jesús no solamente no nos exime de todo esto, sino que nos impide la huida y nos sumerge aún más en ello, nos lleva a abrazarlo.

Resultan duras porque nos lanzan a romper con nosotros, con nuestra pretensión de vivir desde nuestra debilidad y para nuestra debilidad, desde nuestra carne y para nuestra carne. Y es que, desde ahí, no podemos ser fieles a la tierra.

Resultan duras porque tenemos que renunciar a nuestra iniciativa, porque la fidelidad a la tierra solamente es posible unidos a quien se hizo de la tierra, a quien puso su morada entre nosotros, y eso solamente es posible por iniciativa del Padre.

Creer en Jesús lleva en sí toda la dureza de tener que hacer el viaje de la humildad.

Pero si no es a Él y, por tanto, si no es así, ¿a quién vamos a ir?

No hay comentarios: