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Apresuradamente hemos ido de versículo en versículo rozando apenas los temas. Pero pese a la premura, no ha podido por menos que asaltarnos una pregunta. ¿No había dicho al principio el descendiente de David que iba a cantar la misericordia y la justicia? Al final da la impresión de que solamente ha hablado de la última. ¿Por qué? ¿No va a tener lugar la primera en su gobierno? ¿Es que sobre la misericordia, por ser algo tan personal, no se pueden hacer programas?
Justicia y misericordia, con frecuencia, nos parecen incompatibles. Sin embargo, ¿serían posibles la una sin la otra? Sto. Tomás dice que la misericordia es el fundamento de toda justicia. La creación tiene un orden, conforme a la voluntad divina, y la justicia tiene que ver con ajustarse al querer de Dios. Pero la creación ha partido de la misericordia, porque qué mayor miseria que no existir. Pero, en el ámbito de la Historia, la misericordia necesita de la justicia. Ya que cómo se podría ser misericordioso si no se pudiera juzgar sobre el bien y el mal.
¿No será el programa de misericordia el último versículo?: “Hago desaparecer día tras día
a los malvados del país,
para extirpar de la Ciudad del Señor
a todos los que hacen el mal”. Muchas afirmaciones de la Sagrada Escritura nos suelen escandalizar y normalmente es porque proyectamos sobre ellas nuestra mentalidad. Los reyes de la antigüedad judía tenían también la suya. El salmo línea tras linea se nos ha desbordado y ha apuntado más allá de ese rey que presenta a Dios sus propósitos de gobierno. ¿Qué querrá decir en este caso?
Toda la Biblia tiene solamente una clave de interpretación: Jesucristo. Los médicos amputan; los poderosos de entonces, como le aconteció al propio pueblo de Israel, organizaban deportaciones en masa; otras veces pasaban a espada a sus enemigos. Desgraciadamente esto sigue ocurriendo hoy. ¿Pero es ésta la única forma de que no haya malvados? ¿No sería lo ideal un rey que juzgara entre el bien y el mal y pudiera sanar el corazón enfermo? Si fuera así, si yo tuviera la posibilidad de escuchar, a la par de la verdad sobre mi vida, la oferta de la aniquilación del mal que, por mis decisiones, he hecho propio y, al hacerlo mío, me he hecho uno con él; si además aceptara ese don del rey, entonces habría desaparecido de la Ciudad del Señor un malvado. Y sería además un templo purificado donde se pudieran cumplir las palabras de Rm 12,1s:
Toda la Biblia tiene solamente una clave de interpretación: Jesucristo. Los médicos amputan; los poderosos de entonces, como le aconteció al propio pueblo de Israel, organizaban deportaciones en masa; otras veces pasaban a espada a sus enemigos. Desgraciadamente esto sigue ocurriendo hoy. ¿Pero es ésta la única forma de que no haya malvados? ¿No sería lo ideal un rey que juzgara entre el bien y el mal y pudiera sanar el corazón enfermo? Si fuera así, si yo tuviera la posibilidad de escuchar, a la par de la verdad sobre mi vida, la oferta de la aniquilación del mal que, por mis decisiones, he hecho propio y, al hacerlo mío, me he hecho uno con él; si además aceptara ese don del rey, entonces habría desaparecido de la Ciudad del Señor un malvado. Y sería además un templo purificado donde se pudieran cumplir las palabras de Rm 12,1s:
Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios a ofrecer vuestros cuerpos como víctima viva, santa, grata a Dios, vuestro culto conforme al logos. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.En las Escrituras, tenemos otro programa real sobre la misericordia y la justicia en una entronización:
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos».Y con este salmo, cuyo comentario comenzábamos el día de Cristo Rey, preguntándonos con él cuándo vendrá Dios a nosotros (v. 2), hemos entrado en el Adviento. Con él, con ese programa, he empezado yo también una aventura. Gracias a Dios el ideal del salmista es inalcanzable; si lo pudiera abarcar, intentaría hacerlo con mis solas fuerzas. Aunque a veces la evidencia de lo imposible no es suficiente y tenemos que estrellarnos para percatarnos de ello. Pero cuando palpamos nuestra indigencia y en la medida que lo hacemos, podemos apoyarnos en la posibilidad de todas nuestras posibilidades que es Dios.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,36-43).