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viernes, 20 de septiembre de 2013

domingo, 26 de agosto de 2012

El Ecce homo de Borja


Las vacaciones me ofrecen un pequeño paréntesis para una entradita en el blog y la voy a aprovechar para hacer un comentario sobre un suceso, la restauración de un fresco en Borja, creo que de todos conocido, por lo que no veo necesario resumirlo. No obstante, para el que no esté al tanto, puede ponerse al día AQUÍ. El acontecimiento tiene muchos perfiles en los que fijarse, me centrare brevemente en uno.

Todo el mundo tiene derecho a emitir su opinión, pero vivimos en el opinionismo. Todo el mundo tiene derecho a pintar, pero no todos están cualificados para llevar a cabo una restauración. Para esto no es suficiente la buena intención, se precisa competencia en la materia. Es necesario conocer los propios límites y saber dejar los pinceles en casa cuando sea menester.

Otro tanto ocurre con las opiniones. En los medios de comunicación, escuchamos todo tipo de memeces dichas campanudamente por presuntos entendidos en todas las materias, a cualquiera se le pone un micrófono en la calle para que opine sobre algo y son pocos los que prefieren declarar su incompetencia sobre el asunto de que se trate.

Esto ocurre también en las conversaciones privadas. En algunas materias, como es el caso de la teología, esto alcanza tonos dantescos. Cuando la ignorancia reclamaría la humildad de callar y preguntar a quien pueda ilustrarnos, se impone la soberbia de sostener contra viento y marea la propia opinión, que la mayoría de las veces suele ser una memez difícil de medir, pues para la categoría de herejía hace falta un cierto nivel.

¿Y qué decir de lo que uno puede encontrarse en internet? Es fácil que llame la atención lo del Ecce homo de Borja, pero lo grotesco en blogs y otro tipo de lugares de opinión digital es abundantísimo, tanto por la banda de estribor como por la de babor. Trantándose de cuestiones de fe, lo mejor sería que resplandeciera la humildad, que se trasluciera la sospecha de que uno se puede equivocar, que se sabe que en materia de fe hay palabras definitivas, las del magisterio y no las propias.

En el anuncio del evangelio, hay que proclamar el kerygma, no lo que a mí se me ocurra. En la catequesis, hay que transmitir la fe de la Iglesia. En la predicación, dar un paso atrás para que en primer lugar aparezca sólo el Evangelio. Y, en una conversación sobre cosas opinables, es necesario estar abierto a que me ilustren y enriquezcan, especialmente los de más madurez de fe y/o mejores conocimientos.

El opinionismo, en lo que a la fe se refiere, nos habla de falta de humildad ciertamente, pero también de las graves deficiencias que sufrimos en la iniciación cristiana. El mundo se nos cuela por muchas grietas y una de ellas es ésta.

Y, como esto es una opinión, estoy abierto a quien me muestre algo mejor.

[La foto es gentileza de una contertulia del blog]

domingo, 4 de septiembre de 2011

Ramona Estévez

El caso de Ramona Estévez es similar al de Eluana Englaro y al de Terri Schiavo. Llamativamente, pese a ser el presente más cercano, por ser española, sin embargo, su repercusión en los medios de comunicación ha sido notablemente menor. Esta pérdida de interés creo que se dio también en el caso de Eluana respecto al de Terri. Nos estamos acostumbrando, nos están acostumbrando. Y es que parece que lo que interesa es lo chocante, no lo de suyo importante. Creo que una de las mejores cosas que podemos hacer es educar nuestra atención, para no ser esclavos –en este caso bajo la trampa de lo chocante– del cebo que nos quieran poner.
Lo que pueda decir sobre este caso lo dije en un artículo sobre Eluana en el que encontráis una remisión a uno sobre Terri.

viernes, 19 de agosto de 2011

Con Benedicto XVI en El Escorial

Conocí al Cardenal Ratzinger, siendo yo estudiante, en el monasterio de S. Lorenzo de El Escorial. Hoy, como Papa, me he vuelto a encontrar con él en esa pétrea palabra de España, en ese edificio que en su construcción respiraba los aires de Las Moradas de Sta. Teresa, la inigualable lírica del Cántico Espiritual de S. Juan de la Cruz, Las disputaciones metafísicas de Suárez, la polifonía de T. L. de Victoria, los ahusados colores de El Greco,... Ahí está mirando a la Sierra que lo fuerza a contemplar el cielo, mientras sus cimientos buscan la meseta y sus sillares meditan el Logos de ese paraje brizado durante siglos por los cantos de alabanza de los monjes.

Ahí está con la gravedad hispana que, en aquel entonces, tanto asombro robaba a los europeos al ver cómo en las más esforzadas y difíciles empresas los españoles no perdían el temple del sereno ánimo. Ahí está. Un testigo mudo de un modo de ser hombre que pudo ser. Y tal vez sea éste el mayor estremecimiento que uno pueda sentir al pasar por sus callados patios, por el silencio de sus corredores. Ahí está esa gravedad, liviandad y armonía en granito; en su aquí, está, en un estar sin estar: llamada a la trascendencia. Y estar aquí tal vez sea la invitación que, desde el s. XVI, nos haga ahora que estamos en el crepúsculo de la modernidad.

Y ahí hoy el Papa nos ha hablado a un grupo de profesores –a todos los del mundo– sobre nuestra vocación: la búsqueda y manifestación de la verdad. Buscarla no como quien va a conquistarla para luego reducirla a fragmento manipulable, sino como quien espera no poseerla, sino ser poseído por ella. La búsqueda de la verdad que lleva al encuentro con el amor y por ello tarea de inteligencia y voluntad, de fe y caridad. Labor llevada con la humildad de quien se sabe, con otros, necesitado de ser plasmado por ella para verter amorosamente en encarnación ejemplar la amorosa belleza de la verdad.

Ahí está el verdadero magisterio, en dar perceptibilidad en propia vida al Logos divino.

Y nos bendijo.

domingo, 22 de mayo de 2011

Strauss-Kahn y Cia.

Si bien la jornada electoral y la preocupante ocupación de plazas públicas, por cuanto pudieran ser el compás previo a la definitiva argentinización de España, puedan haber acallado en la opinión pública española el caso de D. Strauss-Kahn, voy a dedicarle una pequeña reflexión, pues no tiene poco de sintomático de una época.

Una determinada comprensión de la libertad ha llevado a entender que lo único reprensible en un político o en una persona con responsabilidades públicas sean los ilícitos penales y, en menor medida, los civiles y administrativos. Aunque no siempre es así; la corrupción, v. gr., tiene grados de tolerancia sociales, en bastantes casos, totalmente intolerables.

¿Pero quién nos gobierna, quién ejerce los cargos públicos? Sencillamente una persona. Lo cual quiere decir alguien no escindible de su configuración moral. Ni siquiera de una aspecto de ella, la llamada vida privada. ¿Es indiferente que un cargo público sea, por ejemplo, infiel a su mujer? A efectos penales indudablemente sí. Pero los ciudadanos no somos jueces de asuntos delictivos. Si alguien es infiel a su mujer o a su marido, al padre o a la madre de sus hijos, a la persona que ve y trata con más cercanía, ¿por qué voy a creer que va a ser fiel a las promesas que haya hecho a los votantes con quienes no trata casi nunca? Puede que sea un buen gestor, ¿pero es esto suficiente?

¿Se trata de buscar héroes morales? Ciertamente no, pero el umbral de tolerancia tal vez deberíamos configurarlo pensado en qué tipo de personas nos gustaría tratar, a quiénes abriríamos la puerta de casa y confiaríamos asuntos importantes de nuestra vida, qué le pediríamos a un compañero o jefe en una empresa difícil,... y, sobre todo, tener en cuenta que un cargo público siempre tiene un papel de ejemplo social.

Las personas públicas, por cuanto tienen relevancia social, indican e invitan a determinadas formas de ser, son un factor importante en la configuración de una sociedad. No son un elemento más en la mecánica de un Estado, sino que ejercen también el liderazgo social. Pero los responsables sociales son también reflejo de una sociedad, expresan lo que ésta vive. La sociedad hace a sus líderes y viceversa. Y los círculos viciosos sociales los rompen las decisiones de las personas que no se resignan a la inercia de lo peor y se determinan a ir con otros cambiando las cosas.

miércoles, 14 de julio de 2010

Entrevista en Radio María

Lucrecia Gayoso me entrevistó en Radio María. La conversación que mantuvimos os la podéis descargar AQUÍ. Solamente tenéis que seguir las instrucciones y la mínima molestia de esperar unos segundos para poderlo hacer gratis. Espero que tengáis éxito en el intento los que no estéis muy duchos en estas lides. Disculpad por la publicidad, pero es el peaje que hay que pagar por la gratuidad; la he estado mirando y no es insoportable. Confío en que no sea ocasión para que os enganchéis a las apuestas on-line. Lo que no sé es qué aparecerá a altas horas de la madrugada, pues no las frecuento; si veis algo indecoroso, decídmelo para quitar el enlace.

lunes, 12 de julio de 2010

Ni el fútbol me es ajeno

En el verso 77 de la comedia de Publio Terencio Africano Heautontimonoumenos, encontramos esta conocida sentencia en boca de Cremes: "homo sum: humani nil a me alienum puto" ("soy hombre, nada humano considero ajeno a mí"). Afirmación a la que fácilmente nos adherimos, pero que desde un punto de vista teórico, tanto filosófica como teológicamente, para su justificación, como desde el punto de vista práctico, resulta asaz problemática.

Pero no entremos ahora en ello, quedémonos con la afirmación y con las grandes interrogantes que nos plantea: ¿Cómo puede lo universal afectar a lo particular? ¿Cómo lo particular puede tener significación universal? Lessing lo radicalizó refiriéndolo a Cristo. En los últimos siglos de la Edad Media, se trató bajo el ropaje del problema de los universales; de la solución que salió triunfante, vienen en buena medida muchos de nuestros males. ¡Cuánto deberíamos de aprender de aquella disputa!

Pues bien, sea de ello lo que fuere –quién sabe si alguna vez tendré ocasión de meterme a escribir en esos berenjenales–, el caso es que ni el fútbol me es ajeno.

Un acontecimiento tan masivo como un campeonato del mundo y más si lo gana el país al que pertenece, desde luego, afecta a cualquiera. Muchas cosas son las que podríamos tratar al respecto. Me fijaré solamente en una, acaso no la más importante, desde luego no la más urgente, ni siquiera la más evidente.

Hay gente que dice no gustarle el fútbol y, tratándose de algo humano, esta expresión resulta duro entenderla como que no me gusta absolutamente nada. En muchos casos, supongo que querrá decir simplemente que no me gusta lo suficiente como para dedicarle cierto tiempo y atención.

Las cosas nos pueden gustar más o menos, pero siendo algo humano, incluso en lo malo, algún gusto, algo de belleza, de verdad o de bondad, podremos encontrar en ello. Hasta, en el fútbol, máxime no siendo algo intrínsecamente malo. Otra cosa es que sea tan poco lo que se encuentre en ello que no me merezca la pena dejar otras cosas. Pero es importante descubrir ese algo que hay en lo que nos gusta poco, aunque solamente sea para comprender a quienes tanto les gusta eso que a uno no le hace tilín.

Como en el vivir, en el fútbol, hay una dificultad a superar para lograr una meta (goal), unos medios limitados para conseguirlo y unas normas que marcan los límites en el uso de los mismos. En los juegos, a diferencia del día a día, la finalidad, dificultad y normas son auto-impuestas por los participantes, de modo que se pone como en paréntesis aquello que irremisiblemente nos viene dado. Y entonces nos encontramos con una metáfora viva, más o menos afortunada, de la vida, con un lugar de proyección de anhelos, de sueños, de ilusiones,... Es una ficción allende mi mente, representada en vivo y, en la cual, aunque como espectador que se identifica con algo, se puede participar. Y, por unos momentos, hasta ser, en ficción de realidad y en realidad de ficción, lo que no puede uno ser.

Momentos para la evasión; en unos casos para huir de la realidad, en otros, para tomar respiro y poder volver a ella con ímpetu. Habrá casos en los que haya quien se tope, plásticamente expresado, con lo que no podía decirse en palabras sobre algo o sobre sí mismo. Si el dominio de los medios y la superación de las dificultades cobra huelgo, entonces podemos encontrarnos con retazos de belleza. Cuando sobrepasamos la utilidad de algo, hallamos hermosura.

La cuestión es hasta qué punto encuentro lo suficiente como para dedicarle tiempo, si verdaderamente necesito o no lo que me pueda dar el fútbol u otra actividad parecida. En cualquier caso, lugar para tratar de entender a los que están llamados a ser amados como hermanos. Indudablemente síntoma de muchas cosas.

miércoles, 16 de junio de 2010

Por unas obras de arte

Como sabéis, hay un litigio, en torno a unas obras de arte, entre las diócesis de Lérida y Barbastro- Monzón. Esto ha cobrado nueva y vigorosa actualidad a raíz de una carta de Mons. Piris. En el año 2005, escribí este artículo. Como podréis ver, con lo importante que pueda ser quién sea el legítimo propietario, qué haya dictaminado la Santa Sede, que haya que devolverlas a las parroquias a quienes pertenezcan, etc., creo que hay cosas más importantes. Espero que pese a la antigüedad pueda servir para la reflexión.

sábado, 5 de junio de 2010

En torno a ¿El Corpus?


Creo que esta semana hemos vuelto a perder una batalla. ¿Pero cuál ha sido el combate que no ha sabido ganar la Iglesia en nuestra tierra, que no hemos sabido?

El pasado jueves 3 de junio, la Iglesia Católica en España celebró la memoria de San Carlos Luanga y sus compañeros mártires. Si el Calendario Litúrgico-Pastoral que edita la Comisión Episcopal de Liturgia no nos lleva a error, así fue también en Sevilla, Granada y Toledo. Según el mismo, en el calendario particular de la última, sólo aparece el aniversario de la ordenación episcopal de D. Francisco Álvarez, arzobispo emérito de la sede primada. Lo que no es óbice para que se celebraran procesiones eucarísticas, lo mismo que cualquier día, como se hace en algunas parroquias, se expone el santísimo a la adoración de los fieles. No entro a valorar la oportunidad de ese hecho, me centraré en otra cuestión.

No obstante, los medios de comunicación no pararon de hablar de que era el día del Corpus. Entre ellos, resulta llamativo lo de Radio Clásica, pues se presume cierta cultura en sus locutores. Aunque de dos años para acá, sobre todo, ha perdido mucho esa emisora; cada vez hablan más y cada vez los tópicos progresistas al uso son más frecuentes.

Hasta en lugares como Madrid, se dio la peregrina circunstancia de que se hizo de un jueves y no de un viernes o un lunes fiesta civil, pues no lo era litúrgica ya que, de momento, Esperanza Aguirre no tiene potestad para modificar el calendario litúrgico. Si bien hubo, como manifestación de la mentalidad confesional imperante o incluso regalista, alguna autoridad autonómica y algún político que habló de fiesta del Corpus. Todo ello aderezado por quienes preguntaban si era día de precepto, que es tanto como preguntar si lo es el 6 de diciembre.

Para remate de todo, lo de los militares rindiendo o no homenaje al Santísimo. Y, sobre ello, me voy a detener brevemente. ¿Tenemos claro los españoles qué es un Estado aconfesional? ¿Distinguimos los españoles la diferencia entre aconfesionalidad y laicismo extremo? ¿Hemos asimilado los católicos la declaración Dignitatis humanae del Vaticano II? ¿O queremos un Estado confesional?

Este gobierno ciertamente tiene una cierta propensión a meternos en la sacristía y sus modos no son siempre los mejores. Lo de la nueva ley de libertad religiosa no pinta precisamente bien. Pero no metamos todo en el mismo cajón. Veamos con calma, poniendo entre paréntesis los modos empleados y la intención del gobierno, qué está, en ese hecho, en el centro del tablero. Claro que mi opinión, como siempre, es archidiscutible.

Nuestra comatosa Constitución dice en su art. 16.3 que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” y el art. 8.1 dice que las Fuerzas Armadas “tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”.

¿Qué es rendir honores al Santísimo? ¿Es un acto de culto o es una tradición o costumbre? ¿Es una de las funciones del ejército rendir culto? Otro tanto podríamos decir de tantas cosas que se dan en nuestra geografía: bastones de alcaldes y jueces ante el sagrario el Jueves Santo, corporaciones municipales en lugares preferentes en la misa de las fiestas patronales, juramento de defensa de la Inmaculada por parte de alguna autoridad pública, etc.

Si todo esto es un acto de culto o de fe, no veo por qué deba o pueda hacerlo nadie en tanto que autoridad pública. Además de ir contra la aconfesionalidad del Estado, de no ser parte de las funciones públicas, me parece que no es muy respetuoso para con otras religiones. ¿Qué nos parecería, por ejemplo, que un alcalde, en tanto que alcalde, jurase públicamente defender el monoteísmo tal y como lo sostiene el Corán? ¿O ver a una compañía de gastadores rindiendo honores al panteísmo?

Y si es solamente mantener una tradición o costumbre, entonces es hacer teatro de lo que para algunos no lo es. No comprendo a quienes les satisface verse reducidos a bien cultural y/o turístico. Aunque en muchos casos lo de la tradición a lo que apunta es a que la Iglesia se conforme con cumplir funciones religiosas subsidiarias para con los españoles que soliciten sus servicios.

¿Y qué batalla hemos perdido? La derrota no está en que unos militares no hayan rendido honores a la presencia verdadera, real y sustancial del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, sino que no haya sido la Iglesia la que se haya adelantado a la ministra. Creo que los primeros interesados en la aconfesionalidad del Estado somos los católicos y deberíamos de llevar la delantera en todo lo que respecta a la libertad religiosa para que determinadas cuestiones no cobren intencionalidad laicista cuando la podrían tener simplemente aconfesional.

Sé que esto que digo no es del gusto de muchos –tampoco lo fue lo que dijo el Secretario de la Conferencia Episcopal sobre el pañuelo en clase, sin que por ello compare mi opinión con la de un obispo–; pero qué queréis que os diga, cuanto antes dejemos atrás el cálido nido de las formas de la época de cristiandad y nos metamos a fondo en nuestro aquí y ahora, antes saldremos de la inequívoca crisis en la que estamos.

Y mientras que en los medios de comunicación se defendía a capa y espada una tradición, pasó casi desapercibida esta noticia sobre perversión de menores por parte de unas autoridades públicas. ¿Otro combate perdido?

lunes, 22 de marzo de 2010

Celibato opcional


Los reprobables casos de pederastia en el clero e instituciones de la Iglesia en Irlanda y Alemania han dado ocasión a los defensores del celibato opcional para volver a las primeras páginas. Indudablemente estos casos dan lugar a análisis desde muchos puntos de vista, no puedo tratar todos. Algo quiero destacar antes de empezar con la cuestión central de la presente glosa a esta realidad; es un problema que cuestiona profundamente no lo esencial de la Iglesia, pero sí el cómo de hecho está en este aquí y ahora y es una ocasión de renovación y reforma serias. Estoy convencido de que el Espíritu Santo está soplando fuerte para que nosotros, secundándolo, saquemos un gran bien. Vayamos a lo que ahora nos interesa.

La expresión que se suele utilizar es la que da título a estas líneas. Pero, claro, cuando se habla de opción hay que preguntarse quién es el que opta. Y aquí está una de las claves, no solamente de esta cuestión concreta, sino también de todo nuestro momento. Se suele dar por supuesto que quien opta es la persona concreta, la que tiene que decidir si quiere ser un sacerdote célibe o no. Mas esto permitidme que lo ponga en duda. Quien opta por el celibato es la Iglesia.

¿Entonces dónde está la libertad del hombre concreto? Aclaremos confusiones. Nuestra cultura –y estamos muy contaminados por ella, nuestras estructuras pastorales son muy permeables– tiende a absolutizar al sujeto individual. La vocación al sacerdocio –perdonadme si caricaturizo un poco– es algo que siente cada quisque, es algo suyo, entre él/ella y Dios, y los demás hemos de respetar su experiencia subjetiva que se convierte en un dato objetivo e incontrovertible para los demás; el siguiente paso es considerar que uno tiene un derecho, en este caso, a ser sacerdote. Y, como quiera que es algo mío, puedo decidir sobre ello, si quiero vivirlo en celibato o no, si durante un tiempo, por siempre, intermitentemente, etc.

¿Es todo el problema este, más que antropocentrismo, ego-centrismo? La vocación tiene evidentemente un componente subjetivo y personal. Hay una llamada –vocación– a la que libremente ha de responder alguien, pero esa llamada está mediada por la Iglesia. Si esto no se da, habrá ciertamente una experiencia subjetiva, pero propiamente no podemos hablar de vocación. Ahora bien, la llamada es a alguien y para algo.

Y aquí viene lo opcional del celibato. ¿A quién se llama? Se suele creer que hay una llamada al sacerdocio y luego, como algo sobrevenido que se puede aceptar con mayor o menor alegría, con mayor o menor resignación, el celibato, no pocas veces entendido como un peaje que hay que pagar. La liturgia es elocuente. Primero se hace la promesa de celibato y posteriormente se ordena al que ya es, en ese momento, célibe. La opción por el celibato es de la Iglesia en cuanto ella decide ordenar solamente célibes en el rito romano.

Evidentemente hay opción por el celibato en el candidato, pues hay una llamada a ser célibe y decide libremente serlo o no. Si no se tiene esa vocación –que como todas hay que discernir, cultivar y formar– es algo temerario aspirar al sacerdocio en el rito romano. Pero la opción no está en si el sacerdocio será en celibato o no, ni siquiera creo que debería consistir simplemente en aceptarlo como una carga impuesta para poder ser sacerdote. Creo que aquí debería de haber una seria reflexión. ¿Tienen los seminaristas vocación al celibato o es un añadido al sacerdocio? ¿La formación está pensada para célibes que son llamados y aspiran al sacerdocio o para aspirantes al sacerdocio que tendrán que ser irremediablemente célibes?

Creo que por aquí deben de ir los tiros. Habrá ciertamente muchas situaciones. Hay personas que han vivido su celibato y luego son llamadas al presbiterado, también quienes ven con claridad la lamada al celibato y sobre ella la del sacerdocio, otros son llamados a un celibato que desde el primer momento está vinculado a la vocación sacerdotal, asimismo hay algunos para quienes lo más evidente es la vocación al ministerio, pero bajo ella tendrá que estar la llamada al celibato. Descubrir esto en el proceso de formación es decisivo. Si no, el celibato será una cuña extraña, una tasa a pagar para poder ser sacerdote.

Otra cuestión será si la Iglesia debe seguir optando en nuestro rito únicamente por célibes o si es oportuno ordenar también a varones casados. Pero lo que no es debatible es si los sacerdotes tienen la opción a ser o no célibes.

jueves, 4 de marzo de 2010

Ocurrió

Aquí podéis descargaros el texto de la llamada ley del aborto. Creo que es de interés leerla con detención. Hay mucho más que aborto, aunque evidentemente esto sea lo peor. Sugiero que los padres y profesionales de la enseñanza se fijen en lo que dice de la educación sexual. Los contribuyentes y los cotizantes de la Seguridad Social algo tendrán que decir, por ejemplo, en lo de la no discriminación en el acceso a determinados servicios sanitarios, etc. Una vez sancionada y promulgada, el cinco de julio entrará en vigor, pero, a efectos penales, podría decirse que ya es así en los parámetros que marca. ¿Por qué? Porque las leyes penales que benefician tienen carácter retroactivo.

Pese a las movilizaciones, a lo que muchos han hecho, etc., casi sin dejarse sentir ha ocurrido. Es un momento muy triste y doloroso. Una sociedad que tolera estas aberraciones está profundamente enferma. Poco cabe decir hoy, el asunto invita al silencio, pero no para la pasividad, sino para orar y tomar resuello de cara al futuro. ¿Es esto irreversible? Pocas esperanzas tengo de que a corto plazo una mayoría parlamentaria la derogue. ¿Hay que ser pesimistas? No. Sencillamente esto es una tarea a largo plazo, pues supone que cambien los contravalores socialmente admitidos que hacen que esto sea posible. Tal vez podríamos empezar por preguntarnos qué decisiones mías, en cosas aparentemente nimias, puedan estar reforzando la mentalidad socialmente vigente. Y, por supuesto, no quedarnos ahí, sino cambiar uno mismo y ayudar a cambiar. Y no olvidarnos del presente, de los casos concretos de nuestro hoy. No hay que esperar a que cambie la sociedad para hacer cosas concretas y ayudar a personas concretas. Sólo por una merece la pena.

Ánimo y adelante.

jueves, 25 de febrero de 2010

El acto único de un hombre

Mons. Martínez Camino, refiriéndose a la sanción real de la recién aprobada ley del aborto ha dicho, entre otras cosas, en rueda de prensa: «El caso del Rey es único, distinto del político que da su voto, pudiendo no darlo. La Conferencia Episcopal no va a dar consejos ni declaraciones por el acto del Rey, que es distinto al del parlamentario».

El caso del Rey es ciertamente único. ¿Pero qué es lo importante, que sea un caso único o que sea un acto único? Todos los actos morales, por muy parecidos que sean los casos, son únicos. Sí, el acto del hombre Juan Carlos de Borbón es único y el acto de escribir estas líneas también lo es. El acto de leer tú, lector, este modesto y archidiscutible comentario también lo es. No hay ningún acto moral que no sea único, porque no hay dos situaciones iguales y, ante todo, porque las personas, los sujetos del obrar moral, son únicas; así nos ha creado Dios, no somos bienes fungibles, intercambiables perfectamente los unos por los otros. El caso del hombre Juan Carlos es único, ante todo, porque es personal, no tanto porque sea una tarea distinta a la de cualquier otro y realizable solamente por él o por quien lo sustituya o suceda en la función.

Pero siendo un caso único en España ni es el único, pues el Rey sanciona más leyes, ni lo es en el mundo, pues otros jefes de Estado tendrán que hacer otro tanto. Me imagino que tiene que haber principios universales para que las personas que se encuentren en el trance de sancionar una ley puedan discernir cuál sea su deber; lo que no habrá, como no lo hay nunca en la moral, pues si no arrumbaríamos la conciencia, serán recetas que eviten el discernimiento.

Es único porque es personal, no tanto porque sea diferente al de un parlamentario que pueda no dar su voto. El Rey está obligado legalmente a firmar, pero todos, también el hombre Juan Carlos, por encima del mandato de la ley, tenemos el imperativo moral; por encima de las palabras de una ley escrita, está la voz de la conciencia. Hay ocasiones en las que los mandatos morales positivos, las obligaciones, nos es imposible cumplirlos por circunstancias diversas; quien está secuestrado, v. gr., no puede trabajar para el sostenimiento de su familia. Pero decir no siempre es posible, a no ser que el miedo invencible, un trastorno mental transitorio, etc. quiebre nuestra voluntad o que nuestra razón obnubilada no sepa ver con claridad cuál sea el deber. El hombre Juan Carlos, salvo que sus facultades intelectivas o volitivas estén mermadas –en cuyo caso no podría seguir en el cargo tampoco–, puede no realizar ese acto.

Ahora bien, ¿es un deber moral negarse a sancionar semejante ley? Sobre esto la Conferencia Episcopal no va a dar consejos ni hacer declaraciones. Doy por bueno que no tenga que hacerlo dicho órgano, pero supongo que al feligrés católico Juan Carlos algún pastor le dará consejo y espero que él se lo haya pedido o se lo pida a una persona eclesialmente cualificada para hacerlo. Pero además tal vez sería bueno que, en algún momento, al resto de los católicos alguien nos aclarara las cosas, aunque solamente fuera para evitar tentaciones de pensamientos y murmuraciones sobre alguien.

Y claro, otra cosa, con independencia de las sanciones canónicas que pudieran corresponder respecto al fuero externo, es el juicio moral sobre la responsabilidad de alguien, si ha pecado o no, si es o no culpable. Eso se lo dejamos a la jurisdicción divina.

Coda. Sin olvidarnos de nuestros obispos, nuestro hermano Juan Carlos está en una situación muy difícil, con grandísimas presiones de distintas direcciones. Recemos por él, para que escuche con nitidez la voz de la conciencia a la hora de tomar la decisión y fortaleza para cumplir con su deber moral. Y ofrezcámonos a aliviar su carga, para que le sea más ligero obrar.

viernes, 5 de febrero de 2010

Per-versión en Washington

De lo dicho por Zapatero ayer en el desayuno/oración en Washington nos quedan aún más claras algunas cosas. Glosar todo su parlamento, párrafo a párrafo, sería sumamente jugoso, pero acaso en exceso extenso; centrémonos en algunos puntos.

Zapatero no oró vocalmente; en el retrete de su alma, que diría Sta. Teresa, no podemos saber lo que ocurrió. Para que haya oración, las palabras tienen que ir dirigidas a Dios. Zapatero se dirigió a la audiencia: "Señoras y señores". Es más, eludió el uso de la palabra "Dios". Sólo la pronunció una vez en la locución "Dios del Evangelio", para referirse a que la primera oración que alguien, hace siglos, le dirigió en América lo hizo en español.

Es verdad que por dos veces usó la voz "plegaria". Pero, ¿qué es una plegaria? Según el diccionario de la Real Academia es una "deprecación o súplica humilde y ferviente para pedir algo". No se trata de una exigencia, ni de la petición de algo a lo que se tenga derecho. Ante Dios, no tenemos derecho a nada por nosotros mismos, no merecemos nada; si merecemos algo, lo es por Jesucristo, quien, por cierto, brilló por su ausencia. Sin embargo, Zapatero empleó por dos veces esta fórmula: "Hoy mi plegaria quiere reivindicar". Lo que nos remite a un sustrato claro, la lucha de clases, en la que Dios sería el opresor al que reivindicar algo y la humanidad la pobre clase explotada o, en el mejor de los casos, alguien que se hubiera desentendido de nosotros y al que hubiera que recordar sus deberes.

¿Quedó ahí el ejercicio de per-versión? En la palabra libertad vemos claramente el acto de tras-tornar, de dar la vuelta, en un entorno evangélico, el Evangelio. Para Zapatero: "La libertad es la verdad cívica, la verdad común. Es ella la que nos hace verdaderos". Frente a las conocidas palabras de Jesús (Jn 8,32). Y también, para el político español: "La libertad es siempre el fundamento de la esperanza, de la esperanza en el futuro". Es decir, un fundamento inmanente, cada quien se cimienta sobre sí mismo. Pero es otra la roca sobre la que edificar la casa y permanecer.
Si permanecéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libre. […] Y si el Hijo os hace libres seréis realmente libres (Jn 8,31s.36).
Zapatero habló de tolerancia, pero, después de su discurso en ese contexto, ¿quienes le invitaron se sentirían respetados? Seguramente la libertad religiosa no es el derecho a meter el dedo en el ojo a alguien en su propia casa.

jueves, 14 de enero de 2010

Lecciones francesas



Siguiendo la estela de la anterior entrada, tomo pie hoy en un estudio encargado por el diario francés La Croix [aquí podéis descargaros el pdf] a Ifop sobre la situación del catolicismo en aquél país. Los datos son sumamente instructivos. Con una media de edad superior a la francesa, solamente el 4% participa dominicalmente en la Eucaristía. De ellos el 75% considera que la Iglesia debería de modificar su discurso y posiciones sobre la cotracepción dados los cambios en la sociedad y costumbres; el 68% lo dice respecto al aborto; el 69% sobre el rematrimonio de los divorciados (dicho crudamente sobre admitir la bigamia sacramental); y el 49 % sobre la homosexualidad.

Como se ve, las preguntas giraban sobre cuestiones, ante todo, morales; lo cual dice mucho de qué se entiende sobre tomar la temperatura al catolicismo y, por consiguiente, lo que se tenga por tal. En cualquier caso, si se preguntara sobre la divinidad de Cristo, la Trinidad, la Resurrección, etc. nos encontraríamos con porcentajes sorprendentes no por inesperados, sino por lo contradictorio con lo que se dice ser. Con los datos que tenemos, de ese 4% que se reune semanalmente para celebrar en torno del Señor su Resurrección, el 25% coincidiría doctrinalmente con la enseñanza de Aquél que celebran y con quien celebran. En otras palabras, solamente un 1% de los franceses:
No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (Lc 12,32ss).
Esos pocos están en minoría dentro de su casa y su testimonio, siempre imperfecto pues somos pecadores, se ve además empañado de forma notable. Esto me remite a lo ya dicho en la entrada anterior. Pero Sta. Teresa no da solamente una respuesta personal, ésta es imprescindible, sino que también la da comunitaria. Una vez más, citaré sus palabras como el más elocuente comentario y más lúcido proyecto para nuestros días; no sólo para monjas, sino creo que para todos los cristianos.
Hame parecido es menester como cuando los enemigos en tiempo de guerra han corrido toda la tierra, y viéndose el Señor de ella apretado se recoge a una ciudad, que hace muy bien fortalecer, y desde allí acaece algunas veces dar en los contrarios, y ser tales los que están en la ciudad, como es gente escogida, que pueden más ellos a solas que con muchos soldados, si eran cobardes, pudieron, y muchas veces se gana de esta manera victoria; al menos, aunque no se gane, no los vencen; porque como no haya traidor, si no es por hambre, no los pueden ganar, Acá esa hambre no la puede haber que baste a que se rindan; a morir sí, mas no a quedar vencidos (Sta. Teresa).

martes, 12 de enero de 2010

Prosperando


Los datos sobre el catolicismo en Cataluña son demoledores; basta señalar algunos, los demás los tenéis en la noticia a la que os remito. Un 4% de los jóvenes participa en la Eucaristía semanalmente y, de entre los que se casan dejando o no de estar amancebados, más del 62% lo hace civilmente solamente. Las cifras en el resto de España son algo mejores, lo cual no creo que sea un consuelo.

Con todo, lo más preocupante, a mi modo de entender, no está en el punto cuantitativo al que se ha llegado. A Jesús lo dejaron bastante solo en el Calvario y, a la espera de Pentecostés, quienes habían creído en Él no eran ciertamente muchos. Al final del s. I, la proporción de cristianos en relación a la población mundial era bajísima. Pero había una dinámica esperanzadora, mientras que ahora, ¿cuál es nuestra situación? No son pocos los que se resignan a la derrota como si ésta fuera algo dado.

Este tipo de estudios suelen concluir con expresiones tales como "a este ritmo en x años quedarán sólo..." ¿Pero es esta la conclusión a la que debemos llegar? Modestamente creo que no. ¿Merece la pena buscar culpas y culpables? Si nuestras comunidades rezumaran vitalidad evangélica, las bajas cifras no serían amenazantes. El problema es que, en gran medida, para nuestro mundo secularizado, sin fe en Dios ni esperanza en la vida eterna, no somos ni sal ni luz.

Es verdad que ha habido y hay pastores que dejan mucho que desear y que tienen una responsabilidad especial, pero cada uno tenemos la nuestra. Y cuánto tiempo perdemos criticando, en vez de aprovechar en crecer en perfección evangélica, lo que no quiere decir que seamos ciegos y no veamos lo que está mal. ¿Qué hacer entonces?

Podemos diluirnos en el mundo conformándonos con ser quienes proporcionamos una insignificante religiosidad para determinados acontecimientos o justificamos con un poco de agua bendita determinadas barbaridades. Otra posibilidad es apostar por un restauracionismo, más o menos redecorado, que apuntale el edificio, remoce la fachada y quede relativamente satisfecho con su fidelidad a un modelo pretérito. O bien podemos lanzarnos decididos a vivir aquí y ahora el evangelio.

El Espíritu Santo sigue soplando, ¿qué me impide seguir a fondo la llamada de Jesús?
Toda mi ansia era, y aun es, que pues tiene [el Señor] tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos; y así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí (Sta. Teresa).

sábado, 9 de enero de 2010

Ad calendas iuliobrigenses


Según el calendario del ayuntamiento de Logroño, el pasado 6 de enero lo que se celebró fue el día después de la Cabalgata organizada por Radio Rioja; no se dice nada de que los católicos celebraran la Epifanía. Y el día 3 de febrero es aquél en que se bendicen las rosquillas de S. Blas, pero no aquél en que los católicos celebran a S. Blas, que no es una marca de repostería. Y el 15 de agosto no figura como el día en que los católicos celebran la Asunción de María, pero quien lo consulte podrá enterarse de que los pakistaníes celebran su independencia. Quien quiera saber cuándo celebran los musulmanes el nacimiento de Mahoma, no tiene nada más que mirar en los últimos días de febrero, concretamente el 24.

Evidentemente los católicos no necesitan que los consistorios o cualquier otro órgano estatal se dedique a editar el calendario litúrgico ni precisan del beneplácito de las autoridades civiles para celebrar su fe en días señalados. Pero los ciudadanos queremos que se nos respete y que quienes detentan algún cargo público lo hagan al servicio de la sociedad. Y, a ser posible, que hagan el menor número de estupideces y maldades posibles.

La aconfesionalidad del estado no supone la anulación de una de las confesiones. Quiere decir que ninguna es religión oficial. Lo que no significa que el estado sea neutral. Porque serlo supone no ser de unos ni de otros y el Estado tiene que estar al servicio de unos y otros ciudadanos. Lo que no tiene que ser es parcial, lo cual es distinto de neutral. Y, llegado el caso, tiene que tomar partido por la verdad, la justicia, etc.

Un pequeño calendario, si lo edita un ayuntamiento, es un servicio a esa ciudad. Y, en este caso concreto, aparece claro el modo de entender el servicio público que algunos tienen. Como ciudadano, me parecería bien, por ejemplo, que el ayuntamiento de mi ciudad publicara un almanaque en que se informara de fiestas musulmanas, pues parte de mis vecinos lo son, o cuándo celebran la independencia de su país los ecuatorianos. Y, claro, esto no sería incompatible con que también se dijera cuándo son las celebraciones o efemérides más importantes de la confesión mayoritaria de la población. Vamos, servir a unos y a otros. En cualquier caso, no burlarse de nadie ni ningunearlo.

Lo mismo que con un calendario, con las demás cuestiones. Los católicos no necesitamos del proteccionismo del Estado. Pero los ciudadanos tenemos derecho a que nos sirvan los poderes públicos y no debemos tolerar que unos lo sean menos que otros, aunque no sean de mi cuerda, ni que parte de la población sea arrinconada o burlada, aunque sea católica.

Por cierto, el alcalde juliobrigense se llama Tomás Santos y, gracias a él, podemos saber que, al menos, los farmacéuticos celebran la Inmaculada el 8 de diciembre. ¿Lo harán también los católicos en Logroño?

martes, 22 de diciembre de 2009

Irresponsabilidad y responsabilidad reales.

Religión en Libertad ha lanzado una campaña para pedir al Rey que no sancione con su firma la futura ley del aborto. Más allá de la oportunidad o no de esta recogida de firmas, de si servirá o no para algo, de si detendría o no la efectividad de la ley, etc. Este hecho nos plantea una cuestión de suma importancia en medio de la mentalidad en la que vivimos: las relaciones entre ley y conciencia.

Según el art. 62.a de la comatosa Constitución española, corresponde al Rey "sancionar y promulgar las leyes". Este acto, como todos aquellos ejecutados en su condición regia, "serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes" (art. 64.1). De modo que "de los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden" (art. 64.2). Es decir, de esos actos el Rey es irresponsable. ¿Pero ante quién y de qué?

Esta irresponsabilidad es solamente jurídica. Pero el bien y el mal no emanan de las leyes humanas. De éstas, únicamente nace lo legal o ilegal. El Rey, lo mismo que cualquiera de nosotros, no es solamente alguien con personalidad jurídica, sino que es también y, ante todo, un sujeto moral. Precisamente la responsabilidad moral es el nido en el que se puede hablar de responsabilidad legal, pues la moral es anterior a cualquier ley. En una situación de absoluta anarquía, el hombre sigue siendo una criatura moral.

En el conflicto entre lo moral y lo legal, nace la necesidad de objetar motivos de conciencia ante una determinada ley. De lo que hasta la fecha no se ha hablado explícitamente, es de objetar motivos legales ante la conciencia. Aunque, en el fondo, algo así se ha dado en distintos regímenes autoritarios y totalitarios cuando se ha apelado a la obediencia debida; a la ley, claro está. En estos casos, ante lo que se está es ante una pretendida delegación de la conciencia.

Y digo pretendida porque ésta no se puede delegar nunca; soy yo quien responde, obrando de una determinada manera, a las preguntas que cada situación me presenta. Al ser una criatura libre, tengo que responder tomando una decisión. Los animales se limitan a seguir su instinto, en ellos no hay propiamente respuesta, sino reacción instintiva. Nosotros, en cambio, vivimos en diálogo con nuestro entorno y nuestro obrar es moral porque es voluntario y libre, tenemos que tomar una decisión sobre qué hacer. Inhibirse de responder o pretender delegar la decisión en otro es ya una decisión, es ya un acto moral. Y precisamente, porque respondemos ante lo que nos demanda una determinada situación, podemos hablar de responder ante alguien de nuestro obrar. Los animales no responden ante nadie porque no han respondido previamente, porque no tienen logos, no tienen en ningún momento una palabra que dar.

Por muy irresponsable que sea el Rey ante los tribunales, Juan Carlos de Borbón, el hombre, es un sujeto moral y, como tal, sus actos son morales. A esto no hace excepción ni la sanción ni la promulgación de una ley. Y otro tanto podemos decir de nosotros mismos, aunque no tengamos esos altos cometidos en nuestra vida. Ni los usos ni las costumbres ni las modas ni las leyes nos eximen de tomar decisiones en conciencia.

Y todos, creyentes y no creyentes, reyes y no reyes, responderemos ante el tribunal divino. Si esto no fuera así, si no hubiera una responsabilidad última absoluta, ¿cabría hablar de bien y mal en este mundo? Sin juicio final, ¿no quedaría reducido el obrar humano a lo conveniente, a lo relativo, a la ley del más fuerte?

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Onanismo social

Dos noticias sobrecogedoras, aunque no sorprendentes. La junta de Extremadura ha comenzado una campaña para fomentar la masturbación entre los jóvenes de esa región y, en una reunión de la UGT, a los participantes se les ha regalado un chisme para estos menesteres. En uno y en otro caso, más o menos directamente, en mayor o menor cantidad, está por medio el dinero público.

¿Pero qué es la cultura imperante, nuestra sociedad? Pues eso. No hay más realidad que la inmanente, el mundo está cerrado sobre sí mismo, no hay trascendencia y cada uno se va encerrando en su propio microcosmos en creciente individualismo. La sexualidad -por englobar a la persona entera tiene una gran potencia simbólica, en el sentido más fuerte de esta palabra- ha perdido de tal modo la trascendencia, que ya no es que no esté presente Dios, es que ya ni se ve al otro en tanto que alguien ni a uno mismo. Incluso cuando está presente alguien, las imágenes en películas y vallas publicitarias lo que trasmiten es una masturbación a dos.

El mundo clausurado en su inmanencia, es decir, secularizado, en un materialista arresto domiciliario, solamente cuenta con lo que tiene al alcance de la mano para darse la felicidad o, al menos, para anestesiarse y no sentir el ahogo del vacío de Dios que, en el fondo, siente. El placer es, a la par, sucedáneo de felicidad y analgésico. No todos tienen al alcance de la mano el placer del éxito o el poder, de la dominación o la posesión, pero todos tienen la posibilidad del idolatrado placer venéreo, aunque sea convirtiendo en cosa al otro o a uno mismo, aunque sea instrumentalizando.

Y, en esta situación, el hombre está solo, muy solo. Está sin el Tú divino, sin el divino diálogo. El hombre sin esa palabra totalmente otra, que lo habla como a alguien, está solo y los hombres, sin Padre y Creador común, cada vez más distanciados. Sin el gran Amor, el amor va quedando reducido a lo instintivo y los ojos cada vez más tristes e inexpresivos. Tras la máscara (prósopon, persona) va desapareciendo el rostro del quién que la llevaba más allá del qué. Como en los cuadros de Modigliani, sólo queda oscura oquedad ocular. La máscara sin alguien ya no es máscara, es solamente una cosa.

Y el dios Estado nos va dedicando a todos a la prostitución sagrada, aunque solamente sea vía impuestos. Qué trasgresor resulta mirar a alguien a los ojos, mirarle a él.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Un perfil desdibujado

Al parecer, según un estudio, los jóvenes en Estados Unidos no distinguen entre el Dios que anuncia el cristianismo y el que puedan predicar otras religiones. Sobre poco más o menos otro tanto se podría decir en otros muchos países. Evidentemente no se trata de que exista un solo Dios, sino de que no encuentran diferencia entre lo que dicen unos sobre Dios y lo que dicen otros.

Desde luego, es un problema de relativismo en el oyente. Es decir, que hay un componente en el que escucha que lleva a pasar por un filtro el mensaje recibido que da, como resultado, que sobre ese asunto, lo mismo que sobre otros, da igual lo que le digan, el resultado es el mismo. Estamos ciertamente en una sociedad en la que se tiende a equiparar todo. Todas las culturas son iguales, todas las religiones son iguales, todos los sistemas de valores son iguales, todas las propuestas de felicidad son iguales. Desde ahí cualquier mensaje llega altamente anestesiado.

Pero, junto a eso, hay, al menos, tres factores muy importantes. Por un lado, está ese perfil bajo de decir lo que nos une y no lo que nos separa, lo que le pueda gustar al otro y no lo que le pueda disgustar. Ciertamente hay que ser pedagógico y saber distinguir, como hacía S. Pablo, entre la palabra para el gentil, para el judío, para el que ya cree pero necesita alimento blando y el que ya pide comida de adulto. Pero, junto a esto, la finalidad del primer anuncio del Evangelio no es decir lo que nos une o lo que pueda agradar, sino anunciar que Cristo ha Resucitado, que Él es el Salvador.

Además de esto, hay algo que abona el relativismo. En la administración de los sacramentos, ¿tiene de verdad peso la conversión? ¿Cuántas veces no se queda todo en unos requisitos formales -incluyendo charlas de preparación-? Si da lo mismo creer que no creer a la hora de recibir un sacramento, ¿no estamos diciendo que la imagen de Dios que uno tenga es intercambiable con otra? ¿Cuantas veces consideramos que creer en Dios es equivalente a ser cristiano y ser cristiano sinónimo de católico?

Por último, además del anuncio explícito del Evangelio a los no creyentes y el discernimiento para impartir sacramentos, creo que esta noticia nos habla de algo sumamente importante y decisivo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, por tanto, es la que muestra su rostro al mundo. Cuando anunciamos la Resurrección, ¿el que no cree ve la gloria de la resurrección en las comunidades de creyentes? Ciertamente ven que somos religiosos, como lo son tantas personas de otras religiones; ven que asistimos a ceremonias religiosas, como tantos otros; ven que procuramos observar una moral, como tantos otros; ven que rezamos en la necesidad, como tantos otros. ¿Pero ven que quienes formamos ese cuerpo, que sus miembros, nos amamos como el crucificado, que damos la vida unos por otros? Esto es, ¿ven encarnado en nosotros el misterio pascual?

miércoles, 15 de julio de 2009

Cambios en la confesión

El cardenal Martini, en la entrevista a la que hacíamos referencia el pasado día, señalaba que un próximo concilio debería tener como temas centrales los siguientes:
La relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias, y desgraciadamente, el número de personas implicadas aumentará, así que hay que afrontarlo con sabiduría y visión de futuro. Pero hay otro argumento que debería afrontar un próximo concilio: el del curso penitencial de la propia vida. Verá usted, la confesión es un sacramento extremadamente importante, pero ya exangüe.
Los datos sobre este sacramento son muy significativos y las preguntas que nos plantean son graves. ¿Qué habrá que hacer? ¿Hay que apuntalar un modo de vivir el sacramento o habrá que situar el problema en un contexto más amplio? Aclaro esto último. Estamos tan acostumbrados a vivir de una determinada manera algo que fácilmente confundimos el modo con el algo, unos creyendo que el modo es el algo y otros pensando que el algo es sólo modo. Y en este cuasi cantinflesco galimatías de palabras están muchas de las dolencias de nuestra iglesia.

El sacramento de la penitencia ha mantenido a lo largo de la historia unos elementos mínimos constantemente, pero el modo de la celebración y la disciplina han variado a lo largo de la historia. Nuestro modo, al que estamos acostumbrados es el más moderno, aunque lo solamos calificar como el de toda la vida. Para algunos, por hacer referencia a algo muy secundario del sacramento, el confesionario es casi una bandera a defender a ultranza y, sin embargo, en la historia bimilenaria de la Iglesia es un elemento de anteayer; por tanto, perfectamente prescindible y que en nada afecta a lo sustancial del sacramento. Otros, en cambio, trivializan la confesión individual de los pecados, siendo éste, en cambio, un elemento central
La tentación que podemos tener, si no es la taxidérmica de mantener un modo a todo trance, es cambiar lo secundario, si no lo esencial, casi por cambiarlo, porque las cosas van mal y hay que hacer algo. Evidentemente habrá que cambiar algo pero qué y en función de qué.

Pensemos nada más en una situación muy frecuente. En la antigüedad cristiana sobre todo, el sacramento de la penitencia era conocido como el segundo bautismo. Se podía recibir una sola vez en la vida, era como el sacramento para la segunda conversión de los bautizados que o bien se habían alejado de la fe y querían volver o bien para aquellos que habían cometido un pecado que los separaba de la comunión sacramental. La disciplina, en cuanto a poderlo recibir solamente una vez era muy severa, pero la relación con la conversión de un bautizado puede darnos mucha luz. Entonces se recibía la absolución después de dos años de camino que, en muchos aspectos, por la procesualidad, etapas, etc., guardaba parecido con el catecumenado.

Entre nosotros, es muy frecuente el número de bautizados que, por ejemplo, después de haber estado años completamente alejados de la Iglesia se acercan a confesar; muchas veces sin una verdadera conversión, simplemente para cumplir con un requisito para casarse o comulgar en un funeral, pero después no cambiará nada. Otros sí lo hacen por conversión. ¿No habría que diferenciar ambos casos? ¿No habría que distinguir además, en la disciplina actual del sacramento, dos situaciones distintas, la del que está en proceso de conversión y la del que ha vivido, con más o menos pecados, siempre su fe? Incluso en estos últimos, en muchos casos, tal vez la mejor penitencia que pudieran hacer fuera un catecumenado de adultos.

Son ideas al vuelo. Pero, en cualquier caso, el tema de la penitencia hay que verlo en un panorama global; en mi archidiscutible opinión, en la necesidad de un modelo de evangelización realmente nuevo, que haga llegar, al que no cree, la Buena Nueva en nuestro mundo, que posibilite que el que quiera ser cristiano pueda llegar a serlo y que, al que haya madurado su fe inicial, pueda vivirla en plenitud. ¿Las cifras sobre la confesión no son síntoma de necesidad de cambiar algo importante permaneciendo lo esencial?