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En México: Gandhi
En las librerías estará en septiembre.
Os copio la introducción en casi su totalidad para que os hagáis una idea:
Un mosaico se
compone de teselas. El material con que se afronta cualquier creación la
determina, y por ello, pese a la semejanza, por ejemplo, con un fresco, los
elementos con que se compone el mosaico hacen que sea algo diferente: sin dejar
de ser del todo un fresco, de alguna manera se acerca al relieve sin llegar a
tocarlo. No es suficiente tener buena mano para el dibujo; las piedras,
fragmentos de cerámica, etc. no tienen la manejabilidad del temple, gozan de
una constancia en su superficie y una negación para la mezcla que parece una
afirmación de la propia personalidad ante el artista, como si quisieran
permanecer ante el futuro contemplador sin desaparecer desleídas en el todo.
La belleza de las
teselas facilita que el resultado final sea una auténtica obra de arte, pero no
lo garantiza; con los mejores materiales puede quedar frustrado el intento, al
mejor dibujante le puede faltar humildad para dejar que esas coloridas
superficies le digan cómo emplearlas. Sin embargo, pese a que el mosaico no sea
bueno, el valor de cada una de las piedras no se pierde y el espectador puede
disfrutar de la textura, riqueza cromática, forma individual y brillo que cada
una de ellas le ofrece.
Este libro ha sido
compuesto a partir de unas teselas de singular belleza y hermosura, las
antífonas de entrada y de comunión de la Eucaristía. Pero, ¿qué son? ¿Qué papel
tienen en la celebración?
Por sí mismas tienen
un valor inconmensurable, pues en su casi totalidad son versículos bíblicos o
están compuestas a partir de ellos, y las pocas que no lo son tienen la hondura
de la tradición.
En cuanto a las
antífonas de entrada, la Instrucción General del Misal Romano (cf. nn. 47-48)
dice que, cuando comienza la procesión del sacerdote y demás ministros, para
«abrir la celebración, promover la unión de quienes están congregados e
introducir su espíritu en el misterio del tiempo litúrgico o de la festividad,
así como acompañar la procesión del sacerdote y los ministros» (n. 47) se puede
emplear como canto de entrada «la antífona con su salmo como se encuentra en el
Graduale Romanum o en el Graduale simplex» (n. 48). Mas, si no
hay canto, o bien un fiel o bien el mismo sacerdote han de leer la antífona, a
no ser que éste la adapte a modo de monición. Como canto de comunión, dice la
Instrucción General del Misal Romano, puede entonarse «la antífona del Gradual
Romano, con su salmo o sin él, o la antífona con el salmo del Graduale Simplex» (n. 87).
Esto nos hace
barruntar la ganancia que cobrarían nuestras celebraciones si, al comienzo y en
el momento de la comunión, se cantaran las antífonas con los salmos
correspondientes, no sólo por tratarse de palabras bíblicas, por tanto,
divinas, sino también porque Dios nos da en ellas palabras sobre la eucaristía,
nos habla sobre el misterio. Pero, a la par, son una palabra de la Iglesia
sobre el hontanar y cima de su vida, pues nace de la Eucaristía y es su
plenitud. De ahí que esta riqueza de las antífonas lo sea también para la
conformación del creyente al sacramento del altar, al misterio pascual, y para
la oración, tanto para prepararse a participar en la celebración como para dar
gracias por el don recibido en la comunión. Mas, como su vida toda ha de ser
eucarística, son asimismo envío y modelo para el amor.
Las antífonas nos
ayudan a celebrar, a vivir y a profundizar en la Eucaristía. Y este libro, en
realidad, no pasa de ser un pequeño devocionario eucarístico. Devocionario, por cuanto los pequeños
comentarios que se hacen a raíz de cada antífona sólo pretenden ser una ayuda
para la oración, aunque bien pudiera sacarse de ellos otros frutos. Pequeño, pues, ante el sacrificio de la
nueva alianza, sólo con la gracia nuestras obras pueden atreverse a decir algo.
Pero también porque, como comprobará el lector, solamente se han glosado
algunas, las de las celebraciones más señaladas del año litúrgico, y dejado en
el tintero todas las antífonas del ofertorio; y, ni que decir tiene, por las
propias limitaciones del autor. Y eucarístico,
pues la única intención es que el centro sea la Eucaristía.
Lo peculiar de las
teselas eucarísticas, a diferencia de las materiales, es que en cada una está
el todo y, al mismo tiempo, el todo remite a cada una. Por ello, aunque la
lectura bien puede seguir el ritmo del año litúrgico, cada una tiene vida por
sí misma y pueden degustarse con independencia de un tiempo concreto. De ahí
que las lecturas que pueden hacerse del libro sean muchas. Al ordenar el
conjunto, que fue apareciendo originalmente en forma de entradas del blog Glosas marginales, me pareció lo más
oportuno hacerlo por tiempos litúrgicos, pero si el Espíritu lleva al lector
por otro rumbo, no lo dude. Sólo deseo que este pobre libro te ayude a vivir el
sacrificio de la Cruz.