sábado, 29 de mayo de 2010

Antífona de entrada. Stma. Trinidad

Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros.
La antífona de esta hermosísima solemnidad es una de las pocas que no está tomada directamente de una página de la Escritura, sin embargo está preñada de sabor bíblico, es un pequeño destilado de la revelación divina que cobra una extraordinaria fuerza en el contexto litúrgico.

Los creyentes lo hacemos todo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; así comenzamos las celebraciones y, cómo no, la Eucaristía. Pero no solamente la Santa Trinidad está en el origen de todo ni es únicamente en donde todo sea posible, sino que es el fin último de la vida de fe y de lo creado.

En la Eucaristía, tiene lugar la obra de nuestra redención y, por ello, ahí palpamos la misericordia de la Trinidad para con nosotros. En la misa, vivimos y celebramos la salvación de nuestros pecados y la gracia para nuestra divinización. La compasión divina no solamente, por medio de la Cruz de Cristo, nos limpia de nuestros pecados, sino que nos lleva más allá de lo que naturalmente somos.

Hubiera sido suficiente que Dios nos hubiera liberado del mal para estarle agradecidos eternamente, pero cuánto más lo hemos de estar porque no le ha bastado a la Trinidad que fuéramos hombres sin pecado, sino que ha querido también divinizarnos, hacernos hijos de Dios. Por esta gran misericordia bendecimos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Y esto es otro gesto de su amor. No solamente nos salva, sino que también nos da la Eucaristía para que podamos bendecir al único Dios, a las tres divinas personas en una única bendición.

[Comentario a la antífona de comunión podéis encontrarlo aquí]

viernes, 28 de mayo de 2010

El pájaro de Duruelo

Me ha llevado a otro campo
su canto en el calor,... en la tarde;
breve viaje en el tiempo
a un lejano regazo.
Alas su son tenía: que yo cante.

lunes, 24 de mayo de 2010

Antífona de entrada. Pentecostés/Sabiduría 1,7

[Si el lunes y el martes posteriores al domingo de Pentecostés hay una gran concurrencia de fieles a la misa, aunque sea ya tiempo ordinario, en vez de la misa de feria, se puede celebrar la de Pentecostés o la del Espíritu Santo]
El Espíritu del Señor llena la Tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido. Aleluya (Sab 1,7).
El Espíritu Santo está presente en todas las cosas y gracias a Él la creación toda es consistente, sin Él se hundiría el Universo en la nada. Él conoce todo, conoce todas las necesidades. Conoce todo lo nuestro.

En la celebración, no solamente es necesaria su acción para que no se quede en una mera acción humana que se dice sólo a sí misma y para sí misma. Es que todos los elementos naturales que intervienen en ella son aptos para la acción litúrgica gracias a su presencia en todo lo creado.

El Espíritu que lo conoce todo, que nos conoce hasta lo más hondo, "conoce lo íntimo de Dios" (1Cor 2,11) y es el que nos hace conocer a Cristo, al Sumo y Eterno Sacerdote, y, aunque no le oímos, hace que escuchemos la Palabra Eterna del Padre no como simples sonidos/palabras humanos, sino como Palabra divina. El Espíritu que lo conoce todo no se da a conocer a sí mismo directamente, "no habla de sí mismo" (Jn 14,17). No es de extrañar que no pueda el mundo recibirlo, "porque no le ve ni le conoce" (Jn 14,17).

Los que creen en Cristo, en cambio, conocen a quien en ellos mora. Y un lugar privilegiado, para conocer al Espíritu en su silencio, es la liturgia. En ella, escuchamos la Palabra que Él ha inspirado; somos testigos de su acción en los sacramentos; palpamos en la oración los gemidos inefables con que ora en nosotros; nos lleva a cantar con un canto nuevo.

domingo, 23 de mayo de 2010

Antífona de comunión. Pentecostés/Hechos 2,4.11

Se llenaron todos de Espíritu Santo, y hablaban de las maravillas de Dios. Aleluya (Hch 2,4.11).
La comunión hace que la unión del creyente con Cristo crezca: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). Y, al unirnos más estrechamente a Cristo, lo hacemos también con todo aquello a lo que Él está unido. De una manera especial, esta unión lo es con las otras dos divinas personas. La antífona de este día de Pentecostés hace que resuene en el momento de la comunión el misterio celebrado este día y la dimensión pneumática de la Eucaristía.

Pero así como la comunión al unirnos a Cristo nos une al Espíritu Santo, así el don del Espíritu, su soplo, su impulso, es el que aviva en nosotros las brasas del amor a la Eucaristía, el apetito de alimentarnos de ella y abre nuestra capacidad de asimilación para que sea más y más fructuosa la comunión.

Y también abre nuestros labios para que hablemos de las maravillas de Dios. La maravilla de nuestra redención, del misterio pascual que se hace presente y actual en la celebración, pues la Eucaristía es memorial sacrificial de Cristo.
Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención (LG 3).
Cuanto más llenos de Espíritu Santo, más expresivas serán nuestras celebraciones, más gozosos y unánimes los cantos y la oración, más unión y amor mutuo entre los fieles, mayor fruto en caridad a los hombres y en compromiso en medio del mundo. Toda nuestra vida hablará de la maravilla eucarística, de la maravilla de la salvación que nos viene de Dios.

sábado, 22 de mayo de 2010

Antífona de entrada. Vigilia de Pentecostés/Romanos 5,5.10,11

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que habita en nosotros. Aleluya (Romanos 5,5.10,11).
Al comenzar la celebración de la Vigilia de Pentecostés, la antífona nos pone rápidamente en situación sobre lo que vamos a celebrar, es un acto de confesión en la acción del Espíritu en los creyentes y, por otro lado, al cantarla, reavivamos algunas cuestiones fundamentales sobre cualquier celebración cristiana y, en particular, sobre la Eucaristía.

En los sacramentos, tiene un lugar central la epíclesis, la invocación del Espíritu. Pero además los fieles, no solamente los ministros, son portadores de ese Espíritu que habita en nosotros, "poseemos las primicias del Espíritu" (Rm 8,23).
Como dice la Escritura: De sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él (Jn 7,38s).
Los creyentes no son espectadores pasivos de una acción sagrada que realiza el sacerdote, sino que, con la función que les corresponde, son partícipes activos en las celebraciones litúrgicas, también en la Eucaristía. Y esto no es posible con las meras capacidades y fuerzas naturales, esto es posible gracias al Espíritu.

La participación en la misa es un acto de amor a Dios, a los hermanos y a todo hombre, de ese amor divino que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo". La antífona nos está invitando a participar amorosamente en el memorial del amor de Dios, del sacrificio de Cristo en la Cruz. Gracias al Espíritu Santo, con amor divino amamos el misterio pascual en virtud del cual hemos recibido el Espíritu.

[Comentario a la antífona de comunión de la Vigilia lo tenéis aquí]

miércoles, 19 de mayo de 2010

Religión en una democracia frustrada

Con los artículos que escribí en el suplemento Iglesia, desde su inicio hasta su clausura, de Libertad Digital, he hecho una selección con la que he compuesto un libro, que ya está a la venta. Espero que os guste.

domingo, 16 de mayo de 2010

Antífona de entrada. Ascensión/Hechos 1,11

Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse. Aleluya (Hch 1,11).
En las estaciones de tren, hay veces que quienes han acompañado al viajero al andén quedan estáticos mirando hacia lo lejos, en la dirección en que se ha perdido de vista el último vagón. Contrasta la velocidad y movimiento del tren con el estatismo de los que quedan.

Los hombres vestidos de blanco (cf. Hch 1,10) que hablan a los discípulos parece que no nos entienden a los creyentes como estacas clavadas ante un Jesús en ida inalcanzable. Él no es el gran ausente. No solamente está con nosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20), es que su ir es un estar viniendo. Y nuestra vida un estar yendo a su encuentro atraídos por su venida.

La vida del creyente, la de la Iglesia, no es de quietud homeostática, sino de tensión dinámica en relación a un punto de atracción: Cristo. Al comienzo de la celebración, este versículo nos mueve a salir de nuestra pasividad y a situarnos en la eucaristía como pueblo activo que peregrina al encuentro de su Señor, que viene.

[Un comentario a la Antífona de comunión de esta solemnidad lo podéis encontrar aquí]

domingo, 9 de mayo de 2010

Antífona de entrada D-PVI/cf. Isaías 48,20

Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo; publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha redimido a su pueblo. Aleluya (cf. Is 48,20).
La liturgia de este domingo toma esta antífona de un pasaje de Isaías en el que se hace referencia a la liberación del destierro babilónico. La Eucaristía, más en el tiempo de pascua, es celebración y realización de la liberación no ya de un destierro de este mundo, sino del destierro de nuestra verdadera patria que es la comunión de vida con Dios.

La celebración desde el primer momento es espacio para el júbilo desbordante que encuentra expresión en el clima gozoso, en las flores, en los vestidos de fiesta de los fieles, en los cantos, etc. Pero es una alegría que no queda encerrada u oculta, sino que irradia más allá de la asamblea celebrativa.

Esa misma redención es el contenido de esa expansión en anuncio (kerygma). El primer anuncio del evangelio tiene como centro la victoria de Cristo sobre el pecado: su Resurrección. Un pregón que no lo es con sordina, sino con gritos. Pero no de regaño, sino de júbilo, de alegría, de gozo. Es decir con la fuerza y la alegría del Espíritu que Jesús ha resucitado. Y un anuncio que da ilimitada publicidad al acontecimiento salvífico: hasta el confín de la tierra.

[Un comentario a la Antífona de comunión de este mismo domingo lo encontráis aquí]

miércoles, 5 de mayo de 2010

Algo de derechos humanos y II


3. El voluntarismo de Ockham proyectado desde Dios sobre lo creado lleva consigo el que todo, incluida la ley moral, sea en extremo contingente, no solo en cuanto a la existencia, sino también en cuanto a la esencia. El bien del hombre no solamente tiene la contingencia existencial, pues Dios podría no haberlo creado, sino también la esencial, pues Dios por su voluntad omnipotente no estaría ligado a que el bien humano, la ley moral por tanto, tuvieran que ver con la verdad de su esencia. Por vía de su ontología fenomenológica, en Sartre encontramos una traducción, más vigente que el autor, de esto: «Si en efecto la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar el hombre por referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. […] el hombre sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar el hombre» (El existencialismo es un humanismo).

A partir del voluntarismo, tanto el legislador divino como el humano se entenderán cada vez más partiendo de una libertad libre-de verdad y bien. La ley será esencialmente la obra de la voluntad del legislador. Ahora bien, la yuxtaposición o incluso escisión entre lo natural y lo sobrenatural hará además que el legislador humano no solamente se vaya sintiendo cada vez más desvinculado de la verdad y el bien, sino también de la ley divina, aunque ésta se entendiera reduccionistamente desde la óptica del voluntarismo.

La relación de la ley y la libertad humana, al estar aquélla desvinculada de la verdad del hombre, se dará mediante la pura obediencia y entre ellas habrá una rivalidad. Pero, en cuanto que la ley humana esté además cada vez más desvinculada de la divina, al ser la obra de la voluntad del legislador, sin vinculación a la verdad y el bien, el contenido de la ley positiva dependerá grandemente de la conveniencia del legislador humano, por tanto, de la de quien tenga el poder de decisión. C. Schmitt fue estremecedoramente claro en la aurora del nazismo: «Soberano es quien decide sobre el estado de excepción» (Teología política).

Sobre este cimiento iuspositivista, los derechos humanos se entienden necesariamente como contingentes, mudables y “factos”, es decir, no innatos. Por ejemplo, el derecho a la vida; se puede establecer un derecho reproductivo que consiste en tener derecho a anular el derecho a la vida a alguien no nacido y, con ello –perdón por la ironía–, sus demás derechos.

4. Concluyamos estas breves pinceladas dando una última palabra que pueda ayudar al debate de la mesa redonda. En estos fugaces y fragmentarios elementos históricos, nos ha aparecido el entendimiento/razón y la voluntad, la verdad y el bien. Sin embargo, la memoria y la belleza han quedado en silencio. ¿No tendrá esto algo que ver con la concepción de la libertad a que se llegue y con la profunda crisis en que se encuentran los derechos humanos?

martes, 4 de mayo de 2010

Algo de derechos humanos I


[Voy a publicar en dos entradas la comunicación que hice ayer en las X Jornadas internacionales de Derechos humanos, organizadas por el Instituto de Derechos humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid]

Tras las interesantes exposiciones escuchadas esta mañana, voy a centrar esta breve comunicación en algunos elementos que ayuden a dibujar el trasfondo y lo que envuelve no solamente la problemática concreta tratada durante esta jornada, sino también toda la crisis en que se encuentran hoy los derechos humanos, así como otras cuestiones de nuestro momento.

1. Con la recepción de Aristóteles, la escolástica introdujo su concepto de naturaleza en el pensamiento occidental. El Estagirita, en el libro ∆ de su Metafísica, tras haber indicado los distintos sentidos de physis, señala el fundamental: «La naturaleza, primariamente y en el sentido fundamental de la palabra, es la entidad (ousía) de aquellas cosas que poseen el principio del movimiento en sí y por sí mismas» (1015a, 13ss). Pocas líneas antes, había identificado la forma (eidos) con el fin de algo (telos) en la generación. De modo que en el gran pensador griego la teleología no solamente es inmanente en cuanto a que la finalidad no sea algo más allá de cada cosa natural, sino que además para lograrla cuenta en sí y por sí misma (en autoís he autá) con los principios operativos necesarios.

Esto fue cobrando paulatinamente importancia y será uno de los elementos decisivos en la formación de la cosmovisión renacentista, en la teología y en la filosofía posteriores. Desde esta categoría, tomada de las ciencias naturales, concretamente de los seres vivos, fue pensado el hombre. Esto favoreció que en teología, principalmente desde Cayetano, fueran viéndose lo natural y lo sobrenatural como dos órdenes casi yuxtapuestos. A partir de Descartes, la razón filosófica irá buscando qué sea la naturaleza humana en sí misma al margen de la gracia. Y, en la convivencia ciudadana, se irá configurando una visión de la polis como algo profano; a partir de la Revolución Francesa, quedará asentado un Estado fundamentado en un principio inmanente. Lo cual no deja de ser un oxímoron ya que la legitimidad es algo externo a lo legitimado, de ahí que la única fuente de legitimidad se encuentre propiamente en lo trascendente. La neutralidad del Estado, el no ser ni de unos ni de otros, a este respecto, hace de sucedáneo de la trascendencia divina. Con expresión de Hobbes, al Estado se le puede llamar, no solamente por su poder providente, «el dios mortal».

2. Volvamos al s. XIII. Uno de los principios internos operativos del hombre es la voluntad. Sto. Tomás en De Veritate 22,5 dice: «la naturaleza y la voluntad están ordenadas en tal modo que la voluntad es ella misma una cierta naturaleza, porque todo lo que en las cosas se halla se dice naturaleza. De modo que en la voluntad hay que encontrar no sólo lo propio de la voluntad, sino también lo de la naturaleza». ¿Y qué es aquello de la naturaleza en lo que el Aquinate se fija? En que hay en ella una tendencia al fin al que está ordenada, es decir, hacia el bien, de modo que, en cuanto naturaleza, la voluntad apetece necesariamente el bien y, en cuanto voluntad, hay en ella un apetito, por propia determinación, a los bienes particulares: «Lo que la voluntad quiere necesariamente, como determinada por una inclinación natural a ello, es el fin último […]; a las otras cosas en verdad no está determinada necesariamente con inclinación natural sino por propia disposición y sin ninguna necesidad».

Esto no le resulta satisfactorio a Duns Escoto. Para el Doctor Sutil, donde no hay libertad no hay voluntad en sentido estricto, por ello, el apetito necesario no es propiamente, para él, voluntad, pues la esencia de ésta es la libertad. Como el entendimiento no es libre de asentir o no a las verdades que capta, la voluntad es superior a él dado que en ella no hay necesidad. Por otra parte, si causalmente el entendimiento tuviera anterioridad a la voluntad determinándola, ésta no sería libre. La voluntad es libre, pues solamente ella es la causa eficiente de sí misma. La voluntad-libertad es autodeterminación con primacía respecto al entendimiento.

En Guillermo de Ockham, el voluntarismo dará un paso más. No solamente el libre albedrío va a estar desvinculado de la razón y la verdad, sino que también va a preceder a la voluntad y al bien, es la llamada libertad de indiferencia; al ser previa, por sí misma será indiferente a la verdad y al bien. La libertad es el poder «por el cual yo puedo indiferente y contingentemente producir un efecto de tal modo que puedo causar o no causar ese efecto , sin que resulte diferencia alguna en aquel poder» (Quodlibeta 1, 16). Esta indiferencia, que acabará teniendo la cara estatal de la neutralidad, lo es hasta el punto de que la voluntad queda libre-de la felicidad, de modo que no hay un fin necesario al que el hombre se encuentre necesariamente vinculado. Todo esto va a tener graves consecuencias en la concepción de la ley y la moral así como la relación de la voluntad con éstas.

Continuará.

domingo, 2 de mayo de 2010

Antífona de entrada D-PV/Salmo 98 (97),1s

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya (Salmo 98 (97),1s).
Nada más comenzar la celebración, nos encontramos con una invitación al canto. ¿Cuál es el motivo? Dios ha hecho maravillas, lo que no está al alcance de ninguna criatura, y, entre sus obras, hay una que se destaca, que a las naciones, es decir, más allá del pueblo judío, manifiesta su justicia. Ésta se ha mostrado en el misterio pascual de Cristo. He ahí la gran maravilla, la gran revelación, la gran justicia de Dios.

¿Pero de quién habla? El creyente, sobre todo el que desde pequeñito está como Samuel en la casa de Dios, puede correr el riesgo de pensar que se está hablando de los que están fuera de la Iglesia. Sí, cantamos porque Dios se da a conocer a los que no le conocen y, por ello, tenemos un motivo muy personal de cantar. Nosotros no conoceríamos la maravilla de la obra salvífica, si Él no nos lo hubiera dado a conocer.

¿Y qué somos invitados a cantar? Un cántico nuevo. No porque sea un cántico aún no estrenado en el tiempo, sino porque tiene la novedad de Dios. Es nuevo porque participa de la eternidad de Dios y, por ello, nunca envejece, nunca pasa de moda. El canto es nuevo porque lo canta el hombre nuevo, el regenerado en el bautismo, el que no canta con sus dotes naturales sin más, sino que canta agraciadamente. Es nuevo porque canta la novedad que ha entrado en la historia con Cristo. Es nuevo porque ya en esta tierra es canto de la liturgia eterna.

[Un comentario a la Antífona de comunión de este domingo lo encontráis aquí]

sábado, 1 de mayo de 2010

Dame candela

De candela tus ramas
vencidas he visto
y el son de dulzaina
en tu entraña robusta
a resguardo vibrar.
Casta encina en la loma,
del invierno qué hermosa
la muerte que engendra
humilde tu gloria.