miércoles, 5 de diciembre de 2012

En tu cáliz


Todo en un Tú,
el tuyo,
y en Él, del mí
desposeído,
de ti anhelo.

[foto cortesía de una contertulia]

lunes, 5 de noviembre de 2012

Un libro sobre el Mesías de Händel


Como recordaréis los lectores del blog, hace ya algún tiempo, fuimos comentando el libreto del más famoso oratorio de Händel. He recogido aquellos comentarios, los he pulido un poco, añadido una introducción y finalmente ha sido publicado como libro.
Podéis echarle un vistazo en esta vista previa.
Hay versión de papel y también como libro electrónico.

viernes, 7 de septiembre de 2012

¿Narrando a Jesús?


[Copio el artículo que envié a Libertad Digital y que se hubiera publicado allí de no ser por las razones que ya expliqué]

Los evangelios no son una biografía de Jesús, todo genero literario resultó insuficiente y el nuevo que crearon los evangelistas empezó y terminó con ellos. Sin embargo, pese a las limitaciones de la literatura para narrar a Jesús, siempre ha habido intentos de escribir su vida. La más antigua y posterior al Nuevo Testamento data del s. II, es el Diatéssaron de Taciano. Después de ella, el número es creciente y, a la par, testigo de la sucesión de mentalidades, épocas, estilos, estéticas, etc. La Vita Christi de Ludolfo de Sajonia fue decisiva en la conversión de S. Ignacio de Loyola; Fr. Luis de Granada, en ese siglo de oro, escribió la suya. Entre otras muchas, recordemos también las de Lagrange, Grandmaisson, Papini, Mauriac y Fulton Sheen.

Sumándose a ese largo elenco, del académico francés Max Gallo –probablemente más conocido por algunos lectores por haber sido portavoz del tercer gobierno socialista de Mauroy, tarea para la cual tuvo como jefe de gabinete a François Hollande–, tenemos la reciente traducción española de su Jesús, el hombre que era Dios.

Para la empresa, Gallo se sirve del recurso narrativo de comenzar el relato como si fueran las memorias del centurión romano bajo cuyo mando fue ejecutado Jesús en el Calvario. Su muerte, como relata el evangelio de S. Marcos, lo lleva a la conversión y esto da pie para que se nos cuente toda la historia del Nazareno, empezando por su resurrección y concluyendo la estructura circular del libro de nuevo a los pies de la Cruz; a la primera persona autobiográfica del soldado, sucede, tras las tentaciones de Jesús, la tercera y, con ella, un narrador extradiegético.

El lector, además de lo creado literariamente por el autor, encuentra también pasajes evangélicos literales y paráfrasis de otros. Dada la generalizada ignorancia en cuestiones bíblicas, hasta en las más elementales, hubiera sido interesante que con algún recurso de edición se hubiera diferenciado lo propio de Gallo de las fuentes que transcribe y éstas de las que parafrasea para ayudar al lector a saber qué tiene entre manos. Y tampoco hubiera estado de más que el editor hubiera incluido una nota en que se indicara si el autor traduce directamente del griego al francés o qué traducción usa y si en la española se vierten las citas evangélicas del francés o se usa alguna Biblia española, sea o no nueva.

De lo aportado por Gallo, junto a la idea literaria, selección y ordenación de pasajes, tenemos también pequeños apuntes históricos y la interpretación de Jesús que va entreverando y que no deja de ser a veces un tanto chocante. En la antigüedad, el interés fundamental en Cristología, aunque no solamente, estuvo en los problemas ontológicos, en el qué y el quién de Jesús. La modernidad, a parte de la historicidad, ha gustado más de las relaciones entre lo divino y lo humano y lo existencial en Jesús. Y nuestro autor, en este sentido, es claramente un hombre del tiempo que le ha tocado vivir.

Sin embargo, pese a lo interesante de los problemas subyacentes, las soluciones resultan deficientes. Veamos sólo algunos ejemplos tal y como nos llegan en la versión española. Por un lado, se afirma la resurrección de Jesús, ¿pero que se entiende por ésta? En boca del evangelista S. Mateo, de su propia cosecha pone M. Gallo estas palabras que tratan de orientar el camino de búsqueda del centurión: «Ve donde el Señor te conduzca, a Nazaret o a Belén, busca su huella, cada uno de sus pasos te acercará a él. Y cuando él lo decida, tú sabrás, lo seguirás como yo lo sigo. Ha dejado de ser  hombre, pero está en cada uno de nosotros» (p. 59). Curiosa resurrección que consiste en que el hombre deje de serlo. Y ese estar en cada uno, ¿es una presencia real o es mera impresión psicológica?: «Jesús de Nazaret estaba vivo porque vivía en aquellos que se habían codeado con él, lo habían amado, reconocido y seguido, u odiado y condenado» (p. 55).

Jesús es hombre, pero se puede ser hombre, vivir la existencia humana de muchas maneras. ¿Es hombre como lo somos los demás hombres, siendo tan hombre como nosotros? Para nuestro autor, da la impresión de que ser hombre solamente se puede ser de una determinada manera, como pecador (cf. 209 y 211), y así, tras vencer Jesús las tentaciones del desierto, dice: «Resistió a Satán. / Se convirtió» (p. 105). Y más adelante: «[…] él acaba de renacer por el bautismo y el ayuno» (p. 110). De Jesús en Getsemaní dice: «Es un hombre débil y cobarde» (p. 251). ¿Pero es lo mismo sentir miedo que ser cobarde?

En la relación de la divinidad con la humanidad, tampoco sale muy bien parado el hombre que parece, por algunas expresiones, una marioneta: «Sabe que es un hombre llevado y dirigido por un espíritu. En él habla una voz que invade su pecho, su boca, y brota por sus labios» (p. 105). Con ella tiene sus más y sus menos: «Al principio, cuando estaba todavía reclinado entre los invitados a la boda, la voz no había sido más que un murmullo que había querido ignorar» (p. 113). O bien: «Tiene necesidad de estar solo con el fin de poder escuchar esta voz interior que lo guía y sentir este aliento que lo levanta y lo impulsa. / Es como un pozo o una fuente que se vacía y se seca si no se deja que el agua vuelva a llenarla, pues solo llena se puede sacar de ella para calmar la sed, para bautizar» (p. 130). Y: «La voz ha sembrado en él, y el aliento ha llenado su pecho» (p. 143).

Lagrange escribió: «La única Vida de Jesucristo que se puede escribir son sus Evangelios: el ideal está en hacerlos comprender lo mejor posible». Creo que no es éste el caso.

[La foto es gentileza de una lectora del blog]

sábado, 1 de septiembre de 2012

Adiós a Libertad Digital

El pasado 31 de julio el encargado de suplementos de Libertad Digital me comunicó que ya no se iba a publicar ninguno después de agosto, con lo cual, después de años, ya no serían necesarias mis colaboraciones. Así pues simplemente manifestar mi agradecimiento por la confianza que depositaron en mí todo este tiempo.

Si alguno tenéis interés en alguno o en todos los artículos allí publicados, de momento, los podéis encontrar AQUÍ.

domingo, 26 de agosto de 2012

El Ecce homo de Borja


Las vacaciones me ofrecen un pequeño paréntesis para una entradita en el blog y la voy a aprovechar para hacer un comentario sobre un suceso, la restauración de un fresco en Borja, creo que de todos conocido, por lo que no veo necesario resumirlo. No obstante, para el que no esté al tanto, puede ponerse al día AQUÍ. El acontecimiento tiene muchos perfiles en los que fijarse, me centrare brevemente en uno.

Todo el mundo tiene derecho a emitir su opinión, pero vivimos en el opinionismo. Todo el mundo tiene derecho a pintar, pero no todos están cualificados para llevar a cabo una restauración. Para esto no es suficiente la buena intención, se precisa competencia en la materia. Es necesario conocer los propios límites y saber dejar los pinceles en casa cuando sea menester.

Otro tanto ocurre con las opiniones. En los medios de comunicación, escuchamos todo tipo de memeces dichas campanudamente por presuntos entendidos en todas las materias, a cualquiera se le pone un micrófono en la calle para que opine sobre algo y son pocos los que prefieren declarar su incompetencia sobre el asunto de que se trate.

Esto ocurre también en las conversaciones privadas. En algunas materias, como es el caso de la teología, esto alcanza tonos dantescos. Cuando la ignorancia reclamaría la humildad de callar y preguntar a quien pueda ilustrarnos, se impone la soberbia de sostener contra viento y marea la propia opinión, que la mayoría de las veces suele ser una memez difícil de medir, pues para la categoría de herejía hace falta un cierto nivel.

¿Y qué decir de lo que uno puede encontrarse en internet? Es fácil que llame la atención lo del Ecce homo de Borja, pero lo grotesco en blogs y otro tipo de lugares de opinión digital es abundantísimo, tanto por la banda de estribor como por la de babor. Trantándose de cuestiones de fe, lo mejor sería que resplandeciera la humildad, que se trasluciera la sospecha de que uno se puede equivocar, que se sabe que en materia de fe hay palabras definitivas, las del magisterio y no las propias.

En el anuncio del evangelio, hay que proclamar el kerygma, no lo que a mí se me ocurra. En la catequesis, hay que transmitir la fe de la Iglesia. En la predicación, dar un paso atrás para que en primer lugar aparezca sólo el Evangelio. Y, en una conversación sobre cosas opinables, es necesario estar abierto a que me ilustren y enriquezcan, especialmente los de más madurez de fe y/o mejores conocimientos.

El opinionismo, en lo que a la fe se refiere, nos habla de falta de humildad ciertamente, pero también de las graves deficiencias que sufrimos en la iniciación cristiana. El mundo se nos cuela por muchas grietas y una de ellas es ésta.

Y, como esto es una opinión, estoy abierto a quien me muestre algo mejor.

[La foto es gentileza de una contertulia del blog]

martes, 31 de julio de 2012

Una reseña en "Tonos digital"


Con generosidad, el profesor J. A. Bernaldo de Quirós Mateo ha reseñado mi libro sobre Unamuno en la "Revista de Estudios Filológicos. Tonos digital" de la Universidad de Murcia. Si os interesa, la podéis leer aquí.

[Una contertulia nos sigue refrescando con sus fotos]

lunes, 30 de julio de 2012

Ante la crisis

Seguramente esta entrada pudiera haber sido de utilidad ya hace tiempo, pero fue solamente unos días atrás, ante una discusión acalorada, cuando se me ocurrió. Otras situaciones no han hecho sino confirmármelo. La crisis económica, y mucho más que económica, amenaza desbordarnos. Los acontecimientos se suceden a gran velocidad y cantidad y no parece que nos dé tiempo a asimilarnos.

No sólo las continuas noticias negativas en lo económico, ante todo la realidad en la vida de cada quien, que en muchos casos es ya extremadamente dramática, demanda de nosotros una respuesta a la altura, que, como no puede ser de otra manera, no puede ser simplemente reactiva a la tensión del momento, como animal amenazado, o masiva, como quien se deslíe en la manada que se deja llevar de un sitio a otro. Tiene que ser evangélica.

¿Pero qué y cómo obrar? Es un momento, como todos, en el que debemos actuar como personas, nunca dejándonos despersonalizar, y también como cristianos, con criterios propios que nos lleven a tener una palabra auténtica más allá de hacer eco a cualquier ideología, pues, por acertada que pueda ser, siempre al menos estará roma de última radicalidad, aunque no lo esté de toda.


Hay que VER la realidad lo más a fondo que podamos, con inteligencia creyente o, si preferís, con fe inteligente. Por desagradable y dolorosa que sea la situación, no podemos mirar a otro lado; la fidelidad a la realidad es parte de la fe en la Encarnación. Ni hemos de dejar que otros miren en nuestro lugar, que nos den su visión de las cosas, por más que haya que escucharlos, pues son parte de la realidad. No podemos conformarnos con la primera información que se nos dé, quedarnos con lo que diga un solo medio de comunicación. Ni tampoco con lo que se diga hoy; el recuerdo de lo que ocurrió tiempo atrás, lo que dijeron unos y otros hace unos meses o años,... no puede quedar en el olvido. El exceso de datos, el olvido de otros, el fijar la atención en un solo aspecto son maneras de empezar a manipular.

Y luego ANALIZAR. No es suficiente con tener datos, con ver los ladrillos; estos están unidos por el cemento de relaciones funcionales y causales. Por qué están ocurriendo las cosas, qué consecuencias se pueden seguir, para qué se está actuando de determinada manera, etc. Es bueno hablar con amigos, escuchar opiniones autorizadas, oír a expertos que pueden arrojar luz, etc., pero, en la medida de las posibilidades de cada uno, por más que asumamos las opiniones de otros, el análisis ha de ser propio, lo pensado por los demás ha de ser incorporado, tras la criba del propio juicio, para ser material de la propia opinión.

Tras lo cual hay que DISCERNIR. El creyente no ve sin más la situación, sino que mira con fe y pide a Dios luz para ver su paso en la historia. Ni analiza de cualquier manera, sino que trata de descubrir el sentido de la historia en el designio salvífico de Dios, el hacia al que la conduce, para lo cual toma en consideración la voz de sus pastores. Pero esto no es suficiente, hay que discernir la voluntad de Dios, qué quiere que haga yo en concreto aquí y ahora. Las responsabilidades de cada uno son muy distintas; dentro del marco general de los mandamientos, cada quien ha de descubrir lo que Dios quiere que haga. Y eso no lo puede hacer nadie por nosotros, pues quien ha de responder al Señor es cada uno personalmente. Por más que alguien pueda ayudarnos a discernir, personalmente hay que preguntarle a Dios y responderle.

Por último, OBRAR. Saber qué quiere Dios de uno y no realizarlo es construir sobre arena. La palabra que haya que decir no hay que callarla, la tarea a ejecutar no puede quedar pendiente.

La fidelidad a Dios, la santidad, pasa, a grandes pinceladas, por este V.A.D.O. Y por él pasa también la acción evangelizadora. Cualquier tiempo lo es de salvación, pero los difíciles dejan más a las claras cuáles son los falsos dioses y cuál es el verdadero.

[La foto es gentileza de la dueña del cuadro]

sábado, 28 de julio de 2012

¿Una oración… optimista?


Una oración de petición necesita en su constitución principalmente de dos elementos. Tiene que tener puesta su esperanza en la bondad divina, en su generosidad y misericordia. Pero también tiene que ser humilde, partir de la realidad tal y como es, siempre necesitada de Dios, pero no siempre por el mismo motivo, porque las situaciones son cambiantes y muy diversas.

El humilde realismo es algo fundamental no solamente en la oración, sino en el resto de la vida del creyente, también en la evangelización. Difícilmente se puede anunciar el evangelio, iniciar en la fe o llevar a cabo la labor propiamente pastoral, si no se sabe ni cómo es el mundo en el que se está ni el tono muscular de la Iglesia.

El pasado día de Santiago, un año más, me volvió a llamar la atención la oración de esta solemnidad; concretamente lo siguiente: «España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos». Esto da por supuesto que España es ahora fiel a Cristo y se pide que lo siga siendo hasta el término de la historia. No voy a entrar ahora en si España ha de durar o no hasta la Parusía. Lo que me sobrecoge año tras año es lo que se presupone del presente.

¿Es España hoy fiel a Cristo? Permitidme que tenga serias dudas. Ciertamente la historia de España está íntimamente ligada a la fe en Jesucristo, que esto ha dejado importantes huellas en la cultura, en la lengua, en las obras de arte, etc. Todo ello, no cabe duda, está presente en forma de vigencias y usos sociales. En nuestros obrares y decires hay un momento de inercia cristiano sin necesidad de que intervenga explícitamente nuestra voluntad. ¿Pero todo esto es suficiente para poder decir que España es hoy fiel a Cristo?

Desde luego el porcentaje de bautizados es muy elevado, ¿mas garantiza este hecho la fidelidad de España a Cristo?

Durante décadas, decenas de miles de abortos se han cometido en España; a las cifras oficiales habría que añadir más, incluyendo los provocados por la píldora abortiva, eufemísticamente conocida como del día después. La eutanasia, sin estar expresamente despenalizada, tiene una amplia aceptación social y, al parecer, debe de ser una práctica más extendida de lo que se podría pensar y consentida bajo una capa de cómplice silencio colectivo. La balanza anual de matrimonios y divorcios es alarmante; a la que habría que añadir la aceptación social del concubinato y la frecuente práctica del amancebamiento. ¿Qué decir de la legalización del pseudo-matrimonio entre homosexuales? ¿Cuál es el tono de fidelidad a Cristo cuando en un país se sopesa que en su capital la llamada marcha del orgullo gay sea considerada como fiesta popular? En materia económica, las corrupciones son abundantísimas y gozan de numerosos adeptos; a esto habría que añadir el trato que reciben muchos trabajadores... y parados. ¿Qué decir de la extendidísima explotación de muchas prostitutas? ¿Qué pensar del alcoholismo, de las demás drogas, de la iniciación desde niños a la laxitud sexual, por no decir a la promiscuidad?

La lista podría alargarse mucho más y habría que añadir cómo es la vivencia del cristianismo de los que se dicen cristianos, qué creen los que dicen creer, cómo viven su fe,… Desde luego que siempre ha habido males y pecadores, pero no estamos hablando de eso, sino de la generalización en la aceptación social y vivencia en porcentajes alarmantes de determinadas formas de obrar, de hacer y deshacer, etc. Todo lo cual refleja un entramado de "valores" sociales. Y también habría que hablar de patologías eclesiales.

Y respecto al futuro, ¿cuál es el proyecto nacional? ¿Qué quiere ser España? ¿Quiere ser cristiana o quiere otras cosas?

¿España es fiel a Cristo, quiere ser cristiana o es un país de misión? Desde hace años es difícil no darse cuenta de que España es tierra de misión. En realidad, siempre lo ha sido, porque cada recién nacido, cada persona que abandona la fe, cada conciudadano o inmigrante no cristiano, necesita que se le anuncie el evangelio y aprender, si se convierte, a ser cristiano. Habría que hablar de constante evangelización, porque cada persona es un mundo nuevo. La evangelización no es como las invasiones bárbaras, no tiene lugar por oleadas sucesivas, sino personalmente.

Año tras año pienso que tal vez tendría que considerar la Conferencia Episcopal cambiar la oración del día de Santiago.

[La refrescante cascada es cortesía de una lectora]

sábado, 21 de julio de 2012

I – Tipos de monje (6)


Para esta regla monástica, llegar a tener capacidad para el combate singular no es solamente un requisito imprescindible para poder dedicarse a la vida eremítica. Además de poder haber cenobitas con esta sazón, es indispensable, para llegar allí, la maduración en la vida comunitaria. Ésta va a ser configurada, tal y como la entiende S. Benito, en los siguientes capítulos, pero, antes de nada, nos da de ella los grandes trazos de un inicial boceto.

El cenobita no vive en el desierto, sino que es en el monasterio donde encuentra la soledad, no de estar sin hermanos, sino de estar solo del mundo, separado de él. Es también el espacio del silencio obediencial en el que se aprende viviéndolo a escuchar, para seguir, la voz de Dios y no el espíritu del mundo. Allí, con la ayuda de la estabilidad en un lugar con unos hermanos y en fidelidad a una regla de vida, el monje va dejando de estar llevado por el viendo de los afectos desordenados y encuentra la quietud divina, la acción sin acción.

El monje, en la escuela del servicio divino, vive bajo una regla y un abad. La comunidad es un rebaño del Señor porque su ley no consiste en satisfacer los propios deseos, en vivir bajo el espejismo de creer que los propios pensamientos y deseos pueden crear el bien y el mal para uno mismo, sino que vive bajo la guía de un pastor. Allí la regla los va forjando en su fuego y con los golpes de la vida de comunidad en la que, hasta las virtudes ajenas, pueden ser motivo de sufrimiento cuando el oro aún no está del todo purificado en el crisol.

Y sin embargo, contrariamente a lo que pudiera pensarse, esta vida en campaña en las filas de este ejército, esta larga prueba, es solaz y consuelo. No sólo en comparación con la dureza de la vida solitaria, sino porque en la cruz, que lo es la vida comunitaria, se encuentra la gloria del Señor.

Cualquier cristiano para crecer necesita, aún en medio del mundo, vivir la soledad, el silencio y la quietud. Precisa de los hermanos, del roce de ellos, para ir aprendiendo el combate interior y, al hacerlo, ir purificando el propio interior. Y necesita estar no en el rebaño de los franco tiradores que pretenden dirigirse a sí mismos o que hacen de la votación el último criterio de fe y de moral, sino en los apriscos del Señor, bajo la guía de un pastor, viviendo un modo de vida cristiana plena.

[foto cortesía de una contertulia]

sábado, 14 de julio de 2012

I – Tipos de monje (5)

¿Pero qué es saber combatir en solitario? ¿Qué es poder desarrollar la lucha espiritual sin necesidad de la cercanía de otros? Para los antiguos monjes, el camino espiritual era un retorno al Paraíso, es decir, a una vida semejante a la de Adán antes del pecado. Y digo semejante porque, aunque solamente fuera por la expectativa de la muerte y vivir en un mundo en el que está presente el pecado por doquier y en la propia biografía personal y no sólo la tentación, el retorno al Paraíso lo es hasta cierto punto. La vida del bautizado es la vida de un redimido, mientras que la de Adán era la de quien había sido creado en comunión con Dios.

S. Juan Crisóstomo, en su homilia sobre la parábola de los viñadores homicidas del evangelio según S. Mateo, pone a los monjes, ya en vida paradisíaca, como ejemplo para los feligreses que lo escuchan; creo que merece la pena la larga cita:

Ya desde aquí piensan en las cosas del reino de los cielos, conversando con los bosques, con las montañas, con las fuentes, con el silencio y la soledad inmensa y, antes que todo, con Dios. Y como aquella su pobre choza está libre de todo ruido, así su alma está limpia de toda pasión y de todo vicio, y ligera, y ágil, y más pura que el aire más límpido. El trabajo de los monjes es el mismo que el de Adán al principio, antes de su pecado, cuando estaba vestido de gloria y conversaba familiarmente con Dios y habitaba aquel lugar donde toda bienandanza tenía su asiento. ¿Es que le van, en efecto, a la zaga los monjes a Adán cuando antes de su desobediencia fue puesto por Dios para cultivar el paraíso? Ninguna preocupación mundana atormentaba a Adán y ninguna atormenta a los monjes. Con pura conciencia conversaba Adán con Dios y con pura conciencia conversan con Él los monjes. O, por mejor decir, tanto mayor es la confianza que éstos tienen con Dios cuanto es mayor la gracia que les suministra el Espíritu Santo.

Pues bien, pese a las consecuencias del pecado original, que expolió al hombre de los bienes de gracia y lo hirió en los de naturaleza, el bautismo nos devuelve a la vida de gracia y nos capacita para recuperar, hasta cierto punto, la vida paradisíaca. Mediante la purificación del corazón, el monje llegaba a la apátheia, ya no se dejaba llevar por la corriente de sus pasiones y pensamientos, y desde allí tenía acceso a la verdadera gnosis (conocimiento) y a la parrhesía, a la familiaridad de trato con Dios.

¿Esto, que está en el horizonte del cenobita y del eremita, es lo mismo que saber combatir contra vicios y pensamientos o es un paso previo, el inmediatamente anterior? Difícil de responder. En cualquier caso, como contrapunto de los anacoretas, los giróvagos sirven a las propias pasiones, están presos de sus afectos desordenados. Y lejos de la estabilidad del cenobita y del ermitaño, van de un monasterio a otro sin quietud interior; sosegadamente no se pueden reposar en ningún lugar, porque su interior no está en el Paraíso.

Y esa vida paradisíaca no debería ser únicamente patrimonio de los monjes, sino anhelo de todos y, por ello, la purificación del corazón habría de estar presente en nuestra vida.

[El precioso dibujo es cortesía de una contertulia del blog]

sábado, 7 de julio de 2012

I – Tipos de monjes (4)

Por las noticias que S. Gregorio Magno nos da de S. Benito en los Diálogos, éste comenzó su vida monástica siendo ermitaño. Lo cual sería extensible a toda la historia del monacato cristiano, el cenobitismo de S. Pacomio surgió después de que la vida eremítica de S. Antonio el Grande diera muchos frutos. Por otra parte, aunque ha habido vinculación entre lo uno y lo otro en distintas formas, no pocas veces se han dado la vida cenobítica y la eremítica en paralelo.

Sin embargo, en la Regla parece que fuera el anacoreta un delicioso fruto de la vida comunitaria. Lo cual tampoco es un intento de dirimir la clásica disputa sobre la superioridad de una forma de monacato sobre la otra. En esto creo que no entra el capítulo, lo que en él más interesa es la definición primera del monje que va a ser el objeto de interés de toda la obra.

Los dos tipos buenos de monjes tienen dos nombres cada uno; por un lado, los cenobitas o monasteriales y, por otro, los eremitas o anacoretas. Esta denominación nos da una primera aproximación a estas formas de vida. Los primeros llevan vida en común (koinóbion) en un monasterio, los segundos viven en el desierto (éremos) separados (anachoréo) de todo.

El ermitaño que nos presenta la regla ha sido alguien que ha vivido en el monasterio antes de lanzarse a la total soledad. Pero lo ha hecho no llevado por unos primeros fervores, sino una vez que ha llegado a sazón y está ya preparado para el combate espiritual sin necesidad del apoyo que da la cercanía de otros monjes. Lo que no quiere decir que el monasterio sea simplemente una escuela de ermitaños. Esa madurez espiritual no supone el que se tenga que dedicar el monje a la vida solitaria, sino sencillamente que puede hacerlo a partir de ese momento, si es que Dios le llama a ello. El monacato cenobítico, tal como es presentado en la Regla, parece estar abierto a la posibilidad de que, dándose la premisa señalada, el monje pase a ser un ermitaño.

Pero eso no quiere decir que no haya cenobitas que sean capaces de luchar, con la ayuda divina, en soledad con los vicios y los pensamientos. En el monasterio, nos encontramos, por tanto, con dos tipos de monjes: los que aún están aprendiendo el combate interior y aquéllos que ya han quedado conformados para llevarlo adelante en soledad. De entre estos, unos seguirán luchando en ese cuerpo de ejército en campaña que es la comunidad monástica, otros se adentrarán en el desierto, lejos de todos y todo, para entablar singular combate.


sábado, 30 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (3)

S. Benito no es el primero que haya prestado atención a las distintas clases de monjes, ya lo hicieron Casiano, S. Jerónimo, S. Agustín,... Ni tampoco podemos decir que sea exhaustivo o de un extraordinario rigor histórico. Ser original o buen catalogador no es algo que esté en el centro de su atención. Lo que le importa es ir perfilando el tipo de monje en el que se va a centrar el resto de la Regla.

El capítulo, tras una frase introductora, aparece claramente organizado en dos partes, los buenos monjes y los falsos, y una conclusión. El tono en uno y otro caso es distinto. En la primera tabla del díptico la sobriedad descriptiva está aderezada con un léxico en el que destaca la terminología guerrera, con la que el lector fácilmente encuentra vinculados a los cenobitas y ermitaños con el prólogo recién concluido. En la última bina, el autor se explaya algo más, aunque sin excesos retóricos, e implacablemente califica a los impostores que, por la ausencia de rasgos marciales, también quedan desvinculados de las páginas anteriores.

Sin embargo, la cercanía en el texto de unos y otros hace que los indeseables cumplan una función que va más allá de ser descartados no sólo por el autor, sino también por el lector. Todos sirven para ir dibujando los rasgos monásticos que, con el paso de los capítulos, se irán desarrollando, pero que, ante todo, habrán de alcanzar madurez en quien quiera seguir esta vía monástica y en la comunidad de que forme parte.

El autor de la Regla no sólo ha emparejado por autenticidad o no a los monjes, sino que también ha establecido un juego de antagonismo entre cenobitas y sarabaítas, entre eremitas y giróvagos. Y todos ellos al servicio del género monástico más brevemente, en primera apariencia, descrito: el monasterial, aquél que sirve bajo una regla y un abad. Todo lo que venga después en este librito no será sino una explanación de esta breve frase.

Pero antes, el lector va a encontrar, en este juego de parejas, una primera aproximación a qué sea un cenobita.

domingo, 24 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (2)


Ya avanzada la Regla, en el capítulo LVIII –si Dios quiere, ya habrá ocasión de leerlo con alguna atención–, se dice que, a quien llama al monasterio con el deseo de llegar a ser monje, se le deje bien claro desde el principio qué se va a encontrar y se le dé a leer en integridad este pequeño libro que andamos comentando. S. Benito está interesado en la verdad y en la verdad de vida, en la autenticidad, ha de estarse desde el primer momento.

Un compromiso no es una hoja en blanco, por mucho que sea imposible prever los detalles con que la vida nos vaya sorprendiendo. Pero no se trata de predecir y aceptar una biografía, sino de comprometerse con un modo de vida desde el que quedará configurada una personalidad. El monasterio no es una secta y, por ello, el gran maestro de monjes quiere que se sepan, desde un primer momento, todas las reglas del juego. Las situaciones que se presenten en el futuro serán muy variadas, impredecibles, pero habrá que jugarlas de una determinada manera. Siendo el sentido de la vida del monje uno, en cada momento ha de encontrar el sentido que le demande cada situación en orden a ese fin y habrá de hacerlo conforme a un modo de vida.

Otro tanto cabría decir de quien llama a las puertas de la Iglesia queriendo ser cristiano. Se trata de un modo de vida y, al que se acerca, aunque la iniciación cristiana o el reencuentro con la fe de un bautismo olvidado lleven tiempo, desde un primer momento ha de tener claro cómo viven los que con Jesús quieren vivir.

Ese postulante que ha llamado al monasterio y ha dicho «Amén» al concluir el prólogo con lo primero que se encuentra es con un capítulo en que se habla de que hay diversas clases de monjes... e incluso de pseudo-monjes.

La vida monástica no es algo exclusivo del cristianismo. Todos los hombres tienen apetito de divinidad y algunos, en lugar de saciarlo con cualquier sucedáneo o tratar de acallarlo, buscan por todos los medios, sobre todo los ascéticos, encontrar la verdad de su vida y realizarla. Tras el prólogo es claro lo propio del cristianismo y del monacato cristiano. Solamente hay una fuente de agua viva: Jesucristo; y la ascética no es un simple despliegue de ingenio y esfuerzo humanos, sino que éstos nada más son fructíferos agraciadamente.

La palabra monje –del griego monachos, que viene del numeral monos y el sufijo multiplicativo -cho–, con el transfondo bíblico de la palabra hebrea jahid, en su gran riqueza semántica, nos habla de dos momentos de significación: por un lado, elegido, separado, célibe; por otro, unidad de mente, conducta y fin, de alguien unificado.

Aunque no todos estén llamados al celibato, el cristiano, respecto al mundo, sin dejar de estar en él, pero siendo extranjero en su propia tierra, es un elegido, alguien separado, y también alguien re-conciliado, unido de nuevo a Dios y, en esta comunión, alguien que puede vivir, lejos de la dispersión y división de Babel, en unidad interna y con toda la creación. El cristiano es, por ello, en cierto modo un monje seglar, en el siglo.

Pero nuestro postulante, que quiere ser monje, se encuentra, como decíamos, con que hay distintos tipos de monjes.

sábado, 23 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (1bis)


[Nos quedaba por traducir el resto del capítulo primero de la Regla de S. Benito. Primero copio lo ya hecho, para tenerlo todo a mano, y luego lo que faltaba. Mas adelante comentaremos el capítulo someramente] 
Capítulo I. De los tipos de monjes 
Es manifiesto que hay cuatro tipos de monje. El primero es el de los cenobitas, es decir, monasterial, que milita bajo una regla y un abad. A continuación, el segundo tipo es el de los anacoretas, esto es, el de los ermitaños, de esos que no por el fervor novato de un modo de vida, sino que por la larga prueba del monasterio, ya han aprendido, con el solaz de muchos, a luchar contra el diablo, y bien estructurados desde las huestes fraternas para el singular combate del desierto, ya seguros sin el consuelo de otros, se bastan para luchar, con el auxilio de Dios, con su sola mano o brazo contra los vicios de la carne o de los pensamientos.

[A partir de aquí lo que no teníamos, es decir, los malos de la película y una conclusión]

 El tercer y repugnante tipo de monjes es el de los sarabaítas. Los cuales, sin haber sido probados por ninguna regla maestra de vida, como el oro en el crisol [cf. Sb 3,6; Prov 27,21; Sir 2,5; Sant 1,2-4], sino más bien blandos como el plomo, aún guardando fidelidad al mundo, manifiestan mentir a Dios por su tonsura [cf. Dt 23,22-24; Hch 5,3-4]. Los cuales, de dos en dos o de tres en tres o incluso singularmente, sin pastor, no encerrados en los apriscos del Señor, sino en los propios, tienen por ley el consentimiento de sus deseos, de modo que lo que piensan o eligen, lo dicen santo, y lo que no quieren, lo reputan ilícito.
El cuarto tipo es el de los monjes que se llaman giróvagos, quienes están toda su vida por diversas regiones, cada tres o cuatro días se hospedan en distintas celdas, siempre vagando y nunca estables, sirviendo a sus propios deseos y a los deleites de la gula; son en todo peores que los sarabaítas.
Sobre el miserable modo de vida de todos ellos es mejor callar que hablar. Omitiéndolos por tanto, vengamos a ordenar, con la ayuda de Dios, la fortísima clase de los cenobitas.

domingo, 17 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (1)

[Tras el Prólogo, vamos a comenzar con el cuerpo de la Regla de San Benito. La traducción, pese a que soy un pésimo latinista, es mía. Como ando mal de tiempo, de momento hoy, sólo las dos primeras clases de monjes. Otro día terminaré de traducir el capítulo]

Capítulo I. De los tipos de monjes 
Es manifiesto que hay cuatro tipos de monje. El primero es el de los cenobitas, es decir, monasterial, que milita bajo una regla y un abad. A continuación, el segundo tipo es el de los anacoretas, esto es, el de los ermitaños, de esos que no por el fervor novato de un modo de vida, sino que por la larga prueba del monasterio, ya han aprendido, con el solaz de muchos, a luchar contra el diablo, y bien estructurados desde las huestes fraternas para el singular combate del desierto, ya seguros sin el consuelo de otros, se bastan para luchar, con el auxilio de Dios, con su sola mano o brazo contra los vicios de la carne o de los pensamientos.


[Terminamos la serie de rosas con una de la misma contertulia que nos dice que es una clase que está documentada en torno a 1700. Lo mismo que pasa con los monjes, hay muchos tipos de rosas. Éste es muy antiguo]

viernes, 15 de junio de 2012

Zubiri para la teoría política

Os sugiero el artículo que me han publicado en Libertad Digital.

[La misma contertulia nos sigue proporcionando rosas]

domingo, 10 de junio de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - IX

El prólogo concluye con una palabra: «Amén».

¿Concluye? Un prólogo es un comienzo, es para una palabra a la cual prepara. Pero también puede ser lo que nos mueva a rehusar dar el salto al futuro que nos está señalando. S. Benito, al finalizar sus densas e iniciantes palabras, es consciente de esto y lo acentúa, pues no está interesado en la lectura curiosa o erudita que de su Regla se pueda hacer, sino de la vital, aquélla en la que se pone la propia existencia.

Vivir es un arte en el cual el resultado no es algo distinto al artesano, sino éste mismo. Vivir es modelarnos a nosotros mismos, darnos una figura. Y el maestro-padre lo sabe. En estas primeras páginas de su obra, con gran compasión, sabiendo de la pobreza de los hombres, nos ha brindado su experiencia y compromiso. El que con su fidelidad ha llegado a ser un maestro en el servicio divino quiere que el lector-oyente no frustre su vida, la que ya ha recibido en el bautismo, y pueda llegar a la plenitud en Cristo. Pero no puede suplantarlo en la decisión; la vida no es un abstracto, siempre es la de cada uno.

El punto que precede a la última palabra es más que pausa gramatical, es pausa existencial. Momento para el silencio, para que repose lo oído y rumiado, para dejar que haciendo eco en el interior, el relieve "sonoro" e íntimo así creado, dé perceptibilidad, en cada uno, a la llamada divina para él en concreto.

Sólo entonces cabe converger con tantos y con S. Benito en ese «Amén». Se trata de un momento coral. La adhesión es un "sí" a Dios, que llama, y un "así sea", pues mira al futuro, a una vida por vivir en una manera. El maestro-padre vierte en ella su compromiso como tal y el discípulo el suyo, cada uno, desde su perspectiva, se unen en una palabra. Mas, al mirar unidos en la debilidad de vida, que nunca la humana es fundamento de sí misma, al futuro, el «Amén» es ante todo oración, es un "así Dios lo quiera".

Desde este momento, la lectura, no para el curioso, será ya un incipiente ir viviendo y la Regla será regla de vida.

[Aun yendo con premura sobre cada cuestión y quedando mucho en el tintero, nos hemos dilatado en el tiempo acaso en exceso. Ahora habrá que ver el cuerpo de la Regla de S. Benito.
La foto es del mismo jardín que la anterior]

domingo, 3 de junio de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - VIII

¿Y qué es en concreto correr por el camino de los mandatos divinos? Al final del Prólogo de la Regla aparece por primera vez una palabra expresamente monástica («monasterio») y precisamente en un contexto en el que en primer plano encontramos el misterio pascual. Y es que la monástica no es sino una vida en la que con una intensidad especial se vive el bautismo. Esa es la espiritualidad propia del monje.

De ahí que la Regla de S. Benito pueda ser una fuente de inspiración también para aquellos que quieran vivir a pleno pulmón su identidad cristiana en el siglo. En realidad, no se trata de una especialización, no es cuestión de algo distinto, de una casta privilegiada, de un horizonte para unos poquitos. Más bien habría que ver esto a la inversa. El punto de medición no tendría que ser la mediocridad, la inercia, la desgana,… Por más que estadísticamente esto sea lo predominante, lo normal no ha de ser confundido con lo habitual, con lo corriente, con lo usual. Lo normal, lo conforme a norma evangélica, lo que debería dar la medida, tendría que ser quien quisiera vivir, en medio de todas sus debilidades de pecador, su condición bautismal, su haber sido hecho partícipe del misterio pascual, sin condiciones, límites o restricciones. Esta debería ser la referencia cuando pensáramos en qué es propiamente un seglar.

Por ello, es posible una lectura seglar de la Regla de S. Benito. Porque en ella, con la concentración de la alquitara de los consejos evangélicos y la separación del mundo, encontramos la ordenación de un vivir que quiere serlo pascual. Un orden de vivencia y con-vivencia que estará llamado a nuevas configuraciones, pues todo camino de per-fección humana, es siempre un camino de lo por-facer en la historia, en la concreta situación en la que a cada uno le toque vivir.

El bautismo es siempre un quehacer; no sólo porque tenga que ser lo que soy, sino porque tengo que in-ventar su concreción en mi aquí y ahora. No solamente hay muchos modelos de santidad porque las dotes humanas de los santos sean diferente, sino porque tuvieron que parir una figura de ser cristiano en la situación concreta en la que fueron llamados y para lo que lo fueron. La identidad pascual, siendo una para todos, sin embargo, no es un abstracto. El Hijo de Dios se encarnó no para abstraernos de nuestra circun-stancia.

Correr por el camino de los mandatos divinos es posible manteniéndose fieles a la Palabra en el monasterio, nos dice el autor de la Regla. Para quien no sea monje, no hay otro monasterio que su modo de vida en su circunstancia. Así «participaremos de la pasión de Cristo por la paciencia, para que también merezcamos compartir su reino». Y es que la circunstancia, por ser postlapsaria, es cruz para quien sigue a Cristo y es gloriosa, por cuanto, en esperanza fuimos redimidos. Es, por tanto, pascual.

[La rosa es cortesía del jardín de una contertulia-fotógrafa]

domingo, 27 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - VII


Toda la Regla está escrita desde la tradición monástica, pero eso sí, enriquecida por la propia experiencia de S. Benito. Se recibe lo que nos entregan cuando de verdad se ha hecho propio. Y, en esa apropiación, hay variación en lo recibido, pues a ello se le añade, al menos, el haber sido vivido por alguien en una nueva situación. Hay personas que además, por la radicalidad de su experiencia, por los dones recibidos y la fidelidad a los mismos, aportan un notable progreso a la tradición.

Estas páginas son, por tanto, un testigo de la tradición monástica, pero, a la vez, testimonio de su autor. Mas, siendo esto así en todos sus rincones, sin embargo, hay momentos, no muchos, en los que su autor parece correr ligeramente el velo que cela su intimidad. Uno de ellos es éste.

El monje, en madurez de vida humana y espiritual, ante las dificultades que al bisoño se le presentan, pone delante de él la esperanza en carne de propia experiencia. El maestro-padre es alguien que ha progresado en un modo de vida, la monástica, y ha madurado en la fe; gracias a lo cual, por el camino, que antes costaba caminar, ahora se corre ligero con el corazón dilatado y saboreando la dulzura de un amor inexpresable con palabras, pues es el de Dios. Los mandatos del Señor, cuando uno se ha identificado con su amor, no es que sean simplemente llevaderos, es que uno se ha hecho uno con ellos. El amor hace posible el amor.

El corazón, tal y como lo entiende la Biblia, es ese centro del hombre en el que encuentran su armonía las propias facultades, todo lo que es uno mismo. Pero esto se da en cuanto el hombre está en comunión con Dios. El corazón limpio es el que está en sinfonía con su Creador, que lo llama. Y ése es quien puede ver a Dios.

Y puede verlo porque es visto, porque se deja mirar. Esta desnudez es su pequeña ofrenda, hecha posible por el paciente amor con que Dios ha ido venciendo ese temor y desconfianza que lo mantenían cerrado sobre sí mismo y mirándose a sí. Ya no se esconde asustado, al sentir la cercanía divina, tras los matorrales, sino que se abre totalmente a ser visto por ese Dios que musita su nombre. Su contemplación no es la mirada a algo externo, sino la presencia del mirar de Dios en él.

Es actualidad en él del amor divino. Por eso puede correr por el camino de sus mandatos, porque el amor ha dilatado su corazón.

domingo, 20 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - VI


Con paternal solicitud, S. Benito nos dice que no huyamos del camino de la salvación vencidos por el miedo. ¿Y miedo a qué? El hombre tiene miedo a la muerte. Ciertamente a la fisiológica, pero la vida para el hombre es más que biología. Hasta el punto de que da la vida por lo que considera su Vida. El miedo a morir es, ante todo, el miedo a perder la Vida, lo que creemos que da plenitud y sentido a la vida y sin lo cual, ésta no merece la pena ser vivida.

La vida de fe es muerte, porque, por la VIDA, debemos perder la Vida y, si llega el caso, también la vida. Por eso a los inicios resulta angosto el camino, porque estamos aún aferrados afectivamente a lo que creíamos daba sentido a la vida. Y desprenderse de aquello a lo que uno está a-pegado es siempre doloroso. Sólo la esperanza en la VIDA nos da valor para soportar el dolor de perder la Vida.

Ese miedo al dolor nos mueve a huir y, como otra cara de la moneda, la esperanza en un gozo nos impulsa a buscar su posesión. Y con este juego el diablo nos tiene esclavizados (cf. Hb 2,14-15), moviéndonos de un lado a otro, sin que salgamos de esa prisión. El camino del guerrero es una vía de quietud, de permanecer, muchas veces a costo de grandes sufrimientos, indiferente ante el viento que agita nuestro interior y lo invita a huir o a coger.

Pero esa quietud en el centro de uno mismo, como el fiel de la balanza, sin ser movido por el temor al dolor de la pérdida ni por el apego al gozo de lo que no es Dios, lo es para poder emprender un camino ortogonal a ese plano, para ir más allá de esa barrera dentro de la cual Satanás nos quiere mantener encerrados.

Por ello, el maestro-padre nos hablará de esperanza, de la atracción de una fuerza mayor gracias a la cual podemos salir de ese campo gravitatorio. Para caminar, hay que poner la mirada más allá de nosotros.


[La foto es cortesía de una contertulia]

domingo, 13 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - V


Lo áspero, lo pesado, lo duro,... no es un fin en sí mismo. Por ello, al disponerse a instituir esa escuela del servicio divino, S. Benito quiere alejar fantasmas. En todo aprendizaje, hay esfuerzo, superación de dificultades, hasta momentos de sentimiento de frustración, sensación de que no se avanza –acaso la acedía sea una de las pruebas más duras en la etapa práctica del camino espiritual–, pero lo duro que se pueda encontrar en él no es el fin, todo eso está en función de la meta última.

Pero, aunque lo áspero no sea un fin, esto no es motivo para evitarlo cuando lo requiere, como medio, el fin al que se encamina la vida ascética. El fin del hombre es la alabanza y el servicio divinos, la purificación del corazón de todo afecto desordenado es algo que viene requerido por nuestro pasado pecador, pero, por sí mismo, es algo pasajero; nadie tiene vocación de purificar el corazón, sino de vivir con el corazón purificado para el fin para el cual ha sido creado.

De paso, S. Benito nos deja una interesante regla de discernimiento. Hay que saber distinguir los fines de los medios y, al elegir entre estos, hay que hacerlo de manera ponderada, sopesando razones, buscando el más adecuado para el fin perseguido, no por inercia o con precipitación.

Y todo ello será «con vista a la enmienda de los vicios o la conservación de la caridad». Es decir, no se trata solamente de la purificación individual, sino también de cuidar una sana vida fraterna, que solamente puede estar regida por el mandato del amor mutuo entre los hermanos tal y como el Señor nos amó. Y es que la maduración de la vida espiritual no puede ir desligada de la vida comunitaria. El cristiano siempre lo es con otros cristianos en la comunión de la Iglesia, no importa que esté en los rudimentos de la vida de fe o en las más altas cotas del amor.

El fin es hermoso, pero el camino a los comienzos, nos dice el maestro-padre, resulta angosto. Con afecto paternal, nos advierte de los peligros del miedo y, sobre todo, nos estimulará, como veremos, compartiendo veladamente su experiencia personal.


[La foto es cortesía de una contertulia]

viernes, 11 de mayo de 2012

Teología y política en el s. IV

Os invito a leer el artículo que me han publicado en Libertad Digital sobre un libro que trata de la teología política en la época del arrianismo.

domingo, 6 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - IV


La palabra schola, traducida por escuela, fácilmente puede llevarnos a confusión. Ciertamente es escuela, pero también es un cuerpo de servidores y más concretamente de tropa de legionarios, por tanto, cuartel, y también lugar de entrenamiento. Cuerpo de servidores que son guerreros, donde se adiestran y mantienen en forma para la lucha. Desde luego no es un edificio ni es aprendizaje teórico, sino más bien práctico; al que no se acude individualmente cada día, sino del que se forma parte; cualificado por el servicio al soberano. Entrenamiento que, para unos, será aprendizaje de lo elemental y, para otros, mantenerse en condiciones y perfeccionar las artes y habilidades ya adquiridas.

Pero, en nuestro caso, es una escuela cualificada no por cualquier servicio, sino por el servicio divino, para servidores y soldados de Cristo, que es el verdadero rey. Quizás se trate de un genitivo de identidad; si fuera así,  podríamos traducirlo como «escuela que es el servicio divino». En ese caso, fácilmente se comprende que a servir se aprende sirviendo, que servir al Señor es aprender a servirlo y que se va sirviendo cada vez mejor según se va sirviendo.

Pero se tiene que aprender, no se trata de una floración espontánea. Por eso hay que instituir esa escuela, ese camino de aprendizaje, ese modo de vida en el que se va aprendiendo según se va sirviendo y se va sirviendo conforme se va aprendiendo, en el servicio, a hacerlo. De alguna manera es un método, es decir, un meta-odós, un camino-hacia, o mejor, un camino que es un caminar; no es la calzada, sino el marchar mismo, en una determinada manera, hacia aquello con lo que concluye este hermoso prólogo: «para que también merezcamos compartir su reino».

Y un caminar de quienes se ponen al servicio del rey, que necesitan serlo y, por ello, tienen que vivir como tales. Esta expresión de S. Benito, «escuela del servicio divino», que evoca en el lector la palabra griega leitourgía (liturgia), servicio público, y la pasión de Cristo (cf. Mc 10,45), que aparece en esta parte final –«participaremos de la pasión de Cristo»–, no pueden por menos de hacernos pensar que se trata de un modo de vida cúltico, oblativo, sacrificial.

S. Benito se dispone a instituir un modo de hacer verdad, de realizar en cada uno, la llamada evangélica: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). El verdadero guerrero es un liturgo.

[La foto es cortesía de un contertulio del blog]

domingo, 29 de abril de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - III


«Por tanto, hemos de instituir una escuela del servicio divino». La respuesta de S. Benito a este reverdecimiento de la llamada no es la de un francotirador. No es un voy a, sino un vamos a; ciertamente porque toda vocación tiene una dimensión eclesial, mas algunas el dan un tono particular al nosotros: no hay maestro sin discípulos, padre sin hijos, regla sin monjes ni abad. En cuanto discípulo, S. Benito se ha implicado en este prólogo en un nosotros en el que no dejaba de perder su carácter de maestro-padre. Ahora el nosotros se va a dilatar.

S. Benito, su magisterio y paternidad, no van a quedar circunscritos al presente, el nosotros no va a ser algo entre él y sus contemporáneos, sino que ahora va a quedar abierto para que en él se impliquen otros en el futuro. El presente del patriarca de Montecasino es singular, de ahí que podamos llamarle patriarca. En su ahora ha recibido la tradición del monacato anterior, pero él no va a ser simplemente un maestro espiritual que trasmita a su vez lo recibido, por mucha huella que pudiera haber dejado en esa tradición.

En la continuidad de la tradición, ahora se constituye algo nuevo hacia el futuro: una escuela del servicio divino. Al principio, ese nosotros estará constituido sólo por contemporáneos: S. Benito, como creador-padre de la escuela del servicio divino y como abad, y los monjes que con él empiezan ese camino. En el futuro, en ese nosotros, además del abad/es y los monjes, permanecerá S. Benito como creador-padre de la escuela del servicio divino.

¿Pero qué es una escuela del servicio divino?

domingo, 22 de abril de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - II


Hasta ahora, el prólogo de la Regla había puesto su centro de atención en el lector-oyente. A él se dirigían las palabras del maestro-padre, se solicitaba de Dios una respuesta para aclarar su camino, el Señor hablaba para indicarle cómo proceder. Y es que ese destinatario ideal de las palabras de S. Benito se encuentra en un momento crucial de su vida de creyente.

Sin embargo, pese a que sabemos que tenemos entre nuestras manos una regla monástica, pese a que el autor se ha asociado con el pupilo frecuentemente en un nosotros, no deja de sorprendernos el giro que da en este momento nuestro prólogo. Quien dirigía las palabras a alguien necesitado de ellas se ve interpelado por esa situación. Ciertamente es esa penuria la que le ha llevado a escribir, a dirigirnos, lo que hasta ahora hemos venido mascando. Pero la necesidad y la respuesta lo han impelido a ir un poco más allá de lo que hasta ahora habíamos encontrado.

No es suficiente una relación interpersonal entre discípulo y maestro; el nosotros que hasta ahora habíamos escuchado parece quedar corto, no basta esa empatía. El «hemos de preparar nuestros corazones  y nuestros cuerpos para militar en la santa obediencia de los preceptos» se ha convertido en un «ergo» que ha desbordado el transcurso del discurso y de su vida.

El diálogo que hasta ahora hemos escuchado, en la vida del patriarca de Montecasino, había tenido lugar hasta ese momento de muchas maneras. Desde su etapa de ermitaño en Subiaco, muchas fueron las personas que se acercaron a él. Ha vivido al frente de otros monjes. Pero es ahora cuando la historia destilada en experiencia se convierte en llamada a responder de una manera nueva a la vocación de otros. El maestro vivo ha sido llamado por Dios a algo más y responde. Cuando parecía estar pendiente en el aire la respuesta del lector-oyente, asistimos al nacimiento de la vocación de S. Benito dentro de su vocación de monje y maestro espiritual. Su antigua llamada reverdece.

domingo, 8 de abril de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - I


Por tanto, hemos de instituir una escuela del servicio divino. Al hacerlo, esperamos no establecer nada áspero, nada pesado [cf. Mt 11,30]; pero si, con todo, por requerirlo una razón ponderada, se dispone algo un tanto más riguroso, con vista a la enmienda de los vicios o la conservación de la caridad, aterrado por el miedo no huyas inmediatamente de la vía de la salvación, la cual no ha de comenzarse sino por un angosto inicio[cf. Mt 7,14]. Pero con el progreso en el modo de vida y en la fe, se corre, con el corazón dilatado, con la inefable dulzura del amor, por la vía de los mandatos de Dios [cf. Sal 119(118),32]. En efecto, quienes nunca abandonen su enseñanza, quienes perseveren en su doctrina hasta la muerte en el monasterio, participaremos de la pasión de Cristo por la paciencia, para que también merezcamos compartir su reino [cf. Hch 2,24; Rm 6,3-11; 1Pe 4,13]. Amén.
[Ante todo, ¡Feliz Pascua! Lo siento pero hoy estoy muy atareado y solamente me ha dado tiempo a traducir lo que nos toca comentar a partir de ahora, el final del prólogo de la regla. Otro día empezaremos a hincarle el diente]

domingo, 1 de abril de 2012

Obediencia atemperada (RB Pról. 35-44) - VI


Y todo eso para lo que somos posibilitados por la gracia tiene una dirección y sentido precisos. No se trata sin más de huir del infierno, sino que es ante todo un ir al cielo. No es simplemente dejar de estar en una tierra lejana alimentando a los cerdos para estar simplemente como jornaleros en la casa del Padre, como una simple criatura. El camino vital del hombre, aunque se da siempre en la dirección que definen el cielo y el infierno, solamente tiene un sentido de plenitud, la vida divina, el cielo. Como pecadores que somos, tenemos un punto de partida, pero solamente hay una forma de dejar Sodoma que es, sin mirar atrás, ir hacia lo alto de los montes, a la Jerusalén celeste.

Y, para ello, mientras vivimos en este mundo, hay tiempo. ¿Cuánto? La existencia mortal es siempre limitada y, por ello, la vida es permanentemente una urgencia. Si el tiempo fuera ilimitado, ahí estaría continuamente la tentación de posponerlo todo, de dejar para mañana lo importante. Pero el conocimiento de la limitación atempera nuestra obediencia a un urgente presente de responsabilidad, en el que he de dar respuesta a la llamada divina.

Pero la limitación temporal, el que esté en-plazado al presente, no quiere decir que el tiempo sea un espacio de imposibilidad. Limitado por lindar con la muerte, mi presente está cualificado por la gracia. De modo que el ahora es ocasión salvífica.

No hay lugar a la demora porque el tiempo es limitado, hay posibilidad de correr y obrar obediencialmente porque hay gracia para hacerlo ahora. De modo que el breve presente, por ser ocasión salvífica, es puerta de eternidad. Una obediencia así atemperada está ciertamente limitada, pues no deja de ser nuestra vida un breve ahora, pero la limitación del tiempo es lindero, que, en la diligencia, colinda con la eternidad del cielo.