sábado, 31 de diciembre de 2011

75 años de la muerte de Unamuno, el poeta de la inmortalidad

Santiago Mata, en La Gaceta, ha escrito un artículo homónimo sobre la muerte de Unamuno, tal día como hoy hace 75 años, en el que ha tenido a bien citarme, aunque no sea muy preciso.

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - VIII



Una vez planteados los dos polos del camino –el origen del mismo, que es Dios buscador del hombre, y el destino, que es Dios divinizador de él– para ser retomados y, al hacerlo, retomarse a sí mismo, al lector-oyente, que se encuentra entre ambos, solamente le queda recorrer esa distancia. A quien comenzó la lectura de la Regla en la distancia, se le presenta la ocasión de ponerse entre esos dos puntos, esto es, es momento de re-situarse. Si se confirma en la foraneidad, podrá continuar la lectura, pero será solamente un turista de ella, por sesudo que sea el recorrido; aunque siempre puede ser sorprendido en algún recodo de sus páginas que lo lleve a retomarla desde su principio como verdadero oyente.

Mas, a quien se quiere peregrino de ese camino, sólo le resta una posibilidad para vivir en la patria del caminante: caminar. S. Benito también nos lo había dicho. Ahora, con una imagen evocadora de la salida de la servidumbre en Egipto (cf. Ex 12,11), invita al lector a ceñirse para emprender la marcha, para dar comienzo a este éxodo que, haciéndole dejar la esclavitud del pecado y todo afecto desordenado, lo lleve a la tierra prometida: «ver a Aquél que nos ha llamado a su Reino».

Es un camino de fe viva o, lo que es lo mismo, operativa en el amor. Los pasos que hacen avanzar son las buenas obras, pero no nacidas del capricho, sino la observancia de ellas. Si se hacen, no ha de ser por ocurrencia, sino porque la bondad me demanda realizarla, es guardar, cuidar lo que ante mi pone la voluntad divina en muchas maneras. Unas veces con inequívoca claridad, otras con la necesidad del discernimiento.

Pero todo con la guía del Evangelio. Ésta es la columna de nube que por el día guía, ésta es la columna de fuego que por la noche evita la desorientación (cf. Ex 13, 21-22). Y el Evangelio es el Señor que va por delante en el camino: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).

Y la llegada a la patria como mérito. Llegar sólo es posible por la gracia, pero, tal es el don divino,  que lo que agraciadamente realicemos será mérito.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - VII


Y S. Benito se pregunta: «¿Qué hay para nosotros, hermanos carísimos, más dulce que esta voz del Señor que nos invita?».  En su Proslogion, dice S. Anselmo que creemos que Dios es aquello mayor de lo cual nada podemos pensar. Y la llamada divina, las mociones del Santo Espíritu, tienen también un sabor inconfundible con cualquier otra cosa.

Lejos de situarse en un problema de esgrima racional, el maestro-padre nos pone aquí en un ámbito de discernimiento distinto, en el del sabor, en el de la sabiduría. El que quiere seguir a Cristo va a tener que ser un maestro en el arte del conocimiento de su voluntad, pues la invitación inicial que se le ha hecho no lo es sino a ir eligiendo en todo momento esa misma voluntad en lo concreto de la vida, en cada situación que demande de nosotros una respuesta.

Ciertamente no todas las decisiones van a ser del mismo cariz. Unas están inscritas en otras más importantes y las ramas más gruesas están unidas al común tronco, a la decisión fundamental, la de dejarlo todo y seguir a Cristo.

La certeza vital que deja la llamada, ese suave sabor, esa paz, queda como un subsuelo sobre el que vivimos. Sobre él, está la vida –la de padre o madre, la de monje, la de presbítero,...– como suelo en el que van teniendo lugar las pequeñas llamadas y opciones. Y el lenguaje divino que se nos da en la desolación y consolación espirituales tiene siempre ese trasfondo primigenio del sabor del primer y radical primer encuentro, con el que todo lo demás tiene que estar en armonía; lo disonante no será de Dios.

Comenzar a caminar es empezar a familiarizarse con ese lenguaje divino, el maestro espiritual habrá de enseñarnos a conocerlo: «He aquí al Señor, en su paternal ternura, mostrándonos el camino de la vida».

viernes, 23 de diciembre de 2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

¡Feliz Navidad!



Rezo para que, a todos los contertulios del blog, la celebración del nacimiento del Señor os llene de gozo y para que Él os bendiga el próximo año.


[El Belén y la foto son gentileza de una lectora del blog]

domingo, 18 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - VI



En el Evangelio, el poder de la oración se encuentra fundamentado en la bondad de Dios (cf. Mt 7,7-11; Lc 11,9-13). Si nosotros, siendo pecadores, nos dejamos conmover por la petición de algo bueno que alguien necesita y que nosotros podemos dárselo, con cuanta más razón podemos esperar los dones de divina bondad que le pidamos al Padre.

La verdad de la bondad divina, de su misericordia, conocida en la fe nos hace presente su belleza que, en atracción de esperanza, nos mueve a pedirla. Cuanto más purificado se halla el corazón, más patente es la presencia de la belleza de la bondad divina en su verdad y, por ello, su atractiva moción se va haciendo más diáfana. De modo que la oración deja de ser, poco a poco, una simple reiteración de actos, con la interrupción propia entre uno y otro, para dar lugar a la oración sin intermisión; la vida se convierte en un solo acto de oración que no queda interrumpido ni por el sueño ni por la multitud de solicitudes de la vida cotidiana, pues todo queda asentado en carne viva de deseo ante el Padre: también las pequeñas oraciones.

Pero esa poderosa oración, que alcanza cuanto espera, si bien tiene su orto en la bondad divina, está condicionada a la obediencia. Es decir, a nuestra implicación en el diálogo amoroso que Dios gusta de entablar con nosotros.

El orante verdadero cree en Cristo, vive de Cristo y en su nombre, en Él, pide (cf. Jn 14,12-14). Y la fuerza de la súplica está en esa comunión de vida con el Señor, pues es Él quien ora por nosotros al Padre: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad» (Jn 14,15-17). El Emmanuel, el Dios con nosotros, nos alcanza la presencia divina en el Santo Espíritu.

Con razón el padre-maestro S. Benito pone en boca de Dios estas palabras: «Y cuando hayáis hecho esto, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos hacia vuestras peticiones, y antes de que me invoquéis, os diré: "Aquí estoy"».

La oración continua se hace oración de unión. Al configurarse con la voluntad divina, el verdadero discípulo solamente desea y quiere lo que Dios quiere. La oración, siempre voz de la debilidad humana, se ha hecho puramente expresión de la eterna voluntad del Padre, que está en el cielo.

[La foto es gentileza de una contertulia]

sábado, 17 de diciembre de 2011

Sólo mundo


Te prendía como hiedra
porque temía morir
creía que suelta nube
de las manos partirías
...yo también.

Pero sigues ahí quedo,
huero vaho de vacío,
...y real.

viernes, 16 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - V


Querer lo deseado, querer la divinización, es responder con uno mismo. Y a ése le está diciendo Dios en la Escritura: «aparta tu lengua del mal y no hablen tus labios el engaño; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela» (Sal 34(33), 14-15). ¿Y qué quiere decir esto?

Ciertamente cumplir los mandamientos, vivir conforme a las tablas de la Tora divina, como había hecho aquel joven (cf. Mt 19,16-22) que se acercó a Jesús con interés por saber qué había de hacer para heredar la vida eterna, la «vida verdadera y perpetua». Al menos en relación a la segunda tabla, en relación a los mandamientos que se refieren a los hombres. Pero la tabla que se remite a Dios, en ese pasaje evangélico, queda identificada con el mismo Jesús. Por eso, el deseo de vida eterna, el apetito de divinidad, se resuelve en el seguimiento de Cristo, que es nuestra paz (cf. Ef 2,14): «Busca la paz y síguela». He ahí la guía para dar en el blanco existencial.

Quien quiere ser perfecto, ha de dejarlo todo y seguir a Jesús (cf. Mt 19,21; Mc 1,18.20; Lc 5,11), quien quiere seguir la paz no puede andar mirando atrás (cf. Lc 9,62); el seguimiento es de una total radicalidad: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mc 8,34).

Quien busca la paz, se encuentra con Cristo, pero para seguirle, para seguir la paz encontrada es preciso negarse a sí mismo y cargar con la cruz. El que hace de su «yo», de él mismo, un amén descubre que está llamado a una vida cultual, sacrificial.

El verdadero discípulo recibe una llamada a unirse al sacrificio de Cristo, que es culto al Padre y salvación de los hombres. Pero la víctima tiene que ser pura, de ahí la llamada a negarse a sí mismo, a purificarse de todo pecado y afecto desordenado, a desasirse  no simplemente de cosas materiales, sino de la figura de uno mismo configurada sobre los falsos dioses, moldeada desde la soberbia. Y así poder cargar con el mal del mundo, con la cruz, y subir tras Él a ser, sobre el Calvario, víctima con la única verdadera Víctima del único Sacrificio redentor.


[Foto por gentileza de una contertulia]

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Con otro enfoque

Mañana martes 6, si Dios quiere, me harán una pequeña entrevista sobre mi libro El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno en el programa de Intereconomía TV Con otro enfoque. El programa creo que se emite de 19:00 a 20:30; me parece que a mí  me "torturarán" a partir de las 20:00.

El programa ya lo han colgado de su página web. La mini entrevista aparece a partir del minuto 12:30.
Para VER y para DESCARGAR.

martes, 6 de diciembre de 2011

En El primer día de COPE

El próximo domingo, 4 de diciembre, en el programa El primer día de COPE, entre las 8:30 y las 9:00, saldrá una mini entrevista que me han hecho sobre El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno.
Ya lo han colgado de la web, lo podéis oír pinchando AQUÍ.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - IV




Y si al resonar la llamada en tu interior te haces un amén, entonces «Dios te dice». El maestro-padre no ha escrito en la Regla «Dios dice». No son unas palabra dirigidas «a los que la presente vieren y entendieren», sino a un , que, por medio de su afirmación a la palabra recibida, se ha hecho tal. Mientras estamos en la invitación, no somos del todo un tú ante Dios, pues sólo lo somos en cuanto estamos en la pasividad de estar siendo llamados. Esto parece quedar subrayado, en este prólogo de la Regla, unas líneas antes cuando la pregunta queda en una cierta impersonalidad: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?».

Pero, al responder «yo» ante Dios, ese yo se dilata, por quedar convertido en tú de conversación celestial, al entrar con determinación en el diálogo divino al que estaba invitado. Entonces, siendo para Dios , con sorpresa se descubre que Él quería también hacerse para mí un . Y, con mayor sobrecogimiento, cuando se considera que, para que ese mutuo tuteo no quedara eternamente frustrado, se ha hecho hombre el eterno Hijo del Padre y ha muerto en Cruz para resucitar como primicia.

Y todo siempre resulta afirmación de esa, si se me permite el bruto vocablo, tuidad. Entrar en el diálogo divino, no solamente no es derelicción de la propia libertad, sino su máxima posibilidad y acrecentamiento. Dios no hace sino darle mayor firmeza: «Si quieres tener vida verdadera y perpetua, aparta tu lengua del mal y no hablen tus labios el engaño; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela» (Sal 34(33), 14-15). Siempre si se quiere.

El lector-oyente no puede por menos que recordar tantos pasos evangélicos en los que, lejos de enfrentarse a la coacción, el interlocutor queda enfrentado por Jesús a la libertad; la responsabilidad, el tener que responder no desaparece nunca. En el ámbito de gracia, decidimos permanecer en él, continuar como Adán podría haberlo hecho en el Edén en que fue creado, o bien salir de él por la negación, en la forma que sea, de Dios.

[La fotografía es gentileza de una contertulia del blog]

domingo, 27 de noviembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - III


Y quien no solamente siente ese apetito de divinidad, quien no solamente sufre esa sed acuciante y tanto más dolorosa cuanto más oscura e insaciada, sino que ha cobrado en él rostro de palabras, se ha hecho interrogación, puede darle respuesta. La claridad se va haciendo poco a poco  e ir sabiendo, aunque sea en forma de pregunta, que de lo que se esta sediento es de agua de divinidad, va siendo un alivio.

Sentir necesidad y no saber de qué es un oscuro tormento en el que miles de hombres caminan.  Retorcidos, combados, contraídos,... por él, buscan, en medio de la muerte, en ese dolor sentida, y en el miedo a ella, algo que los sacie, que calme su interno sufrir. Y se entregan a cualquier apariencia de agua, o bien, desengañados de espejismos, se aduermen en algo que de analgésico les sirva. Sirviéndose de esto, nos esclaviza Satanás (cf. Hb 2,14-15).

Por ello, que el deseo muestre su rostro en pregunta es un consuelo. Más si no es conceptual cuestión, sino palabra que de alguien viene, de quien con interés busca a su obrero.

No solamente es un empezar a saber quién sea uno –quien apetece divinidad–, sino también un conocer inicialmente a Dios. El apetito de divinidad se muestra como deseo de Dios, de ese Dios que empieza a conocerse en el anhelo de Él, pues ir percatándose de la necesidad de vida eterna es irlo haciendo de la necesidad de Dios, de participar en su divinidad y de que sea Él quien haga lo para nosotros imposible.

Y ese conocimiento lo es de que desde siempre, no ha habido momento en que no lo hayamos sido, hemos estado en una invitación al diálogo. No somos una palabra cuya respuesta sea el eco producido por el choque del sonido contra algo. Somos una palabra con capacidad de decidir ser o no respuesta. Dijo Dios «hombre» una y otra vez y a una la llamó María, a otro lo llamó Pedro, a otra Magdalena, a otro Juan,... Y esas palabras nombradas tienen libertad y voluntad y, por gracia, capacidad de decir Amén.

Es más, como dice la Regla, de decir «Yo», nuestro amén somos nosotros mismos. En ese diálogo, decir sí es decirse, es darse, hacer de sí oblación, es abrazar el impulso que preña la pregunta: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?». Y decir no es sustraerse a ella. Matarse, pues es salir de la vida.

[La foto es cortesía de una contertulia del blog]

viernes, 25 de noviembre de 2011

En Alfa y Omega

En  Alfa y Omega, ha aparecido una reseña sobre mi libro El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno

domingo, 20 de noviembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - II


Pero la llamada es de verificación en un doble sentido. Al que está presente en la llamada –porque la vocación divina no es simplemente un enunciado que se oiga, sino que es atracción y mistérico ámbito de actualidad–, al que está siendo en ella, la verificación es un cobrar una actualidad nueva en la actualidad en que está. La verdad de su respuesta es a-firmada.

Y quien no estaba siendo en la autenticidad de la respuesta es con-firmado en otra actualidad, en la ajena al llamamiento de Dios. Y así el que se sabe lejos puede entender como llamada lo que ahora lee en la Regla. Es ocasión para responder afirmativamente o bien para continuar en una lectura curiosa, informativa, meramente cultural, etc.

Es llamativo que buscando a su obrero, operarium suum, nos diga S. Benito que Dios haga esa pregunta: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?» . ¿Era ya su jornalero o no lo era? Es más, ¿se trata de un obrero o de un hijo?

¿Dónde está la vida para el hombre, dónde los días de felicidad? El hombre ha sido creado para la divinización, para participar de la vida divina, esto es lo único que lo plenifica, es ahí únicamente donde es feliz. Y ese es el deseo más profundo que hay en el hombre. Pero siendo lo único necesario, para él es imposible alcanzarlo.

Toda nuestra vida, todas las decisiones que tomamos giran en torno a ese apetito, a esa sed de vida eterna. Lo único es que algunos tratan de hacerlo con diversos sucedáneos que momentáneamente parecen matar el gusanillo y otros, rendidos y desorientados, intentan aturdirse para no sentir esa acuciante voracidad que les duele por insaciada y creen imposible se pueda colmar.

Ahí, a lo más radical va la llamada. Pero el  vocado a ser hijo es criatura y, por tanto, es siervo, es su servidor; como todas las demás criaturas, no tiene que hacer nada para llegar a serlo. La diferencia está en que el hombre, al igual que lo han hecho algunos ángeles, puede desobedecer, en cambio, los seres materiales no, siguen sin vacilación ni libertad las leyes de la creación.

Adán, tras el pecado, salió de la comunión con Dios, del Edén, pero no dejo de ser servidor, aunque perdiera los dones de gracia en que había sido creado. Con sus obras de mero jornalero el hombre no puede comprar el ser hijo. Con su esfuerzo no puede volver a la comunión divina, sin la gracia ni puede vivir como hijo ni sus obras dan frutos de vida eterna.

Dios busca a su obrero para que vuelva a ser hijo y, como tal, sirva como el Hijo. Y si ya es hijo por el bautismo, para que viva filialmente, que es vivir cumpliendo la voluntad del Padre. Sólo en esa comunión de vida se puede obedecer, ya que no es otro nuestro servicio que obrar divinamente, que llevar a cabo graciosamente la tarea que se nos encomiende.

[La foto es cortesía de una lectora del blog]

domingo, 13 de noviembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - I

Y el Señor, buscando a su obrero en la multitud del pueblo a la que clama, dice una vez más: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?» [Sal 34(33),13; cf. 1Pe 3,10-12; Mt 20,1-16]. Si tú,  al oírlo respondes: «Yo», Dios te dice: «"Si quieres tener vida verdadera y perpetua, aparta tu lengua del mal y no hablen tus labios el engaño; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela" [Sal 34(33), 14-15]. Y cuando hayáis hecho esto, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos hacia vuestras peticiones, y antes de que me invoquéis, os diré [cf. Sal 34(33), 16; Is 58,9: 65,24]: "Aquí estoy" [Is 58,9]». ¿Qué hay para nosotros, hermanos carísimos, más dulce que esta voz del Señor que nos invita? He aquí al Señor, en su paternal ternura, mostrándonos el camino de la vida [cf. Sal 16(15), 11; Prov 6,23; Jer 21,8]. Ciñéndonos, pues, nuestros lomos con la fe o, si se quiere, con la observancia de las buenas obras, sigamos sus caminos conducidos por el Evangelio para que merezcamos ver a Aquél que nos ha llamado a su Reino [cf. Lc 12,35; Ef 6,14; 1Tes 2,12] (RB Pról. 14-21).
¿Quién presta atención a lo que está diciendo el maestro-padre? ¿Quién es el lector de la Regla? Son muchos los intereses que pueden conducirnos a ella, pero no todos serán los lectores auténticos de la misma. ¿Quienes son estos?

Desde el primer momento, S. Benito ha dado por supuesto que el lector-oyente es alguien que siendo cristiano ha decidido seguir al Señor en profundidad. Transcurridos ya unos párrafos parece llegar el momento de verificar si es esto así o no.

El lector auténtico no es aquél que ha tomado la iniciativa, no es alguien en quien la escucha de la Regla haya nacido de su propio amor, querer e interés. El verdadero oyente ha respondido, la iniciativa ha sido de Dios. Como  el propietario de la parábola que sale a buscar jornaleros, así nos lo presenta S. Benito (cf. Mt 20,1). Su voz se dirige a la multitud, a todos, pero busca un obrero; busca muchos, pues abundante es la mies, pero es tan personalizada la llamada que es como si buscara a uno.

Y una vez más, iterum, suena la palabra. Esa palabra pronunciada de una vez para siempre, suena como recién pronunciada una vez más para cada uno. El cristianismo no es la onda expansiva de una primera palabra que se pronunciara en el pasado y allí quedara. La palabra divina se pronuncia para cada uno en su aquí y ahora. Pero también se nos llama a cada uno una y otra vez, pues rara vez nuestra diligencia con celeridad lo deja todo para seguir al Señor.

Y busca a su obrero, no simplemente a un obrero, sino al suyo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Jalones de cultura

Os invito a leer el artículo que me han publicado en Libertad Digital sobre el libro Dios en la sociedad postsecular.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La «santa coacción»


Un amigo me ha consultado sobre un número del libro Camino y, como puede ser enriquecedora para otros la respuesta, la comparto aquí con los contertulios del blog.


Se trataba concretamente del número 399:
Si, por salvar una vida terrena, con aplauso de todos, empleamos la fuerza para evitar que un hombre se suicide..., ¿no vamos a poder emplear la misma coacción —la santa coacción— para salvar la Vida (con mayúscula) de muchos que se obstinan en suicidar idiotamente su alma?
Que es explanación de uno de los tres puntos del número 387:
El plano de santidad que nos pide el Señor, está determinado por estos tres puntos: La santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza.
Evidentemente ese punto de Camino se tiene que interpretar a la luz de la revelación divina y no al revés, que es la mejor manera de entender a los santos. Y Lc 14,23 y 2Tim 4,2 –a los cuales se suele remitir para comprender ese 399– en el contexto de toda la revelación, que lo es del amor divino:
No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor (1Jn 4,18).
Concretamente la fuerza de la interpretación usual se pone en el compelle intrare (anagkason eiselthein=obliga a entrar) de Lc 14,23; no olvidemos que es una parábola. Dios, como rey (cf. Mt 22,1-14), nos impone obligaciones. En el caso de Lc 14, la obligación de entrar en la Nueva Alianza a todos, no sólo a los judíos, para participar del banquete del Reino de Dios; y la coacción que tiene esta obligación es la pena eterna. Los reyes (hoy habría que hablar de legisladores) y poderosos de la tierra amenazan, para el cumplimiento de las leyes, con penas, la máxima es la de muerte, pero son siempre penas que se quedan en el plano de las criaturas. La pena eterna es una pena sobrenatural. Las penas terrenas, como se ciñen a un uso de la fuerza, las puede ejercer cualquiera; la ejecución de la eterna solamente está en manos del Juez eterno y tendrá lugar tras la muerte.

Es la única manera que entiendo se debe interpretar la «santa coacción»; su santidad no estaría en el fin que justificaría los medios coactivos, sino en la santidad de quien impone la pena eterna por el incumplimiento de la obligación, que es Dios.

2Tim 4,2, cuando habla de reprensión y exhortación, incluso si se tradujera como amenaza, me parece que hay que entenderlo en ese sentido, la amenaza máxima es el recuerdo de la pena eterna. Pero ese recuerdo no puede ser manipulado para romper la libertad en el grado que sea, sino más bien para favorecer la libertad, para que el otro tenga presente cuales serían las consecuencias de sus actos.

El ejemplo del rescate del suicidio no parece muy afortunado, creo que puede distorsionar la compresión. Me quedo, como no puede ser de otra manera, con la imagen evangélica de un poderoso que impone obligaciones; pero, como metáfora, hay que entenderla. Como diría S. Ignacio de Loyola: «El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del Rey eternal» (EE 91). Y Jesús, nuestro Salvador, es el enviado del Padre que nos trae a todos la invitación al banquete de bodas del Cordero.

Pero más que el miedo a la pena, lo que nos obliga es el amor.
Porque nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos (2Cor 5,14-15).

domingo, 30 de octubre de 2011

Atención obediencial (RB Pról. 8-13) – III

La escala que nos propone S. Benito concluye en una diligente carrera, en acción activísima. La escucha es para la respuesta obediente. Y esta visión de la vida como diálogo, como prestar atención a Alguien, que me habla, se me dice, y contestarle con una palabra que no es otra cosa que uno mismo, hace referencia a la vida toda y a los pequeños momentos que en ella se dan.

La existencia del cristiano puede ser vista en toda su longitud y entonces el futuro se presenta como una tarea en la que, con dinámica creciente, unas etapas van sirviendo de base a las siguientes, en la que en cada una tiene protagonismo un determinado aspecto que se convierte en el deber fundamental. Si al principio lo dominante es el ir prestando atención, al final, limpia la mirada, la acción se alimenta puramente de amor y sin distorsiones efunde bondad divina, es decir, ama. Toda la actividad es contemplativa, con el corazón dilatado se corre por el camino de la voluntad divina.

Pero esta visión global no puede hacernos perder de vista que todos nuestros pequeños momentos tienen esa dinámica. Cada ocasión es lugar de diálogo, en todo está abierta la conversación divina, en todo Dios nos sale al encuentro y, querámoslo o no, le damos una respuesta. Ésta podrá ser una u otra, decidimos libremente, pero, sea cual fuere nuestra decisión, ésta siempre será una respuesta en la que estemos nosotros implicados. Ante la iniciativa divina, lo que decidimos nos implica y nos define en orden a Dios. Y ahí es donde la pequeña dinámica de cada momento puede o no estar incorporada a la gran dinámica, a la senda de crecimiento desde la creciente atención al radiante amor, a que en amar esté todo nuestro ejercicio.

Y quien está ya en la ligera carrera no corre lastrado por la preocupación de mirarse a sí mismo, ni siquiera  espejado en los resultados de sus obras. El efecto de todas sus acciones es la acción misma y todo otro efecto, más que un producto, es una irradiación. En la acción es contemplativo y la contemplación es la más fecunda acción.

Todo ello mientras aún hay luz, mientras podemos decidir en la claridad divina. Todas nuestras respuestas a la voz de Dios que nos llama son definidoras, sólo la muerte es definitiva, sólo en ella queda conclusa la figura que, en diálogo con Dios, hayamos ido modelando con nuestras acciones.


martes, 25 de octubre de 2011

El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno 

Ediciones Encuentro acaba de publicar mi último libro: El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno. Si os interesa, AQUÍ podéis encontrar más información.



viernes, 21 de octubre de 2011

Atención obediencial (RB Pról. 8-13) – II

En la medida que no endurecemos  el corazón por la soberbia de dejar que nuestra vida sea guiada por los fines que sólo desde nosotros mismos nos hayamos dado, en cuanto que en la humildad permanecemos en el corazón que se deja afectar únicamente por el bien divino que hacia sí lo atrae, entonces no solamente tenemos la perceptividad de la fe, sino que la tenemos en disposición para percibir. Tenemos oídos para oír.

¿Pero de qué nos serviría tener un oído alerta si nadie nos hablara? Si Dios nos da la fe, es para que conozcamos la intimidad divina que nos desvela, la misericordia con la que quiere enriquecernos. Si nos dota de gracia suficiente para crecer en la humildad de la purificación del corazón, es porque quiere divinizarnos con su autocomunicación. Pero ello no quiere decir que se nos haya de dar conforme a nuestras expectativas. Los silencios, tan atormentantes a veces, son parte de su inconmensurable pedagogía, no lo es solamente la aliviante saturación de su presencia, la claridad de su intangible tacto.

Y el Espíritu dice: «Venid, hijos, escuchadme; os enseñaré el temor del Señor». En la atención del humilde corazón dispuesto, se escucha una llamada en que queda afirmada la filiación y con ella la fraternidad: «hijos». Ser llamado hijo con otros hijos, es ser llamado hermano de los hermanos en la Iglesia. Una llamada a acercarse, a caminar hacia Él, para escuchar. El que ha escuchado es llamado a irse sumergiendo en una creciente escucha, a entrar en la pedagogía divina, a dejarse instruir por el Espíritu.

El maestro-padre, S. Benito, se muestra verdadero maestro pues encamina hacia el auténtico, el divino Espíritu. Y Él es quien nos enseña dónde está el verdadero temor del Señor. Porque éste es comienzo de la sabiduría, mas ésta se encuentra en el amor. El temor divino del cual partió el lector-oyente está llamado a culminar en el amor.

domingo, 16 de octubre de 2011

Atención obediencial (RB Pról. 8-13) – I

Levantémonos, pues, de una vez; la Escritura nos espabila diciendo: «Ya es hora de despertarnos del sueño» [Rm 13,11], y abiertos los ojos a la luz deífica, con admirados oídos escuchemos lo que nos advierte la voz divina que diariamente clama: «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones» [Sal 95(94),8]. Y también: «Quien tenga oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» [Ap 2,7; cf. Mt 11,15]. ¿Y qué dice? «Venid, hijos, escuchadme; os enseñaré el temor del Señor» [Sal 34(33),121]. «Corred mientras tenéis luz, no os sorprendan las tinieblas de la muerte» [Jn 12,35].
Dada la urgencia escatológica en que nos situaba la anterior afirmación de la Regal, S. Benito, con un trenzado de citas del Nuevo y Antiguo Testamento –la unidad de la revelación queda patente–, nos pone ante la apremiante invitación de la Escritura. Unas y otras se van intercalando en un crescendo. Desde la inicial modorra, hasta acabar en presurosa carrera. Se trata de una gradación, una escala.

No hay que ir posponiendo uno y otro día la respuesta radical al evangelio, la tibieza está en la demora de la rotundidad del sí. El sueño es imagen de vida disminuida, quien duerme no está muerto pero no vive en plenitud, mientras que la vigilia es imagen de vitalidad plena. Y mientras se duerme se sueña, se cree que es real lo que no lo es, lo que al contacto con la realidad se desvanece, muestra su vanidad. Así los hombres no conocen la realidad, sino que ésta está velada por su interpretación del mundo, está deformada por la valoración que recibe desde sus afecciones desordenadas, los pensamientos (logismoi) enmascaran la realidad, la cubren y ocultan, y, en ella, las realidades. Despertar es salir de los ensueños, es poner la atención en la verdad. Y ello, claro, supone la purificación de todo aquello que vela la luz.

Y abierta nuestra atención, la perceptibilidad de la fe, a la luz deífica, no simplemente a la inteligible luz de la realidad, en que nuevas se captan todas las realidades, ahí, en el ámbito del misterio divino, con los oídos atónitos por esta vivencia de gloria divina, límpidamente, sin distorsiones, podemos prestar nuestra escucha a la voz divina que en él suena. Palabras que diariamente llaman, uno y otro día, todos los hoyes; hay que permanecer ahí, en el ámbito del misterio divino, en la pureza de la inteligencia creyente o fe inteligente.

Y para permanecer no hay que salir. Por ello, se nos llama a no endurecer el corazón, a no desviar esa atención de nuevo por los afectos desordenados. Para quien no haya llegado a esa pureza del corazón, la llamada es a seguir purificándolo de toda afección desordenada.

domingo, 9 de octubre de 2011

Camino de humildad (RB Pról. 4-7) – III

En ese paraíso de contemplación, donde todo es uno y cada realidad es más ella misma, toda acción, bien sea de contemplación caritativa o de caridad contemplativa, sin dejar de estar en la inevitable sucesión del tiempo en que somos, se encuentra embebida de eternidad. Pero el principiante, que ha sido ya incluido en el número de los hijos, en sus comienzos torpemente, como quien aprende a caminar, no puede por menos de vacilar, de orar tambaleándose; su insistencia en la humilde petición es balbuciente.

Esta debilidad, este palpable fraccionamiento de su obrar en todos los aspectos, discernidamente sentido con la ayuda del buen maestro espiritual, se convierte en fuente de acción ascética, en tierra/humus sobre el que apoyar el pie para poder dar el siguiente paso en un caminar agraciado.

Un andar por un camino cuyo trazado, como cuerda de violín bien templada, está fijado por la tensión entre la elección y el juicio, entre la debilidad de haber sido elegido por gracia y el estar convocado al juicio sobre la respuesta a esa llamada. Es un peregrinar en gozosa penumbra, en estar saliendo de la negra noche y estar ya palpando la luz de un Sol cuyo cenit en su amanecer anuncia. Por ello, vivimos ya en las últimas realidades.

Y ese camino lo recorremos y nos lleva. Como río que porta las naves a su destino, es Cristo quien lleva a término nuestra jornada, mas con su gracia la recorremos. Y siendo ya hijos, no dejamos de ser siervos. Siendo nada, lo tenemos todo. No teniendo con qué merecer, recibimos gracia para hacerlo. Es un camino de humildad.

domingo, 2 de octubre de 2011

Camino de humildad (RB Pról. 4-7) – II


Se trata de una oración de una gran intensidad, sumamente apremiante. Y lo ha de ser tanto en su profundidad como en su duración. Una oración que ha de serlo de todo nuestro ser, pero no en un momento ni siquiera con gran reiteración en una prolongada sucesión de momentos. Toda la vida ha de convertirse en una única oración. Llegar a vivir en estado de oración.

Seguramente una de las constantes en el monacato primitivo sea la preocupación por la oración continua, sin intermisión. Pronto quedaron atraídos por el mandato del Señor: «Es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1; cf. 1Tes 5,17). Y al mismo tiempo comprendieron la lejanía del ideal y la dificultad para alcanzarlo. No se trata de orar con frecuencia, sino ininterrumpidamente, llegar a un estado en que la atención esté permanentemente en Dios. 

Por ello, la oración se convierte en un combate y el camino ascético para llegar hasta ahí es propiamente la vía del guerrero. Toda una diversidad de elementos internamente atraen y dividen nuestra atención. Todo tipo de pensamientos, imágenes, sensaciones, mociones,... detraen nuestra atención de lo eterno e infinito y la atraen a la dispersión de lo finito y fragmentario, dividiéndonos entre lo externo y lo interno, entre el falso yo y los objetos y a estos entre sí.

Esta inicial llamada del maestro-padre sitúa al lector-oyente de la Regla ante su incapacidad y, por tanto, como hijo empieza a ser gestado para la humildad. La gracia nos capacita para la lucha, pero no nos exime de ella. Intentar abrir nuestra atención de manera permanente a Dios nos pone rápidamente ante el fracaso. Palpar esa pequeñez será también un primer triunfo, pues todo lo que es sentir aceptantemente nuestra imposibilidad es crecer en humildad.

El combate contra ese torbellino de sugestiones no es posible desde la soberbia, con nuestras solas fuerzas y desde ellas, pero tampoco es un tramo del camino del que nos vaya a privar la gracia, aunque muchas veces el Señor, para acrecer nuestra esperanza y, por ello, nuestro ánimo en la lucha, nos da, en momentos puntuales, a gustar la paz y reposo de una atención abierta ilimitadamente a Dios, la unión en Él de todas las cosas y cómo la anulación del ego no es nuestra aniquilación. Ahí la libertad alcanza una plenitud inimaginable, libre de todo, también de la mera realidad, se es libre para Dios, porque se es libre en el misterio divino. Ahí todo muestra su hermosura y la luz parece recién nacida, pues no está velada por el desorden del corazón.

Comienza un combate humilde por la oración, por vencer todo afecto desordenado, para que nuestra atención esté solamente seducida por Dios. El primer fracaso es una magnífica ocasión para empezar a vencer nuestra tendencia a ser nuestros propios maestros, nuestro opinionismo. Es momento para comenzar a pedir a quien curtido por los combates tiene experiencia: «Dame una palabra para que pueda salvarme».

Y, al final, como la amada del Cantar, decir: «Yo dormía, pero mi corazón velaba» (Cant 5,2).

domingo, 25 de septiembre de 2011

Camino de humildad (RB Pról. 4-7) – I

Ante todo, cuando te dispongas a realizar cualquier obra buena, pide con muy insistente oración que Él la lleve a término, para que quien ya se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, en ninguna ocasión se tenga que entristecer por nuestras malas obras [cf. Sab 4,8; 5,5]. Por tanto, hay que estar prontos a obedecerle con sus bienes en nosotros, para que no sólo no llegue alguna vez como padre airado a desheredar a sus hijos, sino que ni siquiera como señor temible, irritado por nuestros males, entregue, como siervos malvados, a la pena eterna, a quienes no quisieron seguirlo a la gloria [cf. Mt 18,32; 25,26].

Tras la invitación a escuchar su enseñanza para que sea realizable su determinación de dejar sus voluntades y ponerse al servicio del verdadero Rey, el maestro-padre da al lector-oyente, a ese hijo que va a ser gestado en su magisterio, su primera indicación.

Quien comienza el camino de renuncia y servicio no parte de la nada. Él ya ha oído la primera llamada y se dispone a proseguir el seguimiento que ya ha comenzado en la primera conversión. El bautizado, todo quien está en gracia, cuenta con una ingente riqueza que ha recibido de Dios y que lo dota para poder llevar a cabo la empresa a la que ha sido llamado. Desde el primero, todos los pasos son posibles por gracia, Jesucristo tiene siempre la iniciativa.

Pero no es lo mismo estar dotado que ser capaz de algo. Aquello con lo que contamos por naturaleza para que no se quede en virtualidad agostada, en un ex-futuro, en algo que pudo ser pero que se quedó en posibilidad con  el paso del tiempo muerta, necesita ponerse a tono, estar en forma de realización. Y a esto la vida de fe no hace excepción. De ahí la necesidad del maestro espiritual que, a través de la ascesis/entrenamiento pertinente, nos ponga en forma.

Y lo primero de todo para estar dispuestos, aparejados, prontos, para obedecer, gracias a los bienes que en nosotros Dios ha puesto, es la humildad... ¿o la oración?

Las virtudes y dones sobrenaturales son míos, pero siempre lo son como don, no como don-ya-dado, sino como don-en-donación. De los hombres recibimos cosas y dejan de ser del donante y no necesitan de él para ser lo que son; pero el amor de una amistad, que es don del amigo, es un manadero que no podemos controlar, ese amor solamente es nuestro cuando estamos ante él no como quien ya ha recibido, sino como quien está permanentemente en recepción, como quien no puede forzar, exigir o expropiar, sino como quien es enriquecido por el libre hontanar de amor del amigo.

Orar es estar abierto ante el manadero divino. Es el humus fecundo donde empieza a crecer la semilla recién sembrada, aunque haya que quitar cantos y espinos. Pero esa actitud orante, esa humildad, es  ya comenzar a limpiar la tierra de las propias voluntades, para poder obedecer la voluntad una. La humildad nos capacita, la oración lo es de un menesteroso mendigo de la gracia de Dios siempre necesitado.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

El árbol de la vida


El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011) de Terrence Malick es una gran película. ¿Pero por qué? En ella, no solamente hay aspectos muy buenos, sino que cada uno en particular lo es y el conjunto no es simplemente la yuxtaposición de esas bondades, sino que da como resultado una excelencia no simplemente aditiva.

Quien busque belleza en el cine en esta película la puede encontrar. Los recursos cinematográficos son abundantísimos, fijémonos solamente en algunos. El movimiento de cámara se encuentra entre la cámara subjetiva y el plano secuencia en un equilibrio muy difícil de sostener. La luz de los exteriores se mantiene continuamente en el momento mágico. Los encuadres están estudiadísimos y, pese a los escorzos y la escasez de frontalidad y centralidad, no da la sensación de  escepticismo o relativismo, sino que trasmite una distancia no de indiferencia, sino de respeto, una invitación silenciosa al espectador. El trabajo de montaje es admirable por su inmensidad, rayana en lo homérico, y la calidad del resultado; me gustaría destacar los fundidos en negro, que no hacen perder en ningún momento el tempo de la cinta. Y más, mucho más.

El guión es sumamente meritorio y la narración, en la que nos encontramos probablemente con las mayores prolepsis y analepsis de la historia del cine, es un suave oleaje, una ligera brisa ondulando la hierba de la pradera. Hay momentos en que da la impresión de estar ante un director que hubiera empezado su carrera en el cine mudo. Y es que no son necesarias muchas palabras para contar, para expresar: los gestos, las miradas –sin buenas interpretaciones sería imposible–, los objetos en que se fija el plano, la disposición de un escenario, la puesta en escena, etc. son suficientes. Pero hay mucho que se dice no por interpretación –los distintos tipos de imágenes insuficientes que nos creamos de Dios, el incremento de la abstracción y la distancia a la realidad en nuestra posmodernidad,...–, sino con otros muchos recursos, como la construcción de unos personajes o el trasplante de un árbol a un entorno de metal y cristal.

Todo esto está por tanto en función de una palabra; Malick tiene algo que decir y lo dice. La gran pregunta del sentido de la vida, la pregunta por Dios es la película y la película es una gran oración. Y con qué elegancia y profundidad lo plantea al espectador. Hay películas muy explícitamente religiosas que da repugnancia verlas, porque en ellas no hay drama y, por tanto, no hay ni hombre ni re-ligación. Aquí sí, hay drama y no tragedia, porque en el sufrimiento, la culpa y la muerte se explícita la pregunta por el sentido de la vida, pero sin fatalidad, ni la muerte ni la culpa ni el sufrimiento tienen la última palabra.

Un hombre maduro entra en crisis existencial y se plantea la pregunta siempre presente, aunque muchas veces la tengamos silente o amordazada. El recuerdo de su pasado pone ante el espectador toda la realidad y cómo en ella está siempre quien tanto nos atrae, quien nos quiere seducir. En la pregunta,  hay una respuesta, sutil testimonio que se abre en esperanza de eternidad y que, en ningún momento, se impone al espectador. No se trata de catequesis, parece más importante mantener viva la pregunta en nuestro mundo. Y una pregunta es siempre la presencia de una respuesta que se insinúa, que se quiere dejar buscar, que nos acaricia para que la miremos.

En El árbol de la vida, la verdadera religiosidad está en juego. Por ello, la película es una bella y morosa glosa al libro de Job. Una glosa en la que belleza, bondad y verdad se reclaman; pero sobre todo está la atracción de la belleza, acaso porque nada se conoce y quiere si antes no se desea.

Es tanto lo que se puede encontrar en esta obra que es más para reposarlo que para escribirlo. Estoy ya esperando a que salga en DVD.

martes, 20 de septiembre de 2011

Rousseau y los tolerantes culturetas

En Les rêveries du promeneur solitaire (Los ensueños de un paseante solitario), refiriéndose a aquellos filósofos de la Ilustración que frecuentó en París, dice Rousseau:
Ardientes misioneros del ateísmo y muy apremiantes dogmáticos, sólo se enfurecían cuando alguien se atrevía a pensar de manera distinta en cualquier punto.
Al leerlo, no he podido por menos de pensar en tanto cultureta hodierno que blasona de tolerante; desde el siglo XVIII hay talantes que no han cambiado y es que unos son nietos de los otros. Aunque si comparamos en maneras, estilo, pluma, etc., a los del clan 15-M, por ejemplo, con aquellos ilustrados, podemos ver que determinadas posturas traen a la larga consecuencias, que éstos lo mejor que tenían era, en buena medida, una inercia de ese cristianismo que tanto quisieron denostar.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Retorno obediencial (RB Pról. 1-3) – III

El lector-oyente se encuentra en un diálogo nuevo, no solamente porque haya palabras nuevas, sino porque se halla fundado en la explicitud de la Palabra. En él hay ciertamente palabras, pero éstas no están sin más en un ámbito de sentido meramente humano; la inmanencia del lenguaje humano ha sido fecundada en el ámbito del misterio divino.

El primer paso no ha sido ponerse él a la escucha, sino que la llamada de Jesucristo, su palabra, lo ha puesto ahí. En un mismo momento, análogo al primero de la creación en que ser real y estar ante Dios se dan a la par, semejante al primer instante de la vida en que empezar a vivir es estar ya viviendo, se da la primera palabra y su escucha.

Y estar en la escucha es estar frente a lo escuchado, es el camino de la obediencia, del ob-audire: camino de retorno, de obrar por lo escuchado. El pecado es la lejanía, en tierras extrañas, a la casa del Padre, es salirse del ámbito del diálogo en el misterio divino. Y la llamada es posibilitarnos el camino de regreso re-situándonos en ese ámbito.

Esa situación empieza por ser pregunta a responder, llamada a secundar. El hombre es responsable porque es susceptible de ser preguntado, de modo que no puede no responder. La respuesta es libre, pero no puede dejar de responder. Y, por ello, está en la obediencia, porque tiene que responder, porque está como respondente frente a lo escuchado y cómo lo haga será por lo escuchado. Su respuesta será siempre u obediencia o desobediencia.

Y el maestro-padre, en un primer momento, lo invita a acoger su enseñanza en vaso vacío que ha de colmarse con su respuesta, la semilla ha de caer en el hondón de uno mismo para poder ser fecunda en la respuesta.

La obediencia en manos del guerrero es arma fuerte y luminosa, apta para la verdad y la bondad. Pero solamente en manos del guerrero, en la de quien ha decidido renunciar a sus voluntades, a purificar su corazón, para que toda su vida esté puramente ordenada al servicio del verdadero Rey, Cristo. Se trata de obedecerle a Él. El maestro-padre es solamente un servidor suyo para instrucción de quien ha decidido dejarlo todo y seguirLo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La ley y Dios

Me han publicado hoy en Libertad Digital un artículo sobre un interesante libro. Si os interesa, podéis leerlo aquí.

jueves, 15 de septiembre de 2011

También en Twitter

Por si os es de utilidad, desde hace unos días, podéis seguir las entradas del blog por Twitter. El nombre es @GlosasM.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Retorno obediencial (RB Pról. 1-3) – II

El lector de la Regla es llamado hijo. Estamos en un proceso de gestación que va a tener lugar mediante la palabra, el ámbito propio del hombre. Pero es la del que ya ha nacido a una vida nueva; como cualquier niño necesita de una gestación extra-uterina.

Ha nacido ya a una vida nueva, es alguien que ha respondido a una palabra anterior, la del seguimiento de Cristo. Mas ni sabe cómo concretarla ni puede, esa vida tiene que ser desarrollada en brazos de la tradición, en el arrullo de al Iglesia; el maestro-padre no lo es si no está en esa comunión de vida. Y la madurez no se alcanza nunca por cuenta propia, aunque nadie pueda suplantarnos en el protagonismo del seguimiento. No sólo se camina con otros, sino también en brazos, de la mano, al lado,... y finalmente también llevando a otros. El maestro-padre, san Benito, lo es por gracia vivida, por fidelidad hecha sabiduría de madurez vital.

En el ámbito vivo de la palabra primera, en el que se está por la inicial respuesta de conversión, resuena ahora una nueva palabra, la del maestro-padre: "Escucha". Tal y como comienza el mandamiento principal (cf. Mc 12,29-31): no hay magisterio que no sea resonancia del llamamiento divino a su amor. Por ello, la escucha envuelve a toda la persona. Desde el centro de uno mismo, poniendo en atención a todo el ser en todas sus profundidades, es como hay que escuchar: inclinando el oído del corazón, poniendo la fruición de nuestra existencia en la enseñanza que se va a recibir.

Va a ser una lucha de afectos, un combate de vitales adhesiones. Quien escucha se ha determinado a renunciar a sus voluntades. Y es que su voluntad está herida de división por las secuelas del pecado. Solamente hay voluntad una cuando nuestra fruición ha sido depuesta totalmente en el único Dios. El mundo del pecado es un mundo de fragmentación, los ídolos siempre conforman panteón. Por mucho que haya uno que domine y en torno al cual se jerarquicen los demás, siempre está presente la marca de la ruptura.

Esto deja huella en nosotros, todo aquello en que hemos afectado nuestra persona nos regala con una profunda inercia existencial. Quien ha decidido renunciar a sus voluntades, a dejarlo todo para seguir a Cristo, tiene que purificar su corazón de todo afecto desordenado. Pobreza y obediencia van de la mano.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Retorno obediencial (RB Pról. 1-3) – I

Escucha, hijo los preceptos de un maestro e inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto la exhortación de un padre solícito y cólmala eficazmente [cf. Prov 1,8; 4,20; 6,20; Sal 45,11; Eclo 51,16], para que, por el trabajo de la obediencia, retornes a Aquél de quien te habías apartado por la dejadez de la desobediencia [cf. Lc 15,11-31]. A ti pues, quien quiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades a fin de militar para Cristo el Señor, verdadero Rey, y tomas la fortísima y preclara arma de la obediencia, se dirige ahora mi palabra [cf. 2Tim 2,3-4].
 En este comienzo del Prólogo, san Benito nos presenta condensadamente todo el drama que se va a desarrollar posteriormente y que no es otro que la misma vida del cristiano. Tres actores, que irán cobrando distinto peso a lo largo del texto, aunque no serán los únicos, salen a escena inmediatamente. La palabra la toma quien se define a sí mismo como maestro que da preceptos y como padre cumplidor de sus deberes como tal que dirige una palabra de exhortación. El lector fácilmente lo identificará con el autor de la Regla.

Pero no es él el más importante, su discurso inmediatamente dirige la atención a Alguien, a Cristo, que es presentado como Señor y verdadero Rey. Ese Señor –palabra en cuyo trasfondo bíblico encontramos la divinidad, el Aquél de estas líneas que abarca a las otras dos divinas personas y, ante todo, al Padre de la parábola llamada de El hijo pródigo– es calificado ahora, en este ambiente de obediencia, como verdadero Rey. Hay, por tanto, otros falsos. Personajes del drama que también tendrán su importancia, pero que ahora solamente encontramos implícitamente insinuados.

Sin embargo, la atención que el maestro-padre pone en Cristo, ya estaba en Él. El hijo es caracterizado como alguien que tiene la determinación de ponerse al servicio del Rey. Es a él a quien se dirige el discurso y, por tanto, es éste el lector ideal de la Regla. Lector que pueden ser muchos, que lo han sido a lo largo de la historia, y que tras el Prólogo, en la medida en que acepten esa palabra que ahora se les dirige, convergerán en un nosotros con unas características que se irán perfilando.

Ciertamente podemos acercarnos a esta fuente de vida cristiana de muchas maneras. El que busca gusto espiritual, el curioso ávido de lecturas, el estudioso,.... pueden tomar el libro en sus manos y pasar sus páginas línea tras línea, pero aquí se trata de escuchar.

[En la medida de lo posible, aunque no sea un gran latinista, procuraré presentar mi propia traducción. Entre corchetes, procuraré poner solamente pasajes bíblicos, aunque sería también muy interesante dar referencias patrísticas, pero creo que esto haría demasiado pesado el comentario en un blog]

Ramona Estévez

El caso de Ramona Estévez es similar al de Eluana Englaro y al de Terri Schiavo. Llamativamente, pese a ser el presente más cercano, por ser española, sin embargo, su repercusión en los medios de comunicación ha sido notablemente menor. Esta pérdida de interés creo que se dio también en el caso de Eluana respecto al de Terri. Nos estamos acostumbrando, nos están acostumbrando. Y es que parece que lo que interesa es lo chocante, no lo de suyo importante. Creo que una de las mejores cosas que podemos hacer es educar nuestra atención, para no ser esclavos –en este caso bajo la trampa de lo chocante– del cebo que nos quieran poner.
Lo que pueda decir sobre este caso lo dije en un artículo sobre Eluana en el que encontráis una remisión a uno sobre Terri.

domingo, 28 de agosto de 2011

Lecciones de Císter


Uno de los momentos más significativos de la historia de la espiritualidad es la fundación del monasterio de Císter. En ella, como relata el Exordio de Císter, el retorno a las fuentes, la vuelta a la Regla de S. Benito, es central.
Sabido es que en la diócesis de Langres hay un celebérrimo monasterio llamado Molesmes, de una religiosidad ejemplar. Desde su mismo inicio en poco tiempo la divina clemencia lo embelleció con los grandes dones de su gracia, lo ennobleció con hombres ilustres y lo hizo tan abundante en posesiones como preclaro en virtudes. Pero, como las riquezas y las virtudes no suelen ir mucho tiempo en compañía, algunos hombres sabios de aquella santa comunidad, comprendiendo bien esto, prefirieron ocuparse de las cosas celestiales más que complicarse en negocios terrenos. Por eso, cuantos amaban las virtudes pronto empezaron a añorar la pobreza, fecunda en hombres fuertes. Al mismo tiempo se daban cuenta de que, si bien allí se vivía santa y honestamente, sin embargo la Regla que habían profesado se observaba menos de lo que era su deseo y propósito.
Como en todos los impulsos de reforma, encontramos en este párrafo medieval algunos elementos que cabría subrayar para nuestro tiempo. No se trataba de un problema entre el bien y el mal, sino de radicalidad evangélica. Ser simplemente bueno no es suficiente, no basta solamente una fidelidad mínima, el empuje del amor lleva siempre a vivir en deseo de más, pues la vida cristiana no es una estadía, es un seguimiento, un caminar, un subir con Él a morir en Jerusalén.

El Señor, a quien ha seducido y se ha dejado seducir por Él, lo mueve a un amor exclusivo. El que quiere seguirlo debe negarse a sí mismo. Como las víctimas de los sacrificios veterotestamentarios, no debe tener defecto, para poder participar como tal en el sacrificio pascual. Y esta purificación se sustancia en radical pobreza, en el vaciamiento no sólo de pecado, sino también de todo afecto desordenado, en la negación de la falsa figura de uno mismo que ha quedado moldeada por aquello que se ha considerado valioso, pese a entrar en conflicto con la exclusiva soberanía del único Dios. Toda auténtica reforma supone la afirmación en la cima del monte Carmelo del único Dios. Y se afirma siguiendo a Jesús y sólo se le sigue dejándolo todo.

Sí, hay que dejarlo todo y también seguirlo; la pobreza está en función de la absoluta riqueza. Pero, ¿cómo hacerlo? La vuelta a las fuentes es mirar a la cristalina imagen de aquello que hemos de ser y beber del manantial que nos sostiene en la realización de lo auténtico.

Una fuente que no está en el pasado, sino siempre en el presente. El Evangelio es principio que no quedó en el ayer, sino que es siempre originante. Y es también fundamento permanentemente fundante. Y, por estar en el hoy, siempre demandándonos ser actualizado en un mundo concreto. Por ello, también con el riesgo de que nos quedemos con el rostro que haya tomado en un momento, lo que es una forma de poner nuestro corazón en lo superficial. Volver a lo originario es el cauce para lo original. Quien queda en una realización temporal, reduce la vida evangélica a taxidermia; quien prescinde de lo originario, para dar a luz lo original de cada momento, se pierde en un huero ejercicio de mundanal imaginación, en fugaz ocurrencia.

Entre integrismos y progresismos, siempre nos llega la llamada a la auténtica actualización del Evangelio, a hacerlo carne y sangre nuestros. Por ello, humildemente, como quien sabe no saber, doctamente ignorantes, salimos a preguntar a un maestro, a S. Benito. En él encontramos viviente la fuente evangélica y desde ella hemos de entenderlo a él; en su Regla, nos topamos con las fuentes de Europa, de Occidente, no sólo para los monjes, sino también para todos los creyentes en esas tierras.

Mirar a S. Benito es querer respirar aire fresco que, si ya no fuera posible prolongar lo que desde el nació y configuró un continente, acaso sea el paso necesario para el nacimiento de un porvenir del cual ahora sólo tendremos una esperanza de rostro aún incierto.

Sirvan estas líneas como preludio al comentario a la Regla de S. Benito que vamos, en este blog, a comenzar.

martes, 23 de agosto de 2011

Después de Cuatro Vientos


En aquella inmensa explanada, en que lo humano parecía perderse como gotita en el océano, nunca los presentes tuvimos la impresión de estar participando en un acto de masas. El clima celebrativo, la palpable fe, el recogimiento y silencio hablaban de asamblea de personas, nunca de turbas. La fe es encuentro con Jesucristo, con Alguien, no con algo. Una ideología es algo y un algo no puede personalizar. En cambio el encuentro con una persona divina, en la que hallamos también al Padre y al Espíritu Santo, es máximamente personalizador.

En Dios tenemos la humanización máxima del hombre, pues en Él somos divinizados. Ésta es nuestra vocación, es para lo que fuimos creados, y, por ello, solamente ahí encontramos nuestra plenitud, nuestra auténtica realización. De donde nace el gozo con que hemos vivido estos días, la inigualable experiencia que palpamos en unos y otros, y con otros. Y, al mismo tiempo, la gran pregunta que me hacen aquí y allá, y me hago: ¿Sabremos aprovechar este acontecimiento?

Respuesta que no creo que se deba limitar a la Iglesia en España. Creo que las JMJ deberían de dar un paso más allá, un paso de maduración, de germinación y crecimiento de lo que en ellas se ha estado gestando desde tiempos del beato Juan Pablo. De ser un acontecimiento, ahora cada dos años, debería de pasar a ser un momento central en un itinerario de iniciación cristiana.

Pienso que un fruto decisivo de las JMJ debería ser que naciera de ellas ese itinerario y, como momento del mismo, fueran a un tiempo punto de llegada de los que lo hubieran hecho y, a la vez, punto de partida para otros participantes que comenzaran con motivo de las mismas su iniciación cristiana. De modo que, para unos, después de una conversión inicial, pudiera ser el comienzo de su iniciación cristiana que podría culminar, después de dos años, en otra JMJ.

Lo cual podría suponer su apertura más allá de los jóvenes. Pues no solamente tienen estos necesidad de ser evangelizados. Hay muchos adultos que lo necesitan también, la evangelización no puede ser un simple relevo generacional, pues unos son llamados a la primera hora del día, otros a media jornada y los hay también que son contratados para trabajar cuando ya va de caída el Sol.

¿Y los que se quedaran en casa y no pudieran viajar a donde se celebrara el encuentro mundial? Que lo vivieran en paralelo en su ciudad. Los medios de comunicación dan oportunidad de participar de muchas maneras.

Una modesta idea apenas esbozada.

viernes, 19 de agosto de 2011

Con Benedicto XVI en El Escorial

Conocí al Cardenal Ratzinger, siendo yo estudiante, en el monasterio de S. Lorenzo de El Escorial. Hoy, como Papa, me he vuelto a encontrar con él en esa pétrea palabra de España, en ese edificio que en su construcción respiraba los aires de Las Moradas de Sta. Teresa, la inigualable lírica del Cántico Espiritual de S. Juan de la Cruz, Las disputaciones metafísicas de Suárez, la polifonía de T. L. de Victoria, los ahusados colores de El Greco,... Ahí está mirando a la Sierra que lo fuerza a contemplar el cielo, mientras sus cimientos buscan la meseta y sus sillares meditan el Logos de ese paraje brizado durante siglos por los cantos de alabanza de los monjes.

Ahí está con la gravedad hispana que, en aquel entonces, tanto asombro robaba a los europeos al ver cómo en las más esforzadas y difíciles empresas los españoles no perdían el temple del sereno ánimo. Ahí está. Un testigo mudo de un modo de ser hombre que pudo ser. Y tal vez sea éste el mayor estremecimiento que uno pueda sentir al pasar por sus callados patios, por el silencio de sus corredores. Ahí está esa gravedad, liviandad y armonía en granito; en su aquí, está, en un estar sin estar: llamada a la trascendencia. Y estar aquí tal vez sea la invitación que, desde el s. XVI, nos haga ahora que estamos en el crepúsculo de la modernidad.

Y ahí hoy el Papa nos ha hablado a un grupo de profesores –a todos los del mundo– sobre nuestra vocación: la búsqueda y manifestación de la verdad. Buscarla no como quien va a conquistarla para luego reducirla a fragmento manipulable, sino como quien espera no poseerla, sino ser poseído por ella. La búsqueda de la verdad que lleva al encuentro con el amor y por ello tarea de inteligencia y voluntad, de fe y caridad. Labor llevada con la humildad de quien se sabe, con otros, necesitado de ser plasmado por ella para verter amorosamente en encarnación ejemplar la amorosa belleza de la verdad.

Ahí está el verdadero magisterio, en dar perceptibilidad en propia vida al Logos divino.

Y nos bendijo.

viernes, 29 de julio de 2011

domingo, 24 de julio de 2011

Antífona de comunión TO-X.2 / 1 Juan 4,16

Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1Jn 4,16).
La Eucaristía es el memorial de la entrega de Jesús en la cruz, en ella el misterio pacual se hace presente. Y los creyentes, por la fe, conocen en él cómo nos ha amado Jesús y, por ello, cómo le ama el Padre, cómo es el amor trinitario: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Ese amor de cruz no es conquistable; a lo que estamos llamados es a permanecer en donde no podemos auto-colocarnos, donde hemos sido puestos. Adán no se introdujo en el Paraíso, su tarea era permanecer en donde, desde el primer momento, había sido puesto. Pero, aunque no podamos ponernos ahí, en el amor de Dios, lo mismo que Adán pudo auto-excluirse del Paraíso, así nosotros podemos salir del amor divino.

La Eucaristía nos manifiesta ese amor de Dios y que estamos en él. Y es ese amor comulgado el que nos capacita para la permanencia en ese amor. ¿Y cómo permanecer en ese amor? El que guarda los mandamientos de Jesús, ese es el que permanece en su amor (cf. Jn 15,10).

¿Y cuáles son esos mandamientos? Ese misterio pascual nos dice del amor de Dios y de nuestro estar en él, nos capacita para permanecer en él y nos habla de cuáles sean sus mandamientos, pues el amor, la escucha del amor, nos llama a amar. A amar a Dios; a amar al prójimo, es decir, a ser prójimo de todo necesitado con el que nos encuentre en el camino; a amar a los enemigos; a amarnos los discípulos los unos a los otros con amor crucificado. En el mandamiento del amor, se encierran la Ley y los Profetas. El amor divino es un imposible si se margina una yod de la Escritura. Cualquier avaricia, soberbia, pereza, lujuria, ira,... es merma en el amor o incluso, según la gravedad, negación.

Y la vida Eucarística, esto es, la vida en el amor, en la permanencia en él, en el cumplimiento de la voluntad de Dios con su amor, pues con él es como amamos divinamente, es vida divina, vida trinitaria. Pues es un estar en Dios y Dios en nosotros.

[Si no me equivoco, con esta glosa, concluimos el comentario de las antífonas principales del misal]

lunes, 18 de julio de 2011

Con "Málaga"

Palpar tus versos,
aquéllos de alguien
que no conocí,
entrar en su rito,
un flujo distante,
el tuyo, no el mío,
que pide sea barro
dejándose heñir.

¿Qué es pues poesía?
Verbo en soplo
que encuentra
arcilla que espera
volver a aquel hombre
que fue en el jardín.

lunes, 11 de julio de 2011

Con la Regla de San Benito

Ayer en el campo, como cuando S. Agustín se juntaba con un grupo de amigos para hablar de las cosas divinas, nos reunimos unos cuantos. Ninguno conocía a todos los demás y, sin embargo, al tener en común lo único importante, pronto nos vimos todos en un clima de confianza e intimidad. Después de comer y, en un ameno rincón, por las sombras de los árboles cuidados, llenos del deseo de abrazar más el Evangelio, de dar carne en nuestro mundo y tiempo a la apostólica forma de vivir, inopinadamente se nos ocurrió dejarnos interrogar por Dios, al hilo de la lectura de la Regla de San Benito, sobre cómo querría Él que esto tuviera concreción.

De modo que me pidieron que, en septiembre, dicha lectura la fuera acompañando yo con un comentario a la misma. No con la intención de saber qué dijo en aquel entonces S. Benito, sino, teniendo esto en cuenta, buscar cómo nos puede ayudar este maestro de vida cristiana a vivir hoy en el seguimiento de Cristo.

Y me ha parecido que, con independencia del comentario hablado que en septiembre empiece, muy bien podría ir haciendo otro en esta tertulia cibernética. Que, aunque no tenga la riqueza del contacto directo, no poco fruto puede dar si el corazón abierto deja que el Espíritu se sirva del pobre instrumento de mi palabra. Así que poco a poco iré, cuando la ocasión lo permita, escanciando el licor de la regla benedictina en esta peculiar sala capitular.

S. Gregorio Magno, en el prólogo del segundo libro de sus Diálogos, que dedica a S. Benito, nos dice de éste que «se retiró sabiamente ignorante y prudentemente indocto». Y así es cómo hemos de comenzar el camino, como cualquier discípulo, por mucho que extrañe al subjetivismo de nuestra época, sobre el sólido cimiento de que uno no sabe y necesita ser enseñado.

domingo, 10 de julio de 2011

Antífona de comunión TO-X.1 / Salmo 18(17),3

Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía (Sal 18,3).
El salmista se encuentra acosado, perseguido, atacado. Este tema es frecuente en el salterio y es parte de la vida del discípulo. Junto a la animadversión de los que no forman parte de la comunidad y los distintos ataques internos del maligno, hay también una zona intermedia, no es total exterioridad, tampoco interioridad propiamente dicha; se trata de la maledicencia, de la murmuración de los cercanos, de aquellos con los que se sienta entorno al altar.

Ante cualquier ataque, sea del tipo que sea, para el verdadero discípulo, Dios es su refugio, lo es la Eucaristía. Una roca no solamente ofrece un sólido fundamento para una edificación, una alta peña se presenta de difícil acceso para los atacantes, fácil de defender para los sitiados. La comunión con el misterio pascual es inalcanzable para el mal, es un ámbito cuyas puertas se abren solamente para el amor divino, para el hombre de manos inocentes y puro corazón. En la fortaleza eucarística, cualquier venablo queda frenado, su punta no puede penetrar los muros del perdón. Y ahí, en el misterio divino, el discípulo se encuentra libre de cualquier acechanza y libre para el amor.

Sobre la roca del Calvario, se alza la Cruz-alcázar y, en el alcázar, una lanzada ha abierto la puerta de un Corazón.

[Aquí tenéis el comentario a la antífona de entrada del formulario XV del TO y aquí el de la primera antífona de comunión y el de la segunda]