sábado, 31 de enero de 2009

Unidos hacia el Padre

Dios quiere que todos los hijos pródigos, lo somos todos, vuelvan a la casa paterna. Hacerlo solamente se puede hacer de una manera, a hombros del Buen Pastor. El ecumenismo busca que todos los cristianos recuperemos la unidad. Lo cual solamente es posible, como ha recordado recientemente el Papa, por la conversión. En la medida que nos dejamos llevar sobre los hombros de Cristo, estaremos unidos en Él.

El levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos ha sido un paso en esta dirección. Quedan cosas por pulir, pero supongo que en las conversaciones habrá quedado claro lo fundamental y la buena voluntad. Al parecer el principal responsable del grupo acepta el Concilio Vaticano II. Y Williamson ha pedido perdón al Papa por sus declaraciones sobre el Holocausto; ¿no es esto un gesto de reconocimiento del ministerio petrino?

Hay más buenas noticias. Un nutrido grupo de anglicanos, Traditional Anglican Communion, que lleva ya un largo proceso de acercamiento, podría en breve incorporarse plenamente a la Iglesia Católica.

Sin embargo, no deja de haber nubes oscuras. Küng, un grupo de teólogos y Boff no ven con buenos ojos lo de los lefebvrianos. En la Iglesia, siempre ha habido una gran pluralidad de corrientes teológicas, espiritualidades, devociones, etc., pero dentro de la comunión. Éste es el asunto, libremente en comunión y comunionalmente libres.

Todos somos responsables de ello, pero de manera especial el Papa; aunque el único que la hace posible es el Espíritu Santo. Sintámonos con libertad y dejemos que también la tengan los demás, por muy carcas que sean. Y busquemos estar en comunión, solamente en ella puedo ser verdaderamente libre. La libertad que la rompe es ejercicio de soberbia, porque no es cobrar firmeza apoyándose en los hombros del Buen Pastor, sino afirmarse en uno mismo.

viernes, 30 de enero de 2009

El Mesías de Händel XXVI

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El versículo de Isaías que nos está cantando la contralto termina así: "Y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14); y el libretista traduce: "Dios con nosotros". S. Mateo encuentra que este oráculo se cumple en lo que le está anunciando el ángel a José sobre María y el Niño que lleva en su seno y le encarga que le ponga por nombre Jesús (Mt 1,22s).

Este pasaje del evangelio nos puede decir mucho de cómo nos acercamos a la Escritura. ¿Cómo es posible que se cumpla si Emmanuel no es lo mismo que Jesús? ¿Cómo es posible si uno significa Dios con nosotros y el otro el Señor salva?

El cristianismo no es propiamente religión del libro y menos si la inspiración bíblica se entiende como un dictado. En este versículo del evangelio de S. Mateo encontramos algunas de las claves para entender la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Y también es un escrutinio para que conozcamos si hemos de cambiar o no nuestra forma de escuchar la Palabra.

Literalmente Jesús quiere decir el Señor (Yh) salva y en este nombre está contenida toda la revelación. A ese Niño se le llama de muchas maneras en el AT: "Yo lo llamaré con este nombre: 'El-Señor-nuestra-justicia' " (Jr 23,6); "Es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz" (Is 9,5); etc.

Y en el NT se le llama también: Señor, Yo soy, Hijo de Dios, Hijo del hombre, Hijo de David, Cristo, Cordero de Dios, Santo, Justo, Príncipe, el Profeta, Piedra rechazada por los arquitectos, Juez de vivos y muertos, Redentor, Salvador, Maestro, etc.

Y Jesús se llama a sí mismo de muchas maneras: Luz del mundo, Buen Pastor, Puerta, Camino, Verdad, Vida, Vid Verdadera, Pan de vida, etc. Por eso, María, cuando dice que se haga en ella conforme a la palabra recibida del ángel, está también pidiendo: "danos hoy nuestro pan de cada día". Jesús, el Pan de vida, que es donador de todo pan.

Todos estos nombres se contienen en Jesús y Jesús quiere decir todo esto. Tras su muerte y resurrección, cantaban los primeros crisitanos:
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo, y toda lengua proclame: "Jesucristo es Señor" para gloria de Dios Padre (Flp 2,9ss).
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jueves, 29 de enero de 2009

El Mesías de Händel XXV

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Al decir "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38), María está pidiendo que sea Dios quien lleve a cabo todo cuanto le ha dicho el ángel, pero no sin ella. La gracia divina y la libertad de la Virgen concurrirán para llevarlo a cabo.

Una de las cosas que le ha dicho el mensajero divino es que tiene que poner un nombre al Hijo de Dios. Orar a Dios en su sí es decirle también "santificado sea tu Nombre". Su misión incluye ponerle un nombre, con todo lo que esto implica, al que es Dios. Para no tratar a Dios como a las cosas cuando lo nombramos, necesitamos su gracia. El nombre de Dios debe recibir en nuestro corazón y en nuestros labios la actitud debida a Dios mismo.

María está sobrecogida. Al rezar los salmos, como su pueblo, se ha dirigido a Dios muchas veces y, en lugar de su Santo Nombre, por reverencia, como cualquier piadoso judío, ha dicho Señor. Ahora va a tener que ponerle un nombre, como había anunciado Isaías 7,14; pero cuando lo tenga en sus brazos y arrulle, cuando lo llame mientras juegue, al hablar con Él,... tendrá constantemente su nombre en los labios. Su vida se va a convertir en un continuo acto de santificación del Nombre.

El ángel le ha dicho que el niño va a reinar sobre el trono de David y que su reino no va a tener fin. Cuando desde la más extrema humildad María dice sí, está diciendo "venga a nosotros tu Reino". Está pidiendo a Dios que su Hijo salga a los caminos y diga: "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15). Que explique en sus parábolas y manifieste en sus hechos cómo es su modo de ejercer la soberanía.

Y también está pidiendo que sea coronado de espinas y entronizado en la cruz: "Este es Jesús, el Rey de los judíos" (Mt 27,37). Que sea glorificado tras la muerte y entronizado a la derecha del Padre y que al final de los tiempos venga en su gloria.

Y claro, que se haga la voluntad divina en la tierra como en el cielo. Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, en quien se unen cielo y tierra, es quien siempre cumple la voluntad del Padre. María quiere cumplir la voluntad del Padre, llevar en su seno unidos el cielo y la tierra y tenga lugar ahí, en sus entrañas, lo que dice la Carta a los Hebreos:
Por eso, cuando entró en el mundo, dijo: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad" (Hb 10,5ss).
Tendremos que seguir glosando Is 7,14. Sin querer, nos está saliendo una pequeña mariología. Espero que no esté resultando demasiado largo o pesado.

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miércoles, 28 de enero de 2009

Un pastel envenenado

Con las primeras informaciones y sin haber podido leer todavía la sentencia, me suena a un pasteleo por el que formalmente parece que tal vez algunos se puedan sentir tranquilos, pero, en la práctica, ¿en qué va a quedar eso de no imponer criterios morales o éticos que son objeto de discusión en la sociedad? ¿Quién dice qué está dentro o no de los principios y valores constitucionales? En fin, coged con pinzas lo que diga, pues hay que ver la sentencia cuando salga. Es simplemente una primera impresión sobre unas primeras informaciones no demasiado claras.

Una mala noticia. Aunque de momento la vía judicial no ha terminado. Poco a poco va desapareciendo la patria potestad –el Estado se hará cargo de ella–,  también el ciudadano –despojado de su conciencia y, en su lugar, la ley–, la libertad –sin conciencia acabamos en la animalidad–, la justicia –el parlamento decide que es bueno y malo–, la sociedad –sin personas y sin familia, pues desaparece la patria potestad–. Sin todo esto, ¿la democracia no quedará convertida en una mascarada que encubra una tiranía?

Para los cristianos una magnífica oportunidad. Hasta ahora, la respuesta de la Iglesia y de los cristianos, en general, salvo las gloriosas excepciones de los objetores y algunos más, no ha sido precisamente muy digna de recuerdo. En general, me parece que no ha sido ni inteligente ni audaz; en algunos casos, de un pragmatismo aterrador.

Creo que esto acaso nos fuerce a dar una respuesta a la altura de los tiempos. Hace mucho que deberíamos de haber despertado de la inercia y de creeer que la espingarda con la que luchábamos era el arma adecuada a este momento. El reto es difícil. Del momento sin diluirnos en él; distintos sin convertirnos en un gueto.

[Añado a las 22:30 este enlace a un artículo que hace una lectura optimista de las noticias que, de momento, hay sobre la sentencia. Dios quiera que tenga razón]

[Esto lo añado al día siguiente. Es un artículo que hace una lectura más parecida a la mía. Los contrastes de opiniones pueden ayudarnos tener más claridad]

Aire

¿Has visto el aire?
Cosas,
mil cosas
entran ante mí
y salen.
Mas quiero ver el aire
que las acoge,
envuelve y regala.
Diáfano aire.

martes, 27 de enero de 2009

El Mesías de Händel XXIV

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En su estar aquí, María recibe la palabra que le da el ángel y desde ahí responde a ella: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Esta respuesta no es un simple sí, es también una oración; la misión que se le encomienda es muy grande. Todo lo que nos pide Dios nos sobrepasa, cuánto más ser Madre de Dios.

Su respuesta es la más libre, pues está dicha desde la ausencia de pecado. Libre de toda atadura de éste, en donde es libre María para su misión es en la gracia de Dios. La llena de gracia (Lc 1,28) es la libre en la gracia y, por ello, libre del mal y libre para lo que Dios quiera. Por ello, está libre de cualquier engaño o presunción, sabe que con sus solas fuerzas humanas no puede llevar a cabo su misión; Adán cayó en la tentación y creyó que podía él solo. El Señor está con ella, esto es un don, y María necesita que siga caminando con ella hacia este destino que ahora se le revela.

Su respuesta es la oración de un mendigo que lo necesita todo de Dios, aunque lo tenga todo de Él. Cuanto mayor es la gracia, mayor es el conocimiento de nuestra indigencia; cuanto más agraciados, más sabedores de nuestra menesterosidad. Lo mismo que en María, en el verdadero discípulo, responder afirmativamente a Dios solamente es posible si nuestro sí es una oración.

María aún no dice Padre, todavía no le habla directamente a Dios. Es el Señor; el arcángel Gabriel llevará la respuesta. Pero en ella está embrional y proféticamente presente el Padre Nuestro. María es siempre profecía de Jesús; a Él nos envía y en Él encontramos en plenitud y venido del seno de la Trinidad lo que en ella veíamos. Pero María es también cumplimiento de discipulado; es otro Jesús.

Tendremos que ver cómo está anunciada la oración que nos enseñó Jesús en la respuesta de María.

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Cabe Ti

Aquí,
quieto.
La luz
en los ojos posada
y hablándome el silencio.

lunes, 26 de enero de 2009

Una de colegios

La archidiócesis de Pamplona-Tudela va a crear una fundación para gestionar colegios. ¿Cuál es el motivo? Pese a que, en las estadísticas, baja el número de aquéllos que se confiesan católicos y, de entre éstos, el de los que participan semanalmente en la Eucaristía, sin embargo, se mantiene bastante estable el de aquéllos que demandan un colegio religioso para sus hijos.

El problema es que no hay vocaciones religiosas para mantener el número de colegios actuales. El presidente de FERE de Navarra dice: "No queremos que se pierda presencia de Iglesia, que no se cierre ningún colegio cristiano".

Desde hace décadas, ha ido habiendo un crecimiento progresivo de laicos dando clases en centros que antes estaban solamente regentados por religiosos. La cuestión no es nueva, una fundación como ésta no es sino un instrumento nuevo.

Todo en principio suena muy bien, pero a mí me vienen preguntas. ¿Seré demasiado crítico? Dice un amigo mío que la mejor forma de no hacer nada es no hacer nada. Pero yo añadiría que el hacer algo con buena intención no trae necesariamente un buen resultado. En cualquier caso, pensar sobre lo que hacemos, con vistas a reforzar lo bueno y rectificar lo mejorable, no creo que esté de más.

En la pastoral post-bajón-vocacional, no solamente en la enseñanza, me da la impresión de que hay demasiadas cosas que se hacen para mantener una estructura –no digo que éste sea el caso de Navarra–. Por eso, con cierta malicia –lo reconozco–, a esto lo llamo pastoral taxidérmica. ¿Acaso hay que perder colegios u otra presencia católica en la sociedad?

No digo que haya que perder, digo que la cantidad no puede ser un objetivo, sino un efecto colateral. La gran cuestión es la calidad, la identidad católica de la presencia. La pastoral necesita un gran toque de realismo y autenticidad; si con estas premisas hay que cerrar colegios, incluso parroquias, que le vamos a hacer, pues se cierran.

El problema no es vocacional, sino de fe. ¿Cómo va a haber vocaciones si no hay creyentes? Esto, que es el reflejo y lo nuclear de toda una situación, demanda cambios en la enseñanza católica y en el resto de la pastoral. En dos direcciones, qué pastoral y quién la lleva a cabo. 

En la enseñanza, lo mismo que en las parroquias, en función del mantenimiento de unas estructuras, inercias, métodos, etc. no pocas veces se ha puesto a dar clase o catequesis casi a cualquiera. ¿Estoy en contra de los seglares? No, ni mucho menos.

En esta fundación, al parecer, van a prestar buena atención a que los seglares que ocupen el lugar de los religiosos garanticen el ideario del centro. Dios lo quiera. Pero hemos de reconocer que no siempre ha sido así.

Voy a hacer una sugerencia. Aunque sea un poco descabellada, me lanzo. Sería interesante que una congregación, en vez de generalizar la gestión mixta de los centros, es decir, seglares y religiosos, hiciera otra cosa. Por ejemplo, durante cinco o diez años, que unos de sus colegios tuvieran solamente como profesores a religiosos; otros, la fórmula mixta; y un tercer grupo,  solamente seglares. Al cabo del tiempo, evaluar y obrar en consecuencia.

domingo, 25 de enero de 2009

¿Qué me dice la propaganda de los autobuses?

Si yo fuera obispo, lo haría mal, muy mal. Probablemente por eso nunca me llamen a serlo. Aunque quién sabe, si Dios quisiera probar y aquilatar la virtud de su pueblo, mi incompetencia podría ser un buen instrumento.

Ser obispo es algo con una grandísima responsabilidad y dificultad. Junto a sus limitaciones personales, tienen una gran presión social, muy pocos medios materiales y no demasiada colaboración de sacerdotes y fieles. Pero eso sí, cuentan con la ayuda del Espíritu Santo. Por cierto, sean cuales fueren las circunstancias de nuestra vida, creo que todos contamos con ese apoyo.

Diariamente son muchas las cuestiones sobre las que tienen que dar una palabra, no faltan las polémicas ni las provocaciones, algunos hasta les tienden trampas; vamos, algo parecido a lo que le pasaba a Jesús. Así que la referencia la deben de tener clara.

Lo de la propaganda atea en autobuses ha sido ocasión para que muchos de ellos se pronuncien. Tras la Conferencia Episcopal, ahora le ha tocado el turno al cardenal de Madrid. Aunque ya hice una lectura de ella, lo mucho que se ha dicho y escrito sobre el asunto me invita a volver sobre el tema.

La interpretación que hice del lema era, muy probablemente, diametralmente distinta a la de los anunciantes. Entre ambas caben muchas lecturas. ¿Qué dice objetivamente? ¿Qué quieren decir? ¿Qué me está diciendo? Esta última es la que a mí más me preocupa. De manera un tanto oblicua lo dije. Ahora voy a intentar ser un poco más directo.

No me he sentido herido por esta propaganda, pero comprendo que haya personas que sí. ¿Seré muy insensible? ¿Tendré muy deformada mi religiosidad? Lo que no me ha dejado es indiferente. Me ha dolido, pero no porque me dañe a mí.

No conozco a quienes han contratado esa propaganda, pero lo que me vengo preguntando es qué experiencia religiosa tendrán para coger ese lema o qué imagen les hemos trasmitido de lo que es vivir la fe. ¿Tan mal nos ven que nos quieren liberar de la tortura en que vivimos? Aunque muy bien pudiera ser que la cuestión de Dios fuera para ellos un drama personal vivo, pendiente de solución, que aún no les deja tranquilos, y, por ello, no son indiferentes y siguen con ello.

Tan vivo que lo mantienen así en el espacio público. Con lo de la placa de Santa Maravillas, el número de visitas a su tumba en el convento de la Aldehuela y personas que han llamado interesándose por su vida ha aumentado. Esto de los autobuses es una ocasión pintiparada para hablar de Dios, porque lo que hacen esos carteles es preguntarnos. Sí, una oportunidad para hablar de Él y aprender a hablar menos de nosotros.

Y nos preguntan porque Dios se sirve de ellos para despertar en nosotros el amor a los que desconocen el Amor. Los autobuses son un recuerdo constante de que la inmensa maravilla de ver a Dios en nuestra vida tenemos que compartirla. De esta felicidad, tendrían que gozar todos. ¿Nos está despertando sed de anunciar a Jesucristo todo este asunto?

¿Nos hemos preguntado si un autobús puede ser un gran maestro espiritual? Cuando veamos pasar uno de éstos –o cualquier otro con cualquier anuncio–, miremos a ver qué brota de nuestro corazón. Probablemente esta campaña pueda servir para que descubramos muchas cosas que hay que purificar en nuestro interior. Además, cada vez que viéramos pasar un autobús de estos, deberíamos tal vez preguntarnos sobré qué podríamos mejorar en la evangelización y cómo estar presentes en la vida pública.

Cada vez que los viéramos, deberíamos de darle gracias a Dios porque son ocasión para seguir a Jesús más de cerca. Las declaraciones de los obispos podrán parecernos más o menos acertadas, pero estoy seguro de que su principal preocupación será que el amor de Dios llegue a los de la campaña.

sábado, 24 de enero de 2009

El fin de una excomunión

Aunque se rumoreaba desde hace algunos días, hoy se ha confirmado que han sido revocadas las excomuniones de los obispos conocidos como lefebvristas. Esto es una buena noticia, aunque supongo que para algunos no. Destaco este párrafo del Decreto:
Su Santidad Benedicto XVI – paternalmente sensible al malestar espiritual manifestado por los interesados a causa de la sanción de excomunión, y confiado en el compromiso por ellos expresado en la citada carta respecto a no ahorrar esfuerzo alguno para profundizar en las conversaciones necesarias con las autoridades de la Santa Sede en las cuestiones aún abiertas, de forma que se pueda llegar pronto a un plena y satisfactoria solución del problema originalmente planteado – ha decidido reconsiderar la sanción canónica de los Obispos Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta surgida con la consagración episcopal de estos.  
Antes del comunicado oficial, diferentes personalidades y grupos judíos habían ya dicho que el caso concreto de Mons. Williamson podía empeorar el diálogo interreligioso. La razón son las declaraciones de este prelado sobre la persecución y exterminio de los judíos en la pasada Guerra Mundial.

¿El levantamiento de la excomunión aprueba la negación del holocausto? No. Pero éste seguramente no será el único foco de malentendidos. Otros, dado el carácter tradicionalista de estos obispos, confundirán este hecho con un homenaje o exaltación de determinadas opiniones o posturas y negación o preterición de otras.

La revocación de una excomunión no es un acto de canonización de nadie, es sencillamente que el excomulgado vuelve a tener acceso a los sacramentos en la comunión de la Iglesia, por tanto, vuelve a poder participar en lo que le estaba vedado de la vida de la Iglesia.

Los católicos nos equivocamos, hacemos muchas cosas mal, incluso pecamos. El tener acceso a los sacramentos nos da la posibilidad de acercarnos, por ejemplo, a la confesión para que se nos perdonen los pecados. Si ese obispo cumple con los mínimos de comunión con la Iglesia, ¿por qué no va a poder tener acceso a los sacramentos por muchas burradas que haya podido decir? Con lo cual no prejuzgo si debería o no confesarse por esas declaraciones, si ha dicho una tontería, una inconveniencia, una falsedad histórica, una mentira, etc.

Ahora esperemos que, si es verdad que ha negado o minimizado el holocausto, rectifique. En cualquier caso, demos gracias a Dios por este paso y sigamos rezando por este caso, aún queda camino, y también para que se consume algún día la unidad de todos los cristianos.

viernes, 23 de enero de 2009

El Mesías de Händel XXIII

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María recibe como misión dar un nombre al Niño. El ángel le comunica que se trata del Hijo del Altísimo, por eso, el nombre no es una invención. Lo mismo que Moisés en el episodio de la zarza recibe la revelación del nombre divino, así María escucha el nombre del que va a ser su Hijo. Pero es también el nombre del Hijo del Hombre. Tiene una misión, la recibida del Padre; su nombre es también su misión.

Normalmente decimos que María dice sí. Es verdad, pero lo dice con otras palabras: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Nosotros decimos muchas veces sí, en distintas circunstancias y a distintas personas. El sí de María son estas palabras, no podemos confundir su sí con los nuestros.

El sí de María para nada tiene ningún tinte de soberbia; los nuestros normalmente sí. Hasta cuando alguien nos ofrece gratuitamente algo sin debérnoslo ni tener nosotros derecho a ello, si decimos sí, solemos afirmarnos a nosotros mismos desde nosotros mismos.

María cuando dice sí empieza diciendo "aquí está". Podría parecer una obviedad. ¿Dónde estamos? ¿Acaso no es inevitable estar aquí? En el ámbito de la Naturaleza así es. ¿Pero dónde estamos realmente? ¿Estamos en la realidad de lo que somos o vivimos en el allí y entonces de nuestras ensoñaciones, del mundo ilusorio que hemos creado desde nuestra soberbia? No estamos en nuestro aquí, estamos fuera del Paraíso que es nuestro verdadero aquí.

María está totalmente aquí, en la realidad que Dios ha creado, en el ahora histórico largamente tejido a lo largo del tiempo desde la salida del Paraíso y en el mistérico aquí querido por Dios desde la eternidad. María está en totalidad en la tierra que le corresponde, en su humus: es humilde. María es la mujer paradisíaca y el verdadero discípulo camina de vuelta al Paraiso; por ello, la senda espiritual es, en buena medida, poder decir "aquí estoy".

Todos estamos respectivamente hacia Dios; aunque nuestra relación con Él sea en negación, este rechazo está sobre el suelo de esa respectividad, ni en el infierno se deja de ser una realidad respecto de Dios. Nuestro allí y entonces, nuestro estar fuera del Paraiso es una foraneidad respecto de Dios.

Él, en cambio, no. Él lo trasciende todo, no necesita de la creación, no es mundano; Dios es en sí mismo, nunca respecto a nada que no sea Él. María es respectiva a Dios, como todos los hombres, pero esa respectividad cobra una carne determinada en una relación concreta: obediencia. Es la que siempre escucha la Palabra y responde afirmativamente a ella; es la esclava del Señor. Adán en el Paraíso era pura obediencia; era el señor de la creación porque era el servidor de Dios.

Tendremos que seguir glosando Is 7,14.

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jueves, 22 de enero de 2009

Es un buen momento para la Iglesia

En Libertad Digital hay un artículo con el mismo título. Si queréis hacer algún comentario, lo podéis dejar aquí.

miércoles, 21 de enero de 2009

Hacia el fin de la patria potestad

En Cataluña, andan con un anteproyecto de Ley de Derechos y Oportunidades de la Infancia. En él, se baraja la posibilidad de que un juez pueda permitir, contra la voluntad de los padres, que aborten niñas con 16 años o más. No voy a entrar en si tiene o no competencias la Generalidad, entre otras cosas, porque, en el estado comatoso de la Constitución, esto es una discusión casi estéril.

De seguir esto adelante, hay dos cosas muy alarmantes. Por un lado, otra puerta más abierta a la carnicería del aborto, con el doble crimen de matar personas y de deshumanizar niñas. La idea, por cierto, es iniciativa de las clínicas abortistas. Es decir, un engranaje más en esta sanguinaria maquinaria de hacer dinero.

La otra cuestión es la pérdida paulatina de la patria potestad en favor del Estado. En la educación, por ejemplo, esto es sumamente claro. Los padres, más que el deber y el derecho de educar a los hijos, tienen el deber de pagar su estabulación para que el Estado pueda gestionar granjas masificadoras de seres humanos. Cuanto mayor sea la despersonalización, más fácil será el moldeamiento social y el negocio.

En el tema sexual, el proceso de animalización es claro y creciente. La guinda está en que cualquier posible referente moral desaparezca. Si los padres son un estorbo para abortar, lo mejor será quitarlos de en medio. Con el padre del futuro niño ya lo hicieron hace mucho tiempo. Éste es el primer derecho que se usurpa a los nascituros; sean o no finalmente abortados, de entrada no tienen padre. Solamente ella tiene derecho de vida y hacienda sobre la pobre criatura; responsabilidad, al parecer, ninguna. Ésta se debe de adquirir cuando se decide seguir adelante con el embarazo.

Ahora las niñas van a tener un nuevo derecho y oportunidad: poder prescindir de sus padres cuando quieran abortar. Si al juez, es decir, al Estado le parece oportuno. No quiero ser profeta, pero, al paso que vamos, a base de cargar negativamente la figura de los padres -en este caso como coartadores de la libertad de la niña- en una dialéctica de lucha de clases -jóvenes contra mayores, padres contra hijos- terminarán siendo una figura reducida a la procreación; mientras las manufacturas de los laboratorios no sean más baratas. De lo que no se librarán será de pagar las facturas.

¿Tan dormidos estamos que no acabamos de despertar?

martes, 20 de enero de 2009

¿Tolera el Papa a los judíos?

Entre algunos destacados judíos italianos, ha surgido una polémica sobre una de las peticiones del misal de san Pío V para el Viernes Santo; en ella, se pide por la conversión de los judíos. Aunque también algún rabino ha salido en defensa del Papa. ¿Por qué ha pasado esto?

Creo que detrás podría estar uno de los falsos pilares de nuestra convivencia: la tolerancia relativista. El relativismo viene a decir que todas las creencias vienen a ser lo mismo. Lo que tenemos que hacer unos con otros es tolerar que cada uno tenga la creencia o ideología que quiera. Pero desde el relativismo se supone que, en el fondo, da igual que el otro tenga esa creencia o la mía.

En realidad, lo que está en juego no es la verdad, sino el ego de cada quién; se trata de no ofender. Actitud en negativo, no en positivo, y referida al yo como centro de todo, hasta creador de la verdad para uno mismo. El relativismo postula un montón de egos que tienen que procurar chocar entre sí lo menos posible; la única verdad sería que el sujeto es la fuente de ésta.

En la petición de la polémica se pide por la conversión de los judíos. En el misal de Pablo VI, se pide también, el Viernes Santo, que los judíos lleguen a la plenitud de la redención. ¿Por qué esto se considera malo en nuestra sociedad? A mí más bien me parecería lo contrario.

Si yo respeto a alguien, que es más que permitir o sufrir que tenga determinadas ideas, y precisamente porque lo respeto, porque para mí es alguien respecto al cual yo lo soy también, querré lo mejor para él. Si mis ideas o creencias las considero las mejores –para lo cual es imprescindible no ser relativista–, evidentemente mi deseo será que de ellas disfruten todos los demás hombres.

Si yo fuera judío, aunque considerase equivocadas las creencias católicas, me parecería bien que pidieran por mi conversión, pues esto no sería sino un gesto de verdadero respeto y no simple tolerancia. Si alguien pide para mí lo que él considera lo mejor para sí mismo, me considera alguien para él, me está tratando como persona y de la mejor manera posible.

Si yo me enterase de que un judío estuviera pidiendo para mí la conversión al judaísmo, le estaría muy agradecido, porque, aunque yo lo considere equivocado, está deseando y pidiendo para mí lo que él considera lo mejor.

Otra cosa distinta es que se coaccione la libertad de la gente. Lo cual sería contradictorio; en el caso del cristianismo, porque sería negar la libertad del hombre, por tanto, la creación de Dios. Y, por otro lado, no sería muy efectivo, ya que, para que haya conversión, tiene que haber una decisión libre.

Gracias a Dios, ni el Papa ni la Liturgia se limitan a tolerar a los no católicos, sino que los respetan, incluso... Cuando el próximo Viernes Santo pidamos por los no católicos, por los judíos, por los que creen en Dios, por los ateos, etc. vamos a estar haciendo, además de un acto de piedad, algo contra-cultural, porque vamos a estar diciendo que hay Verdad, Bondad y Belleza y que no nos da lo mismo que haya hombres que no gocen en plenitud de ellas. Será un acto de amor.

lunes, 19 de enero de 2009

El Mesías de Händel XXII

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Pero no solamente las cosas tienen nombres o el hombre. El Antiguo Testamento nos dice que Dios tiene también un nombre. Las realidades tienen un papel; Dios las ha creado para ayudar al hombre en la prosecución del único fin para el que éste ha sido creado, pero el hombre les puede poner otro nombre, las puede usar con otra finalidad. Cada hombre tiene una misión dentro de la gran finalidad que tienen todos, que ser hijos de Dios, pero también puede intentar darse un nombre de espaldas a la voluntad divina.

Dios no es ninguna cosa en manos de los hombres, tampoco tiene una finalidad más allá de Él mismo. Él es un acto puro de amor en sí mismo y, para las criaturas, es la finalidad última.  El Nombre de Dios es inefable, misterioso, inalcanzable para la razón humana (cf. Gn 32,30; Jue 13,18). Por la experiencia con Él, el hombre lo denomina de distintas maneras: el Dios de Abraham, el terror de Isaac, el fuerte de Jacob, etc. Pero es Dios mismo quien le desvela su Nombre (Ex 3,13-16).

Los hombres solemos tergiversarlo todo. Hacemos de las cosas fines y de las personas medios, las instrumentalizamos. También tenemos esa tentación en relación a Dios (cf. Mt 4,5ss) y, cómo no, también con su Nombre. Por ello, entre las Diez Palabras (Decálogo) de las clausulas de la Alianza del Sinaí, figura no usar en falso su nombre (cf. Ex 20,7).

De camino a Jerusalén, uno de los discípulos, tras ver orar al Señor, es decir, en diálogo amoroso con las otras dos divinas personas, le pide que los enseñe a orar. Y entonces Jesús les dice que le pidan al Padre: "Santificado sea tu Nombre" (Lc 11,2). El uso del Nombre divino es para el diálogo amoroso con Él; un nombrara que tiene que trascender este mundo, tiene que ser santificadamente; pero es algo que supera al hombre, que no está en su mano, por eso pide y pide que sea Él quien lo realice.

Y el profeta Isaías nos dice que la Virgen va a poner un nombre al niño. ¿Qué nombre? ¿Y qué será en María poner un nombre? 

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domingo, 18 de enero de 2009

La intención de otro Grande

Hablando de la maduración del amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado, hasta la perfección de él, S. Basilio el Grande les dice a los monjes:

Dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.
¿Y por qué no hacer nuestro esto para nuestro blog? Yo haré lo posible y fallaré muchas veces. No solamente porque soy limitado y mis capacidades no dan para mucho, sino porque además soy pecador. Muchas veces lo más que encontréis en estas glosas sean tonterías, otras inconveniencias, por misericordia divina alguna vez tocaré la flauta. Esto en cuanto al contenido, ¿pero y la intención?

Dios quiera que mi intención esté puramente ordenada hacia Él. Pero, como no soy ni S. Basilio ni S. Antonio, en el mejor de los casos, mientras no llegue a esa perfección del amor, irá algo teñida por mis egoísmos y miserias. Ahora bien, para Dios esto no es un inconveniente. Si lees estas glosas con el deseo de crecer hasta la perfección de ese amor divino, estas pobres líneas concurrirán para tu bien. Dios se puede servir, para avivar la chispa de su amor que hay en lo más íntimo de ti, hasta de un blog.  

sábado, 17 de enero de 2009

Un consejo de S. Antonio

Como hoy es S. Antonio el Grande, vamos a degustar uno de sus apotegmas.

Preguntó uno al abba Antonio: "¿Qué debo hacer para agradar a Dios?" Y el anciano le respondió: "Haz lo que te mando: dondequiera que vayas, ten siempre a Dios ante tus ojos; para cualquier cosa que hagas o digas, básate en el testimonio de las Sagradas Escrituras; en cualquier lugar que mores, no te vayas enseguida. Observa estos tres preceptos, y serás salvo".

S. Antonio se preocupa en primer lugar de la atención. No se trata de tener pensamientos sobre Dios. No es poner nuestra atención en la imagen o imágenes que podamos tener sobre Él, sino que toda nuestra atención, en cualquier circunstancia, esté en Él; cuando esto es así, todo lo vemos, oímos, gustamos, palpamos, etc. en Dios. Cuando nuestra atención está en Él, todo cobra su propio relieve. Por ello, es tan importante educar la atención. En ello, en buena medida, hacemos lo que hicieron los primeros discípulos, dejarlo todo y seguirlo. Cuando dejamos de poner la atención en las cosas y la ponemos en Dios, las recuperamos todas en Él; recibimos ya el ciento por uno.

Todo lo que hagamos o digamos que esté basado en la Sagrada Escritura. Para lo cual, ella debe de ser cimiento, el humus en el que estemos enraizados. No se trata de cotejar con nuestros pensamientos o nuestras acciones con algún pasaje bíblico. Tenemos que alimentarnos de la divina palabra de modo que por metabolización espiritual la hayamos hecho nuestra que hasta la sudemos. Entonces nuestro obrar será testimonio de Dios, pues solamente hacemos nuestra la Palabra cuando ésta nos hace suyos. Con razón, la Lectio divina era central en la vida de los monjes.

Y cultiva la quietud. Estés donde estés, no sea como los animales que entre el estímulo y la respuesta hay continuidad. Que no te dejes manejar y mover, sino que todo cuando llegue a ti se pose en la quietud divina, de Dios que mora en la cámara central del castillo, y desde allí brote la respuesta. 

viernes, 16 de enero de 2009

El Mesías de Händel XXI

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"...y le pondrá por nombre Enmanuel" (Is 7,14).

El libro del Génesis, en el relato de la creación, nos dice: "Dijo Dios: 'Haya luz', y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz 'día' y a la oscuridad la llamó 'noche' " (Gn 1,3ss). Dios crea todas las realidades y les da un nombre. Y un poco más adelante: "y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo" (Gn 2,19s).

El hombre no crea las realidades, pero les pone nombre. Es verdad que realiza artefactos, que manufactura cosas; pero son eso, simplemente una factura. Solamente Dios crea de la nada. Pero el hombre, aunque no tenga una palabra que con sólo pronunciarse convoque desde la nada a las realidades, como imagen de Dios, les pone nombre.

No se trata de una tarea de etiquetado. Es más. Les asignamos una finalidad, cuál sea su papel en nuestro mundo. Poner nombre es un acto de dominio. Dios quiso que el hombre fuera su visir en la creación; quiso que, en su nombre, ejerciera la soberanía.

Uno de los desórdenes que trae el pecado es que no inscribimos las cosas en la finalidad por Dios querida, que redunde todo en alabanza de su gloria. Cuando decidimos darles otra finalidad, decidimos establecer otro reino frente al divino.

Pero no solamente Dios da nombre a las cosas, también, cuando creó al hombre, lo hizo para una finalidad, para la filiación divina. Y los hombres también damos nombres a los otros hombres. Todos tenemos un fin común, pero cada uno tenemos nuestro nombre propio, porque cada uno, en ese común fin, tenemos nuestra propia misión. Pero el hombre quiere darse un nombre de espaldas a Dios (cf. Gn 11,4).

La vida del verdadero discípulo es dejar de darse él un nombre y oír cómo el Resucitado lo llama por su nombre (cf. Jn 20,16); y, escuchado éste, dejarlo todo para seguirlo. En la gloria, recibiremos el nombre nuevo que solamente conoce el que lo recibe (cf. Ap 2,17).

Tendremos que continuar con el nombre.

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jueves, 15 de enero de 2009

El Mesías de Händel XX

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El profeta (Is 7,14) no solamente ha anunciado que la virgen va a concebir y dar a luz un niño, también le pondrá un nombre. Va a engendrar extraordianriamente, sin dejar de ser virgen, pero no va a ser solamente progenitora, también va a ser madre; no va a haber simplemente una gestación intra-uterina, también  gestará al niño extra-uterinamente.

El sí de María al anuncio del arcángel (cf. Lc 1,30-33) es la aceptación del cumplimiento en ella de esta profecía. Por ello, no dice únicamente sí a una milagrosa gestación, ni siquiera a engendrar al Hijo eterno del Padre, a que asuma una naturaleza humana en su seno. La Virgen dice sí también a la  misión de ser madre del Salvador, de un niño, el Hijo de Dios hecho hombre, que tiene que cumplir un encargo del Padre. María acepta también ponerle un nombre. María es madre –en toda la amplitud de esta palabra– de Dios.

S. José va a recibir una misión semejante, pero distinta (cf. Mt 1,20-23); también aparece él como necesario para el cumplimiento de la profecía. El no va a ser progenitor; el mensajero divino le anuncia que la primera parte del oráculo está siendo ya cumplida por María. El va a actuar de padre; el tiene que intervenir para que el niño lleve el nombre.

Esta convergencia y divergencia entre María y José nos ayuda a comprender algo lo que será su matrimonio. Los dos tienen una finalidad y tarea comunes: el nombre. José acoge al Niño, que ya está en María, y con ella caminará en la gestación que él encuentra ya comenzada. María es nuestra Madre y es modelo inalcanzable; José plasma mejor nuestra vivencia, porque somos pecadores. Nuestro sí a Jesús se parece más al de José.

Aunque, en cuanto a su naturaleza divina, el Hijo es anterior a María, no hay ningún momento de su maternidad sin ese Niño y viceversa; como no había en Adán, antes del pecado, ningún momento sin comunión con Dios. Hay un tiempo, antes del sueño de José, en que él no lo tiene acogido en su vida, aunque ya haya sido engendrado. Así también en nosotros, por el pecado original, hay un tiempo en nuestra vida en que no estamos en comunión con Dios.

Análogamente a como José camina con María en relación a Jesús, así nuestro seguimiento de Cristo es un camino también con María. Cuando Jesús viene a nuestro encuentro y nos llama, nos encontramos con que con Él está su Madre. Nunca hubo Dios sin el Hijo ni el Espíritu Santo, por eso es eternamente Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nunca hubo encarnación del Verbo sin María; por eso, su Madre está desde el primer momento con Él.

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miércoles, 14 de enero de 2009

El Mesías de Händel XIX

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El profeta Isaías comenzó hablándonos del consuelo que traería la intervención de Dios. Los oráculos han concretado ésta en una irrupción de su gloria en el Templo con la llegada del Señor-Mensajero. Los distintos niveles de comprensión de lo que es el Santuario nos abrían a una gran riqueza de significado. Ahora la contralto, con un versículo en los labios, lo concretará, pero no por cercenar lo demás, sino como anuncio del acontecimiento histórico que cimentará el resto: "Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14).

Desde los evangelios, desde la fe, sabemos que se trata de la encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María. Pero el contexto profético en el que el libretista de Händel ha situado el anuncio de Isaías nos da unas imágenes que dilatan notablemente nuestra comprensión.

Así como en el interior del Templo de Jerusalén estaba el Santa Sanctorum, lugar por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo, así la humanidad de Cristo, el verdadero templo de Dios, estará en ese otro Santuario, en ese lugar de su presencia que es el seno de la Virgen María.

El libro de los Reyes dedica un largo espacio a los detalles de la construcción del Templo. Con brevedad Lc y Mt nos hablan de la construcción de este definitivo Templo de Dios. No han intervenido los mejores artesanos, sino que ha sido por obra del Espíritu Santo; no ha habido que traer materiales de tierras lejanas, su carne es verdadera carne humana; no ha sido edificado en ningún monte, sino en la humilde virginidad de María. En verdad, se anuncia el Templo del culto definitivo.
 
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad (Hb 10,5ss).
Así como Moisés construyó todo lo referente al Santuario conforme a lo que Dios le indicó (cf. Ex 25-31), la Iglesia y cada uno de los creyentes tenemos el modelo en la maternidad virginal de María.

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martes, 13 de enero de 2009

El Mesías de Händel XVIII

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La presencia del Señor-Mensajero con su luz nos abaja para llevarnos hacia sí (cf. Lc 18,14), pero no sin nuestra aquiescencia, no sin nuestro consentimiento. Por eso calla, para poder escuchar, si nosotros, tras conocer en su verdad la nuestra, a su palabra en delantera, respondemos como Bartimeo: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi!" (Mc 10,47). Ya la verdad de nosotros, que su justicia había mostrado, era una obra de su misericordia para con nosotros. Pero, ¿de qué nos serviría esa verdad si no fuera una Palabra recreadora?

Por eso, sigue cantando la soprano: "Será fuego de fundidor" (Ml 3,2). No solamente el calor de su amor nos dirá de la impureza de nuestro metal, sino que, si así lo acogemos, nos perdonará, los pecados, nos purificará. Pero nunca anulando lo que somos, siempre con infinita paciencia, nunca Él solo, siempre con nosotros. Sin Él nuestro camino de santidad sería imposible, pero, con Él, somos nosotros quienes tenemos que trabajar en esa purificación, en que su perdón gratuito lleve a plenitud su obra en nosotros, hasta que desaparezca cualquier inercia del pecado.

¿Y para que? Y el coro gozoso canta: "Refinará a los hijos de Leví y presentarán al Señor la ofrenda como es debido" (Ml 3,3). La gloria del Señor ha irrumpido en su Templo, hace posible esta vocación. Mas también hace que formemos parte de un pueblo sacerdotal y que puedan ser verdad en nosotros las palabras del apóstol:

Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; este es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,1s).

Así pues, una vocación que no es sino ser como el Hijo, cuya humanidad es el templo de su divinidad, que es el sumo y eterno sacerdote y la víctima de su propio sacrificio. Nuestro culto conforme al Logos es la oblación de nosotros mismos en unión a la suya. Una vocación a la santidad, a no ajustarnos a este mundo, sino trascenderlo; realizando en él, como Jesús, la voluntad del Padre. Para lo cual, hemos de volver nuestra mente (nous) a la novedad eterna que es Dios -a lo nuevo en que estábamos en el Paraíso-, vivir en continua conversión (meta-nous). Purificados, pues, para ser hijos en el Hijo.

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lunes, 12 de enero de 2009

Alguien nos espera

En la clausura del Año Santo de la Cruz, Mons. Monteiro de Castro ha dicho que "el desinterés por el futuro es casi una enfermedad". Lo cual es algo que podríamos considerar como uno de los signos de nuestro tiempo.

En nuestra sociedad, se ha ido perdiendo la esperanza en la vida eterna. La vida humana, para nuestra cultura, se ciñe al presente. Si, después de la muerte, lo que nos espera es la aniquilación, el futuro no ofrece ningún interés. Es más, es algo a temer, porque lo que cela en su indefinición es la destrucción de mi ser.

El pasado no corre mejor suerte. Todo lo valioso ocurrido en él está también llamado a desaparecer; solamente es conservado en la efímera memoria de los hombres. Y lo malo nunca tendrá redención. En esta óptica, el recuerdo deja de ser base para construir el futuro. Es verdad que los hombres hacen proyectos para las vacaciones, para la vejez, etc. Pero esto es un mini futuro, porque está cerrado por la nada y porque no está garantizado tan siquiera ese poco. Ciertamente, para el que cree en la vida eterna no está asegurado que viva pasado mañana en esta tierra, pero esto solamente es una circunstancia del futuro. Para él, el por-venir está garantizado; si muere, su vida no queda clausurada. No es que espere algo del futuro, es que espera  y es esperado por Alguien. El futuro es por-venir; Alguien viene a su encuentro.

El futuro limitado por la nada es solamente una prolongación de un presente decreciente, que poco a poco va siendo engullido por la aniquilación. Y no solamente desde un punto de vista cronológico. El presente va quedando horadado por el nihilismo. Este vacío hace del presente algo provisional; todo está infectado por la falta de definitividad.

Lo que tenemos es lo que se ve y palpa, pero puede desaparecer en cualquier momento. Hay que apresurarse a apurar este poco. Corramos, corramos que se acaba y tiremos lo que ya hayamos consumido; aunque sea un ser humano: el cónyuge, los hijos, etc.

Como no hay futuro, no hay sentido. Y, como falta éste, mejor no enfrentarse a la terrible pregunta del último "paraqué". Los usos sociales, las vigencias colectivas y las tradiciones que nos descargaban de pensar en lo secundario para podernos centrar en lo fundamental, han invertido su posición. Mi originalidad se plasma en lo anecdótico y, en lo esencial, mejor no pienso, mejor me dejo llevar por la masa. O bien idolatro un valor parcial y me lanzo al fanatismo. No es necesario que sea islamista; también hay fanáticos del Estado, del consumo, del sexo, etc. La vida parece más segura sobre un diosecillo.

¿Qué mejor caja de resonancia para que suene el anuncio de la Resurrección de Cristo, de que Alguien me espera y viene a mi encuentro? Sin embargo, reconozcámoslo, estamos ligéramente despistados. La falta de fe en la resurrección lastra y condiciona gravemente la vida de la Iglesia. No porque ella no sea para anunciar la Buena Noticia de la Victoria de Cristo sobre el pecado, el mal y la muerte, sino porque, al que no cree, no le damos lo que necesita. Solemos alimentarle con catequesis y sacramentos y lo que más precisa es kerygma.

domingo, 11 de enero de 2009

Escuchar mal de alguien

Me acabo de enterar de que una amiga está preocupada porque alguien influyente en su vida ha cambiado de actitud. Piensa que ello es debido a que han hablado mal de ella. Lo cual es muy posible, aunque tal vez en este caso no sea así.

El Señor me ha regalado muchas veces con situaciones parecidas. Recientemente me ha pasado con un amigo. Ya ni contesta a mis cartas. Aunque puede que no sea por este motivo, hay muchas posibilidades de que le hayan hablado mal de mí. Sea por esta causa o por otra intentaré no juzgarlo en mi interior ni dejar de quererlo y procuraré aprovechar la situación para crecer.

Pero empecemos por el detonante. Que alguien hable mal de otro es algo muy frecuente. Nunca se insistirá bastante en que no lo hagamos. Mas creo que hay algo peor que hablar mal de alguien y es escuchar mal de alguien. Si no escucháramos mal, las habladurías serían inocuas.

Escuchamos mal principalmente de dos maneras. La primera, cuando damos crédito a las palabras que nos dicen de alguien. Cuando uno nos cuenta algo malo de otro y no lo hace buscando el bien de éste, lo mejor es hacer oídos sordos y pensar que el que nos ha hablado mal necesita que obremos bien por él. ¿Por qué? Porque, al actuar así, se hace daño a sí mismo; la primera víctima del pecado es el pecador. Escuchar bien es darnos cuenta de la necesidad del que nos habla mal, es poner el oído de tal manera que sus malas palabras sobre otro despierten nuestra misericordia.

Pero hay veces que incidentalmente, sin que el otro busque el mal de la otra persona, nos enteramos de algo malo de un tercero. Escuchamos mal cuando nos erigimos en jueces que condenamos a esa persona. Pero, aunque no lo juzguemos, escuchamos mal, tanto en esta circunstancia como en la anterior, si, habiendo visos de verosimilitud, no lo escuchamos, no nos tomamos la molestia de oír la versión del tercero. Es posible que necesite también nuestra ayuda.

Escuchando bien, las malas palabras sobre alguien se convierten en un trampolín sobre el que podemos saltar para que nuestro amor llegue más lejos. ¿Y si hemos escuchado mal? La pobre víctima de nuestro mal oído nos devuelve bien por mal. Sin él pretenderlo, es la ocasión de que nos demos cuenta de que hay algo que purificar en nuestro corazón; no nos conformemos con arrepentirnos y confesarnos. El mal cometido nos invita además a darnos cuenta de que esa mala acción ha sido la materialización de un interior necesitado de purificación. Ahí hay algo para trabajar con el director espiritual.

¿Y cuando hablan mal de nosotros? Démosle gracias a Dios, porque es también una magnífica ocasión para nuestra purificación. Con frecuencia nos identificamos tanto con nuestro buen nombre que no nos damos cuenta de que estamos afectados desordenadamente a la fama, a la honra, a que hablen bien, a ser reconocidos, etc. La tristeza, el dolor, la rabia,... ante un hecho así delatan que estamos aún lejos de ser como Jesucristo, que antes fue tomado por loco que por cuerdo e incluso por endemoniado (cf. Mc 3,21s). Otras veces será el miedo al ridículo, a quedar mal, etc. el que nos avise. Así que, en esto o en otro avatar, mientras que ante un mal recibido no brote espontáneamente de nuestro corazón el amor al enemigo, tomemos la cuestión entre las manos y vayamos a alguien que nos ayude a dejarlo todo para mejor seguir a Cristo.

sábado, 10 de enero de 2009

El Mesías de Händel XVII

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Tanto la continuación del recitativo como de la tesitura le había servido a Andel para unir la profecía de Ageo con la de Malaquías, pero una vez introducida ésta, da paso a un aria en la que el bajo canta el siguiente versículo de Malaquías.

«¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?». El Señor-Mensajero era buscado y deseado, como vimos; no obstante, a su llegada nadie va a quedar en pie. Nos resistimos, mas, en el fondo, deseamos que venga y lleve a cabo lo que no somos capaces de hacer y nuestra soberbia trata de evitar porque teme.

El Señor-Mensajero trae la gloria divina a su Templo y con su luz hace patente la verdad de cada uno. Cuando llega a su santuario todos estamos de pie como el fariseo (cf. Lc 18, 10-14), creyendo que nuestra justicia depende de nosotros, sin reconocernos pecadores o haciéndolo únicamente hasta cierto punto, hasta el límite al que puede llegar la razón natural. Solamente su manifestación, al ponernos en contraste con Él, desvela, ante nosotros, lo que verdaderamente somos. La raíz de la soberbia y la incapacidad para amar con amor divino cobran relieve con la cálida Luz del Amor.

¿Quién puede por sí solo ocupar el puesto del publicano? ¿Quién puede, con sus fuerzas de creatura, recorrer la distancia más larga del universo, la que hay entre el fariseo y el publicado compungido? Guiados por nuestro entendimiento podemos llegar a conocer cómo obramos contra la ley natural. Sí, hemos visto que nuestros actos no eran conformes a norma; tal vez hasta nos hayamos teñido de culpabilidad y negrura. Pero, aunque reconozcamos, guiados por la mera inteligencia, que hemos actuado contra lo dispuesto por el creador, no sabemos con total radicalidad que somos pecadores, ni que hemos pecado, en el sentido más fuerte posible, por mucho que reconozcamos que hemos realizado acciones moralmente malas. Y además, ¿cómo encontrar la salida?, ¿cómo hacernos justos a nosotros mismos?

Necesitamos escuchar la voz de la conciencia. Sólo Dios nos descubre la verdad en plenitud, porque ser pecador es ser de una determinada manera en relación a Él, Amor puro; porque pecar es actuar de una determinada manera en relación a Él, Amar puro. Y eso lo conocemos porque nos lo muestra y con la fe nos capacita para conocerlo a Él. Y, cuando esto tiene lugar, a la par de su justicia, que nos dona la verdad, nos muestra su misericordia, que de esperanza nos llena. La Ley se limitaba a hacer conocer el pecado (cf. Rm 3,20). La Verdad, Jesús, nos postra como a Pedro en la barca (cf. Lc 5,8), la esperanza nos invita a abrir los labios como el publicano en el Templo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» (Lc 18,13).

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Petirrojo

Tu rojo pecho trajeron
los blancos copos;
calor buscabas de tierra.

"No tengo un pesebre,
sólo jardinera.
Duerme entre rosales,
mañana vuela".

viernes, 9 de enero de 2009

"Probablemente Dios no existe..."

"...deja de preocuparte y disfruta la vida". Así reza la publicidad para unos autobuses de Barcelona. Y, con ella, hemos rezado y rezamos. Vayamos por pasos contados.

"Probablemente Dios no existe". El físico escocés, Maxwell, para desarrollar su teoría sobre la cinética de los gases, recurrió a los promedios estadísticos. Boltzmann también echó mano de las probabilidades y las estadísticas de los sistemas microscópicos para predecir las propiedades macroscópicas. Y, luego, en el s. XX, también se siguió esta senda en la física cuántica. ¿Dónde está un electrón en un determinado momento? Bueno, quién sabe, probablemente estará aproximadamente más o menos... Este método ha dado resultados muy buenos en la física. Pero en el caso de Dios... Para empezar, ¿cuáles son los parámetros para medir las probabilidades? Como hay gente para todo, no ha faltado quien lo haya intentando, llegando a la conclusión de que la existencia de Dios es más probable que improbable. Pero creo que la razón humana es más amplia que la ciencia. y, para el supuesto divino, el método se antoja alicorto. Me parece que tiene razón la campaña, probablemente Dios no existe, ya que la cuestión es si existe necesariamente.

Así pues, "deja de preocuparte". No le des vueltas al problema con el método estadístico ni con la estrecha razón científica. Abre todo tu entendimiento y oriéntalo hacia la búsqueda de la verdad. No de verdades parciales ni de la suma de todas las verdades, sino de la Verdad. Y no tengas miedo a dejar atrás los hallazgos parciales ni a que lo que vayas a encontrar no confirme tus hipótesis de salida. En esto, más que ateo, hay que ser escéptico, en el sentido literal de su origen griego, es decir, buscador. Busca, que es preguntar y dejarte preguntar por la realidad y las realidades, por éstas en aquélla y viceversa. Incluso abre tu interrogación más allá de lo que abarques del tiempo y el espacio.

"Y disfruta la vida". No de algún aspecto de ella, sino de toda ella, cuanto más amplia mejor. Y, para hacerlo, busca en todo el sentido último. Un para qué que no dependa de una circunstancia o de una condición, que no esté sometido a término. Una finalidad última que lo pueda ser para cualquier vida, en cualquier momento y lugar. Porque, si no, no podrás disfrutar de ella; solamente de algunos aspectos de la misma y dependiendo de determinadas circunstancias. Déjate atraer por la belleza del sentido último en todos los momentos de tu vida y, en ellos, realiza el bien al que su hermosura te invite.

Sí, disfruta la vida. Y, para ello, camina de la mano de la verdad, la bondad y la belleza. Tal vez te lleven a un recodo del camino donde palpes tu indigencia, para allí arrancar de lo hondo de tu ser un grito pidiendo ayuda: ¡Sálvame!

jueves, 8 de enero de 2009

miércoles, 7 de enero de 2009

Legislación y justicia

Álvaro Cuesta, en unas declaraciones, ha dicho: "Las leyes no son la expresión de la voluntad de Dios, las leyes son la expresión de la voluntad del pueblo, de los representantes del pueblo". Dejemos de lado la curiosa aposición que convierte a la voluntad del pueblo en la de los representantes del pueblo; esto ya es muy significativo. Estos son los conceptos que se están barajando en el proceso de ampliación legislativa del aborto y reforma de la ley de libertad religiosa.

A riesgo de ser pesado, voy a glosar esta afirmación. Una de las cosas que podemos hacer es pensar dónde estamos. Primero para nosotros, para poder estar ahí. Y luego para la acción. Hay una que fácilmente podemos llevar a cabo: dialogar con otros. En la vida cotidiana, tarde o temprano, nos encontramos con personas que piensan o son pensadas por la opinión dominante en un sentido distinto al nuestro. Para ellas, necesitamos una palabra. Ésta no puede ser un eslogan o un argumentario aprendido de memoria, sino algo pensado por uno mismo.

He aquí el consejo de S. Pablo para hacer el primer anuncio del Evangelio: "Con los de fuera proceded con sabiduría, aprovechando las ocasiones; vuestra conversación sea siempre agradable, con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar con cada uno" (Col 4,5s). No puedo glosar la frase ahora; es magnífica. A ver si Dios me da ocasión otro día, porque, en ella, concentrados están algunos de los principios que más necesita la reforma de nuestra pastoral o, mejor, evangelización.

Volvamos a Álvaro Cuesta. "Las leyes son la expresión de la voluntad del pueblo", ¿pero es eso todo? Hay una cuestión fundamental que, a lo largo de la Historia, ha sido recurrente para decir si algo es o no ley y es si es o no justa. Porque un imperativo puede ser expresión de la voluntad de un pueblo y ser una mayúscula injusticia.

Cuando los obispos hablan de la Ley Natural evidentemente piensan que ésta es voluntad de Dios, pues Él ha creado todas las cosas. Pero no están pidiendo que haga nadie un acto de fe en Dios y menos en el cristiano. Lo que están diciendo, mejor o peor, es que las leyes para que sean justas no pueden ir en contra de la realidad de las cosas, que el hombre no es una página en blanco sobre la que se pueda escribir cualquier cosa y con cualquier material. Y que la soberanía nacional tiene límites. No es suficiente el camino por el que algo llega a ser ley; para que lo sea, necesita ser justa.

La ley del aborto es una ocasión en la que se pone de manifiesto de manera extremadamente cruel algo sumamente peligroso: lo justo es lo que legislan los pueblos. La injusticia estaría en que no fuera expresión del pueblo, sino de un tirano. Lo bueno de la formalidad democrática sería que nos garantizaría unos representantes que asegurasen siempre que lo que emanara de las cámaras fuera voluntad popular. Dicho de otra manera, la justicia sería creación del pueblo y variaría con el cambio de su voluntad; lo que hoy es justo, dejaría de serlo mañana.

Desde aquí, ¿cómo se puede criticar el pasado de una nación? Solamente apelando a la ilegitimidad democrática de sus legislaciones. Pero, claro, tan democráticas serían las leyes del Senado y Congreso norteamericanos de antes de la abolición de la esclavitud como las de después. Aunque no, porque no había sufragio universal. Mas tampoco lo había cuando la abolición. Luego ésta no sería expresión de la voluntad popular y no sería una ley. ¿A partir de cuando las leyes podemos considerarlas suficientemente legítimas? El reducir la formalidad a la democrática nos lleva al absurdo de que nunca ha habido leyes hasta hace dos días.

Pero, ¿por qué se sabe que lo justo es la voluntad del pueblo? Esto postularía que hay una Ley Natural mínima: el pueblo crea la justicia. Es decir, todo reposaría sobre el pueblo, fuente de la justicia. Vamos que el pueblo sería un dios arbitrario y el parlamento su profeta. Y claro, aunque no de fe sobrenatural, todo esto, en realidad, es cosa de fe y francamente yo en eso no creo, aunque solamente sea por lo irracional y absurdo que es. No sé vosotros, pero mi realidad como persona no es tan vacía como para que en ella quepa cualquier contenido; aunque éste sea voluntad del pueblo.

[Por cierto, dada la importancia del caso, no estaría de más que una plataforma -es la palabra al uso-, con todas las confesiones religiosas y todos los colectivos -ésta también es de las habituales- que estuvieran en contra del aborto, estuviera en primer plano. Que pierde protagonismo la Conferencia Episcopal; no debería importar].

martes, 6 de enero de 2009

El Mesías de Händel XVI

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El bajo nos ha cantado Ml 3,1 y ha dicho que ese Señor-Mensajero entrará en el Templo "de pronto". Es decir, de manera impredecible. Así es la Epifanía del Señor, así será también su Parusía, así irrumpe también en nuestra vida. Impredecible no porque aún los hombres no tengamos suficiente ciencia para calcularlo, ni porque no tengamos capacidad, sino porque Dios y su obrar son en sí mismo misterio. Si no podemos predecir, si no podemos meterlo en nuestros cálculos, si no tenemos capacidad, no es tanto por defecto nuestro sino por sobre-abundancia suya. Su realidad es pura santidad, trasciende cualquier inteligencia.

Y, como el Mensajero de la Alianza viene y ésta no es impuesta -Dios no nos condena a ser felices-, el oráculo del profeta nos insta: "miradlo entrar". Cada uno de los sentidos nos da la realidad de una manera. Hemos escuchado las palabras de Malaquias, bellamente musicalizadas por Händel, y nos han dado la realidad en noticia. Los sonidos de algo nos llegan, pero al oirlos nos dicen que la realidad que los ha emitido está lejos; son nuncios, pregoneros de ellas nos entregan la realidad en noticia.

La vista nos da la realidad en presencia. Cuanto entra en lo que abarca nuestra mirada se nos hace presente. Es como si entrara en nuestro mundo. Y el Señor-Mensajero, por ser Mensajero, nos trae noticia, pero, por ser Señor, hace presente la realidad divina. Y nos dice que miremos, que a su venida abramos el ámbito de nuestro mundo, que abramos nuestro templo, para que Él se haga presente.

María ha escuchado el oráculo y se ha abierto totalmente para que la gloria del Señor entre en su templo. Y qué es el camino espiritual sino abrir las puertas a la presencia divina para que su gloria haga realidad nuestra vocación a ser Templo suyo. Y así también la Iglesia. La presencia del esplendor de su gloria atrae hacia ella a todas las gentes (cf. Is 60); no, por ella, sino por la gloria de su Señor.

Aprendamos a abrir, en todo momento, la mirada a esa imprevisible venida. Presente en todo lugar, aunque especialmente en algunos -los necesitados, su Palabra, la asamblea reunida en su nombre, eminentemente en la Eucaristía, etc.-, impredeciblemente nos la hace patente en ocasiones y quiere hacerse más presente. No le basta, para nosotros, con la presencia que tiene en cualquier criatura; quiere que seamos hijos, que participemos en la presencia que cada una de las divinas personas tiene en las otras.

Para acoger su presencia y la manifestación de ésta, que no esté nuestra atención embriagada por otras cuestiones, sino sobria y en vela para acogerlo a Él y a la posible manifestación de su presencia; cuando Él quiera y como quiera. Y si nos regala su oscuridad, alegrémonos, porque no deja de estar presente y, en su tiniebla, más nos manifiesta su trascendencia.

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lunes, 5 de enero de 2009

El Mesías de Händel XV

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El versículo de Ml 3,1 que venimos rumiando a base de glosas no solamente nos dice que ese Señor-Mensajero, que con su entrada en el Templo lo llenará de gloria, es el deseado y buscado. Nos dice algo más. A quien deseamos es al Mensajero de la Alianza. Adán en el Paraíso deseaba la divinización, pues para eso había sido creado, para eso hemos sido creados todos los hombres. Pero no necesitaba la Alianza porque, antes del pecado, vivía en comunión con Dios. Es más, no hubo ningún momento en que no lo estuviera, hasta que desobedeció.

Quienes están en comunión no necesitan una Alianza. Solamente se alían los que están separados. Con el pecado, el hombre, al romper la comunión con Dios, también resquebrajó la unidad que tenía con el resto de la creación, la de los hombres entre sí y con él mismo; el pecado también nos ha agrietado por dentro. Necesitamos esa comunión y no podemos recomponerla. Dios no la necesita y es el único que puede hacerlo. Y no solamente somos incapaces de restaurarla, de re-conciliar lo des-unido, ni siquiera podemos conseguir que Dios lo haga. No es que no podamos unirnos a Dios con nuestras solas fuerzas, es que tampoco, sin esa comunión, podemos recomponer lo demás.

El Mensajero de la Alianza trae una Buena Noticia, la que nunca deja de ser novedad, la que nunca deja de ser buena: Evangelio. Por puro amor, Dios toma la inciativa de establecer una Alianza. Por puro amor, sin necesidad suya ni mérito nuestro, nos creó; por puro amor, nos destinó a ser sus Hijos; por puro amor, tras el pecado, fue estableciendo distintas Alianzas en el Antiguo Testamento; por puro amor, viene el Mensajero de la Alianza Nueva que ya habían anunciado los profetas (Jer 31,31-34; Os 2,20-24; Ez 16,10).

Pero, si ya la habían anunciado los profetas, ¿a qué viene este Mensajero? ¿Reiterará sólo la promesa o anunciará su inminencia? ¿Será nada más anuncio o manifestará también las clausulas de esa Alianza? ¿Quién la concluirá? Él, además de Mensajero, es el Señor. ¿Qué nos dirán de todo esto los demás textos que ha seleccionado el libretista de Händel?

Dios ha tomado la iniciativa. Pero una Alianza es de dos. Quien no acoge su oferta, queda al margen de ella. El Mensajero nos la ofrece, pero no nos la impone.

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domingo, 4 de enero de 2009

El Mesías de Händel XIV

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Dejábamos a Ml 3,1ss. La llegada del Señor-Mensajero colmaría el Templo de gloria. Pero de ese Señor-Mensajero se nos dice que es buscado y es deseado. Se trata del anhelo más profundo del hombre y, por ello, es en lo que ponemos más empeño en hallar.

Dios no ha creado una realidad hueca de sentido. Ha creado todo y le ha conferido un sentido, una finalidad última, un para qué. Todo ha sido creado para ayudar al hombre en la prosecución de su fin y el hombre, al perseguir el suyo propio y usar las demás cosas en orden a éste, lleva a toda la creación hacia ese sentido. ¿Y para qué me ha creado Dios? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Hacia dónde encaminar mi existencia?

Él nos eligió en Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según su voluntad y designio, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya (Ef. 1,4ss).


Por eso deseamos y buscamos al Señor-Mensajero, porque hemos sido creados para la divinización, para participar de la vida trinitaria. Y, como esto no lo podemos alcanzar con nuestras fuerzas, no sólo buscamos la vida divina, lo único que sacia nuestro corazón, sino que buscamos también a quien sacie esta sed (cf. Sal 42): "Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre" (Jn 1,12). Buscar nuestra identidad es buscar a Dios.

Pero este acuciante anhelo de divinidad, tratamos unas veces de silenciarlo y otras de satisfacerlo con sucedáneos. La sed nos habla de carencia de algo y nos da miedo; el tener que buscar algo nos dice que lo que tenemos es insuficiente y nos da miedo dejarlo. Por poco que esto sea, nos da algo. El demonio nos dice que Dios no nos quiere y nos da miedo. Intentamos no oír el deseo y lo intentamos acallar de muchas maneras. Matamos el tiempo y, al hacerlo, nos matamos. Nos di-vertimos y, al hacerlo con las muchas cosas que nos ofrece la vida, desviamos nuestra vida. Aturdimos nuestra atención y, al hacerlo, nos alimentamos de ruido.

Pero también intentamos saciar la sed con múltiples sucedáneos. y elevamos a la categoría de dios a tantas cosas. La lista sería interminable. Cada época tiene sus dioses y cada uno tiene su propio panteón con uno por encima de todos; pero nunca único, porque solamente el verdadero es solamente uno.

Que la belleza divina nos haga sentir con fuerza su atracción, que es nuestra acuciante hambre de eternidad, para que, sintiéndola más, más busquemos a su Hijo, que no está lejos, pues ya está presente en el deseo; pues nuestro anhelo de Dios es sentir que nos desea como hijos. Y, cuanto más lo hallemos, más lo amaremos y más nos pondremos a vaciar de falsos dioses su Templo, para que sólo su gloria lo llene y así su fulgor, para los demás, brille también con nitidez en nosotros.

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sábado, 3 de enero de 2009

Propagar y propagandas

Leo dos noticias sobre sendas campañas publicitarias. Una promocionará el ateísmo en los autobuses de Barcelona, siguiendo la estela de los londinenses; la otra ha sido promovida por los obispos holandeses y va dirigida a los católicos que esporádicamente van a la iglesia.

Y me pregunto sobre la adecuación o no del método. Porque la bondad de un medio, de una herramienta, de un útil, etc. no solamente la da la finalidad buena o mala para la que se use, sino también la adecuación o no a ese fin. En los dos casos, la finalidad es distinta, ¿pero es esto suficiente? Un martillo, para partirle la cabeza a alguien, no es lo mismo que para clavar un clavo. Pero cortar pan es bueno y, sin embargo, usar el martillo para eso no es muy adecuado. La finalidad no hace bueno al martillo para ese fin, incluso a martillazos se puede frustrar éste; más que rebanadas de pan, serán migajas.

Sé -vosotros me vais conociendo- que tal vez le dé demasiadas vueltas a las cosas y, al final, puedo acabar encontrándole cinco o seis patas al gato. Pero, bueno, me vais a permitir que le de un poco a la centrifugadora capital. Si me paso de vueltas, no me hagáis caso.

Tengo mis serios reparos en que las campañas publicitarias sean adecuadas para las cuestiones religiosas. No me refiero a anunciar un concierto de una cantata de Bach o una campaña de Caritas. Pienso, sobre todo, en el primer anuncio del Evangelio, pues es lo que propiamente va dirigido a los de fuera de la Iglesia. El que se ha convertido, supongo que seguirá el catecumenado cara a cara en la parroquia o donde sea. El que ha madurado ya suficientemente su fe, lo suyo es que la viva en el seno de una comunidad de creyentes. Aunque todo esto tal vez sea suponer mucho.

Sobre lo que vengo glosando, se me ocurren, a bote pronto, las siguientes razones y no por orden de importancia.

El medio es en buena medida el mensaje. La publicidad abrumadoramente se utiliza en el mundo comercial. Esto convierte, en mayor o menor medida, lo publicitado en un objeto de consumo. El anuncio del Evangelio puede fácilmente quedar convertido en un objeto más entre los muchos que se ofertan en el mercado y, con él, el anhelo de divinidad puede quedar reducido a cualquier otro deseo que puede ser satisfecho en la órbita del consumismo. Esto viene reforzado por el modo actual de vivir la fe; bastante individualista, con unas parroquias que, en buena medida, parecen reproducir el esquema de una empresa de servicios, etc.

En las campañas publicitarias, se delega lo que se debería de hacer personalmente, de tú a tú; aquí es donde debería de estar nuestra fuerza. Esa palabra, que en un momento dirijo a alguien con rostro, ha sido precedida por la acción del Espíritu Santo, pero no solamente; también por una vida que se ha convertido en una interrogante y que está siendo avalada por el amor mutuo crucificado entre los hermanos de fe, que es en lo que se conoce que somos discípulos de Cristo.

Además la publicidad es, en sí misma, algo impersonal. Con terminología de corte orteguiano, va dirigida a la gente y no a las personas concretas. Y quien recibe ese mensaje no ve al que se lo dirige; el emisor es algo impersonal, anónimo.

Los católicos que van irregularmente a la iglesia, ¿qué encuentran en ella? ¿Tan poca vida palpan que hace falta la publicidad? Tal vez la gran campaña empezaría por ser lo que decimos ser. Y, respecto a los no creyentes, otro tanto. Lo que necesitan ver en la Iglesia es la gloria del cuerpo de Cristo resucitado. Y esta visibilidad se la dará el que cobre carne en nosotros el mandamiento nuevo.

Como veis, una vez más, acaso soy un poco exagerado. Con todo, sin embargo, para Dios, una campaña de publicidad no es un obstaculo para obrar a favor de alguien. Aunque tampoco lo son mis pecados.

viernes, 2 de enero de 2009

Schönborn y el test de la "Humanae Vitae"

De Viena no solamente nos llega el concierto de Año Nuevo. De su cardenal, Schönborn, pudimos leer, poco antes de terminar 2008, unas polémicas declaraciones entorno a la recepción de la Humanae Vitae, acaso la Encíclica más políticamente incorrecta. El arzobispo vienés arremetía duramente contra buena parte del episcopado europeo por la "tímida" acogida a la carta papal. No voy a entrar en la justeza o no de sus afirmaciones, ni en las réplicas que ha encontrado. Voy a tomar pie en el oleaje de la superficie para buscar la corriente marina de fondo.

En mi primer acercamiento a la Humanae Vitae, tuve la impresión de que era algo importante. Con el paso del tiempo, se me va acrecentando la convicción de que tal vez sea uno de los acontecimientos, al menos eclesialmente, más importantes del pasado siglo. No es simplemente un suceso, algo que ocurrió y, a ello, sucedió otra cosa. Sino que es algo que sigue obrando y, por eso, de la postura que tomemos ante ella, va a depender lo que sea la Iglesia y, por consiguiente, también nuestro mundo.

Este seguir obrando es lo que convierte a la Encíclica en un magnífico test. La reacción ante ella da la medida de dónde está cada quién, al menos en las cuestiones morales, si a la altura de los tiempos o anclado quién sabe dónde. Ambos polos no se identifican, ni mucho menos, con las tópicas corriente de progres y carcas o liberales y conservadores.

Moralmente, tras el Concilio, se han dado dos fuertes corrientes en la Iglesia; esto no quiere decir que sean las únicas. Las mentes disyuntivas de blanco o negro sí lo piensan, por eso, si no te ven conservador, te llaman progre o viceversa. Esto se da también en otros órdenes de la vida de fe, no es monopolio de la moral y ésta, aunque la carta de Pablo VI se centre en ello, es más que sexualidad. Pero ciñámonos a lo moral y concretamente a la Humanae Vitae, pues el que mucho abarca poco aprieta.

Esas dos corrientes parecen contradecirse, pero, en mi más que irrelevante opinión, comparten un fondo común. Muy sintética y acertadamente Schönborn decía que la aplicación se había dejado a cada conciencia. Como no podía ser menos, si esto se entendiera clásicamente. Pero detrás de esta frase no está precisamente el obrar conforme a la voz de la conciencia. Cuando se dice obrar conforme a la conciencia, se está diciendo, en nuestro contexto cultural, otra cosa.

En realidad, el trasfondo es una mentalidad iuspositivista -nos sale de nuevo la pedante palabreja: perdonadme-. Para muchos de nuestros contemporáneos significa que cada quién, se dictará a sí mismo la ley moral, no que vaya a seguir la voz de su concienica. No es que uno sea ley para sí mismo, sino que es legislador para sí mismo. Pero, en no pocos de quienes han defendido la enseñanza papal, inconscientemente ha funcionado una mentalidad parecida. Unos apelando a la conciencia y otros a la ley moral le han hecho un flaco favor a la Humanae Vitae, es decir, a la evangelización y a la Iglesia.

¿Por qué digo esto? Buena parte de los pocos que han defendido la Humanae Vitae lo han hecho como si fuera una ley externa al hombre, dictada bien por el Dios del voluntarismo o por la Iglesia. En el caso de Dios, a la par, se ha trasmitido la imagen de una divinidad tiránica y arbitraria. Como si Dios hubiera creado al hombre y luego le dictara unas normas. Si fuera algo dictado por la Iglesia también se comunicaría una imagen arbitraria de la moral. La naturaleza humana iría por un lado y, sobre ella, bien fuera el legislador Dios bien la Iglesia, caería la carga de unas normas. Cuánto tenemos en común con nuestros contemporáneos.

Así es muy difícil que uno se tome en serio el deber moral. Si se me permite la paradójica expresión, Dios es iusnaturalista y la Iglesia, en este caso Pablo VI, lo que hace es poner en palabras humanas el deber ser y hacer, que no son un postizo pegado a la criatura.

Y luego, claro, el modo de transmisión de la verdad. Cuántas veces dando por supuesta la fe en el oyente. Si éste no es creyente, el que enseña no puede actuar como si el otro lo considerara su pastor. Y qué pocas veces tomamos en consideración el punto del camino en el que está cada quien. Con qué frecuencia, por no tratar al retoño como tal, nuestras palabras son como un adoquín tirado a la cabeza.

Mucho me he alargado. Y, cuanto más se habla, más riesgo de decir tonterías. Las que se me hayan deslizado no las toméis en cuenta. Lo importante es lo que enseñe la Iglesia.