miércoles, 31 de diciembre de 2008

¡Feliz año!

"El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor;
el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6,24ss).

El Mesías de Händel XIII

.../...

Dejábamos pendientes dos cabos. El texto de Händel concluye Ag 2,7 así: "the desire of the nations shall come". Probablemente la traducción inglesa está influida por la latina que dice "el deseado", pero el original hebreo pide mejor riquezas, que es lo que dice la española que hemos usado. Pero dejada a un lado esta nota erudita, que no tenía otra finalidad que aclarar esa posible duda que le hubiera podido surgir a algún contertulio, vamos a lo sustancioso.

El libretista se para ahí, y omite el final del versículo: "llenaré de gloria este Templo". ¿Por qué? Lo sustituye con Ml 3,1ss: "De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar -dice el Señor Sebaot. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor. [...] Refinará a los hijos de Leví y presentarán al Señor la ofrenda como es debido".

Al obrar así, nos está diciendo algo muy interesante. Entiende que la llegada del Señor-Mensajero equivale a que se llene de gloria el Templo. La unión de la profecía de Ageo y la de Malaquías se ve reforzada expresivamente porque Händel continúa en la misma tesitura. El bajo prosigue cantando el primer versículo del oráculo.

Esta profecía de Malaquías comienza con algo chocante. Habla de Señor buscado y de mensajero deseado. Lo llamativo es que ese Señor, que es la palabra que el piadoso judío emplea para evitar pronunciar el santo nombre de Dios, Yhwh, es también un mensajero. ¿Cómo puede ser Señor y enviado? Solamente después de la Encarnación hallamos luz para entender esta paradoja. El Señor -también es la palabra que usa el NT para referirse a Jesús-, el Hijo de Dios hecho hombre es el enviado del Padre.

Es el Verbo encarnado la máxima revelación de Dios, su máxima presencia en el mundo. Pero, estando así presente, no deja de ser absolutamente trascendente. Es la gloria de Dios que llena el Templo. En primer lugar, el de su cuerpo, como nos dice Jn 2,21. Pero su gloria llena también el Templo que es el seno virginal de María; el Templo que es la Iglesia y en cuya construcción, como piedras vivas, entran los creyentes; y el Templo que es el justo. Es su gloria la que hace que sea verdad en nosotros lo que la Luz del mundo dice a sus discípulos en el Sermón de la Montaña: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14).

Habrá que continuar. Pero ya el año que viene, si Dios quiere.

.../...

martes, 30 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel XII

.../...

"...y agitaré cielo y tierra, mar y continente; sacudiré los pueblos" (Ag 2,6s). Por la esperanza, nos está presente lo ausente; por ello, la vivencia del tiempo es distinta. Y lo que esperanzadamente aguarda el creyente es una intervención del Señor Sebaot, es decir, de aquel que tiene bajo su mando los ejércitos celestes; visto desde la otra cara, de Aquél a quien sirven las jerarquías celestes. El Señor del ámbito celeste es también quien rige los ámbitos de la Naturaleza y la Historia.

El camino del nuevo éxodo desde el destierro babilónico prefigura uno más radical, el del destierro fuera del Paraíso. La reconstrucción de la tierra prometida es otra imagen de la recuperación del Paraíso. Por el pecado, la Naturaleza y la Historia están distorsionadas; cada uno, desde sí mismo, al margen de Dios y de todo, ha ordenado las cosas dándoles un relieve valorativo en cuya cúspide no está Dios. Fuera del orden de valores por Él querido, estamos fuera de nuestro lugar propio. En un mundo ordenado desde nuestro endiosamiento, desde nuestra soberbia, estamos en una tierra destruida y sin Templo; todo está como pro-fanado. Reconstruirla con nuestras solas fuerzas es imposible; Dios tiene que con-sagrar lo que hemos mancillado con el pecado.

Como cuando cogemos, por ejemplo, una blusa arrugada, al sacarla de la lavadora, y la sacudimos para estirarla, así será la intervención de Dios. Él lo va a sacudir todo para recolocarlo. "Vendrán las riquezas de todo el mundo, y llenaré de gloria este Templo" (Ag 2,7). Lo mismo que Dios iba a obrar para que todo lo necesario confluyera para la reconstrucción de Jerusalén, así hace para que todo quede ordenado entorno al único centro. Todo convergerá hacia su gloria. Esto que esperamos ocurra en su plenitud al final de los tiempos, ya está teniendo lugar. Quien va paso a paso tras el Señor, quien lo va poniendo como centro de su vida, nota cómo va siendo recolocado. Las cosas son las mismas en su entorno, pero todo cobra un peso distinto al que tenía antes.

Al principio puede causar extrañeza. Puede dar la impresión de que ya no le importa a uno nada. Pero lo que está ocurriendo sencillamente es que las cosas han cambiado de valoración. Aquello a lo que mi mentalidad le daba mucha importancia ya no la tiene y, por eso, puede darme la sensación de que no me importa ya nada. Las conversaciones, por ejemplo, sobre temas que antes podían tener interés, ahora resultan hueras. Incluso me puede dar la impresión de que me he convertido en una persona rara. Sí, en medio de esta sociedad, el verdadero discípulo es como un extraño; viviendo en su país, se ha convertido en un extranjero. Sin moverse de su ciudad, ha empezado a experimentar la virtud de la xeniteia, que decían los antiguos Padres del desierto. Empieza a palpar lo que es ser ciudadano del cielo; el mundo parece nuevo.

[Seguramente quien haya seguido el texto inglés que usa Händel se habrá dado cuenta de dos divergencias con la traducción empleada aquí. Algo parece cambiado y algo parece sobrar. ¿Por qué? Cuando empecemos con el paso de Malaquías, lo aclararemos.]

.../...

lunes, 29 de diciembre de 2008

Ciudad sin ley

El gobierno está dispuesto a sacar adelante la nueva ley del aborto que, en esta ocasión, no será despenalización, sino que se encamina a establecer abiertamente un derecho a abortar. Para ello, uno de los escollos con los que se encuentra es la sentencia del Tribunal Constitucional, a raíz de la anterior, en la que afirmaba que era contrario a la Ley Fundamental una regulación por plazos. Por ello, R. Jáuregui ha dicho que haría falta una interpretación más flexible y actualizada.

En las cuestiones legislativas, no solamente para el aborto, hay una raíz común que lo pudre todo. En este tema en concreto, la cuestión es muy grave. Pero los principios que dan lugar a ello pueden ser ocasión y, llegado el caso lo serán -espero ser un pésimo profeta-, para más atrocidades. La comprensión de la ley como un chicle suele convertir a ésta en un martillo para los débiles.

Con ocasión del libro de P. Urbano sobre la reina, muchos se llevaron las manos a la cabeza porque dijera la entrevistada que la legislación debía de tener en cuenta las leyes naturales. La mentalidad dominante considera que ley es aquéllo que aprueba el parlamento y su legitimidad solamente tiene ese límite. Menos legítimas serían las aprobadas por un tirano, pero solamente porque habrían sobrepasado el límite de la formalidad democrática. Pero, en lo que ahora tratamos, podría haber hecho el autócrata exactamente lo mismo.

Sin embargo, en la regulación de los límites de velocidad vial, se tiene muy en cuenta que la fuerza es igual al producto de la masa y la aceleración. Ésta es una ley física y éste es un tipo de leyes naturales que sí se toman en cuenta. Para esto, el legislador no es iuspositivista. Pero, como hay una curiosa mentalidad imperfectamente materialista, esto sería de aplicación en determinados casos. Solamente en estos supuesto podría hablarse, aunque no muy estrictamente, de iusnaturalismo. Para otras esferas del vivir humano esto no se tomaría en consideración.

Pero nuestro materialismo es en realidad un dualismo vergonzante. Fuera de lo estrictamente material hay más realidad, no abarcable por las ciencias naturales, aunque no se confiese. Pero, para ese ámbito, el hombre puede decidir lo que sea, con el límite de que hay más omnipotencias que las de un individuo. Por eso, lo que se impone es la mayoría.

Esta mentalidad la vemos en la ideología de género. El sexo no forma parte propiamente de lo sustantivo del hombre. Es, como un accidente gramatical, como el genero, número o caso, algo inherido al sustantivo que se puede modificar. Mi omnipotencia puede decidir mi orientación sexual, pues no tengo propiamente sexo, sino género. Aquí aparece la arbitrariedad, pues, en este caso, da igual lo que diga la ciencia. En la omnipotencia, se confunde la libertad con la voluntad. En la arbitrariedad, con la elección. Dejémoslo señalado, seguramente habrá ocasión otro día para profundizar en ello.

En la legislación, también encontramos la arbitrariedad; consideramos que nuestro abanico de elecciones es ilimitado y así pensamos que somos más libres. Pero las leyes humanas tienen unos límites, no solamente el de tener que obtener la mayoría parlamentaria. La realidad nos ayuda a reconocer lo justo de lo injusto. El ámbito de la Naturaleza tiene unas leyes, pero el ámbito Histórico también. La realidad humana es de una manera y su dimensión social también y no es indiferente lo que se haga. El barro tiene unas propiedades que son, a la par, posibilidades e imposibilidades para el alfarero. Si se sabe servir de sus posibilidades hará buenas piezas, si cree que la libertad es omnipotencia y arbitrariedad, fracasará en sus proyectos, pues el barro, por ejemplo, no se comportará como un mental por mucho que quiera y elija esa opción imaginaria.

Si las leyes humanas, no toman en cuenta lo que el hombre es en todas sus dimensiones -natural, histórica, individual, social, trascendente- las leyes serán injustas, no se ajustarán a lo que de suyo es su destinatario y le causarán daño y no solamente físico. Quien vive a conciencia, con una conciencia que derechamente busca la verdad, sabe que ante las leyes injustas, por muy votadas que estén en el parlamento, por muchas incomodidades que pueda causarle su postura, hay que objetar que hay una norma mayor; aquélla de la que me habla la voz de la conciencia.

Todo esto nos suena a Gn 3. Queremos ser dioses desde nosotros mismos. No creemos en Dios, entre otras cosas, porque nos recuerda que somos limitados y porque la imagen que tenemos de un dios -una realidad con una omnipotencia arbitraria- y que proyectamos sobre el verdadero no nos gusta. Y, sin embargo, nos endiosamos de esa manera.

domingo, 28 de diciembre de 2008

A conciencia

Como sabréis, recientemente el Gran Duque de Luxemburgo se negó a sancionar y promulgar la ley de eutanasia que había aprobado el parlamento de su país. Me quiero hacer eco de algo que dijo Enrique I en su mensaje navideño en referencia a este hecho: "Detrás de la institución que representa la unidad y la continuidad de nuestro Estado, hay también un hombre. Un hombre que respeta al máximo vuestra libertad, pero también un hombre que tiene su propia conciencia".

Un hombre y con conciencia. Algo que parece evidente y, sin embargo, da la impresión de que era necesario recordarlo. ¿Por qué? No se nos escapa que el nihilismo lo va invadiendo todo, también, como no podía ser de otra manera, el ámbito moral. Detrás de ello está el eclipse de Dios. Si no hay ni Dios ni vida eterna, el final de toda vida humana es la aniquilación total, la nada. Y, como al hombre le acompañan sus obras, el valor de éstas es el mismo, nada. Da igual lo que se haga, no hay nada bueno ni malo, porque todo tiene el mismo final.

La única diferencia entre unas obras y otras sería la conveniencia o utilidad de las mismas, pero, para discernir sobre ello, no es necesaria la conciencia moral. Es más, ésta incluso me puede incomodar. Mejor vivir sin complicaciones innecesarias. Si no hay vida eterna, comamos y bebamos que mañana moriremos. Y lo que estorbe a esto es mejor eliminarlo.

Este reduccionismo de la vida humana, está acompañado por una concepción materialista del hombre. El nihilismo va siempre de la mano de expresiones como "el hombre no es más que..." Y, si solamente es materia, fácilmente puede ser tratado como elemento de una masa o engranaje de un mecanismo. El Gran Duque de Luxemburgo, al decir esto, ha reivindicado que es un hombre entero. Pero también ha dicho que todos lo somos. Que no podemos escondernos ni en la mecánica del Estado ni en la inercia de la masa ni en unas normas morales. Sí, ni siquiera en esto. Porque la norma moral sin conciencia es una inmoralidad.

La mayoría -no sé si todos- de los contertulios de este blog no ocupamos un lugar relevante; sin embargo, todos tenemos la posibilidad de hacer dejación o no de nuestra conciencia. En una sociedad que tanto parece exaltar la libertad, se da la contradicción de que la conciencia sea algo arrinconado. Unos se deben a la disciplina de partido, otros a lo que se lleva, muchos a evitarse problemas y cuántos se atrincheran en lo que llaman prudencia y que no es otra cosa sino conveniencia social. Sin embargo, donde más brilla la libertad es en quien se debe solamente a su conciencia.

Atrevámonos a vivir a conciencia. El que así obre se convertirá en una paradoja andante. Por mucho que los de su entorno quieran hacer oídos sordos a la suya propia, él será una pregunta permanente.

sábado, 27 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel XI

.../...

Isaías nos había anunciado un nuevo éxodo que tenía en su centro la gloria de Dios. Ahora el bajo cantará: "Así dice el Señor Sebaot: 'Todavía un poco más y agitaré cielo y tierra, mar y continente; sacudiré los pueblos; vendrán las riquezas de todo el mundo, y llenaré de gloria este Templo -dice el Señor Sebaot-" (Ag 2,6s).

La profecía de Ageo tiene lugar durante el reinado de Darío. Han pasado años desde el decreto de Ciro, hay habitantes en la tierra antes lejana. Pero, desanimados ante las pocas posibilidades, por lo que dice el resto del libro de Ageo, debieron de centrarse en reconstruir cada uno su casa y cultivar su campo, dejando a un lado la reedificación del Templo. En esta situación, fue pronunciado originalmente el oráculo. También resuena en nuestro troceador individualismo.

Una de las consecuencias del pecado fue la fragmentación de la percepción de la temporalidad y el vaciamiento de contenido. La fragmentación nos hace vivir con una frontera respecto al futuro y además el porvenir, lo mismo que el presente, aparece vacío. Pero el ahora, al menos, da la impresión de tener un mínimo de realidad, aunque esté horadado por la nada. El tiempo se hace largo y pesado; ahí se dan fenómenos como el aburrimiento y el tedio. Hay que matar el tiempo. ¡Tremenda expresión! Hay que apresurarse, hay que llenar el presente, como sea, en un desesperado intento por conjurar la nada. Y, si no, aturdirse para no enterarnos de la vanidad de todo.

Sin la percepción, por la fe, de la presencia de Dios, todo parece estar siendo devorado por la nada. Pero sentir el sin sentido es una puerta abierta para preguntarnos por él. El hombre anhela el sentido, sin él, la vida le resulta un absurdo. Pero, por no sentir el dolor del vacío, huimos de él con sucedáneos o aturdiéndonos. Y, sin embargo, ese sufrimiento podría ser el precursor de la esperanza.

Un indicio del crecimiento espiritual es la unificación del tiempo. No estoy separado del porvenir, que además se me muestra preñado de contenido y presente en la esperanza, que engarza cada momento en una unidad. Por eso, las promesas de Dios hay que esperarlas sólo "todavía un poco más". El retorno al Paraíso es vuelta a una vivencia distinta de la temporalidad. Con razón dice el salmista que mil años en la presencia de Dios son un ayer que pasó. En esta vivencia de la temporalidad una hora de oración es un fugaz vuelo.

Pero no solamente la vivencia de al temporalidad ha sufrido con el pecado. La salida del Paraíso es la salida de la comunión con la Naturaleza y el resquebrajamiento de la Historia. Para ambas también es el oráculo profético.

.../...

viernes, 26 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel X

.../...

Por lo que veníamos diciendo, podría parecernos que tal vez pudiéramos quedarnos con los estratos más modernos y prescindir de los más antiguos. Así pensó Marción y tantos otros que a lo largo de la Historia han querido y siguen queriendo quedarse solamente con el Nuevo Testamento; incluso algunos solamente con algunas partes de él. Sin embargo, la Escritura es una unidad. Cada una de sus partes remite al todo y éste a las partes; la túnica inconsútil de Cristo, tampoco, en esto, se puede rasgar. Sería como arrancarle a alguno de sus antepasados. No solamente somos genéticamente una herencia de nuestros progenitores, sino que somos también nuestros antepasados cultural e históricamente. Toda la Biblia habla de Jesús y sólo desde Él es comprensible.

Con la Biblia pasa lo que con el cerebro humano, por poner un ejemplo. En él, podemos ver huellas de las distintas etapas evolutivas. Si prescindimos del cerebro reptiliano, el cerebro humano es inviable; si quitamos lo más actual, en el caso de ser viable, no sería un cerebro humano. Aunque la analogía no sea muy fina, espero que sirva para dar una idea.

Pero, además de esta unidad, la llamada unidad del canon, hay otra más profunda. La que se da entre la palabra humana y la divina. Así como Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre -¡estamos en Navidad!-, por estar hipostáticamente unida la naturaleza humana a la divina, así, en el caso de la Biblia, tenemos una palabra que es verdaderamente humana y verdaderamente divina. Análogamente a como están unidas las dos naturalezas de Cristo, podríamos decir que lo humano de la palabra y lo divino están unidos sin confusión, sin cambio, sin división y sin separación.

Del mismo modo que para conocer a Jesús, como hombre, les bastaba, a sus contemporáneos, el entendimiento humano, pero necesitaban de la fe para conocer su divinidad; así, para tener comprensión de la Biblia, en cuanto palabra humana, bastan los recursos que empleamos para leer cualquier otro texto. Sin embargo, para escucharla, cual es en verdad, como palabra de Dios, necesitamos de la fe. El sentido llamado literal es captado por la inteligencia; en cambio, para el sentido espiritual, además de no poder prescindir del literal, necesitamos de la fe. El verdadero intérprete es el Espíritu Santo. Garantía de que nuestra lectura sea buena será que pueda recostarse en los brazos de la Iglesia.

Todo esto lo encontráis mejor en los nn. 101-130 del Catecismo de la Iglesia Católica. Bueno, aunque en rápidas pinceladas y las limitaciones de quien lo expone, creo que podemos concluir este versículo. Ahora prestaremos oído al bajo que nos cantará Ag 2,6s.

.../...

miércoles, 24 de diciembre de 2008

¡Feliz Navidad!


“Hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos salvará, y mañana contemplaréis su gloria” (cf. Ex 16,6s)

Antes de que llegue

Me brotan las lágrimas,
al ver cómo eres,
sin que te empañen
mis pensamientos.
Sólo tú,
realidad en silencio:
belleza.

El misterio de Navidad castrado


Hoy, en este artículo, intento dar alguna clave de lo que pasa con las fiestas navideñas. Los comentarios los podéis dejar aquí.
Uno de los contertulios de estas glosas, después de leerlo, ha hecho una foto del adorno al que hago referencia y nos la ha mandado.


martes, 23 de diciembre de 2008

La lotería del carnaval de invierno



Un año más, una ingente cantidad de medios de comunicación se dedicó a retransmitir e informar sobre un sorteo de lotería. En una radio, en cuyo capital participa la conferencia episcopal, oí a una locutora decir que era la puerta de la Navidad. Bueno, ciertamente es un proscenio, pero no de la Navidad, sino del cada vez más arraigado Carnaval de Invierno o, si preferís, del Solsticio de Invierno. Y lo propio de este tipo de fiestas es la máscara, que, en este caso, son las reliquias sociológicas de una fiesta religiosa.

No solamente son las muchas horas y medios de todo tipo dedicados a la noticia; los españoles de media se gastan, en este sorteo, 70 € largos. Todo esto dice mucho de nuestra sociedad. Pero, para mí, hay algo más preocupante. ¿Seré un puritano, un talibán o un montanista? No sé la cantidad exacta -si la supiera, no sé qué sentiría-, ¿pero cuánta lotería se ha vendido en las parroquias? Por lo general, en todo tan mimetizados con el paisaje, nos parece natural y el caso es que muy bien podría ser una aberración.

¿Para qué la compramos? Si es para contribuir a la financiación de la Iglesia, es innecesario; basta con dar la cantidad entera y se habrá colaborado más. Debe ser que necesitamos un incentivo, aunque sea una expectativa de beneficio para colaborar. ¡Qué lejos de la comunión de bienes!

Si es por el dinero a ganar, malo; la avaricia es una forma de idolatría (Col 3,5). Ya sé que, en la mayoría, lo es en una pequeña dosis. Mas, en esa pequeña medida, ¿a quién estamos anunciando? ¿Qué ponemos de manifiesto en conjunto: la confianza en la Providencia divina o en el dinero? Con estos signos como avales, ¿qué credibilidad va a tener el anuncio del final de Mt 6? ¿Y qué decir del anuncio del nacimiento en pobreza de Jesús? En algunos casos, la compra de lotería se justifica como profiláctico de la envidia; si le toca al otro donde yo podría haber comprado,... Y envidia por el dinero.

Habrá quien tenga necesidad económica y que no sea por codicia. En este caso, el asunto se pone peor. Si es un hermano de fe, esto no debería de darse. Si fuera alguien no católico, tampoco. Porque no solamente tiene que haber entre nosotros un amor recíproco, sino que también tenemos que amar al prójimo e incluso al enemigo. Por este lado, también es un anti-signo.

Y, si se considera una forma de compartir, de confraternizar, casi mejor omitir el comentario.

¿Para qué se vende en parroquias, colegios, casas de formación, etc.? Muchos responsables económicos argüirán que ese dinero lo necesitan, que, si no, se les viene la iglesia abajo. Pero el problema no son las iglesias, sino la Iglesia. Los templos no son un fin, están al servicio del Cuerpo de Cristo; los fieles, como piedras vivas, son los que de verdad entran a formar parte de la construcción del Templo que es la Iglesia. Si por no vender lotería, se arruinan los medios materiales, esto lo único que habrá hecho es haber puesto de manifiesto nuestra pobre realidad eclesial.

Un cura con mucha chispa, el nombre no viene al caso, en una conversación en que se contrastaban las abundantes obras que se hacían en su diócesis y el paulatino vaciamiento de los templos, dijo: "Como no sabemos hacer Iglesia, hacemos iglesias". Probablemente soy un poco exagerado. Si es así, no me hagáis caso. Pero, si no, démosle gracias a Dios por la lotería; sabiéndola mirar, es un espejo para ver muchas cosas que hay que cambiar, que tengo que cambiar. Hasta la lotería puede ser una llamada a la conversión.

lunes, 22 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel IX

.../...

Una de las grandes limitaciones de los escritores sagrados es la lengua. No solamente por la mayor o menor riqueza léxica o flexibilidad sintáctica. Los autores humanos de la Biblia tienen como herramienta un idioma que se ha formado antes de que empezara la aventura de Abraham y que contiene, a presión de siglos, una mentalidad; como todas las lenguas. Una mentalidad es un modo de entender la realidad y de tratar con ella. Es una posibilidad, pero es una limitación; porque aunque nos regala una interpretación de lo que las cosas sean en la realidad, es decir, allende nuestra percepción, sin embargo, no es la realidad misma. Pero además la mentalidad nos dice qué hemos decidido que sean las cosas para nosotros, es decir, nos da el mundo inscrito en un sentido, con un determinado relieve valorativo.

Pero una mentalidad y, con ella, una lengua, presenta otra dificultad importante. Nos identificamos tanto con ella que acabamos confundiéndola con la realidad. Mi pobre experiencia me ha enseñado que éste sea acaso uno de los escollos más importantes en la vida espiritual. Un maestro auténtico sabe guiar para que el discípulo aprenda a liberarse de esta atadura, a que la mentalidad no suplante a la realidad y, con ella, al misterio. La lengua hebrea y la griega contienen una mentalidad, pero nosotros, al leer, también proyectamos la nuestra.

Los autores bíblico tenían una lengua recibida con la que expresar una experiencia de Dios, pero también con la que la comprendían, porque, aunque el acto radical de intelección sea preverbal, sin embargo, pensamos lo inteligido con palabras. [Me voy un momento por las ramas y hago una pequeña glosa a mi glosa. Creo que una de las cuestiones más urgentes en teología sea hacer una reflexión sobre el acto primordial de fe. Pidamos a Dios que ilumine a algún teólogo para que dé una palabra certera sobre esto en nuestro tiempo]. Esta mentalidad recibida en una lengua, sufre modificaciones en cada creyente, que así la va llevando un poco más allá de ella misma. Y, enriquecida por uno, es entregada a la siguiente generación. En el problema del lenguaje, nos topamos con que Dios no ha prescindido de que los hombres seamos seres históricos. La revelación tiene carácter histórico; es para los hombres.

Es llamativo que la Historia, como tal, pase a primer plano de la reflexión filosófica en el s. XIX y que una de las grandes cuestiones bíblicas sea que Dios interviene en ella. Apenas estamos nosotros empezando a reflexionar sobre estos temas y, sin embargo, ellos, con una idea de la causalidad incluso anterior a la aristotélica, anterior a una conceptuación de la funcionalidad del mero ámbito de la Naturaleza, con unos medios lingüísticos tan pobres intentan comprender y expresar algo tan extraordinario. Esta limitación, de entrada, nos dice algo maravilloso; por pequeño que sea el hombre y limitado su lenguaje, Dios no margina lo que somos para hablarnos.

Aunque todo va apenas abocetado, me voy alargando tal vez mucho. Disculpadme si tedioso se os hace. A ver si con una entrega más conseguimos terminar el versículo.

.../...

domingo, 21 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel VIII

.../...

"Ha hablado la boca del Señor". Así termina este último versículo. En el primero habíamos oído: "Dice vuestro Dios". Se trata de algo que es dicho por Dios, pero el profeta, su boca, también ha actuado. Tanto el libro de Isaías como el resto de la Biblia tienen una doble autoría; son palabra humana y palabra divina.

No se trata de que Dios haya puesto, a unos determinados hombres, a copiar al dictado. Por ello, el cristianismo no es propiamente una religión del Libro. No son simplemente palabras de un idioma humano, es que los distintos autores -a veces a través de un complejo y secular proceso de redacción- lo son de verdad, con todo lo que esto implica. La elección e inspiración divina no anula ni la creatividad ni las limitaciones del escritor sagrado. Y, como hay verdadera autoría humana, se precisa la interpretación.

Cuando ponemos la perfección en la pureza de lo abstracto, tal vez esto nos pueda parecer un absurdo. Me parece que muchos de nuestros escándalos, leyendo algunos pasajes de bíblicos, tienen su origen aquí. Pero esto mismo es ya un fruto de la divina escritura. Cuando un paso nos revuelve por dentro, nos está diciendo algo, es una interrogación sobre mi actitud ante muchas cosas y también me está hablando del contraste que hay entre mi y Dios.

Las limitaciones de los autores son de muy distinto tipo. Hay poemas bellísimo, otros son casi tan malos como los míos. La inspiración literaria en algunos pasajes es extraordinaria, en otros parece que escribe un leguleyo o algún burócrata de registro civil. ¿Por qué no se servirá Dios solamente de los mejores literatos?

Sto. Tomás de Aquino, al contemplar la muchedumbre de criaturas diversas que pueblan y constituyen el universo, se hace una pregunta parecida. La creación habla de la inconmensurable riqueza que Dios es en sí mismo y esto no puede expresarse con la pura simplicidad, porque, si Dios hubiera creado un universo simplicísimo, hubiera creado otro Dios; lo cual es contradictorio, porque Dios solamente puede haber uno.

Así pienso que pasa con la Sagrada Escritura; la variedad de autores, de estilos, de géneros, etc. nos hablan de la simplicísima riqueza divina. Y, a la par, cuando esto nos chirría, nos está llamando a no buscar el bien, la bondad y la belleza en un solo respecto formal. Nos está invitando a mirar desde otro ángulo. El pobre poeta, como tal, ofrece poco, pero me regala el escucharle desde otro punto, para descubrir su riqueza, que será otra distinta a la que me ofrece un gran escritor. Solamente el haberme movido a reorientar mi atención ya me ha regalado mucho.

Pero, por grandes que fueren las cualidades del autor, siempre serán limitadas para hablar de Dios. Y, sin embargo, la finitud también nos habla de Él. Esta pequeñez de los hombres ofrece muchas variantes, las cuales, cada una a su manera, nos remiten también a Dios. Pero esto, tendremos que dejarlo para otro momento.

.../...

sábado, 20 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel VII

.../...

Händel ha ido subrayando y dando expresión a las palabras con recursos musicales; así, por ejemplo, en "be exalted" ["se levanten" en la traducción española usada], el tenor se iba al agudo y prolongaba la sílaba tónica, como si se tratara de un melisma gregoriano. Ahora será el hecho de que cante el coro el que ponga el énfasis en este último versículo de este fragmento del primer oráculo del Déutero-Isaías con que comienza el oratorio: "Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-" (Is 40,5).

Todavía es pronto para ver la esencia divina, ello será más tarde: "Aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2). Entre tanto, mientras caminamos por la Historia, se nos regala la perceptibilidad de la gloria divina.

La gloria, en la Biblia, no es la gloria tal y como se suele entender en el lenguaje corriente. La gloria de Dios es su desnuda presencia en un mundo que trasciende, al que Él no pertenece. Las cosas están presentes en el mundo formando parte de él. Los hombres no solamente estamos presentes, sino que nos hacemos presentes desde nosotros mismos, pero siempre formando parte del mundo. Dios no, Él es Santo, no forma parte del mundo, pero desde sí mismo se hace presente en él. Y ese estar presente en el mundo trascendiéndolo es su gloria.

La gloria de Dios llena la tierra, pero, en el AT, está especialmente en el Templo de Jerusalén; antes lo había estado en la Tienda del Encuentro en el camino del Éxodo. Esa gloria divina se hace percibir sensorialmente de modo extraordinario en algunos momentos; son las teofanías. Constantemente se recuerda la grandiosidad de las mismas en el monte Sinaí. Pero éstas no tienen lugar solamente en fenómenos naturales; Dios, ante todo, se da a sentir en la Historia. Y el creyente, al percibirlo, reconoce que es la gloria divina; esto es glorificar a Dios.

El profeta anuncia que la gloria divina va a tener una manifestación especial; todos la van a poder ver y lo harán unidos. Jesús es el gran revelador de la gloria divina, pues en Él no solamente se hace papable, visible, audible, etc (cf, 1Jn 1,1), sino que su humanidad está unida hipostáticamente a la divinidad; quien hace perceptible la gloria divina es el Hijo de Dios. Pero solamente sus paisanos pudieron por la fe reconocerla, es decir, glorificar a Dios. Muchos vieron la humanidad de Jesús, como veían la de cualquier otro hombre, pero no todos reconocieron la gloria divina (cf. Lc 17,11-19). Algunas veces se juntaban miles, pero, por muchos que fueran, eran pocos.

En la Iglesia, la gloria de Dios se manifiesta a más de muchas maneras, eminentemente en la Eucaristía. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, el amor mutuo entre los hermanos, manifiesta su glorioso cuerpo resucitado a los hombres. Pero será en la culminación de la Historia, en su Parusía, cuando se haga patente a todos. En su espera, deseándola y pidiéndola, amémonos los creyentes unos a otros para hacer visible su gloria. Abramos los sentidos de la fe purificando el corazón, para reconocerla en la comunidad reunida en su nombre, en su Palabra, en la Eucaristía,... y en los pobres. Y, descubriéndola en todo, glorifiquemos a Dios.

Aún nos queda un poco de este versículo; otro día.

.../...

viernes, 19 de diciembre de 2008

Para una tertulia viva

Ojeando un antiguo número de la edición española de la revista Communio, me he encontrado con este parrafito que siempre me gustó mucho y me trae buenos recuerdos. Muy bien se podría aplicar también a un blog.

Una revista no está viva más que si cada vez deja descontenta a una quinta parte de sus suscriptores. La justicia consiste solamente en que no sean siempre los mismos quienes se encuentren en esa quinta parte. De otro modo yo diría que, cuando nos dedicamos a no molestar a nadie, caemos en el sistema de esas enormes revistas que pierden millones, o los ganan, para no decir nada, o más bien, por no decir nada (Charles Péguy, El dinero).

La Iglesia quiere influir en la política

Hoy me remito a un artículo mío. Como veis es sobre un libro. Para quien no sepa qué regalar esta Navidad, tal vez sea una sugerencia. Los comentarios los podéis dejar aquí.

jueves, 18 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel VI

.../...

Y, mientras el tenor canta la melodía, en la caja de resonancia que es él mismo, resuenan los armónicos. Y, al oír esas palabras del profeta, resuenan en nuestro interior las primeras notas del evangelio de S. Marcos: “Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor” (Mc 1, 1ss). Y a continuación nos habla del precursor del Señor.

No nos pasa desapercibido que el evangelista ha interpuesto unas palabras de Ml 3,1 que cantará un poco más adelante el bajo; tampoco que la cita de Isaías aparece con una puntuación distinta. Los que saben de estas cosas nos dirán que es la que tiene la traducción griega de los LXX del Antiguo Testamento y posteriormente la Vulgata. Pero este dato erudito solamente nos dice el camino por el que los dos puntos han cambiado de lugar, el avatar histórico mediante el cual se nos está diciendo algo; esto es lo decisivo, lo que se nos está diciendo en unas pobres y muy limitadas palabras humanas.

S. Juan Bautista ya ha obedecido la llamada a preparar en el desierto el camino del Señor y ha ido a él y lo dispone diciendo allí: “Preparad el camino del Señor”. Hemos oído la llamada a ir al desierto a preparar el camino, que no es otra cosa que “allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale” (Is 40, 3s). Y allí se nos insiste en ello; hemos de profundizar aún más en el camino emprendido.

Como al abad Arsenio le ocurrió, cuando llegamos al desierto, cuando hemos dado los primeros pasos para preparar ese camino, nos encontramos que hay en el una voz que reduplica la llamada. Pero, al mismo tiempo, el que ha llegado al desierto, como le ocurre al Bautista, es también un grito que dice a los demás que preparen el camino. Preparar el camino es ir al desierto a allanar el terreno e ir haciéndolo es una llamada a los demás.

Cuando hemos empezado a igualar el terreno, cuando los desniveles del mal grave han sido perdonados y sanados por Dios, descubrimos una llamada nueva. Hay otros accidentes en nuestra orografía interior; además del mal patente, está el bien aparente. Lo bueno que hacemos está manchado por nuestra intención. Nuestro corazón está apegado a la vanagloria, al placer, al tener, a ser reconocidos, etc. Y, en el desierto, una voz, la de nuestra conciencia, nos descubre que contaminamos lo bueno con nuestros afectos desordenados; preparar el camino al Señor es purificar totalmente, con la ayuda de su gracia, el corazón: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).

.../...

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel V

.../...

El doble imperativo a consolar encuentra un nuevo reflejo. El consuelo no es solamente por la liberación de lo malo, sino también porque Dios va a donar lo bueno. “Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”.

Una voz grita. En el hebreo original, se trata de una acción continua, no puntual; la voz está gritando continuamente algo. ¿Qué es lo que grita? El nuevo éxodo hacia la tierra prometida, anunciado ya por Jeremías y Ezequiel va a tener lugar. Lo mismo que Dios acompañó a su pueblo bien como nube por el día, bien como columna de fuego por la noche (cf. Ex 13, 22) en el camino desde Egipto, así ahora, en este segundo éxodo, también va a ir con los liberados.

No es suficiente no tener mancha de pecado y quedar simplemente en una bondad natural. Dios quiere donar al hombre la participación en su divinidad y quiere acompañarlo a la tierra prometida que no es otra cosa para nosotros sino la comunión con Él en la vida trinitaria; para eso fuimos creados y sin ello no somos felices. Algo inalcanzable si Él no se hace peregrino con nosotros. La vida como caminar tiene un sentido, un hacia dónde, que no es otro que la participación en la santidad de Dios. El camino no es construir una torre con las propias fuerzas que llegue hasta el cielo; se trata de un andar con el divino caminante que ha querido pisar el polvo de los senderos de esta tierra.

Él hace posible el éxodo hacia la tierra previamente perdida, pero es un camino que tenemos que caminar nosotros: “En el desierto preparadle un camino al Señor”. Allí es donde fue el pueblo de Israel conociendo a Dios en el primer éxodo, ahí es donde le promete que lo llevará para enamorarlo de nuevo (Os 2, 16). El lugar de la desnudez, donde no hay recursos humanos, donde la única posibilidad es Dios.

Los apotegmas de los Padres del desierto nos cuentan así la vocación de uno de ellos: “Mientras estaba aún en la corte, el abba Arsenio oró a Dios diciendo: 'Señor, guíame por el camino de la salvación'. Y le llegó una voz que dijo: 'Arsenio, huye de los hombres, y serás salvo'. Habiéndose retirado a la vida solitaria, oró todavía con las mismas palabras, y oyó una voz que le dijo: 'Arsenio, huye, calla, repósate; aquí están las raíces de la impecabilidad'”.

No nos será posible tal vez ir al desierto geográfico, pero he aquí el desierto que puede ir siempre con nosotros: soledad, silencio y quietud. El aprendizaje de estas tres palabras, no la teoría de las mismas, sino como alguien que se inicia en un arte manual, con el ejercicio de aquello en que da los primeros pasos, es aprender a limpiar la tierra de piedras y malas hierbas para que la semilla pueda dar hasta el ciento por uno en algunos casos. Aprender a vivir en medio de los hombres y con ellos desde la celda interior, desde el centro del castillo donde está Dios, como nos cuenta Sta. Teresa.

.../...

martes, 16 de diciembre de 2008

El alcalde se juramentó

Al parecer, es tradición en Toledo desde 1617, que sus alcaldes juren defender la Inmaculada Concepción de María. Según leo en una noticia, el actual regidor, Emiliano García-Page, socialista, también se juramentó este año. El grupo “Alternativa Laica”, por este hecho, ha presentado un recurso contencioso-administrativo contra el alcalde toledano.

¿Por qué glosar esta noticia y otras parecidas? Muy optimista, Fernando Sebastián dice en su libro Cartas desde la fe: «Como ha ocurrido otras veces, es posible que esta dura crisis de la confrontación entre cristianismo y laicismo que estamos viviendo, encuentre en la Iglesia española una respuesta de valor universal». No sé si a tanto llegaremos, pero no pongamos, por nuestra parte, límite a la Providencia divina. Así pues, a reflexionar para ir dando respuesta.

A título personal, el ciudadano Emiliano Gacía-Page puede jurar defender ese dogma y cuantos bien le parezcan; lo mismo que la ciudadana Esperanza Aguirre puede acudir a una misa en acción de gracias por haber salido con vida de un atentado terrorista. Pero, ¿puede hacerlo como alcalde? En esta pregunta, caben otras muchas tradiciones, como colocar bastones de mando a los pies del Santísimo, tener la corporación municipal u otras autoridades públicas sitio preferente en el templo o en la procesión, etc.

Poner una placa, en una dependencia del Congreso, dedicada a la ciudadana Mª. Maravillas Pidal, por haber nacido y vivido allí, no era un acto que comprometiera la aconfesionalidad del Estado. ¿Y jurar defender el dogma de una determinada confesión religiosa? Cuando una autoridad jura o promete la Constitución, se compromete a defender que cualquiera pueda confesar las creencias religiosas que quiera. Lo cual incluye defender que los católicos puedan libremente confesar que la Virgen María fue concebida sin pecado original. Pero esto no es lo mismo que defender ese dogma en tanto que autoridad pública. Aquí ya estamos dándole una salida para renovar la tradición el próximo año.

Un alcalde no es como un consejo escolar de un instituto o colegio; aquél está al frente de una institución del Estado, éste es un cuerpo intermedio social. Y un juramento no es una cuestión baladí. Pienso sinceramente que la primera beneficiada de la separación del Estado es la Iglesia y que los más interesados en defenderla deberíamos de ser los católicos. Pero una defensa que no sea estratégica, para ir manteniendo el mayor tiempo posible los restos de la cristiandad. Cuanto más libre sea la Iglesia, será mejor para la evangelización. No solamente porque no tenga hipotecas por la “protección” estatal, sino porque esa confianza en la libertad será, al mismo tiempo, anuncio de la bondad de la creación; Dios así nos hizo.

Pero hay otro punto. No conozco a este alcalde y no soy quién para juzgarlo, ni aunque lo conociera; solamente Dios penetra hasta el último rincón del corazón de los hombres y es el único juez de las conciencias. No voy a hablar, por tanto, de él; sencillamente tomo pie en una noticia para reflexionar. Un juramento o cualquier otra manifestación o acto religioso, sobre todo los sacramentos, no deberían de ser un teatro. ¿Cuántas farsas no consentimos encogiéndonos de hombros o mirando a otro lado? La Iglesia no está para mantener ni la cristiandad medieval ni tradiciones ni siquiera la de que toda la familia se case sacramentalmente o esté bautizada. Los laicistas defienden sus posiciones. La defensa de la libertad religiosa debería incluir el que nadie hiciera una pantomima, aunque fuera por mantener una tradición. ¿Tenemos nosotros claro por dónde van los tiros? Al menos, ésta es mi opinión; como siempre, muy discutible.

domingo, 14 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel IV

.../...

Y continúa cantando el tenor: "que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados". Ha llegado por fin el tiempo de la liberación. Momento que presenta una doble faz. Por un lado, el fin de la deportación; por otro, una perspectiva nueva que proclamará a continuación. Y esas son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de S. Marcos: "El tiempo se ha cumplido" (Mc 1,15).

El gran exilio del paraíso llega a su fin. Por etapas, en un crecimiento constante, la Historia de la Salvación, pre-figurada también en este grito de consuelo, llega a su plenitud. Y nosotros vivimos la última, la que espera la consumación de la Historia, la venida en gloria del Señor.

El pueblo de Israel, como tal pueblo, ha experimentado una de las caras de la responsabilidad de la libertad. Todo cuanto hacemos revierte sobre nosotros mismos. La soberbia con que se condujo, lo mismo que Adán en el paraíso, llevo a los israelitas a apoyarse en sus posibilidades, en la obra de sus manos, en los ídolos fabricados a medida de sus deseos. Y ese modo de conducirse se volvió sobre ellos. Pero se recibe una doble paga. Si yo fuera el único pecador sobre la tierra solamente mi mal caería sobre mí, viviría en la penuria de mis posibilidades. Pero vivo entre pecadores, no puedo sino vivir entre hombres, y ellos me infringen mal. Doble paga, dos veces ha sonado la llamada al consuelo.

Es esto algo que nos puede arrojar algo de luz sobre el misterio de Cristo. El no cometió pecado, no había mal propio que pudiera reverter sobre Él. Pero se hizo hombre, un ser sociable, y vivió en la Historia de los hombres marcada por el pecado y recayó sobre Él todo el mal, no solamente el de sus contemporáneos cercanos, sino el de todos y en toda su profundidad. Aquí también podemos acercarnos a tener algo más de conocimiento interno del misterio de María traspasada por el dolor. Jesús ha pagado el rescate.

Sí, es verdad que es una consecuencia de mi libertad que lo que haga revierta en mí; yo soy la primera víctima de mi pecado. Pero la experiencia de fe le lleva a Israel a confesar que Dios ejerce su dominio sobre todo, es el Señor de todos los rincones de la Historia. Él sabe que ese aspecto de la responsabilidad humana es bueno, Él lo ha creado. La humillación, el derrumbamiento de una inconsistente construcción existencial sin Dios ha enseñado al pueblo escogido que Dios, en la libertad responsable de los hombres, derriba del trono a los poderosos, para que así lleguen a ser humildes y ensalzarlos (cf. Tb 13,1; Lc 1, 52).

A través del conocimiento de lo que me he hecho de mí, de cómo me he modelado con mis decisiones, puedo encontrar en mi indigencia la puerta abierta para apoyarme en Dios. Que el permita que beba de mi libertad es un acto de misericordia y de respeto. Dios me quiere salvar, pero sin mutilarme ni suplantar nada de lo que soy. Nos hizo libres y no nos salvará sin nuestra libertad.

Habrá que seguir escuchando a Händel.

.../...

El Mesías de Händel III

.../...

Después de unos días volvemos a Isaías y, claro, a Händel. Hay una llamada a consolar, ¿pero cómo hacerlo? ¿Cómo llevar respiro al pueblo que está en el ahogo de la deportación?

"Hablad al corazón de Jerusalén, gritadle". Nuestras palabras pueden tener un contenido, pero el peso de las mismas no depende solamente de esto. Lo más grande puede quedar trivializado al decirlo. El consuelo que hay que llevar es sumamente importate, tiene que ser una palabra dirigida no a la periferia ni a la cabeza, sino al corazón de Jerusalén. El corazón para el hebreo no es, como para nuestra cultura, el lugar de los sentimientos. Se trata del centro de donde nacen los pensamientos, las emociones, las querencias y quereres, etc. Nosotros, también usamos corazón como centro; así, el corazón de una manzana o el de un árbol. Ahí, al centro de Jerusalén, pero no al epicentro, sino al hipocentro.

Pero no solamente es importante el hacia donde van dirigidas las palabras, también lo es desde donde son dichas. El anuncio, la noticia que va a ser motivo de consolación tiene que ser gritada. Es decir, hay que decirla con todas nuestras fuerzas, con todo lo que somos. Un grito llega más lejos cuanto más profunda es la respiración y brota desde lo más hondo. Quien tiene que ser consolado se encuentra en una situación de necesidad, precisa que la voz le llegue con claridad. La necesidad de consolar es grande, no puede quedar en un susurro, la misma alegría del consuelo que llevamos nos impide contener la voz; es inevitable gritar para quien se ve desbordado por el gozo.

¿Y cuál es el contenido de ese pregón? Lo veremos en la cuarta entrega.

.../...

Hacia Duruelo

Frío en la noche.
De estrellas envuelto
tilila el camino.
Calladas encinas,
con la blanca luna,
en oscuro vuelo,
nos van acercando
a tu soledad.

(Blascomillán, 12-12-8, 23:45)

viernes, 12 de diciembre de 2008

La Cruz de las aulas y VI

.../....

Después de lo dicho sobre este asunto, no solamente nos hemos quedado con unas reflexiones que pueden servirnos para comprender otros problemas de nuestra época, sino que nos vienen algunas preguntas. Entre otras, podríamos hacernos las siguientes: ¿Necesitamos que haya cruces en las aulas? ¿Hay que luchar por que las haya? Y el que las haya, ¿a costa de qué? ¿A quedar reducidas a símbolos de amor entregado o cualquier otra cosa buena?

José Blanco dijo que el era creyente y que creía que no debía haberlas. Me sorprendió oír a un periodista especializado en temas religiosos criticarle, pues éste no concebía que alguien que se considerara religioso pensara que no debía de haber cruces en las aulas. Desde luego, no es un dogma de fe que las haya, aunque tampoco la separación de Iglesia y Estado precisa de su ausencia. A mí, desde luego, me parece respetable que un creyente piense que sea mejor que no las haya; ahora bien, en mi discutibilísima opinión, que sea por razones evangélicas y, cuanto más lo sean, mejor. Con esto no quiero juzgar los motivos del dirigente socialista ni mucho menos juzgar sobre su fe.

[Hago un pequeño paréntesis a raíz de esto. Hay algunos que se dicen católicos, pero la fe o la moral que sostienen poco tiene que ver con el credo y la enseñanza de la Iglesia. Mas los hay también que incluyen, en la denominación de origen "católico", posturas coyunturales, opciones pastorales, devociones, etc. Ni lo uno ni lo otro. Lo discutible es libre y lo de la enseñanza de la Iglesia también, pero en sentido distinto. En lo de fe y moral, se es libre de aceptarlo o no y es lo que le define a uno como católico o no. Luego está la vivencia de ello, que le hará a uno mejor o peor católico, más o menos santo. Y, en lo discutible, se es libre de opinar o de tener unas devociones u otras; pero, en esto, sostener una u otra cosa no define el que sea uno católico o no. Aquí lo que se juega uno es el tener posturas más o menos acertadas; aquí es donde es posible el pluralismo dentro de la Igleia. Aunque apresuradamente y poco matizado, espero que se entienda].

Volvamos al asunto. Con independencia de que deba haber o no cruces en las aulas, este tema me ha llevado a pensar una vez más en la significatividad o insignificancia del catolicismo en España –esto se puede aplicar a otros muchos países–. Las cruces en las aulas son prescindibles, incluso, en determinadas coyunturas, hasta puede ser conveniente que no las haya. Pero hay un signo del que los cristianos no podemos prescindir y que, sin embargo, casi brilla por su ausencia.

Nuestro Divino Redentor dijo que el que no dejara todo y cargara con su cruz no podía ser discípulo suyo, pero de poner cruces en las aulas no dijo nada. En cambio sí nos hablo de un signo inequívoco, que además es mandato: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 34s). ¿Hay ese amor mutuo entre los creyentes?

Aquí no se habla del amor al pobre, al necesitado, al enemigo, etc., sino del amor mutuo entre los discípulos. ¿Es la vivencia comunitaria de la fe algo supererogatorio o imprescindible? ¿No es nuestro cristianismo demasiado individualista? Desde luego es más fácil colgar una cruz de madera que estar siendo crucificado por el carácter, las estupideces y los egoísmos de aquellos con quienes tendría que caminar en seguimiento de Cristo. Y para que el roce con los otros pueda dar lugar a un amor mutuo crucificado (“igual que yo os he amado”) hace falta más tiempo que los tres cuartos de hora de la misa dominical.

En la misma última cena, el Señor, sabiendo lo difícil que es esto, ora al Padre: “No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 20s). La unión entre los discípulos testimonia que Jesús es el enviado del Padre. Esa unión está hecha con el Amor con que Jesús nos amó y, por ser don de ese Amor, es partícipe de la que hay entre las tres divinas personas.

Todos los símbolos que hablen de Dios son buenos, pero éste es el gran signo. De éste no podemos prescindir. ¿La insignificancia del cristianismo en nuestra cultura no tendrá que ver algo con esto? Si estas palabras no despiertan en alguien la locura de querer vivir así la fe, me conformaría con que, al menos, hubieran suscitado la nostalgia de la forma de vivir la fe que tuvieron los primeros cristianos.

[Para quienes dejéis algún comentario, tened paciencia. Probablemente hasta el domingo por la tarde no tendré ocasión para poder publicarlos].

miércoles, 10 de diciembre de 2008

También la misa de Esperanza Aguirre

Me remito a mi artículo homónimo en Libertad Digital. Los comentarios al mismo podéis dejarlos aquí.

Lo de menos, los condones

Creo que fue Einstein quien definió la locura como seguir haciendo lo mismo esperando resultados diferentes. Si es así, hay muchos países que sufren de neurosis colectiva. En la vida pública, se obstinan en actuar de una determinada manera con la esperanza de que esta vez sí que vaya a funcionar. Claro, no solamente no funciona ese patrón de conducta, sino que, al reiterarse, empeora la situación. Pero siempre hay ocasión de echar mano a todo tipo de mecanismos de defensa para que no quede desprestigiada la forma de proceder. Normalmente se recurre a la proyección; la culpa es de otro: el imperialismo yanqui, el pasado franquista, etc. Desgraciadamente hay muchos ejemplos reales y, en cada lugar, adquiere un colorido local. Pero sea cual fuere la patoplastia, se trata de una vida pública neurotizada y de sociedades arruinadas o en meritorias vías de estarlo.

En España, aunque no solamente, unas determinadas políticas han traído como consecuencia que el número de embarazos de adolescentes y el de abortos se multiplique de forma alarmante. Para solucionarlo, más de lo mismo, pero subiendo la dosis. Y, como era de esperar, de eso va la campaña que ayer lanzó el ministro de sanidad.

Lo de menos son los condones o el zafio estilo de la misma. Lo que más me alarma y preocupa es la concepción de hombre que hay detrás y el ser humano que con ella se quiere moldear. Desde luego el monstruo lo van consiguiendo, pero –para esto no hacen falta especiales dotes proféticas– la supuesta finalidad de reducción de embarazos de adolescentes no se conseguirá. Al contrario, aumentarán, porque lo que hace la campaña es favorecer todo lo que predispone a ellos.

El condón es el símbolo de la irresponsabilización, de pretender que el obrar humano puede no tener consecuencias. Cuando la libertad se escinde de la responsabilidad, nos situamos en la arbitrariedad, es decir, da lo mismo lo que se haga. Pero si esto es así, nada que yo decida tiene valor, porque ya no existe ni el bien ni el mal, todo da lo mismo. Mas en este nihilismo, tampoco el que decide tiene valor. Desde aquí, ¿qué aprecio se puede tener a uno mismo? ¿Qué sentido de la propia dignidad se puede alcanzar?

Pero cuando la libertad no es para, tampoco se es libre de. El fomento de la descarga del impulso –no sufras con el autodominio–, no solamente en el plano sexual, sino en otros muchos, amparada por la desresponsabilización, lleva a la esclavitud del impulso. Y, como además no soy responsable, pues ni condón ni píldora ni nada. Papá Estado me protegerá, al final de todo, me dará la píldora abortiva o matará al niño. Mi libertad empezó por identificarse con la arbitrariedad; de forma vicaria, también con la omnipotencia. El dios estatal puede lo que yo no puedo. Pero ese Mólok me ha reducido a un animal, me ha esclavizado, he quedado reducido a la prostitución sagrada. He aquí una terrible espiral viciosa.

Una de las frases de la campaña de marras vale más que mil imágenes: “Tronco, yo no corono los rollos con bombo”. El otro no es una persona, no es un ser espiritual y digno, es un “tronco”; menos que un animal o un vegetal. “Yo”, el tú ha desaparecido y, con él, el nosotros. Es algo solamente mío. Si no hay ni persona ni tú, ¿qué serán las relaciones sexuales? Desde luego no la oblación amorosa de uno mismo y mutua entre dos personas; es solamente un “rollo”. ¿Y el embarazo? Pues un “bombo”. Y dentro de ellos solamente hay aire. Así que, si la cosa va mal, a desinflarlo.

¡Qué dolor, Dios mío! ¿¡Qué estamos haciendo!? Probablemente parte del análisis puede ser más matizado, pero escribo a vuela tecla y con el corazón encogido.

Y hoy el ministro además ha hablado de la eutanasia.

Una nube

Una nube
pasó por mi ventana,
abrazarla quisieron las rosas
y se marchaba.

martes, 9 de diciembre de 2008

La Cruz de las aulas V

.../...

La entrada anterior de esta serie nos ponía, ante los ojos, que los símbolos tienen un cierto grado de ambigüedad. En el caso de un crucifijo, supongamos, por simplificar, que todo él es de madera, consta de una materia y de la inscripción en una finalidad que le dan los hombres. La madera con las propiedades que esta tiene de suyo, incluida la forma que le ha dado el artesano, con independencia del significado o uso que le queramos dar, son las mismas para todos. Lo que introduce la ambigüedad es que la materia está abierta a que el hombre le imprima una significación, que la inscriba en una determinada finalidad.

Lo original de un crucifijo, la cruz con su crucificado, es ser símbolo religioso del misterio pascual de Jesucristo, por tanto, del cristiano. Pero hemos visto cómo puede ser utilizado para otras simbologías. Para el consejo escolar, el amor entregado; para otros, simboliza lo que hay que apartar de la vista (cf. Is 53, 3).

Pero junto a la materia y a la finalidad que le aplique cada uno y que siempre estará en diálogo, no pocas veces tenso, con la que le den los demás del propio entorno, hay otra cosa en común para todos. Al ser una madera labrada, vemos, aunque no tengamos noción ninguna de lo que pueda significar, que es algo hecho por el hombre. Por ello, aparece ante mí como una interrogación: ¿Qué querrá decir esto? ¿Qué sentido tiene? Al interrogar, abre la posibilidad del diálogo, que puede empezar por ser mono-diálogo, conversación con uno mismo.

Quiera o no quiera, el símbolo empieza por ser signo, señala en una dirección de sentido que invita a ser resuelta. A veces, seguir esa indicación puede llevar a cambiar la vida. Como en el caso, entre otros muchos a lo largo de la Historia, que os voy a contar.

Un japonés, visitando un museo europeo, vio en una vitrina un crucifijo. Mudo, fuera de su contexto, reducido a pieza de arte, como cualquier cosa hecha por el hombre lo interrogó. Y el turista preguntó qué era eso. Le dijeron que el Dios de los cristianos. Si solamente hubiera sido una curiosidad intelectual, probablemente no hubiera llegado mucho más lejos. Pero Dios se puede servir de cualquier cosa para dar perceptibilidad al anhelo de Él que anida en todo hombre. Siguió indagando. Se convirtió, hizo el catecumenado y se bautizó en Ávila, en la pila en que lo fuera Sta. Teresa. Tiempo después profesó como dominico y se ordenó de presbítero.

Esta historia me la contó el sacerdote que lo bautizó. Continuaremos.

.../...

lunes, 8 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel II

.../...

Continuamos glosando el primer pasaje bíblico (Is 40, 1-5) que se canta en El Mesías. Apenas nos dio tiempo a rozar las dos primeras palabras.

“... a mi pueblo”. La llamada se dirige a una pluralidad, vosotros, que debe consolar no a una suma de individuos, sino a un pueblo. La noticia de la pronta liberación del destierro es un consuelo que el profeta lleva a cada uno personalmente, pero que se desborda en un donar ese gozo a los demás que son pueblo. El israelita estaba exiliado como individuo y como pueblo. Y todos los hombre, por nuestra condición social, inescindiblemente sufrimos la desolación tanto en nuestra dimensión individual como social y necesitamos, al ser consolados, que no solamente lo seamos en la primera, sino también en esa segunda dimensión.

“Dice vuestro Dios”. Mi pueblo y vuestro Dios. Posesión mutua. El pueblo no es cualquier colectividad humana, sino que es de Dios. El pueblo que Él ha convocado en el monte Sinaí para constituirlo como pueblo suyo por medio de la Alianza. Y, al cual, se da como Dios suyo. También, en comunión de vida, fue creado el hombre, pero prefirió vivir solamente desde sí mismo. La Historia de Salvación es la de la recomposición de eso que rompimos y el pacto sinaítico es una etapa crucial de ella. Al principio no había Alianza, porque solamente se alían los que están separados. El hombre, al haber sido creado en comunión con Dios, no tiene como añadido el estar con Él. Lo que no le es propio es la separación; volver a la comunión con Dios es volver a lo originario, es lo original.

La Alianza del Sinaí es un paso hacia la comunión plena y prefiguración de la Alianza en la sangre del Cordero. A esta Alianza del Sinaí fue infiel Israel. El hombre, lo mismo que el antiguo pueblo de Dios, lejos de la comunión, de lo que le es propio, no es feliz. Pero Dios no es solamente el siempre fiel, en el sentido de nunca romper el pacto, sino que su fidelidad va más allá de nuestras infidelidades, no está sometida a condición alguna; su fidelidad es absoluta, está suelta de toda ligadura de circunstancia. Pese a la infidelidad, Él no dejó de considerar a Israel su pueblo; pese a nuestras infidelidades, no deja de considerarnos suyos. Por ello, una y otra vez, llama a participar de su consuelo, a que respiremos su divino aliento. Me llama a la consolación, para que mi consuelo consuele a los demás y para ser consolado con los otros con quienes soy.

Habrá que seguir avanzando; que no nos importe una cierta morosidad. No hay prisa.

.../...

domingo, 7 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel I


Comenzamos una nueva serie de glosas, en este caso, al margen de los textos bíblicos del más conocido oratorio de Händel: El Mesías. Bach, en su inigualable Pasión según S. Mateo –primer disco que me compré–, va interrumpiendo el relato evangélico con intervenciones variadas, algunas de ellas hermosísimas oraciones, mediante las cuales, los oyentes, por ministerio de los cantantes, se hacen presentes al misterio musicalmente representado. Haydn, en La Creación, se sirve de un texto basado en los relatos del Génesis, en algunos Salmos y también en J. Milton. En nuestra obra, tenemos una selección de pasos exclusivamente bíblicos. Ésta, con su ordenación, es una Cristología; traza un retrato del Señor.

Vamos a sumergirnos directamente en los pasajes bíblicos –usaré preferentemente la traducción para la liturgia–, uno tras otro, procurando dejar que hablen ellos por sí mismos; después de leer mis palabras, olvidaros de ellas. Acaso luego, tras cada uno, se podría escuchar el comentario musical de Händel y, más allá del juicio del musicólogo, conversar con el compositor alemán, contrastando su música con el eco que haya dejado en mí la palabra divina. Sin más, lancémonos a esta aventura.

Tras breve introducción musical (Sinfonía), el Tenor, al final también el Coro, canta el comienzo de la segunda parte del libro de Isaías, Is 40, 1-5, que es también el inicio de la primera lectura de este domingo de Adviento:
Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor.
Al pueblo, que está en el destierro babilónico, que está conociendo en propia carne y alma lo que es, en la Historia, apoyarse en las propias fuerzas y no tener como último fundamento de la existencia a Dios, le llega un mandato divino: “Consolad, consolad a mi pueblo”. Con insistencia, por dos veces, a los que viven en la desolación, les llega una palabra de Aquél que con su decir crea de la nada: Consolación. En lo hondo de la palabra hebrea, está la imagen de recobrar el resuello, la respiración.

Así estamos los hombres lejos de nuestro ámbito propio: el Paraíso. Lejos de él, en el destierro en que vivimos por el pecado, nos falta el aire, nuestro vivir es un vivir ahogadamente. Y necesitamos que nos den respiro, que nos alivie la holgura del viento del Espíritu. Y la palabra divina, que en su soplo viene, nos alivia, aligera y llena de alegría. Nos hace rebosar de esperanza; el siempre fiel, nunca defrauda.

Dejémoslo aquí hoy, de momento.

.../...

sábado, 6 de diciembre de 2008

La Cruz de las aulas IV

.../...

Continuamos glosando al margen lo de la cruz en el colegio de Valladolid. El consejo escolar decidió que hubiera una cruz en las aulas y lo hizo con una motivación muy concreta, porque era símbolo de amor entregado.

Como se ve, la motivación explícita no era religiosa. Si, para simbolizar eso, hubieran decidido colocar la foto de una madre velando a su hijo enfermo por la noche, tal vez no hubiera habido ningún problema. Aunque quién sabe, tal vez algún colectivo feminista se hubiera sentido ofendido por considerarlo expresión de machismo; seguro que el padre está durmiendo plácidamente mientras la madre sufre una secular explotación cultural. O acaso los ofendidos fueran de un sindicato raro de enfermería; de esas tareas se tiene que hacer cargo el Estado, esa madre está quitando un puesto de trabajo.

Y ahora echad la imaginación a volar, pensad en posibles ofendidos con la estampa que he propuesto. Incluso jugad a soñar más símbolos de otras cosas nobles e idles asignando posibles ofendidos. Conclusión, siempre puede haber alguien que se sienta molestado. Hasta la ausencia de símbolos podría dar lugar a una larga lista de agraviados. Propongo que alguien presente una reclamación donde corresponda alegando que una pared sin crucifijo es un símbolo religioso. Se puede argumentar. El vacío es algo muy budista, por ejemplo. Pero incluso es cristiano; basta con fijarse en el estilo cisterciense.

Situarnos, como suele ser muy frecuente en la cultura dominante, en el punto de vista de la sensibilidad ofendida de alguien, lleva a la tiranía de los más sensibles o de quien quiera pasar por tal. Aunque, claro, esto es limitado. Lo vigente es que solamente sean unas cuantas sensibilidades las que puedan alegar ofensa. Y, como el embrión y el comatoso no tienen demasiada sensibilidad, tampoco pueden sentirse demasiado ofendidos. Éstos últimos son los que menos alegaciones pueden presentar. Lo que ofende tiene que ser tasado objetivamente y no subjetivamente.

Por el camino del subjetivismo, me da la impresión de que vamos hacia la dictadura de la arbitrariedad de unos pocos; la sensibilidad obrará como excusa y fatal argumento coactivo: “¿No querrás ofender a fulanito? ¿Verdad?” Habrá que continuar reflexionando, porque aún quedan algunas facetas interesantes por tocar.

.../...

viernes, 5 de diciembre de 2008

A Dios le gusta la carne

He interrumpido la serie sobre lo de la cruz en los colegios, pero no por comentar los textos evangélicos de El Mesías –otro día iremos a por ellos–, sino porque he leído una entrevista a J. M. Castillo, en la que hay una afirmación que me parece interesante comentar: “La Iglesia es un gran obstáculo para entender el Evangelio”. Como veis, no cito el título, un poco suavizado, sino lo que dice el autor en la entrevista. El resto de las declaraciones tampoco tienen desperdicio, pero ésta en concreto apunta a una de las cuestiones que planteaba Palladio en uno de sus comentarios.

Detrás de este aserto hay una visión de Dios muy distante de la mía y, por los comentarios, también vuestra. Mi experiencia de fe me ha enseñado que Dios no es un geómetra cartesiano, que no tiene que hacer abstracción de nada mío para acercarse a mí. Es más, hasta se sirve de lo malo que hay en mí y a mi alrededor para decirme quién es Él.

El Dios del cristianismo no solamente no es distante, sino que hasta se pringa en la Historia. Dice el evangelio de S. Juan expresivamente, frente a cualquier tendencia gnóstica o platonizante, que se hizo carne. No es que Dios tenga interés por la Historia humana, sino que va más allá, se hace parte de ella. Y lo hace de tal manera que sufre sus consecuencias. La Cruz es un escándalo tanto para los judíos como para los griegos. Los unos esperaban un signo, una intervención poderosa de Dios en la Historia, pero quedando al margen de ella, inconmovible en su trascendencia. Para los otros, una necedad: ¿Cómo un hombre horrendamente torturado en una cruz puede revelar la divinidad y divinizar al hombre?

El que creó la Naturaleza y la Historia no se desdice de las leyes que las rigen. Por ello, la Historia particular de un pueblo, incluidas sus barbaridades, no son un obstáculo para manifestar quién es. Ni siquiera los pecados tremendos de un rey. Pero, como es reincidente, también se sirve de la fragilidad de los hombres que forman la Iglesia; las muchas tonterías y maldades que hemos hecho los que pertenecemos a ella a lo largo de la Historia no son lo suficientemente grandes ni oscuras como para empañar la grandeza de su Amor. Dios sería muy poca cosa si dependiera de unas determinadas condiciones históricas para conversar con los hombres, porque somos nosotros los que necesitamos que nos digan las cosas espacio-temporalmente, porque nuestra inteligencia es sentiente.

Su revelación llega en palabras humanas. Las limitaciones literarias de un pueblo antiguo no son para Él un corsé. Ni siquiera su primitiva y antropomórfica concepción de la causalidad para contar su experiencia de Dios –a la que nosotros, al leer, añadimos la proyección de nuestra mentalidad aristotélica en cuestión de causalidad, no poco estrecha para meter en ella a Dios–. Su gracia nos llega en los Sacramentos, no en una relación inmaterial y, por tanto, intemporal e inespacial. Y es que no somos ángeles y con quien se quiere comunicar es con nosotros, a quienes se quiere dar es a nosotros. Si Dios prescindiera de nuestra carnalidad, más que afirmarnos, nos estaría negando.

Si Dios hubiera tenido que esperar a una Historia impoluta, a unos hombres purísimos -pluscuamarios–, con un leguaje y mentalidad angélicas, para acercarse a nosotros, nunca lo hubiera hecho, porque el que nos salva es precisamente Él.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La Cruz de las aulas III

.../...

Los hechos tienen relevancia especial cuando los problemas que en ellos convergen afectan a un amplio espectro de asuntos, en este caso, sociales. Porque lo de las cruces en las aulas no es una cuestión de beatos. En este caso, como en otros semejantes, la respuesta que damos a ellos van conformando el tipo de convivencia que queremos tener. Cuando la contestación es indiscernida de forma reiterada, la sociedad que se va moldeando se aproxima peligrosamente a la turba.

Quizás una de las cuestiones más decisivas, y no está ausente de nuestro hecho, es la relación entre la sociedad y el Estado; por tanto, el lugar del individuo también. Siendo como somos seres políticos -en el sentido de relativo o referente a la polis-, ciudadanos, sociales, si se nos desnuda de un ámbito propio, como es el social, es como si se nos dejara sin atmósfera en el espacio exterior; solos, sumidos en la masa, ante el Estado. 

¿Qué papel tiene la sociedad en los colegios públicos? ¿El Estado posibilita el que los padres tengan un lugar para la educación de sus hijos o asume también el papel de educador? En el centro vallisoletano, el consejo escolar fue el que decidió que se pusiera la cruz en las aulas con una determinada motivación, sobre la que habrá que reflexionar otro día. ¿Qué valor tienen sus decisiones? ¿Era lo acordado algo ilegal o inmoral? ¿Son ilegales o inmorales determinadas cosas en el espacio público? Tengamos en cuenta que un colegio no es un juzgado ni un ayuntamiento ni un parlamento ni una sede ministerial. Estos últimos sí son propiamente espacios de órganos estatales. No hay que confundir público con estatal; aunque todo lo estatal es público, no todo lo público es estatal.

Una de las cosas sobre las que más se habla en temas de educación es de su papel socializador. A los que suelen tener opiniones minoritarias en muchos temas -esto les suele pasar a los que tienen la funesta manía de pensar por sí mismos-, la socialización supone aprender a vivir pacíficamente en minoría, sin formar un gueto, con personalidad suficiente como para no camuflarse o adaptarse al entorno para que lo toleren. La socialización debería suponer personalizar y no masificar y, para ello, no es necesario crear un ambiente que no sea reflejo de la sociedad.

Pero además de la concepción del espacio público y la socialización, hay otras cuestiones en juego que afectan a más aspectos de nuestra vida social. El respeto a los derechos de las minorías no puede suponer la castración de la mayoría; ésta no es culpable de serlo, no tiene que agradecer que la minoría la deje seguir viviendo. ¿Es ese colegio ahora un reflejo de la sociedad o es el sello de un Estado neutral que gusta de formar abejas obreras neutras? ¿Habrá que censurar las opiniones "ofensivas" de la mayoría sobre temas de religión o sobre cualquier otro en los recreos?

La política, la educación y la religión no se pueden delegar, se tienen que ejercer personalmente. Aunque haya políticos profesionales, todos somos políticos y la res-pública debe ser objeto de nuestra atención. Aunque haya profesores y colegios, todos somos maestros, especialmente los padres, y la educación debe ser objeto de nuestra atención y no de nuestra simple delegación, algunas veces hasta solamente tácita. Aunque haya sacerdotes, la religación con Dios es algo personal. Si la estatalización es, en este sentido, la gran amenaza para política y educación, la clericalización lo es para la religión.

.../...

[Nota para los contertulios de este blog: aunque hay que continuar con este tema, como quiera que estamos en Adviento, estoy pensando si ir entreverando una serie comentando los textos bíblicos del Mesías de Händel]

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Cruz de las aulas II

.../...
En la cuestión que nos da pie para estos comentarios, lo mismo que en otros hechos parecidos, una de las cosas que se ha alegado es la neutralidad del Estado. Por lo general, esto es algo que se da por cierto. Como éste, hay muchos otros elementos de cimentación de nuestra vida social que vigen sin haber sido siquiera mínimamente pensados o discutidos. Con lo que con respecto a ellos lo que hay es la creencia propia del carbonero; socialmente tenemos una propensión sumamente rebañega a tomar por cierto lo que se dice, lo que se lleva, lo que se opina. Pero, ¿es verdad que el Estado tiene que ser neutral en materia de religión? Permitámonos el lujo de hablar sobre lo que habitualmente no se habla.

Lo primero que habría que pensar es si aconfesinalidad es sínonimo de neutralidad. Como mucho sería una de las posibles formas de entenderla, pero no la única, y, desde luego, no está dicho explícitamente en la actual y comatosa Constitución que así haya que entenderla en el orden actual.

Pero si no es neutral, entonces tendrá que ser parcial –podría pensar alguno–. Ahora bien, neutral no es sinónimo de imparcial, es decir, de no tomar partido por una sola de las partes. Los órganos e instituciones estatales tienen que ser imparcianles, pero esto no quiere decir que tengan que ser neutrales. Neutral no es sinónimo de imparcial.

¿Qué es ser neutral? En rigor, echando mano al latín, neutral (de neuter= ni uno ni otro) es el que no es ni de uno ni de otro. Entonces, ¿para quién está el Estado? La aconfesionalidad llevaría a que el Estado no favoreciera ni una ni otra ni ninguna confesión religiosa, incluida la fe en el no-Dios (a-theos) o el anti-Dios. Pero esto no quiere decir que el Estado deba tener una neutralidad absoluta en todos los sentidos.

Respecto a las personas, el Estado no debe ser neutral. Si el Estado no fuera ni de unos ni de otros, ¿entonces para qué lo querríamos? El Estado está al servicio de las personas, por tanto, tiene que estar al servicio de unos y de otros, de todos y cada uno. En latín, hay una palabra emparentada con neuter y es uterque que significa uno y otro. Vamos que, en vez de hablar de la neutralidad del Estado, habría que hablar, si se me permite el vocablo, de uterquidad.

Así lo entiende la Constitución (art. 9.2). Los órganos estatales tienen que favorecer el que los ciudadanos, todos y cada uno de ellos, puedan ejercer sus derechos, incluida, claro, la libertad religiosa. Pero incluso, según ese artículo, tienen que facilitar el que se den las condiciones necesarias para que sea posible la vida de los grupos a que pertenezcan las personas, lo que abarcaría las confesiones religiosas. Es que hay derechos, que no se pueden ejercer en solitario; sin otros, su ejercicio es un brindis al Sol. Por tanto, aunque los poderes públicos no tengan que favorecer las distintas religiones, mucho menos una en concreto, sí tienen que facilitar que se den las condiciones para que la libertad religiosa sea posible individual y grupalmente. No se trata de propagar una fe religiosa o todas, sino de estar a favor de que las distintas confesiones puedan llevar a cabo sus fines legítimos.

El concepto de neutralidad está bien para determinados individuos de colmenas y termiteros, pero no para una sociedad, a no ser que el modelo sea el de esas colectividades animales, por tanto, a-personales. El concepto de neutralidad creo que lleva a la castración social, a la anulación de un aspecto importante para cualquier ciudadano, a que del espacio público se expulse algo. La neutralidad, so capa de respeto a todos, al final, no respeta a nadie y toma partido por una postura, la de aquellos que consideran que hay un derecho que no tiene publicidad en su ejercicio: la libertad religiosa.

Habrá que seguir pensando sobre esto.

.../...

martes, 2 de diciembre de 2008

La Cruz de las aulas I

Cuando ya se ha dicho lo indecible sobre la retirada del crucifijo en un colegio, voy yo ahora y me pongo a escribir de ello. Lo hago por dos razones. El suceso, en cuanto que las cosas ocurren y se suceden unas a otras, expresa y va realizando lo profundo de la Historia, el acontecimiento propiamente dicho. Estamos gestando un modo de estar y hechos así son muy significativos. Pero además, la sucesión de cosas es tan rápida que la reflexión no se dilata en el tiempo lo suficiente como para poder posar lo ocurrido. Pasa algo, hay una oleada de reacciones en poco tiempo... ¿y luego?

Esta fugacidad da superficialidad, pues nos roba la memoria. Quien crea que el tema central de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury es la censura de libros está, a mi modo de ver confundido; la amnesia, ese es el drama. Ortega, aunque acaso un poco superficial y fugazmente, dice que la memoria, más que la inteligencia, es lo que nos distancia de los animales. Es curioso cómo desde Kant, aproximadamente, ha ido desapareciendo la tríada entendimiento, memoria, voluntad, previamente sumida en la clandestinidad por la bina entendimiento-voluntad; ahora normalmente se habla de entendimiento, sentimiento, voluntad. ¿Por qué desgajar el sentimiento del entendimiento? ¿Acaso el sentimiento no nos da también a conocer la realidad en la valoración de la misma en que estemos? Por cierto, la discípula de Husserl, Edith Stein, tímidamente, en su obra inconclusa por razón de su martirio Ciencia de la Cruz, al contacto con S. Juan de la Cruz, empieza a recuperar la tríada con la memoria.

Sin ésta el hombre se despersonaliza, pues de ser señor de sí mismo, pasa a ser poseído por lo que se va sucediendo, aproximándose peligrosamente al esquema estímulo-respuesta. La memoria nos posibilita el tener dominio, ser propietarios. ¿Problema de avaricia? No. Solamente el que se tiene a sí mismo en sus manos y, consigo, su mundo, puede darse y darlo.

Mañana, después de este pequeño preámbulo, nos sumiremos en la cuestión. Mientras tanto y para ir calentando motores, esta cita de un amigo con quien con frecuencia discrepo, pero al que escucho, porque siempre, aún en el desacuerdo, me descubre algo, aunque sea eso, la postura que hay en mí y que no es suya:

No es, lector, por puritanismo por lo que quien ahora y aquí te predica se revuelve acremente una vez contra el vicio del juego, otra contra el donjuanismo erótico, otra contra cualquier otra plaga social análoga, sino que es porque todo eso degrada la inteligencia y produce la tontería colectiva. Y la tontería es el mayor enemigo de la civilización. […] Soportaría a un pueblo corrompido si fuese inteligente, pero donde hay salas de juego a cada paso y donde la preocupación dominante es la del sexo, el pueblo no es inteligente. […] Y si a esto se añade que en una sociedad cualquiera, en una clase social o en un estado, sea de mal gusto hablar –y hablar con pasión– de problemas religiosos, entonces no vacilo, esa sociedad es de una tontería irresistible. […] Y una sociedad así necesita una violenta conmoción catastrófica que le obligue a despertarse al sentimiento de la vida eterna, que le fuerce a mirar a los ojos de la esfinge. Y entonces no se aburrirá. La tragedia no aburre. Y las sociedades deportivas y eróticas son una sima de aburrimiento. Y en el fondo, tristes. (Unamuno)
Creo que la condicional que pone mi amigo nunca se da, la inmoralidad trae tontería siempre, porque bondad, verdad y belleza van de la mano. Pero este matiz tal vez nos desvíe del tema. Creo que, grosso modo, el dibujo de nuestro contexto social se aproxima bastante.

.../...

lunes, 1 de diciembre de 2008

Ante un alcornoque

La bermeja
herida de tu tronco,
entre verdes nemorosos,
todo él en carne viva;
en las aguas y en los cielos
el silencio.

(Las Batuecas, 15-11-8)

domingo, 30 de noviembre de 2008

Salmo 101 (100) y VI


.../...

Apresuradamente hemos ido de versículo en versículo rozando apenas los temas. Pero pese a la premura, no ha podido por menos que asaltarnos una pregunta. ¿No había dicho al principio el descendiente de David que iba a cantar la misericordia y la justicia? Al final da la impresión de que solamente ha hablado de la última. ¿Por qué? ¿No va a tener lugar la primera en su gobierno? ¿Es que sobre la misericordia, por ser algo tan personal, no se pueden hacer programas?

Justicia y misericordia, con frecuencia, nos parecen incompatibles. Sin embargo, ¿serían posibles la una sin la otra? Sto. Tomás dice que la misericordia es el fundamento de toda justicia. La creación tiene un orden, conforme a la voluntad divina, y la justicia tiene que ver con ajustarse al querer de Dios. Pero la creación ha partido de la misericordia, porque qué mayor miseria que no existir. Pero, en el ámbito de la Historia, la misericordia necesita de la justicia. Ya que cómo se podría ser misericordioso si no se pudiera juzgar sobre el bien y el mal.

¿No será el programa de misericordia el último versículo?: “Hago desaparecer día tras día 
a los malvados del país, 
para extirpar de la Ciudad del Señor 
a todos los que hacen el mal”. Muchas afirmaciones de la Sagrada Escritura nos suelen escandalizar y normalmente es porque proyectamos sobre ellas nuestra mentalidad. Los reyes de la antigüedad judía tenían también la suya. El salmo línea tras linea se nos ha desbordado y ha apuntado más allá de ese rey que presenta a Dios sus propósitos de gobierno. ¿Qué querrá decir en este caso?

Toda la Biblia tiene solamente una clave de interpretación: Jesucristo. Los médicos amputan; los poderosos de entonces, como le aconteció al propio pueblo de Israel, organizaban deportaciones en masa; otras veces pasaban a espada a sus enemigos. Desgraciadamente esto sigue ocurriendo hoy. ¿Pero es ésta la única forma de que no haya malvados? ¿No sería lo ideal un rey que juzgara entre el bien y el mal y pudiera sanar el corazón enfermo? Si fuera así, si yo tuviera la posibilidad de escuchar, a la par de la verdad sobre mi vida, la oferta de la aniquilación del mal que, por mis decisiones, he hecho propio y, al hacerlo mío, me he hecho uno con él; si además aceptara ese don del rey, entonces habría desaparecido de la Ciudad del Señor un malvado. Y sería además un templo purificado donde se pudieran cumplir las palabras de Rm 12,1s:
Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios a ofrecer vuestros cuerpos como víctima viva, santa, grata a Dios, vuestro culto conforme al logos. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
En las Escrituras, tenemos otro programa real sobre la misericordia y la justicia en una entronización:
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,36-43).
Y con este salmo, cuyo comentario comenzábamos el día de Cristo Rey, preguntándonos con él cuándo vendrá Dios a nosotros (v. 2), hemos entrado en el Adviento. Con él, con ese programa, he empezado yo también una aventura. Gracias a Dios el ideal del salmista es inalcanzable; si lo pudiera abarcar, intentaría hacerlo con mis solas fuerzas. Aunque a veces la evidencia de lo imposible no es suficiente y tenemos que estrellarnos para percatarnos de ello. Pero cuando palpamos nuestra indigencia y en la medida que lo hacemos, podemos apoyarnos en la posibilidad de todas nuestras posibilidades que es Dios.