viernes, 31 de julio de 2009

Antífona de comunión TO-XVIII.1 / Salmo 17,20

Nos has dado pan del cielo, Señor, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos (Sal 17,20).
El salmista expresa en este versículo una experiencia, la vivencia que han tenido en su camino por el desierto hacia la tierra prometida. Este hecho, el que Dios alimentara a su pueblo, era una profecía de lo que había de ocurrir.

En el momento de la comunión, estas palabras del salmista cumplen una función distinta o en distinto grado según sea la situación de madurez espiritual de quien se acerque a comulgar. Pueden seguir siendo una promesa. Dios mismo me va a alimentar con el pan celeste que me brindará toda delicia y saciará todos mis gustos y los de todos. Pero también es una interrogación. El salmo nos narra una experiencia, el pueblo de Israel, al comer el maná, ha constatado que era así. La gran cuestión es si el pan eucarístico realmente es para mí un deleite y sacia todos mis gustos.

Si realmente esto fuera así, ¿por qué buscamos gustos en otras cosas? ¿Por qué mi atención se deleita con mil pensamientos e imágenes? ¿Por qué busco que mi vida quede llena por otros sitios? Esto puede llevarnos a pensar si es el Señor el que me da ese pan, si le dejo que me lo dé, o, en algún grado, lo vivo como una conquista; si sigo creyendo aún, por muy inconscientemente que sea, que la iniciativa está en mí. Y también a preguntarme si es realmente al pan del cielo al que me abro o mi expectativa va por otro lugar.

Seguramente me autoconvenzo de que voy a comulgar a Cristo y de que es Dios mismo quien me da ese pan; los conceptos seguramente los tendré claros; quizás me espolee para que ese sea mi deseo. Pero la antífona de este domingo tal vez me hable de mi fracaso. Todo eso es verdad, pero es algo muy superficial, mi corazón se sigue agarrando a otras muchas cosas y, por eso, no quedo saciado y sigo buscando en otros sitios.

Y la antífona se puede convertir de nuevo para mí en una promesa. Eso puede llegar a ser verdad en tu vida. Y eso debería de despertar en mí el deseo de comulgar desde el centro de mi mismo. Ese pan celeste me alimenta para hacer el camino a ahí, de la superficie, de lo externo, a la morada central del castillo. Pero, con ese manjar que me da fuerzas para caminar, tengo que hacerlo, tengo que emprender la marcha hacia lo más entrañado de mi interior y dejar de dar vueltas en la superficie. Por muchas fuerzas que me dé para andar, el alimento no lo va a hacer por mí.

Ahí, en el centro de mí, en el centro de mi humildad, el pan celeste que el Señor me da brinda todo deleite y sacia todos los gustos, no como una suma de ellos, no como yuxtaposición de fragmentos, sino como Aquel que da la unidad a todo y lleva a su plenitud todo. En ese centro, mi gusto no está divido ni sometido por mil solicitudes y, entonces, unificado en Aquél que me sacia, todo, hasta el sufrimiento más hondo, es deleitoso en el deleite del pan del cielo. En la unidad de su fruición, todo cobra un nuevo gusto y todo resulta sabroso. Todo deseo es pacificado y el deseo del cielo crece a la par que crece el sosiego. Saciando da deseo, pero no insatisfacción, pues el deseo de los bienes eternos es nuevo deleite que mueve siempre a más, a más cielo.

jueves, 30 de julio de 2009

Un seguimiento falso. Jn 6,24-35

El pasaje evangélico de este domingo es muy jugoso. Nunca es posible abarcarlo todo, éste es uno de esos casos en que lo es aún menos. Así que vamos a arañar por la superficie un pequeño aspecto.

Tras la multiplicación de panes y peces, un nutrido grupo de gente sigue a Jesús. Sin embargo, reciben su reproche que va a dar pie posteriormente a una jugosa enseñanza sobre la eucaristía en la sinagoga de Cafarnaúm. Y es que Jesús no nos llama la atención, no nos quiebra la cintura, simplemente para dejarnos clavados en el sitio o humillarnos, sino para llevarnos más allá.
Me buscáis no porque hayáis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros (Jn 6,26).
Nuestra vida aparentemente puede ser cristiana; nuestras conversaciones, acciones, devociones, celebraciones, moral, etc. pueden darnos la impresión de que sea así y, sin embargo, acaso sea solamente eso: apariencia.

Aunque no lo sea de manera absoluta, en alguna medida, mientras quede algo por purificar en nuestro corazón, en nuestro seguimiento de Cristo, por doloroso que sea reconocerlo, hay una instrumentalización de Él en beneficio de nuestro propio amor, querer e interés. En la instalación en esta situación, en conformarnos con corregir lo que alcanzamos a ver, en no sospechar que hay una purificación más radical, está toda nuestra mediocridad y miseria. Seguramente esto sea lo que más haga de nuestro cristianismo algo in-significante en nuestro mundo.

La infección que socava nuestra existencia es el fariseísmo. Sostener la ortodoxia formal de una doctrina, una moralidad que paga hasta el diezmo de la menta y el comino, participar con pulcritud ritual en las celebraciones es algo que habla de nosotros mismos, porque es algo que podemos hacer desde nosotros mismos. Necesitamos que Jesús nos abra los ojos y nos descubra hasta qué punto nos mueve la soberbia, hasta qué punto nuestra religiosidad es un acto de narcisismo, hasta qué punto no dejamos espacio a la fe, esperanza y caridad. Es menester que nos demos cuenta de que no somos humildes. Qué lejos estamos del verdadero discipulado.

Jesús me tiene que descubrir -no basta tener los conceptos claros- hasta qué punto soy incapaz de seguirlo desde mi mismo. Yo no puedo purificar mi soberbia con mis fuerzas, sólo la puedo purificar con las suyas, con las mías elevadas por la gracia.

miércoles, 22 de julio de 2009

Deporte y religión no casan bien

Me remito a mi artículo de LD. Podéis dejar aquí los comentarios.

Antífona de comunión TO-XVII.1 / Salmo 103,2

Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios (Sal 103(102),2).
En el contexto de la comunión, este versículo del salterio tiene una referencia clara. Los beneficios son toda la historia de salvación, cuya cima es el misterio pascual, y el poder comulgar con este misterio, alimentándose de la víctima del sacrificio redentor. El beneficio mueve a bendecir a Aquél de quien no solamente se recibe tanto, sino a quien se recibe. Y, como se recibe a quien se me da en totalidad, la bendición ha de ser no algo superficial, sino con todo mi ser, no simplemente con los labios, sino con todo lo que soy, con todo mi cuerpo y alma. Es más, no se trata simplemente de dar gracias con alma y cuerpo, sino ser en totalidad una bendición permanente por los beneficios recibidos.

Pero, en el salmo, hay además una llamada a no olvidar. Normalmente solemos tener una idea muy reduccionista de lo que sea la memoria; algo así como la capacidad de memorizar datos, como un hecho histórico o un número de teléfono, y de recordarlos en un momento dado. Pero es mucho más, es capacidad de apropiación de realidades de diverso tipo que van configurando el propio yo, es capacidad de apropiación de un modo de estar respecto a las otras realidades. Lo mismo que por la acción divina el entendimiento es elevado a fe y la voluntad a caridad, la memoria lo es a esperanza, es decir, a que tengamos la capacidad de poseer anticipadamente los bienes futuros. La apropiación graciosa de los dones divinos, configura nuestro yo de manera sobrenatural, de modo que tenemos un modo de estar respecto de Dios.

Olvidar los beneficios recibidos, no es simplemente perder unos datos, unos conceptos, unas ideas sobre la obra de Dios en mí. Lo radicar de ese olvido es perder la comunión con Dios, es perder la configuración por gracia del que estoy siendo. Y estos beneficios no se olvidan sin querer, sino por el acto positivo, por acciones u omisiones, de no quererlos. Y recordar no es simplemente traer ante mí datos o imágenes sobre la historia de salvación que Dios va haciendo conmigo, sino hacer presente, con el vivir, ese yo configurado por la gracia. Y ese hacer presente con el vivir en fidelidad a lo recibido es re-obrar por gracia, en respuesta al diálogo permanente que Dios mantiene conmigo, y re-configurar crecientemente esa figura de mí mismo, que soy imagen de Dios, hacia una mayor semejanza a Él.

Y un modo de recordar, de hacer presente, es bendecir a Dios. Pero solamente uno, todo lo que ocurre en mi vida y que demanda de mí una respuesta, lo que me está pidiendo es hacer presente, en esa situación, los beneficios recibidos.

martes, 21 de julio de 2009

Al ver el signo. Jn 6,1-15

Como ya os dije, en este tiempo de verano no me va a ser fácil tener acceso a internet, de modo que, de nuevo, adelanto el pequeño comentario al evangelio del domingo.

La continuación del anterior, Mc 6,30-34, sería la multiplicación que narra seguidamente este evangelista. Sin embargo, la liturgia -¡qué gran riqueza de textos desde la reforma conciliar!-, ha preferido que se proclame el relato de S. Juan; lo cual dará pie a que en los siguientes domingos se continúe con el discurso eucarístico de la sinagoga de Cafarnaúm. Centrémonos brevemente en un solo aspecto.

"Al ver el signo que había hecho" (Jn 6,14). Ha sido Jesús el que ha tomado el pan, ha dado gracias y lo ha repartido. El ver que ha sido Él quien ha multiplicado los cinco panes y los dos peces, les lleva a hacer una confesión. En la Eucaristía, no se trata simplemente de multiplicar cantidad, sino de algo incomparablemente superior, pero la liturgia eucarística está prefigurada en este hecho.

Efectivamente el sacerdote toma el pan y el vino en la presentación de ofrendas; después pronuncia la plegaria eucarística, en la que están las palabras de la institución; por último lo reparte entre los fieles. Esto es lo que puede ver cualquiera con la inteligencia y visión naturales, pero ve verdaderamente quien, con los ojos de la fe, ve que es el mismo Jesús el que toma el pan, dirige la oración de la plegaria eucarística al Padre y da de comer a los fieles. Y es con la fe como vemos que el pan ya no es pan, sino su cuerpo y el vino, su sangre y que se trata del memorial del sacrificio de la Cruz. No se trata simplemente de saber conceptualmente de memoria que eso es así ni imaginárselo ni recordarlo cuando tiene lugar ni pensar sobre ello durante la celebración, se trata de ver con la fe.

Y ver fiducialmente es un todo. Quien no ve que es el Señor quien celebra no ve el misterio pascual ni la presencia sacramental. Esto es de suma importancia, en un doble sentido, en unos tiempos en que lo que es el sacerdocio ministerial se está diluyendo en la comprensión de muchos. Es importante para el fiel ver que es Jesús y que obra por ministerio de un hombre; si no es así, ¿cómo va a ver a la Víctima que es la misma que el Sacerdote? Y, para el presbítero o el obispo, es imprescindible que viéndose con los ojos de la cara no se vea, sino que con la fe vea que es el Sumo y Eterno sacerdote el que está celebrando. Tenemos que purificar nuestro corazón para poder ver fiducialmente con claridad. ¡Qué dicha que el sacerdote desaparezca ante nuestros ojos! ¡Qué privilegio que el sacerdote no se muestre ante nosotros y trasparezca totalmente a Cristo!

domingo, 19 de julio de 2009

Antífona de comunión TO-XVI.1 / Salmo 111,4s

Ha hecho maravillas memorables; el Señor es piadoso y clemente: él da alimento a sus fieles (Sal 111,4s).
Las maravillas que ha hecho el Señor son memorables. La gran maravilla de entre las maravillas es el misterio pascual, el sacrificio de nuestra salvación y es memorable en modo maravilloso. No solamente es digno de recuerdo. Con la memoria, la imagen de los hechos del pasado que se nos han quedado grabados y yacen en el inconsciente, los traemos al presente de la percepción de nuestra atención interna; de algo decimos que es evocador, de manera muy especial los olores, cuando hace que esto tenga lugar. Pero en la Eucaristía no se hacen presentes en el plano consciente imágenes o conceptos que estuvieran en lo inconsciente, sino que es el único sacrificio de la Cruz el que se hace presente a nosotros en la celebración.

Pero no solamente es memorial de la pasión, sino que también es comida, precisamente por hacerse presente ese sacrificio. La víctima es ofrecida al Padre y es también alimento para los fieles. Pero como don, no como conquista. El mismo que es la víctima y el alimento es el Sacerdote que ofrece al Padre y la da como alimento, se nos da. Y se nos da a los fieles, la fidelidad a Él es lo que nos hace receptivos al don; la infidelidad nos lo niega, pero tenemos el don del perdón en la penitencia para poder recuperar esa fidelidad. Poco antes de la comunión, hemos pedido en el Padre Nuestro el pan nuestro de cada día y al acercarnos a comulgar vemos cómo Dios responde a nuestra petición. Ahí palpamos, una vez más, su piedad y clemencia.

Mas la Eucaristía nos mueve a un nuevo prodigio. A que los que hemos comulgado hagamos presente en el mundo el misterio de la cruz siendo de verdad, por medio de la comunión entre nosotros, el Cuerpo místico de Cristo y también cargando con la cruz en los asuntos cotidianos. Y también a que demos de comer, a tantos hambrientos, el pan de la palabra y el alimento corporal a tantos necesitados.

jueves, 16 de julio de 2009

Un sitio tranquilo y apartado. Mc 6,30-34

Con esto de que estamos en la jurisdicción estival, mi acceso a internet se va a ver dificultado muchos días. Como no sé si me será posible el sábado hacer el habitual comentario del evangelio dominical, voy a adelantarlo hoy, porque no quiero que os quedéis sin él. Deseo que os sirva para algo, sobre todo, para amar y conocer más a Jesús. El domingo espero poder hacer el comentario a la antífona de comunión. Sobre estos últimos estoy pensando, cuando hayamos visto todas, juntarlas y publicarlas en tomo con un título que podría ser Pequeño devocionario eucarístico; desde luego en ellas lo que estoy haciendo es verter mi amor a la eucaristía. Pero dejémonos de prolegómenos y vayamos a lo que nos interesa ahora.

Nos dice el evangelista que se fueron a “un sitio tranquilo y apartado” (Mc 6,32); el texto original griego dice que el lugar era éremos. ¿Y dónde estará este sitio para poder nosotros ir también con ellos, con Jesús y los apóstoles, atravesando en barca las aguas? ¿Qué sitio será éste y, si será posible, en medio del ruidoso mundo encontrarlo? ¿No será ese lugar la cima del monte, de que nos habla S. Juan de la +, donde solamente mora honra y gloria de Dios? ¿No será la morada central del castillo interior donde está el mismo Dios? S. Atanasio nos cuenta que S. Antonio el Grande marchó al desierto interior. Y es allí donde tenemos que ir nosotros, en comunión con Jesús y la Iglesia; pero no a uno geográfico, sino al centro de nuestra humildad.

Nos dice el evangelista que por tierra fueron muchos a su encuentro. Y esto me hace pensar que acaso sea esto lo que más falta nos haga, ir a ese lugar tranquilo y apartado, es decir, vivir verdaderamente en Dios, para que acudan de todas partes todos los que andan como ovejas sin pastor, que necesitan la compasión de Jesús, que los enseñe con calma.

Está bien que hagamos planes, que hablemos, etc., pero lo primero es ir a ese sitio con Jesús y los apóstoles y desde allí, desde esa perspectiva única es como podemos ver verdaderamente lo que es necesario. De modo que, cuando nos encontremos problemas, acaso lo primero que tengamos que preguntarnos es si estamos ya en camino hacia ese sitio tranquilo y apartado y, si no es así, ponernos en marcha; y, si en camino estamos, más animarnos para continuar avanzando en medio de las olas hacia él.

miércoles, 15 de julio de 2009

Cambios en la confesión

El cardenal Martini, en la entrevista a la que hacíamos referencia el pasado día, señalaba que un próximo concilio debería tener como temas centrales los siguientes:
La relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias, y desgraciadamente, el número de personas implicadas aumentará, así que hay que afrontarlo con sabiduría y visión de futuro. Pero hay otro argumento que debería afrontar un próximo concilio: el del curso penitencial de la propia vida. Verá usted, la confesión es un sacramento extremadamente importante, pero ya exangüe.
Los datos sobre este sacramento son muy significativos y las preguntas que nos plantean son graves. ¿Qué habrá que hacer? ¿Hay que apuntalar un modo de vivir el sacramento o habrá que situar el problema en un contexto más amplio? Aclaro esto último. Estamos tan acostumbrados a vivir de una determinada manera algo que fácilmente confundimos el modo con el algo, unos creyendo que el modo es el algo y otros pensando que el algo es sólo modo. Y en este cuasi cantinflesco galimatías de palabras están muchas de las dolencias de nuestra iglesia.

El sacramento de la penitencia ha mantenido a lo largo de la historia unos elementos mínimos constantemente, pero el modo de la celebración y la disciplina han variado a lo largo de la historia. Nuestro modo, al que estamos acostumbrados es el más moderno, aunque lo solamos calificar como el de toda la vida. Para algunos, por hacer referencia a algo muy secundario del sacramento, el confesionario es casi una bandera a defender a ultranza y, sin embargo, en la historia bimilenaria de la Iglesia es un elemento de anteayer; por tanto, perfectamente prescindible y que en nada afecta a lo sustancial del sacramento. Otros, en cambio, trivializan la confesión individual de los pecados, siendo éste, en cambio, un elemento central
La tentación que podemos tener, si no es la taxidérmica de mantener un modo a todo trance, es cambiar lo secundario, si no lo esencial, casi por cambiarlo, porque las cosas van mal y hay que hacer algo. Evidentemente habrá que cambiar algo pero qué y en función de qué.

Pensemos nada más en una situación muy frecuente. En la antigüedad cristiana sobre todo, el sacramento de la penitencia era conocido como el segundo bautismo. Se podía recibir una sola vez en la vida, era como el sacramento para la segunda conversión de los bautizados que o bien se habían alejado de la fe y querían volver o bien para aquellos que habían cometido un pecado que los separaba de la comunión sacramental. La disciplina, en cuanto a poderlo recibir solamente una vez era muy severa, pero la relación con la conversión de un bautizado puede darnos mucha luz. Entonces se recibía la absolución después de dos años de camino que, en muchos aspectos, por la procesualidad, etapas, etc., guardaba parecido con el catecumenado.

Entre nosotros, es muy frecuente el número de bautizados que, por ejemplo, después de haber estado años completamente alejados de la Iglesia se acercan a confesar; muchas veces sin una verdadera conversión, simplemente para cumplir con un requisito para casarse o comulgar en un funeral, pero después no cambiará nada. Otros sí lo hacen por conversión. ¿No habría que diferenciar ambos casos? ¿No habría que distinguir además, en la disciplina actual del sacramento, dos situaciones distintas, la del que está en proceso de conversión y la del que ha vivido, con más o menos pecados, siempre su fe? Incluso en estos últimos, en muchos casos, tal vez la mejor penitencia que pudieran hacer fuera un catecumenado de adultos.

Son ideas al vuelo. Pero, en cualquier caso, el tema de la penitencia hay que verlo en un panorama global; en mi archidiscutible opinión, en la necesidad de un modelo de evangelización realmente nuevo, que haga llegar, al que no cree, la Buena Nueva en nuestro mundo, que posibilite que el que quiera ser cristiano pueda llegar a serlo y que, al que haya madurado su fe inicial, pueda vivirla en plenitud. ¿Las cifras sobre la confesión no son síntoma de necesidad de cambiar algo importante permaneciendo lo esencial?

lunes, 13 de julio de 2009

Entrevista a un cardenal

En una reciente entrevista, el cardenal Martini, preguntado sobre los asuntos inaplazables por orden de importancia, decía:
Ante todo, la actitud de la Iglesia hacia los divorciados, y luego, el nombramiento y la elección de los obispos, el celibato de los sacerdotes, el papel de los laicos católicos y la relación entre la jerarquía eclesiástica y la política.
No sé, aunque pueda hacerme una idea, a qué se refiera en cada caso concreto, pero, con independencia del contenido que se diera a cada asunto, cabría preguntarse si son los más urgentes e importantes. Desde luego, son cuestiones de peso, pero probablemente, junto a estas, se podrían encontrar otras. La Iglesia, también el mundo, vive un momento crucial, de un cambio de tal envergadura que mirar cuestiones puntuales, por sustanciosas que estas sean, acaso sea perder la perspectiva. En estos cambios epocales, las cuestiones son siempre de cimentación y las tareas a realizar son de largo recorrido.

Si hiciéramos una lista con los asuntos que están en cuestión, fácilmente nos daríamos cuenta de que son problemas muy serios y de que, en ellos, no están en juego algunos aspectos de los mismos, sino que el órdago lo es a la grande. ¿Y qué es lo que tendrían en común todos ellos? Ahí está el asunto. En mi insignificante opinión, lo que demanda la situación es un modelo de evangelización de verdad nuevo, porque todos los problemas lo que parecen pedir es ser cristiano a fondo en este mundo concreto, en el de hoy y no en el de hace siglos. No son momentos para introducir pequeños cambios en el modelo y prolongar la vida del mismo algún tiempo más. Los modos de hacer están siempre al servicio de cuestiones más altas; en el caso de la Iglesia, de la evangelización (anuncio, iniciación cristiana, pastoral). A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido distintos modelos de la evangelización siempre nueva; seguramente estemos en un momento de esos de grandes cambios.

En la actualidad, salvo loabilísimas excepciones, la impresión que tengo es de que las cosas que se están haciendo, en muchos casos admirables y dignas de encomio, son como los epiciclos introducidos en el sistema ptolemaico ante los datos nuevos sobre las órbitas de los astros, prolongaron la vigencia del sistema algún tiempo, pero acabó cayendo. El modelo de cristiandad, que ya vivió un importante reajuste en la paz de Wesfalia y otros menores después, está pidiendo el relevo. Los problemas que señala Martini, y otros cuantos que se podrían añadir, son síntomas de que la casa necesita algo más que enjalbegarla.

¿Qué hacer? ¿Nos inventamos un cristianismo más al gusto del mercado? Evidentemente no. Un nuevo modelo de evangelización no comporta cambiar la Buena Nueva ni la identidad de la Iglesia. De lo que tenemos que darnos cuenta, ante todo, es de que todos los países del mundo son de misión, aunque acaso haga falta morder más el polvo para caernos de la nube y percatarnos de que ni hay países católicos, por muchas raíces que tengan, ni que un determinado modelo histórico es sinónimo de evangelización. Mientras tanto, el Espíritu Santo sigue trabajando y lo nuevo ya está germinando.

domingo, 12 de julio de 2009

Antífona de comunión TO-XV.1 / Salmo 84,4s

Hasta el gorrión ha encontrado una casa, y la golondrina un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, rey y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre (Sal 84,4s).
El salmista, que ha comenzado una peregrinación hacia Jerusalén, expresa en los primeros versículos sus sentimientos. Él vive, como la mayoría de los judíos, lejos del templo, lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo, y probablemente sólo pueda acudir a él en las fiestas de peregrinación. Su deseo de estar allí lo expresa comparándose con las aves. Ellas pueden estar continuamente en el templo, encontrando refugio y habitación en algún rincón de su arquitectura. Pero más dichosos aún los sacerdotes que están continuamente en él ofreciendo sacrificios y alabando a Dios.

Estas palabras, como antífona de comunión, resuenan en el interior del fiel que se acerca a comulgar. La procesión de la que forma parte en ese momento es imagen de la peregrinación de la vida. Al comulgar, pregustará los bienes celestes y esto aumentará el deseo de tener la dicha, no de los sacerdotes de la antigua Alianza, sino la de los santos que están continuamente en la presencia de Dios, que en el templo no hecho por manos humanas celebran, en comunión del Sumo y Eterno Sacerdote, la liturgia celeste. Y este deseo mueve a peregrinar con más ímpetu, con creciente esperanza, avanzando con esos pasos que son nuestras obras de amor. Cuanto más queremos llegar al término de nuestra peregrinación, más nos entregamos a este mundo, pues el amor es lo que más acelera nuestro caminar.

sábado, 11 de julio de 2009

Con gran desnudez. Mc 6,7-13

Jesús envió a los Doce de dos en dos, pues tenían que dar testimonio; es el número mínimo, para un pleito, requerido en el AT. Son, ante todo, testigos de Alguien y no transmisores de algo. Jesús les da autoridad y unas breves instrucciones. Entre ellas:
Les encargó que llevaran para el camino un baston y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto (Mc 6,8s)
Son testigos, es decir, tienen conocimiento directo de que el Reino de Dios está cerca y han recibido autoridad; de instrumentos materiales solamente necesitan lo imprescindible para caminar: bastón y calzado. Un exceso de medios, lejos de ayudar en el anuncio, estorba. Si de lo que se trata es de pregonar que Dios interviene en la historia, si llevo lo que me cuida a mí (pan, alforja para mis útiles, dinero, ropa de repuesto), estaré anunciando que Dios no lo hace.

Los comerciales de las empresas hacen cursos y tienen muchas reuniones para aprender y mejorar el modo de colocar su producto. En un mundo tan secularizado como el nuestro, en nuestro país, que es tierra de misión, el primer anuncio del evangelio, que tiene que ser un elemento permanente en la vida de la Iglesia, urge más. El evangelio de este domingo nos da las claves de cómo hacerlo. Se trata de ser testigo de Alguien y, claro, para dar testimonio de Él, hay que conocerlo; no basta tener conocimientos sobre Él. Se trata de un envío, no es ni una tarea por cuenta propia ni un capricho ni una ocurrencia, sino que es Jesús quien envía y quien nos da su Espíritu para poderlo llevar a cabo; por tanto, el enviado no es el propietario de la misión. Y hacerlo con gran desnudez; el enviado debe tener una sola riqueza: Dios. La mejor preparación para el anuncio es conocer a Cristo y desafectar el corazón de todo lo que no sea Él.

¿Y hay garantías de éxito? El final del pasaje es claro; unos acogerán el pregón y otros no. Hay que anunciar a todos, en todas partes y en todo tiempo, pero no tenemos la obligación de que se conviertan todos ni de que todos reciban los sacramentos ni de que todos estén apuntados en los libros parroquiales ni siquiera de convertir a alguien. Y no tenemos esa obligación porque el que ha de convertirse es el receptor del anuncio. La responsabilidad del que anuncia es hacer bien el anuncio, ahí está el éxito de su misión. El dolor por el rechazo, no porque me hayan rechazado a mí, sino por el mal tremendo que se hace quien da la espalda a Cristo, habrá que unirlo a las lágrimas del Señor contemplando Jerusalén (cf. Lc 19,41s). Que haya o no conversiones, una vez hecho el anuncio, no depende del pregonero. Por eso, qué desafortunado el verbo convertir como transitivo y no como reflexivo. Anunciemos y, al que se convierta por gracia de Dios, acompañémoslo en el catecumenado.

viernes, 10 de julio de 2009

El Mesías de Händel LXIX

Con aire inconfundiblemente triunfal, aunque sereno, una de las sopranos muestra otra de las facetas del Misterio Pascual:
Subiste a lo alto llevando cautivos, te dieron tributo de hombres: incluso los que se resistían a que el Señor Dios tuviera una morada (Sal 68 (67),19).
El salmo es un himno que tiene como contexto originario cantar la marcha del pueblo de Israel desde la revelación del Sinaí hasta Jerusalén, a cuya cabeza va el mismo Dios. El verdadero protagonista es Él, el pueblo se beneficia de su iniciativa. El punto culminante es la entrada de Dios en el templo de Jerusalén, en lo alto del monte Sión.

Jesús también sube a lo alto, pero no a la cima de un monte; también entra en el templo, pero no en uno hecho por manos humanas. Jesús, tras su resurrección, penetra en el santuario celeste y lo hace como un vencedor. Su ascensión es como la marcha en triunfo de un guerrero al volver a su ciudad. En su cortejo lleva cautiva a la cautividad, toda la creación es tributaria de él, nada ni nadie se ha podido resistir a su victoria, a que penetrara en el santuario del cielo.

Pero lo mismo que el Señor iba al frente de su pueblo caminando por el desierto, abriendo paso hasta la tierra prometida, así la Ascensión es la cabecera de una larga marcha. La historia personal de cada uno no es sino dilucidar cómo va a formar parte de ese triunfo, si como alguien que comparte su victoria o como los que se resistieron a que subiera a lo alto.

Los grandes vencedores son siempre magnánimos. A nada que seamos algo sinceros con nosotros mismos, fácilmente nos daremos cuenta de que nosotros deberíamos de engrosar el número de los que se resistieron a su victoria. Pero ésta lo ha sido para hacer cautiva a la cautividad que me tenía prisionero y me incapacitaba para darle mi sí.
Muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos (Hb 2,14s).
Continuaremos.

miércoles, 8 de julio de 2009

El Mesías de Händel LXVIII

Sólo Dios se sienta en su trono, por eso, quien está ahí entronizado y solamente quien se sienta en él es digno de adoración. No porque haya nada en lo que Dios se apoye, pues no necesita nada fuera de Él; no porque necesite de nada para realzar su grandeza. En realidad, Dios es el fundamento de sí mismo; en cambio, las criaturas tenemos nuestro último cimiento en el Creador. De ahí que el coro cante:
Adórenlo todos los ángeles de Dios (Hb 1,6).
Y todos adoran al Señor resucitado, salvo Satanás y los suyos; él lo que pretendió fue justo lo contrario: "Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria le dijo: Todo esto te daré si te postras y me adoras" (Mt 4,8s). Y Jesús le recordó su obligación, le dijo la verdad de su rebeldía y le mostró el motivo de su infelicidad eterna, el estar en la más profunda contradicción en que puede estar una criatura: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto" (Mt 4,10; Dt 6,13).

Todas las criaturas materiales ajustan su ser perfectamente a la voluntad de Dios; en realidad, no pueden no hacerlo. Sólo las espirituales podemos rechazarlo; pero esto es negar nuestra identidad más profunda, es suicidarnos existencialmente. La máxima plenitud de realización y la mayor felicidad están en adorar a Dios. Y esto es algo en que ha de estar implicado todo lo que somos. No son suficientes gestos externos, aunque este no sea un mal comienzo. Hemos de caminar sin parar hasta que en totalidad estemos en adoración. No que algo de mi lo adore o que le dedique algunos momentos a la adoración, sino que todo mi ser y mi tiempo sean un solo acto de adoración.

En buena medida, el combate interior con los pensamientos, en el que, movidos por el Espíritu, nos tiene que introducir y entrenar el buen maestro espiritual, consiste en que la atención en vez de estar dividida en la diversidad de pensamientos, dedicándoles energías y atención, e intentando poseerlos, quede unificada en adoración al único Dios inabarcable. Entonces, hecha la atención un agraciado hábito espiritual de adoración, sin violencia y con gran sosiego, las cosas y los momentos de la vida quedan sumergidos en este culto interior continuo en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,24). Pero en la espera de la adoración eterna de la liturgia celeste y en medio de los combates de esta vida presente. Dios nos conceda esta gracia.

Y, de esta adoración, no puede quedar desgajada la humanidad de Cristo. Es más, mediante ella y gracias a ella podemos adorar.

martes, 7 de julio de 2009

La encíclica de Cristiano Ronaldo

Lo mejor que puedo decir de la nueva encíclica del Papa, Caritas in veritate, es que no la suplantéis por comentarios, por sesudos y buenos que sean. No deleguéis en nadie, leedla. Y, cuando lo hayáis hecho, entonces contrastad vuestra lectura con la de otros o preguntad por lo que no hayáis entendido; pero no antes. Si no eres capaz, acaso sea porque lo que necesitas, antes que la encíclica, es catecumenado. Un cristiano que haya madurado y formado su fe está capacitado para entender una encíclica del Papa. No como un teólogo profesional, seguramente habrá cosas que se le escapen -también se le escapan a un doctor en teología algunas cosas-, pero la lectura directa es insustituible. Si uno no es capaz de filete, entonces es que tiene que madurar; no que le den la madurez travestida en alimento digerido por otro, sino que humildemente, como un catecúmeno con otros catecúmenos, se ponga en manos de quien le enseñe a crecer para que llegue un día en que pueda comer buenos chuletones.

Pero ayer leí otra encíclica, una carta circular que envió Cristiano Ronaldo al mundo. Más de 80.000 personas para su presentación como nuevo jugador del Real Madrid, retransmisión en directo por televisión y radio, portadas y artículos en periódicos, etc. Sobre su fichaje se ha escrito mucho y sobre la presentación de ayer también. No digo que no tengan razón algunas de las cosas que se han dicho sobre esto, pero no me satisfacen. Y ayer sorprendido me preguntaba por qué, por qué este fenómeno. Y sentí en esas masas una verdad profunda e indiscernida por ellos, no se resignan a morir.

No es que se resistan a la muerte biológica, es que sienten una profunda sed y no quieren morir deshidratados. Y unos van para no sentir, para anestesiarse, para no oír el ansión congojoso de eternidad; otros, buscando un sucedaneo de divinidad, algo que les dé sensación de hartura, que al menos los engañe y les haga creer por algún momento consuelo por haber nacido y sentir que mueren de sed. Y si tienen esa sed de que habla el Salmo 42, "como busca la cierva corrientes de agua así mi alma te busca a ti Dios mío", si tan viva la palpan que corren tras cualquier apariencia de eternidad, entonces hay mucha esperanza. ¿A qué les invitamos?

lunes, 6 de julio de 2009

El Mesías de Händel LXVII

Acerca del que tomó la condición de esclavo (cf. Flp 2,7), el tenor pregunta:
¿A qué ángel dijo jamás: Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado? (Hb 1,5).
Eso que el Padre no ha pronunciado nunca respecto de un ángel es el protocolo de entronización de los reyes de Judá (cf. Sal. 2,7s). Estas palabras del Salmo que recoge la Carta a los Hebreos siempre han hecho referencia a un hombre. Pero, en este caso, en el de Jesús, con una significación especial. No se trata de un reino efímero en el tiempo y limitado en el espacio, sino de la entronización sobre toda la creación, la visible y la invisible, la material y la espiritual, lo pasado, presente y futuro. No se trata de un hombre que morirá y cuyo reino concluirá, sino del que ha resucitado de entre los muertos, triunfador del pecado, del maligno y de la muerte, y cuyo reino no conocerá ocaso. No se trata de que Dios adopte a un hombre como hijo, sino de que del Hijo eterno hecho hombre, que ha vivido en la más absoluta humildad, ahora, ante toda la creación, queda manifiesto el lugar que le corresponde a la diestra del Padre.

Los versículos anteriores de esta carta nos dan luz:
Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado (Hb 1,2ss)
Un hombre, no un ángel, es el Rey del Universo; todo le está subordinado. Eso nos habla de lo que somos los seres humanos para Dios. Pero también de lo que tiene que ser Jesús para mí. Él es Rey y mi grandeza está en acatar su amorosa y divina realeza.

Continuaremos.

domingo, 5 de julio de 2009

Tempóreo

Hacia el presente
del pasado me voy,
estar llegando siempre a este ahora,
siempre presente siendo,
distinto siempre.

Antífona de comunión TO-XIV.1 / Salmo 33,9

Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a Él (Sal 33,9)
En distintos momentos de la celebración eucarística y con un creciente ritmo de encuentro personal, el sacerdote muestra la Hostia consagrada para la fe y adoración de los fieles. En el momento de la comunión, a cada uno personalmente, se le muestra, la ve y confiesa que sí, que es el Señor y luego, al comulgar, la gusta. Nuestros ojos sólo ven pan y nuestro gusto únicamente saborea pan, pero a quien comemos es a Jesús.

Esta antífona es muy atrevida, nos lanza a ir más allá. Nos abre un gran horizonte, nuestra vida de fe puede crecer aún más. Los sentidos espirituales pueden ver y gustar más que los meramente naturales. Dice S. Agustín, en este hermoso paso de sus Confesiones:
¿Y qué es lo que amo cuando te amo a ti? [...] Amo alguna luz, alguna voz, alguna fragancia, algún alimento y algún abrazo cuando amo a mi Dios, porque es luz, voz, fragancia, alimento y abrazo del hombre interior que hay en mí. Allí resplandece para mi alma una luz que no cabe en un lugar, donde suenan voces que no se lleva el tiempo, donde hay aromas que no se lleva el viento, donde hay sabores que la voracidad no desgasta y donde queda unido lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios.
¡Qué fruición la de la dicha de haberse acogido al Salvador!

sábado, 4 de julio de 2009

Menudo escándalo. Mc 6,1-6

Al llegar a su tierra, el sábado, Jesús asiste a la sinagoga y allí predica. Aunque sus paisanos no dejan de admirarse, sin embargo acaban rechazándolo. Y comenta el evangelista, con gran fuerza expresiva que algunas traducciones intentan limar, que se escandalizaban en Él (cf. Mc 6,3). Y lo impactante de la anotación de S. Marcos no está en que hicieran muchos aspavientos mostrando su rechazo, sino en el sentido originario del término.

Un skándalon era un obstáculo o trampa puesto en el camino. Si es en el camino del bien, en el camino del que tiene fe, es un impedimento para el bien y una ocasión para hacer el mal, pues le invita a coger otro camino, a desistir del emprendido; en este caso, casi viene a ser sinónimo de tentar a alguien para que peque:
El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga (Mc 9, 42ss).
Desde la soberbia, el camino que yo elijo, el que a mí me parece bien desde mí mismo únicamente, nos parece el bueno, el óptimo; hasta nos rebelamos contra Dios cuando se ven frustrados nuestros proyectos y expectativas. Y es que, como nos erigimos en jueces absolutos, todo lo que se opone a nuestra “potestas”, nos parece malo.

Si mi camino fuera a parar a un precipicio, un obstáculo, una valla de la guardia civil, sería algo positivo, pues me ofrece la posibilidad de cambiar de ruta. Pero, si me empeño obcecado en mi camino, me estrello contra ella y acabo cayendo al abismo.

Jesús es un obstáculo, una piedra puesta en el camino de sus paisanos y, por qué no, también en el de nuestra soberbia. Y, en este paso, lo es en una manera que quisiera subrayar. Nuestra mentalidad, en su mayor parte heredada, nos da una interpretación de la realidad, pero el problema es que nos aferramos a aquélla y dejamos de ver ésta; es más, forzamos a la realidad a meterse en nuestros moldes conceptuales, en vez de tener desapego a ese bien que es la mentalidad para adaptarla a la realidad y no a la inversa. Pues bien, a esto ni los hombres ni Dios hacen excepción; en Jesús se dan las dos circunstancias.

Tenemos nuestras ideas sobre Él y, cuando no se ajusta a lo que esperamos de la imagen que de Él nos hayamos hecho, entonces… nos encontramos a Jesús como skándalon, como una ocasión para renunciar a nuestra mentalidad y encontrarnos con Él, o bien aferrarnos a la idea que de Él nos hayamos hecho dándole la espalda. Por buenas y ortodoxas que sean nuestras ideas sobre Dios, no son Dios, solamente son ideas y, como cualquier criatura, deben estar a su servicio; el mayordomo debe ser un buen mayordomo, pero nunca debe suplantar al dueño de la casa.

Jesús no es una tentación, pero por ser una ocasión para el cambio de ruta, para la conversión hacia Él mismo, paradójicamente es también una ocasión para el mal, pues, al no coaccionarnos para el bien, tenemos la posibilidad de rechazarlo: “Esta noche vais a caer todos por mi causa” (Mt 26,31). Y Pedro arrepentido lloró.

viernes, 3 de julio de 2009

El Mesías de Händel LXVI

Un coro de ángeles con creciente gozo canta:
-¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria. -¿Quién es ese Rey de la Gloria? -El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra. -¿Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria. -¿Quién es ese Rey de la Gloria? -El Señor, Dios de los Ejércitos: Él es el Rey de la Gloria (Sal 24, 7-10).
Se trata de la parte final de un salmo que probablemente formaba parte del ritual de una celebración litúrgica. En él hay dos diálogos, éste es el último. Pudiera ser que el contexto fuera que en una fiesta, difícil de precisar cuál, el grupo de creyentes con el Arca de la Alianza, a las puertas del templo, era interrogado. Primero por la pureza de los fieles y finalmente, los versículos que nos ocupan, sobre la identidad del personaje central.

En el caso de Jesús, no es el Arca de la Alianza, sino Jesús mismo, ni tampoco el templo construido con piedras, sino el santuario celeste. Quien va a entrar es presentado como héroe victorioso. Jesús es quien ha luchado con el pecado, el maligno y la muerte y ha vencido. Pero también es el Sumo y Eterno Sacerdote:
Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna (Hb 9,11s).
Este salmo tiene una primera parte, que, tras la Resurrección y Ascensión del Señor, pasa a ser la segunda, porque a donde nos ha precedido la Cabeza, tiene que seguir el cuerpo y los miembros. Esta entrada triunfal de Jesús en la gloria se convierte para nosotros en una pregunta esperanzada: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?" (Sal 24,3). Pregunta porque, aunque será sobre lo que nos juzgue, primeramente es una llamada y esperanzada porque tenemos un Sumo Sacerdote que intercede por nosotros. Y la respuesta, para poder atravesar las puertas del templo y participar en la liturgia eterna, tiene que ser una vida así:
El hombre de manos inocentes, y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso. Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación (Sal 24,4s).
Una vida de manos inocentes, es decir, con obras conforme a la voluntad de Dios; un corazón puro, para el cual la única riqueza sea Dios, un corazón purificado ya en esta vida o, si no, en el purgatorio; una vida con los dos amores, a Dios y al prójimo. Así podremos acompañar al Señor en su gloria.

jueves, 2 de julio de 2009

Una frase sobre la Iglesia

Siguiendo la estela de la entrada de ayer, voy a transcribir una frase de Lutero de 1523. Aunque, en principio, se refiere solamente a la predicación la obra en que aparece, sin embargo, es exponente de una mentalidad que, en lo que a la comprensión de la Iglesia respecta, es de una gran importancia.
Una asamblea cristiana o comunidad tiene el derecho y la autoridad de juzgar sobre toda doctrina y de convocar, nombrar y deponer a sus maestros en la fe (Lutero, WA 11, 408-416).
Como fácilmente se echa de ver, detrás de muchas cosas que oímos está esto. Aquí aparece enfrentado el sacerdocio común de los fieles a la sucesión apostólica, y la iglesia local a la universal. Aquí están también todas las demandas de democratización de la Iglesia. Pero aquí vemos también el origen de lo que luego sería la dispersión de doctrina y de práxis de las comunidades originadas en la crisis protestante del s. XVI. Este dato histórico debería de ser suficiente para vacunarnos de determinadas cosas.

Ni la iglesia local debe anular a la universal ni a la inversa, ni el sacerdocio común de los fieles debe anular el sacerdocio ministerial ni viceversa. La relación y lugar de cada uno los podemos encontrar en la Lumen Gentium. A ella os remito. Leer este documento es un modo de conocer a nuestra madre.

Seguramente la afirmación del joven Lutero automáticamente, en su literalidad, despierte nuestro rechazo. Sin embargo, creo que, como quiera que es una mentalidad muy extendida, no estaría de más que cada uno nos preguntáramos por nosotros mismos. No creo que a ninguno se nos haya pasado por la cabeza convocar una asamblea para deponer a nuestro obispo, pero es mucho más cercana la tentación de adaptarme el evangelio a la carta o de hacer oídos sordos a las predicaciones que no interesan. Y cuántas veces pesa más lo que se dice, se opina o dicen machaconamente en la televisión que lo que diga la enseñanza del Papa.

O el extremo opuesto, decir creer todo lo que dice la Iglesia y no tomarse la molestia de enterarse de lo que dice para hacerlo propio. Es muy significativo el bajo número de católicos que dedican tiempo semanalmente a su formación o que muestren interés por profundizar en la Sagrada Escritura o crecer en la oración. Vayamos a la celebración eucarística. No es infrecuente encontrarse con personas que van a diario a misa y no saben, por ejemplo, qué significan los gestos y símbolos de la celebración y, pese a ello, no tienen el más mínimo interés en saberlo.

Y una última palabra sobre la responsabilidad. Una cosa es que se pretenda que la Iglesia sea una organización asamblearia y otra que sea una inmensa masa de irresponsables con pastores al frente; ni lo uno ni lo otro. Todos y cada uno, en el lugar que Dios nos haya asignado, tenemos nuestra responsabilidad en la Iglesia. Aunque la comunidad no tenga derecho a convocar, nombrar y deponer a los pastores, no obstante, cada uno tiene el deber de cuidar de la Iglesia y de cada miembro de ella. Si un párroco dice tonterías o cosas peores, tengo que darme cuenta. No hace falta tener estudios de teología, es suficiente con una mínima sensibilidad fiducial madurada en la comunión de la Iglesia. Y, si es eso lo que pasa, por amor al párroco, se lo tengo que decir; eso sí, prudentemente y con un inmenso amor fraterno. Si no se corrige, pues habrá que decírselo al Vicario, al Obispo o a quien corresponda. Y, si se ve que la cosa no tiene remedio, cambiar de parroquia.

La Iglesia no es una democracia, pero cada uno de sus miembros tiene un poder mayor que la votación: la gracia divina. Si alguien quiere ser poderoso en la Iglesia, si alguien quiere influir, que sea el último y el servidor de todos.

miércoles, 1 de julio de 2009

¿Iglesia inclusiva o católica?

Al parecer, "pastores protestantes, laicos y organizaciones de gays y lesbianas constituirán el próximo sábado en el Puerto de Sagunto (Valencia) la primera Iglesia inclusiva protestante. Esta nueva Iglesia quiere aglutinar a todos los gays evangélicos y cristianos "en un gran proyecto de aceptación y acogida fraterna", según informó hoy el Colectivo Gay Evangélico de España". La noticia tiene detrás toda una concepción de "iglesia" que flota inconscientemente en la opinión pública y, a la que indiscernidamente y haciendo alarde, al menos, de poca personalidad, se va adhiriendo el parecer de muchos, que suelen coincidir con los que van a donde va la gente, de los que se dicen católicos. Me voy a fijar solamente en una palabra que promete dar mucho juego en el futuro, aunque solamente sea por lo muy promocionada que está de un tiempo a esta parte; me refiero a lo de inclusiva.

Lo contrario de inclusivo es exclusivo y de incluyente, excluyente; de modo que en este juego quien no es inclusivo es excluyente, con toda la carga de connotaciones negativas que tenga esta palabra. Inclusiva, por esta noticia y otras, sería la "iglesia" en que cabría todo. Con lo cual, se acaba haciendo a la "iglesia" sinónimo de humanidad, por lo que pasaría a ser una realidad perfectamente inútil, pues la humanidad está ya inventada hace tiempo. Bueno, seguramente exagero, porque hay algo que no cabe en lo inclusivo, que sería lo que convenientemente se etiquetaría como dogmático.

El gran concepto en liza con inclusivo sería -no hace falta ser muy listo para darse cuenta- católico. Desgraciadamente este término sufre de una anorexia semántica preocupante. Se suele entender solamente como universal en su acepción geográfica. Pero católico es mucho más que esto. Se trata de una palabra de origen griego -perdón por las pedanterías que vienen a continuación- a partir de la preposición kata y holon (la totalidad). De modo que no solamente se refiere a que a ella estén llamados todos los hombres de todo lugar y tiempo y que su misión sea para ellos, sino, ante todo, que es conforme a la totalidad de la revelación de Dios en Jesucristo. La universalidad está enraizada en la totalidad de la misión de Cristo, que es para todos; católico hace referencia a lo que no es parcial, sesgado, mutilador o limitativo, en algún sentido, respecto a la revelación. ¿Y qué es lo católico? ¿Cómo reconocerlo? Con S. Vicente de Lerins podríamos decir: "quod ubique, quod semper, quod ab omnibus creditum est (lo que en todas partes, siempre y por todos se ha creído)". O si preferís otro latinajo: "ubi Petrus, ibi Ecclesia (donde está Pedró, allí está la Iglesia)".

Por ello, aunque el anuncio se haya de hacer a todos y tengan cabida todos los que lo acojan, sin embargo, no cabe ni todo ni cualquier cosa. A lo que hay que añadir que la catolicidad de la Iglesia se da en unión de sus otras señas de identidad: una, santa y apostólica.

Ahora bien, el que tengamos claras las cosas en un plano teórico -lo que no es poco con los "cacaos" mentales al uso-, no quiere decir que lo estén en el vivencial y práctico. Muchas veces, por ejemplo, criticamos los métodos LOGSE y luego se aplican bastante en la catequesis. ¿No pasará también algo parecido con lo inclusivo? ¿No hacemos muchas veces, en la práctica, que quepa todo? ¿Qué importancia tiene en la recepción de los sacramentos la aceptación de la fe católica? ¿Es suficiente un vago creer en Dios o en Jesucristo? Y personalmente, ¿somos inclusivos o católicos? ¿Me dedico a la confección de mi cristianismo con el método del collage?