El cardenal Martini, en la entrevista a la que hacíamos referencia el pasado día, señalaba que un próximo concilio debería tener como temas centrales los siguientes:
La relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias, y desgraciadamente, el número de personas implicadas aumentará, así que hay que afrontarlo con sabiduría y visión de futuro. Pero hay otro argumento que debería afrontar un próximo concilio: el del curso penitencial de la propia vida. Verá usted, la confesión es un sacramento extremadamente importante, pero ya exangüe.
Los datos sobre este sacramento son muy significativos y las preguntas que nos plantean son graves. ¿Qué habrá que hacer? ¿Hay que apuntalar un modo de vivir el sacramento o habrá que situar el problema en un contexto más amplio? Aclaro esto último. Estamos tan acostumbrados a vivir de una determinada manera algo que fácilmente confundimos el modo con el algo, unos creyendo que el modo es el algo y otros pensando que el algo es sólo modo. Y en este cuasi cantinflesco galimatías de palabras están muchas de las dolencias de nuestra iglesia.
El sacramento de la penitencia ha mantenido a lo largo de la historia unos elementos mínimos constantemente, pero el modo de la celebración y la disciplina han variado a lo largo de la historia. Nuestro modo, al que estamos acostumbrados es el más moderno, aunque lo solamos calificar como el de toda la vida. Para algunos, por hacer referencia a algo muy secundario del sacramento, el confesionario es casi una bandera a defender a ultranza y, sin embargo, en la historia bimilenaria de la Iglesia es un elemento de anteayer; por tanto, perfectamente prescindible y que en nada afecta a lo sustancial del sacramento. Otros, en cambio, trivializan la confesión individual de los pecados, siendo éste, en cambio, un elemento central
La tentación que podemos tener, si no es la taxidérmica de mantener un modo a todo trance, es cambiar lo secundario, si no lo esencial, casi por cambiarlo, porque las cosas van mal y hay que hacer algo. Evidentemente habrá que cambiar algo pero qué y en función de qué.
Pensemos nada más en una situación muy frecuente. En la antigüedad cristiana sobre todo, el sacramento de la penitencia era conocido como el segundo bautismo. Se podía recibir una sola vez en la vida, era como el sacramento para la segunda conversión de los bautizados que o bien se habían alejado de la fe y querían volver o bien para aquellos que habían cometido un pecado que los separaba de la comunión sacramental. La disciplina, en cuanto a poderlo recibir solamente una vez era muy severa, pero la relación con la conversión de un bautizado puede darnos mucha luz. Entonces se recibía la absolución después de dos años de camino que, en muchos aspectos, por la procesualidad, etapas, etc., guardaba parecido con el catecumenado.
Entre nosotros, es muy frecuente el número de bautizados que, por ejemplo, después de haber estado años completamente alejados de la Iglesia se acercan a confesar; muchas veces sin una verdadera conversión, simplemente para cumplir con un requisito para casarse o comulgar en un funeral, pero después no cambiará nada. Otros sí lo hacen por conversión. ¿No habría que diferenciar ambos casos? ¿No habría que distinguir además, en la disciplina actual del sacramento, dos situaciones distintas, la del que está en proceso de conversión y la del que ha vivido, con más o menos pecados, siempre su fe? Incluso en estos últimos, en muchos casos, tal vez la mejor penitencia que pudieran hacer fuera un catecumenado de adultos.
Son ideas al vuelo. Pero, en cualquier caso, el tema de la penitencia hay que verlo en un panorama global; en mi archidiscutible opinión, en la necesidad de un modelo de evangelización realmente nuevo, que haga llegar, al que no cree, la Buena Nueva en nuestro mundo, que posibilite que el que quiera ser cristiano pueda llegar a serlo y que, al que haya madurado su fe inicial, pueda vivirla en plenitud. ¿Las cifras sobre la confesión no son síntoma de necesidad de cambiar algo importante permaneciendo lo esencial?
3 comentarios:
Existe una pagina"absolutiononline" ..no se si querreis visitar esto..
Alfonso, ¿no es toda confesión un acto de (re)conversión? ¿Es que ya no somos capaces de ver que la Gracia debe ser buscada conscientemente, y que para eso existen los Sacramentos?
Lo que está fallando, a mi juicio, es la falta de rigor con la que muchos católicos viven su fe. En otra entrada comentábamos la ausencia de dirección espiritual, y, sobre todo, la escasa necesidad de ella que percibe la gente. Forma todo parte de ese mal que es la fe no cuestionada.
Todo esto me ha recordado una película de 1973, "The Conflict", que puede verse aquí en VO. Por favor, no dejes de ver el arranque de esta parte, en la que se trata la "anomalía" de querer confesar los pecados en privado, y que la gente crea (mera superstición) que "el pecado afecta mortalmente al alma".
Gracias por las referencias a los dos.
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