El pasaje evangélico de este domingo es muy jugoso. Nunca es posible abarcarlo todo, éste es uno de esos casos en que lo es aún menos. Así que vamos a arañar por la superficie un pequeño aspecto.
Tras la multiplicación de panes y peces, un nutrido grupo de gente sigue a Jesús. Sin embargo, reciben su reproche que va a dar pie posteriormente a una jugosa enseñanza sobre la eucaristía en la sinagoga de Cafarnaúm. Y es que Jesús no nos llama la atención, no nos quiebra la cintura, simplemente para dejarnos clavados en el sitio o humillarnos, sino para llevarnos más allá.
Me buscáis no porque hayáis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros (Jn 6,26).
Nuestra vida aparentemente puede ser cristiana; nuestras conversaciones, acciones, devociones, celebraciones, moral, etc. pueden darnos la impresión de que sea así y, sin embargo, acaso sea solamente eso: apariencia.
Aunque no lo sea de manera absoluta, en alguna medida, mientras quede algo por purificar en nuestro corazón, en nuestro seguimiento de Cristo, por doloroso que sea reconocerlo, hay una instrumentalización de Él en beneficio de nuestro propio amor, querer e interés. En la instalación en esta situación, en conformarnos con corregir lo que alcanzamos a ver, en no sospechar que hay una purificación más radical, está toda nuestra mediocridad y miseria. Seguramente esto sea lo que más haga de nuestro cristianismo algo in-significante en nuestro mundo.
La infección que socava nuestra existencia es el fariseísmo. Sostener la ortodoxia formal de una doctrina, una moralidad que paga hasta el diezmo de la menta y el comino, participar con pulcritud ritual en las celebraciones es algo que habla de nosotros mismos, porque es algo que podemos hacer desde nosotros mismos. Necesitamos que Jesús nos abra los ojos y nos descubra hasta qué punto nos mueve la soberbia, hasta qué punto nuestra religiosidad es un acto de narcisismo, hasta qué punto no dejamos espacio a la fe, esperanza y caridad. Es menester que nos demos cuenta de que no somos humildes. Qué lejos estamos del verdadero discipulado.
Jesús me tiene que descubrir -no basta tener los conceptos claros- hasta qué punto soy incapaz de seguirlo desde mi mismo. Yo no puedo purificar mi soberbia con mis fuerzas, sólo la puedo purificar con las suyas, con las mías elevadas por la gracia.
1 comentario:
"... en no sospechar que hay una purificación más radical, está toda nuestra mediocridad y miseria."
Jesús me descubre mi incapacidad para seguirle al escuchar sus palabras dirigiéndose al joven rico: "VENDE TODO LO QUE TIENES dalo a los pobres... Despues ven y sígueme". Y más tarde sus palabras vuelven a resonar en mi interior al hablarme de la perla que encuentra el mercader y VENDE TODO para comprarla.
Me reconozco incapaz por mi mismo de ese desprendimiento radical, de esa negación de mi mismo... entonces Él viene en mi ayuda y me susurra: "Sin Mí nada podeis."
¡Él puede hacerme!
Desde lo hondo grito: Si quieres puedes...
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