martes, 30 de junio de 2009

El Mesías de Händel LXV

A continuación, después de haber anunciado la muerte de Jesús, es también la soprano quien va a cantar, con un versículo del salterio, la esperanza en la resurrección. Esta continuidad en la tesitura de la voz nos habla de que la Cruz va unida a la Resurrección; el misterio pascual es una unidad. La Cruz, si no es gloriosa, es un absurdo.
No le entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción (Sal 16 (15), 10).
Jesús ha muerto realmente, pero no es prisionero del Sheol. Ha descendido a los infiernos, a la morada de los muertos, pero no como quien va a ser encerrado, sino como el dueño que va a anunciar su salvación a todos los justos muertos del Antiguo Testamento: "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Noticia" (1Pe 4,6). Y, si hasta allí ha llegado el anuncio, ¿hasta dónde no llegará?: "A toda la tierra alcanza su pregón y hsta los límites del orbe su lenguaje" (Sal 19 (18), 5). Su palabra salvadora llega a todos los rincones de la sociedad y la historia, también hasta el último rincón de mí mismo, hasta donde yo no alcanzo a percibir y comprender. Su palabra llega y, con ella, el que yo pueda escucharla y poner mi firmeza en ella. Hasta donde no haya vida en mí, me tiende la mano, pero tengo que cogérsela.

Y, si llega hasta el último confín del mundo, estando en comunión con Él, ¿hasta dónde podrá llegar mi palabra cuando de su victoria hable? ¿Qué podrá detener esa palabra? Si su pregón es el mío, hablaré con el cielo que proclama la gloria de Dios, caminaré con el firmamento que pregona la obra de sus manos (cf. Sal 19(18),1). Solamente la negativa de los hombres puede rechazar su salvación.

La muerte parecía tener la última palabra, el juicio del mundo pretendía haber dictado la última sentencia, pero el Padre no dejó que conociera la corrupción del sepulcro. Todos los demás, salvo la Virgen, tendremos que esperar a su venida en gloria para la resurrección de nuestro cuerpo. Sin embargo, en esperanza ya poseemos los bienes futuros. Cuando la corrupción del egoísmo no triunfa en mí, cada vez que la lujuria es vencida, la soberbia es derrotada,... palpo en mi la verdad del anuncio; la vida del Resucitado triunfa sobre la muerte que hay en mí. "Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón" (Lc 24,34).

Continuaremos.

lunes, 29 de junio de 2009

Antífona de Comunión. S. Pedro y S. Pablo

La solemnidad de S. Pedro y S. Pablo nos deja dos antífonas de comunión; una la de la misa vespertina de la vigilia y otra la de la del día. En ambos casos, se trata de conocidos versículos sobre S. Pedro que, en el contexto eucarístico, nos hablan de la comunión como un encuentro personal con el Señor. Empecemos con la antífona de la víspera.
Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero (Jn 21,15.17).
Los distintos modos de presencia del Señor son una pregunta sobre el amor a Él, es decir, una apertura de diálogo en la que está la identidad más profunda de cada uno, pues hemos sido creados para amar a Dios. Todo, por tanto, nos va preguntando, incluso nosotros mismos somos cuestión para nosotros sobre el amor. Esto cobra una radicalidad eminente en la presencia eucarística. Y a toda pregunta siempre respondemos. También, cuando callamos, lo estamos haciendo. Mi respuesta a la pregunta que todo lo que me sale al paso me hace la doy con mis actos. Si quien me pregunta, en la comunión, sobre el amor a Él es el mismo que me habla en todo, entonces la verdad que haya en mi respuesta al comulgar será un reflejo de lo que haya hecho en la vida. Y a la inversa, si es verdadero mi amor al comulgar, mis actos en la vida serán eco de ese amor. Y esa verdad la conoce Jesús, sabe hasta qué punto lo amamos.
Pedro dijo a Jesús: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús le respondió: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,16ss).
En el momento de comulgar, al decir "amén", nos unimos al acto de fe de Pedro, con él decimos que a quien vamos a comulgar es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Pero la Eucaristía, el memorial de la Cruz, nos va desvelando también cuál es nuestra verdadera identidad y vocación. En el misterio pascual de Cristo encontramos nuestro verdadero rostro y nuestro lugar como piedras vivas que entran en la edificación de la Iglesia.

domingo, 28 de junio de 2009

Antífona de comunión TO-XIII.1 / Salmo 102,1

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre (Sal 102,1).
En este pequeño devocionario eucarístico, que vamos haciendo al ritmo de las antífonas de comunión de los domingos y días festivos, hoy nos sale al paso una invitación a la bendición. Se trata del arranque de un salmo en el que el orante da gracias a Dios por los beneficios que ha recibido. ¿Cuáles son para el que está participando en la Eucaristía? Una larga enumeración siempre se quedará corta y con una sola palabra corremos el riesgo de intentar definir lo que no tiene límites. Alabamos a Dios por Él mismo, Él es el beneficio.

Pero el versículo nos mueve a otra radicalidad, a una alabanza total. No se trata simplemente de considerar que Dios es digno de alabanza ni de decir con los labios o los pensamientos palabras de alabanza a Dios ni de entonar una melodía. Todo esto puede ser un inicio, pero no es la estación de término. Estamos llamados a que todo nuestro ser sea una alabanza. No que la suma de los actos de todas mis potencias lo sean de alabanza, sino que yo sea un solo acto de alabanza. Aunque con la limitación de nuestra vida mortal, sin límite de espacio ni de tiempo, que no fuera simplemente una suma de momentos de alabanza en cada uno de los lugares, sino que todos los momentos lo fueran en la unidad de la alabanza. Y una alabanza, una, que no tenga ninguna división ni separación ni tampoco mezcla ni confusión con lo que la mueve a la alabanza, que es la bondad divina; alabanza por la comunión en comunión.

¿Cómo llegar ahí? Ciertamente es don y la Eucaristía es gracioso alimento para hacer el camino. Agraciados por ella, graciosamente recorramos la vía hacia la acción de gracias perfecta, que será andar en agradecida alabanza.

sábado, 27 de junio de 2009

Divino contagio. Marcos 5,21-43

S. Marcos nos ofrece hoy dos relatos, que son uno, como un anillo de metal muy valioso con una piedra engastada; el uno remite al otro y viceversa. Se trata de un pasaje evangélico de una extraordinaria riqueza; nos centraremos sólo y brevemente en un aspecto.

Desde el tercer capítulo del Génesis, hasta el comienzo del ciclo de Abraham, uno de los aspectos del pecado que se subrayan es que hay un crecimiento del mal, como si fuera una epidemia con un cierto poder de contagio del que el hombre no se pudiera librar. Las huellas que esto deja en el AT son perceptibles; todo aquello, incluidas las personas, que estén en situación de impureza no pueden entrar en contacto con lo que no lo esté pues quedarían también en estado de impureza. Es el caso de los leprosos, el flujo menstrual o los cadáveres. Estas situaciones son, a la par, un símbolo de las consecuencias profundas del pecado, lo corporal es expresión de lo espiritual.

En los dos primeros ejemplos, la religión solamente ofrecía la reincorporación al culto y a la vida de la comunidad, pero no así remedios para la curación. El caso del muerto es distinto, su destino es el Sheol y de ahí ya no saldrá; quienes hayan tocado el cadáver sí podrán recuperar la pureza ritual.

La hemorroísa está en una situación muy grave, los flujos de sangre no cesan, por tanto, no puede acceder a lo santo ni nadie puede tener contacto con ella; está permanentemente impura y es continuamente un foco de impureza (Lv 15,19-30). Ni los remedios humanos –la medicina– ni la religión le aportan una solución. Pero la epidemia de impureza se va a cortar. Al tocar a Jesús, Este no solamente no se contamina, sino que le contagia salvación y vida. Es lo que le había pedido Jairo a Jesús para su hija. El griego tiene una ambigüedad que para el oyente cristiano queda decantada. No es salud y vida física simplemente, sino salud y vida eternas.

Jesús nos aparece como el que cambia el sentido de la historia; en el caso de la hija de Jairo, aún con mayor fuerza. La inevitable muerte deja de tener la última palabra. ¿Pero cómo acceder a esa fuente de salvación y vida, al divino antídoto? Muchos son los que de la multitud estaban en contacto físico con Jesús, pero solamente la mujer lo toca a Él, porque lo hace con fe y “palpa” su última identidad; solamente la fe es el acceso a la santidad de Dios y a la vida eterna. Antes de la curación, Jesús ya la ha regalado con la fe, ella obrará con lo que ya se le ha dado y gracias a ello.

Al padre angustiado y a nosotros, Jesús nos dice que no temamos, sino que vivamos creyentemente. Muerte física seguirá habiendo, pero quien crea en Él no morirá para siempre, no gustará la muerte eterna del alma.

viernes, 26 de junio de 2009

Siesta

Todo en abrazo,
quietas las hojas duermen,
hablan,  sobre el silencio, frescas aguas,
vacía está la plaza;
calor de junio.

Una pena de monja

Queridos contertulios del blog, el comentario de El Mesías de Händel lleva varios días interrumpido y mi deseo hubiera sido continuar hoy, mas una noticia sumamente dolorosa me lleva a ir por otros derroteros. Entre los que quieren imponer más cargas de las necesarias y los que quieren hacer de su capa un sayo, tenemos a la Iglesia hecha unos zorros. Este caso me ha dolido especialmente porque en él se cruza la opinión de una monja, que es mujer y contemplativa, con la píldora abortiva y el aborto. Los detalles los podréis encontrar en el enlace. Como es benedictina, no he podido por menos que recordar el capítulo XXIII de la Regla de S. Benito, inspirado en Mt 18,14-17.
Si algún hermano es terco, desobediente, soberbio o murmurador, o contradice despreciativamente la Santa Regla en algún punto, o los preceptos de sus mayores, sea amonestado secretamente por sus ancianos una y otra vez, según el precepto de nuestro Señor. Si no se enmienda, repréndaselo públicamente delante de todos. Si ni así se corrige, sea excomulgado, con tal que sea capaz de comprender la importancia de esta pena. Si no es capaz, reciba un castigo corporal.
En las reglas monásticas, encontramos conservados aspectos del modo de vida apostólica que habían perdido vitalidad en el día a día de los creyentes. La Regla de S. Benito podría ser un buen espejo donde mirarnos para caminar hacia el futuro. Alguna vez he barajado la posibilidad de comentarla en el blog, capítulo a capítulo, no para la vida de los monjes, sino mirando a los seglares. Si Dios quiere, así será.

Dentro de las normas monásticas, como reflejo del itinerario catecumenal, la benedictina no hace excepción, hay previsto también un trayecto por etapas hasta incorporarse plenamente a la vida de comunidad. Esto, de por sí, debería se ser para nosotros un fuerte aldabonazo. Insisto, no es una idea de los monjes, el lugar originario es la vida de la Iglesia, de donde ellos lo toman. Pero no solamente hay una puerta de entrada, sino que también hay una vida en común. Y, como no podía ser de otra manera, al estar compuesta la comunidad por hombres, hay problemas, fricciones, etc.

Todo lo cual da lugar a que haya una disciplina, cuya finalidad es, ante todo, medicinal; tanto para preservar la salud de la comunidad, como para devolvérsela a quienes la perdieron. Y aquí la salud es la del alma. Hay todo un proceso gradual que busca la conversión. Al final, lo mismo que hay una puerta de entrada, también la hay de salida. En la Regla de S. Benito, excomunión se refiere a ser expulsado de la comunidad monástica, uno de los bienes más preciados para el monje. Y esta pena también es por el bien del afectado, para que experimentando lo que es vivir fuera de la fraternidad, pueda arrepentirse y volver.

Más allá del caso concreto, sin rigideces ni laxitudes, habría que ir pensando en la necesidad de una verdadera, es decir, no casi únicamente escrita, sabiduría y disciplina de entrada, permanencia y, llegado el caso, de salida. Los documentos y las palabras suelen ser magníficos, pero del que está al frente de la comunidad, no solamente se espera que hable, sino que también pastoree.

miércoles, 24 de junio de 2009

Los protestantes en Guatemala

Leo en un artículo que, en Guatemala, el 50% de la población se declara ya perteneciente a alguna confesión cristiana no católica y que a diario 8.000 católicos en América se hacen protestantes. Las causas y motivos evidentemente serán variados y complejos. Solamente voy a hacer una pequeña reflexión.

Querido contertulio del blog, ¿con qué facilidad cambiarías de religión o de confesión religiosa? La respuesta, sin duda ninguna, variará según cuál sea la profundidad de tu fe, si es más o menos inercial, si la vives más o menos por delegación, etc. Cuanto más superficial sea la vivencia de un credo, más fácilmente cambiará uno a otro. Habrá casos y casos, pero, manejando cifras estadísticas, lo obligado son las generalizaciones. Y aquí viene una. Poca profundidad debe de tener el catolicismo en millones de hispano-americanos cuando cada día 8.000 dejan de serlo. Y esto me lleva a la siguiente generalización que, como todas, será injusta con los casos concretos.

¿Por qué tanta superficialidad? ¿Serán malos los pastores? ¿Tendrá la culpa la llamada teología de la liberación? Creo que esto nos debería llevar a plantearnos muy en serio, no solamente en ese continente, sino en toda la Iglesia, el modo en que de hecho se da la evangelización (anuncio del evangelio/iniciación cristiana/pastoral). ¿Está a la altura de los tiempos o solamente nos limitamos a blanquear la fachada sin meternos a fondo en el tema? ¿Qué importancia tiene de hecho la fe y la maduración de la misma en la recepción de los sacramentos o en la catequesis? ¿Seguimos operando, en líneas generales, como si aún estuviéramos en tiempos de cristiandad?

El arraigo de la fe lo es siempre personal. Si me bautizaron de pequeño, tarde o temprano tendré que hacer mío o no lo que recibí de mis padres. Si no he hecho mía esa fe recibida o nunca la recibí de niño, entonces habrá que esperar a la conversión. Para lo cual es necesario que la Iglesia, por tanto, que los católicos anunciemos el evangelio allí donde estén en medio del mundo. Una vez que hay plantita, esta tiene que crecer; lo que requiere un adecuado itinerario de iniciación cristiana. Si no hay esa primera conversión, no hay propiamente catequesis; habrá otra cosa. Si no se quiere ser cristiano, lo que habrá que hacer será anunciar a esos sujetos, aunque estén en un grupo parroquial, el evangelio. Y el que haya terminado el camino de iniciación cristiana, debería de encontrarse con que luego tiene dónde vivirla y con quién vivirla. Esto es sumamente elemental, pero tomado en serio y en profundidad produciría cambios muy notables en la vida de la Iglesia. Probablemente sea un poco pesimista, pero me da la impresión de que nos falta mucho en este camino.

Ante las malas noticias, una primera reacción suele ser defensiva. Negar la realidad, echar la culpa a determinadas circunstancias, etc. Si además de malas noticias, estamos ante algo no puntual, no de un día, sino de algo que marca una época, entonces creo que hay un mayor motivo para que las circunstancias sean eso, circunstancias, y nos miremos a nosotros mismos para iniciar una reflexión y un cambio en toda regla.

Por cierto, durante siglos, el porcentaje de personas bautizadas en la Iglesia Católica ha sido muy elevado en la América hispana y, sin embargo, el número de vocaciones al sacerdocio ha sido bajo. ¿Por qué?

martes, 23 de junio de 2009

El Rey no es un soberano católico

¿Qué anuncia el título? ¿Será un ataque al Rey o un movimiento de defensa? ¿Se tratará de Juan Carlos o de la figura del Rey? Últimamente menudean artículos y entradas de blogs, ambos con sus correspondientes comentarios, criticando duramente al Rey por no haber asistido al acto de renovación de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús con motivo de su nonagésimo aniversario. Sobre este hecho, he leído y oído, en medios públicos, comentarios de todo tipo, que, como mínimo, a mi más que modesto parecer, son un índice del despiste en que se encuentra un número no despreciable de miembros muy activos de la Iglesia en España, tanto de la banda de babor como de la de estribor. No voy a abarcarlo todo y, como ajedrecista, centraré mi atención última en una sola de las piezas del juego, sin descuidar la posición del resto. Pues bien, con la casilla blanca a la derecha y la dama en la de su color, empecemos a mover.

El Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes 76, dice: " La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno". Así pues, la Iglesia define en estos términos lo que se llama vulgarmente separación entre Iglesia y Estado. Y no solamente lo define, sino que dice que así son las cosas y, por tanto, que así deben ser. Una ordenación o actuación que fuera en detrimento de la independencia y autonomía de una u otra no podría, por consiguiente, considerarse como muy católica.

En el n. 47 de Centesimus annus, decía Juan Pablo II: "La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional. La aportación que ella ofrece en este sentido es precisamente el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado". Pues bien, la Constitución actual, dentro de una monarquía parlamentaria, establece la aconfesionalidad del Estado. Todo lo cual no va en contra de los principios señalados.

El abuelo del actual Rey era Jefe de un Estado confesional, Juan Carlos I no. Él lo es de un Estado aconfesional. Y, en mi insignificante opinión, el Rey hizo muy bien en no ir. Desde luego, como católico no estaba obligado; recordemos que lo que no es obligatorio es voluntario, igual que lo que no está prohibido está permitido. Pero, como Rey, no solamente hizo muy bien, sino que además le hizo un favor a la Iglesia. ¡Cuántos párrocos podrán alegar el ejemplo del Rey! Lo que hace falta es que esto cunda y vayan desapareciendo ciertas inercias del pasado. ¿Qué pinta un alcalde ateo encabezando una procesión o haciendo el teatro de que hace un juramento para defender un dogma, por poner dos ejemplos? Y, si lo hace de verdad, que lo haga a título personal. ¿Por qué el que no sea católico va a tener que ver cómo una autoridad pública en ejercicio de su cargo hace un acto confesional? Pero pensémoslo a la inversa. ¿Cómo veríamos que el Rey asistiera en el templo de la religión x a la consagración de España a la deidad y? ¿Os imagináis a un católico que fuera alcalde teniendo que juramentarse a favor de las creencias de otra religión? ¿Qué pensar de un juez de paz rindiendo su bastón a lo que una religión que no fuese el cristianismo considerase como lo más sagrado? Si se hiciera como si se hiciera, ¿no sería una burla a esa religión?

Algunos alegarán que, aunque el Estado no sea confesional, las creencias de la mayoría de los españoles sí son esas. Ni aunque lo fueran de todos lo vería justificado; en ese caso menos, pues entonces más se tendría que cuidar la independencia y autonomía de la Iglesia y la comunidad política. Pero es que no es el caso. Desengañémonos, España no es católica ni como Estado ni como nación, por mucha inercia cultural que haya. Lo diferencial del catolicismo respecto a otras confesiones cristianas no es una creencia viva en la mayoría de los españoles. ¿Lo es el cristianismo? ¿Cuántos españoles creen en la divinidad de Jesucristo y en la resurrección de la carne? España es tierra de misión.

Vengamos al título: "El Rey no es un soberano católico". Para empezar, no es soberano. La titular de la soberanía es la nación española y la legitimidad real viene de lo que ha establecido constitucionalmente. El Rey es un servidor, es, digámoslo con un cierto humor, el único funcionario que gana la plaza no por oposición, sino por herencia. Pero tampoco es un Rey católico, es sencillamente un católico que es Rey. Y yo le pido a Dios que sea un buen católico, que es, por otra parte, como mejor podrá ser un buen Rey; y también que sea un buen Rey, que es, para él, el camino donde tiene que ser un buen católico.

lunes, 22 de junio de 2009

El Mesías de Händel LXIV

Continuamos con Is 53,8 donde lo dejamos.

La muerte de Cristo es un suceso natural, un hecho histórico y un acontecimiento trinitario. Su valor y significación son inabarcables; en ella, se tambalea toda nuestra comprensión de la realidad. No, desde luego, en que nos vaya a aportar algo sobre el funcionamiento de la Naturaleza, sino en el sentido y significación de todo. Si la muerte de Cristo es verdad y si es la muerte del Hijo de Dios, la imagen de todo es distinta, se convulsiona cualquiera que tengamos. Por eso, a lo largo de la Historia, tantos se han resistido y se resisten a aceptarla en su total radicalidad.

¿No sería más cómodo un Dios lejano y distante de los avatares humanos? ¿No sería más puro si no se manchara con nuestras cosas y el mal fuera solamente algo entre nosotros y superable con nuestras fuerzas? ¿No sería mejor ese Dios lejano para podernos desentender de Él, para poderlo acusar de indiferencia hacia nuestras cosas? ¿No sería mejor edulcorar su muerte para narcotizarnos ante la nuestra? Las preguntas se pueden multiplicar, pues las imágenes que nos hacemos de la divinidad son muy variadas y todas quedan puestas en entredicho con la muerte de Jesús. Y es que, con su muerte, mis falsas ideas de Dios son destruidas y a eso nos resistimos, porque con ellas se resquebraja nuestra soberbia; un Dios creado por el hombre siempre es más manejable. La Cruz de Cristo es un no, aunque sea también un sí.

Su muerte niega lo que nos hemos construido al margen de Dios, pero no nos niega. Por el contrario, nos afirma. Dios no destruye nuestra libertad, no nos anula para vencer al mal. Y nos afirma hasta el punto de que somos invitados a participar de esa muerte para que, en nosotros, quede anulado el viejo Adán y podamos, con Cristo, resucitar a nueva vida.

Este versículo de Isaías nos recordaba que fueron nuestros pecados quienes lo mataron. Si su muerte es el paso a la vida, nosotros tenemos que morir verdaderamente para poder participar de su Vida; nuestro bautismo ha de ser vivido en plenitud. Pasamos la vida huyendo de la muerte que son nuestros pecados. La muerte de Jesús nos dice que no tengamos miedo a esa muerte; si nos dejamos matar con Él, moriremos, pero a una vida nueva. La muerte de Jesús es una invitación a estar en la soledad, el silencio y la quietud de su Cruz.

Continuaremos.

domingo, 21 de junio de 2009

Antífona de comunión TO-XII.1 / Salmo 145,15

Los ojos de todos te están aguardando, Señor, tú les das la comida a su tiempo (Sal 145,15).
En esta ocasión, con palabras del salterio, el sacerdote, si no hay un canto de comunión o la antífona no la recitan los fieles, después de haber comulgado y antes de distribuir la comunión, dirige una oración al Señor presente sobre el altar.

Estas palabras son un acto de fe implícito en la presencia eucarística del Señor; si no fuera así, si no hubiera nadie a quien hablar, sería pura palabrería. Por ello, sería conveniente que se dijeran mirando a las especies sacramentales, pues, ya no son pan, sino Aquel a quien se dirige esa oración. Esa mirada del sacerdote, a su vez, debería de ser expresión de la actitud de toda la asamblea, de "los ojos de todos". Miradas expectantes y anhelantes. Todos aguardan, porque todos tienen hambre de eternidad, pero es una necesidad que aguarda porque tiene esperanza en el único que puede saciarla.

De modo que la antífona es, a la vez, un recordatorio de la actitud adecuada. En este caso, una llamada a situarnos desde esa esperanza. Quien va a comulgar es un pobre que necesita algo, pero, a la par, es alguien muy rico, pues tiene en posesión de esperanza aquello que precisa. Después del Agnus Dei hay un momento de silencio -o debería de haberlo- en el que tanto los celebrantes como el pueblo, en oración, se preparan para comulgar. La escucha de la antífona es un buen momento para acrecentar esa preparación previa.

Estas palabras son un acto de fe no solamente en la presencia eucarística, sino también en que es el Señor el que se da a sí mismo. El sacerdote es solamente un ministro. Quien da de comulgar es Jesús y es a Él a quien nos acercamos. Los ministros están llenos de defectos, pero no son sus méritos los que dan de comer al Señor, sino que es Él mismo el que lo hace. Para los ministros de la comunión, es una llamada a la humildad, a desaparecer, para que el protagonismo lo tenga solamente Jesús.

Y, en estas hermosas palabras, hay también un acto de fe en la Providencia. El Señor lo hace todo bien. Lo que necesitamos, tanto lo material como lo espiritual, nos lo da a tiempo. Si necesito adversidad, me la da a tiempo; si necesito consuelo, también.

sábado, 20 de junio de 2009

¿Por qué la cobardía? Marcos 4, 35-41

Este pasaje del evangelio puede resultar chocante. Hay personas a las que no, pero no precisamente por estar ya más allá de donde están los discípulos del episodio de la tempestad calmada, sino porque es un relato que forma parte del paisaje cultural. Este es uno de los grandes problemas de quien escucha la Biblia en determinados entornos. Alguien pasa toda su vida delante de una magnífica fachada y, a base de verla todos los días, no la ha visto nunca. ¿Por qué les hace un reproche Jesús? ¿Acaso no han acudido a Él? ¿Es que una tormenta de esas dimensiones no es para sentir miedo?

La escena guarda un fuerte contraste con la del primer capítulo de Jonás. Los dos duermen en medio de una tormenta; Jonás en la bodega, Jesús en el lugar del timonel; en un caso la tormenta se calma cuando el profeta es arrojado al mar, en el otro el protagonista con una voz de mando lo realiza. En el evangelio, estamos ante alguien que es más que los profetas del AT. Sin embargo, el lector se da cuenta de que los discípulos no le llaman Señor, sino maestro; acuden a él como a un rabí, acaso el más grande, pero solamente como a tal.

Jesús da una orden y todo se calma (cf. Jb 38,8-11). Un maestro tiene palabras, pero habla sobre algo, da conceptos. Este maestro habla con autoridad, desde sí mismo, sin apoyarse en otras autoridades y no habla sobre cosas, se dice a sí mismo desde sí mismo; su último apoyo es Él. Pero además su palabra tiene una efectividad que no tienen las de los otros hombres. Los discípulos han visto cómo las enfermedades eran vencidas y cómo obedecían hasta los malos espíritus; ahora las más grandes fuerzas de la naturaleza se rinden. 

Jesús les reprocha su cobardía, no que hayan sentido miedo. Sentirlo ante un peligro real o ante lo desconocido no es malo, el problema es ser dominado por él. Esos discípulos, que, como todos nosotros, han sido creados para ser los rectores de la creación, se encuentran acobardadados. Coinciden con Jesús en la misma barca, guardan incluso una relación estrecha con Él, pero aún no están en Cristo (cf. 2Cor 5,17); aún no tienen fe. Cuando me acobardo -no estoy hablando de enfermedad psicológica, esta precisaría otros matices– y en la medida que lo hago, estoy recibiendo una invitación a estar más en Cristo.

Los acobardados discípulos, tras la calma, quedan con una interrogación y algo más. ¡Qué importante es quedarse con una pregunta! ¡Qué bueno que nos regalen interrogaciones que nos vayan abriendo más allá de nosotros mismos! La confesión de Pedro tendrá que esperar hasta Cesarea de Filipo, mientras tanto, Jesús se sigue diciendo en sus parábolas y en sus hechos.

Pero no solamente se vuelven "admirantes y preguntantes", sino que, antes de ello, los cobardes quedan con miedo ante lo acontecido. Están en el comienzo de la sabiduría, sienten el estremecimiento ante la divinidad, pero no tienen palabras; saben en un sentir pre-verbal que, de momento, solamente les abre en interrogación admirativa. Es un temor distinto, en vez de cerrarlos en la cobardía y paralizarlos, les abre más allá y los mueve a un camino de conocimiento y comunión con Cristo.

viernes, 19 de junio de 2009

Antífona de comunión. Sgr. Corazón 1 / Jn 7,37s

Dice el Señor: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. De sus entrañas manarán torrentes de agua viva (cf. Jn 7,37s)
Muy cercana a esta antífona era la de la Vigilia de Pentecostés. Sin embargo, cada una ofrece sus propios matices, no solamente por no ser iguales, sino también por el contexto de la fiesta.

En la misma boca del Señor, aparecen dos dichos de sendos momentos diferentes, aunque aparezcan en versículos seguidos. El primero está en el presente de la fiesta de las chozas en que es pronunciado. El segundo, precedido en el evangelio por la expresión "como dice la Escritura", nos trae lo que de sí mismo ha anunciado en el AT y que se va a cumplir en el futuro cercano de la pasión. Y los tres, esos presente, pasado y futuro, aunque estén para nosotros en el pasado, sin dejar de ser pretéritos distintos, sin embargo, se hacen presentes a nosotros. El remoto del AT se me vuelve a prometer y a cumplir, la invitación se me vuelve a hacer y de la pasión estamos celebrando el memorial. Pero desde nuestro presente, son también palabras que nos lanzan al futuro. Acercarse a Jesús en la Eucaristía es hacerlo a aquel de cuyo costado manan torrentes de agua viva. Pero ir a Él no es ir de paso, sino acercarnos a la puerta de entrada del amor divino, el que esperamos será nuestro eterno hogar.

Con el vigor de las palabras evangélicas, resuenan en este momento estas con las que el sacerdote, en el prefacio, al dar gracias al Padre por medio de Cristo, decía así de Él:
El cual, con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia; para que así, acercándose al corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación.

jueves, 18 de junio de 2009

Caudal de hermosura

Pan a comer,
sabrosas en mis manos,
enteras tus palabras me llegaban,
del cielo sobre el son,
tiernas, amables.

miércoles, 17 de junio de 2009

¿Puedo comer del árbol?

La entrada de ayer y la oportuna pregunta de David J. Santos me hicieron recordar un apotegma de los padres del desierto.
Abba Bané preguntó un día al abba Abraham: “¿Un hombre que está como Adán en el paraíso tiene necesidad todavía de pedir consejo?”. Y éste le dijo: “Sí, Bané, porque si Adán hubiese pedido consejo a los ángeles: «¿Puedo comer del árbol?». Ellos le hubieran dicho: «No»”.
Cuando probablemente aún no era un abba, sino un ermitaño que estaba todavía en los comienzos de la vida espiritual, Bané le pidió consejo a abba Abraham. En la vida práctica, es decir, en los comienzos de la vida espiritual, el combate no está centrado en evitar el mal patente, sino que la lucha interior se enfoca ya en la purificación del corazón. El abba, el padre espiritual, que no es un teórico, sino alguien que ya pasó por ahí y está donde el principiante quiere llegar, le enseñará el arte de la guerra invisible. Lo mismo que no bastan las dotes naturales, sino que hay que aprender a usarlas y ejercitarlas para poder llegar a rendir frutos de ellas, algo así pasa en la vida espiritual. No basta la gracia. Esta nos dota de lo que no teníamos antes, pero Dios nos da piernas para que nosotros aprendamos a andar y caminemos.

Cuando, después de muchos combates llevados a cabo con la gracia y con una creciente pericia, el corazón queda purificado, entonces el que era principiante pasa a una situación de apatheia. Su corazón no está apegado a nada, su única riqueza es Dios y todo lo demás cobra relieve en función de Él. Entra como en una vida nueva. S. Ignacio de Loyola habla del segundo grado de humildad y Sta. Teresa de un gusano que se transforma en mariposa. Se trata de una situación de una gran libertad, ante todo libertad-de todo afecto desordenado. Es como haber vuelto al Paraíso.

Y aquí viene la pregunta de Bané. ¿Cuando alguien está como Adán en el Paraíso es necesario aún el maestro espiritual? No es menester repetir la hermosa contestación. Aunque ya se sea un maestro, no se está en el cielo. Todavía es necesario el consejo, porque podemos seguir siendo tentados y porque el crecimiento espiritual continúa. Por delante está pendiente el tercer grado de humildad, donde la libertad será mayor, sobre todo libertad-para la Cruz.

Doroteo de Gaza decía: "¿Viste caer a alguno? Pues eso ha sucedido porque se ha dirigido a sí mismo. Nada hay más grave que dirigirse a sí mismo, nada más fatal". ¿Y quién nos puede guiar? Algunos saben cosas de moral, pocos de espiritualidad, menos aún son los que tienen experiencia en las cosas del espíritu. Si tienes el anhelo de crecer, pídele a Sta. Teresa que te alcance la gracia de encontrar a alguien que te enseñe.

martes, 16 de junio de 2009

La píldora de la fidelidad

"Se ha llegado a afirmar que, en el futuro, un simple análisis de sangre podrá ser suficiente para saber si la relación de dos personas está llamada a ser duradera o no". Así se las han gastado unos cientifíficos brasileños, según leo en un artículo de El País. Todo lo cual no tiene por qué extrañarnos. En el campo de las neuro-ciencias, lo mismo que en otras muchas, el materialismo campea por sus respetos. Para muchos, la neutralidad de la ciencia consiste en hacer un acto de fe -natural claro está- en que solamente hay un tipo de realidades: las materiales. Lo cual es sumamente problemático, no solamente por la creencia de base, sino porque la neutralidad suplanta a la búsqueda de la verdad. Así, este tipo de científicos se creen más objetivos y, como no podía ser menos, cuando estudian algo humano, lo que estudian es un objeto. Ciertamente, en su labor, la ciencia tiene que poner entre paréntesis algunas cosas y ceñirse a lo propio suyo, pero esta epoché es algo muy distinto a una creencia que envuelve toda la vida y que además está ahí inconscientemente, sin que de ello se hagan cuestión.

Pero esta mentalidad decimonónica en la ciencia está sumamente extendida en la sociedad. De entrada, solamente somos materia mientras no se demuestre lo contrario. Aunque claro, de momento está por demostrarse, con un mínimo rigor científico, que solamente haya materia. Y esto no son solamente divagaciones filosóficas, tiene sus consecuencias en la vida cotidiana, en cómo nos entendemos las personas y la sociedad. Si solamente somos materia no somos libres y, por tanto, tampoco responsables de nuestros actos. En pocas palabras, el mundo moral desaparece y pasa a ser un conjunto de convenciones sociales o miedos penales. Detrás de muchos de los desastres de nuestra época está, en gran medida, esta concepción del hombre. Si un feto no es más que materia, ¿por qué va a tener un tratamiento privilegiado respecto a un montón de estiercol? Si no soy responsable, no tengo por qué dar cuenta de mis robos y corrupciones. Si solamente somos materia, hablar de felicidad es exagerado, lo propio será hablar de placer.

En esta línea, la fidelidad matrimonial es cosa de hormonas y, por tanto, algo que se podrá solucionar con una píldora. Aunque, si no somos responsables, qué más da si somos o no fieles. Pero no voy a ser injusto, hay algo más que esto. Juan Arias, en este artículo, comentaba: "Hasta ahora, solemos explicar el hecho de que unas relaciones duren más que otras a causas sociales o éticas. Sin negar que esas causas sean importantes, la neurociencia busca otros caminos para dicha explicación. Los busca en la química. De ahí la esperanza de que pueda llegar a encontrarse la forma, con un aumento por ejemplo de la oxitocina, para favorecer la monogamia o una larga fidelidad".

Pero, en realidad, es más de lo mismo. La química, en realidad, sería una causa concurrente. Sí, aquí está la cuestión, en que solamente se habla de causas, aunque sean sociales o éticas. ¿No habría que hablar en el hombre, además de causas, de motivos? Y tratándose de un ser libre, ¿no sería mejor hablar de una sola causa: su voluntad? Tal vez esté hoy un poquito sutil, pero es que no me veo movido por causas. Es verdad que nuestra libertad es condicionada, en algunos momentos mucho, pero no estamos determinados por ninguna ni por el conjunto de ellas. El ejercicio de nuestra voluntad libre es el que nos auto-determina. Incluso, para portarnos como animales, necesitamos decidir dejar de decidir libremente. Y a esto no hace excepción la vida de la gracia. Es verdad que, sin ella, mi voluntad no puede lo que está más allá de lo creatural, pero la gracia no puede meterme en el cielo sin mi voluntad.

"¿Quieres a N. por esposo/a?" Esta fórmula o semejantes, desde determinados planteamientos, resulta completamente obsoleta. En el amor entre un varón y una mujer, concurren muchos factores, pero, para poder hablar propiamente de amor, la que tiene que llevar la voz cantante es la voluntad. Si no, habría que pensar en algo así: "¿Concurren causas suficientes para declararos marido y mujer?" Aunque buena gana de preguntarlo, mejor sería recurrir a un estudio científico.

lunes, 15 de junio de 2009

El Mesías de Händel LXIII

De nuevo, la soprano, Se va a servir de palabras del cuarto cántico del Siervo de YHWH para referirse, ya no a la pasión, sino a la muerte de Jesús:
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron (Is 53,8).
Tal y como Dios anunció por medio de los profetas, Jesús murió realmente. Esto a lo largo de la Historia ha sido motivo de escándalo, porque pone en entredicho nuestra idea de Dios y, en general, de la realidad. ¿Puede Dios permitir que el justo sea asesinado? ¿Cuál es la justicia en esta vida? ¿Puede morir el Hijo de Dios?

La muerte de Jesús no fue una ficción en ningún sentido. Era hombre y como tal murió. Su muerte, como suceso, no es distinta a las de los otros hombres. Aunque como hecho sí lo sea. Jesús quiso morir con toda su voluntad, su muerte no fue algo que le pasó, sino que fue un acto suyo totalmente querido por Él. Los agentes serían otros, todos los que confabularon, pero el actor y el autor de su muerte lo fue Él en plenitud. Por muy asesinado que fuera, su muerte ha sido la menos pasiva y la más activa. Pero además, como hecho humano, no como simple suceso biológico, lo fue con una finalidad, para la salvación de todos los hombres.

La muerte de los hombres es siempre una interrogación respecto al destino. En unos casos, estará teñida de dudas, hasta puede darse la desesperación; en otros, habrá esperanza, en distintos grados según los casos, en la vida eterna. Jesús muere totalmente y plenamente muere en las manos del Padre, no solamente por la entrega absoluta de su voluntad humana al designio divino y confianza en el Padre, sino por su constitución ontológica. Muere el hombre, pero quien muere es el Hijo de Dios y su muerte, como todo lo suyo, es del Padre. Las tres divinas personas están las unas en las otras y la humanidad de Jesús está unida hipostáticamente a una de ellas, a la persona del Verbo. La muerte de Jesús es la de un hombre, es un acontecimiento histórico, pero también tiene una dimensión trinitaria.

Continuaremos.

domingo, 14 de junio de 2009

Antífona de comunión. Corpus Christi

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él -dice el Señor- (Jn 6,57).
Al ir a comulgar, en esta solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, es esto lo que, con la antífona de comunión nos dice el "verdadero y único sacerdote" (Prefacio I de la Santísima Eucaristía). Nos lo dice Él y nos lo dice a cada uno en particular. Nos lo dice la Palabra eterna del Padre, la Palabra que es la Verdad y también el Camino y la Vida (Jn 14,6). Y me lo dice a mí.

Este misterio de la inhabitación mutua de Cristo y el creyente no es algo a lo que pueda tener acceso nuestra razón. Es misterio, no porque sea algo desconocido que tarde o temprano quedará desvelado por el esfuerzo del hombre, sino que es misterio en sí mismo. Está fuera del alcance de nuestro entender. Por ello, es verdad no desvelada por el hombre, sino revelada por la Verdad que, si me permitís decirlo así, "verdadea" en la fe. En la fe, se hace presente desde sí mismo como misterio.

Pero este misterio de la inhabitación, no solamente "verdadea", sino que, en su hacerse presente en la fe, lo hace como belleza atrayente. La Palabra escuchada no solamente da noticia, sino que, como perfume, nos atrae para caminar tras un rastro. Camino que no ha de ser simplemente recorrido como los que están trazados sobre la tierra, sino Camino que como un río o las corrientes marinas, ante todo, nos lleva.

¿A dónde? A la Vida. ¿Y qué vida? La divina, a pregustarla ya en la tierra, a que aquí, al alimentarnos con su carne y sangre, habitemos en Él y Él en nosotros. Atraídos por su belleza, al escuchar en fe la antífona, en la procesión para comulgar, caminamos hacia la Vida.

sábado, 13 de junio de 2009

Nimbo

Me pides cosas;
mira que no las tengo.
Seguridades anhelas y te pregunto.

(S. Isidro de Dueñas, 11-6-9)

Sangre de la Alianza. Marcos 14,12-16.22-26

Jesús dice, en el evangelio de mañana, Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, al instituir el memorial de su misterio pascual, que su Sangre es Sangre de la Alianza (Mc 14,24). En ese momento, donando a su Iglesia la Eucaristía, nos revela también el significado de la Cruz.


En el Paraíso, no había ni sacrificios ni alianzas, porque Adán estaba en perfecta comunión con Dios. Y lo estaba no porque hubiera llegado a ella, sino porque había sido creado en ella. El hombre no conocía lo que era estar separado de Él. No sabía lo que era estar en lo profano y entrar en el templo, pues, al estar unido a Dios, siempre estaba en el ámbito sagrado; la creación era un solo templo. Por el pecado, el hombre rompió la comunión con Dios, salió del templo y se puso frente a él; su ámbito empezó a ser profano y conoció lo que es estar lejos de Dios. Desde entonces, los hombres nacemos fuera del templo, sin comunión con Dios. Por eso, necesitamos la Alianza y el Sacrificio. Quien está unido a otro, no necesita aliarse con él. Nosotros sí necesitamos unirnos a Dios.

Él toma la iniciativa y, a lo largo del AT, se van sucediendo distintas alianzas que son un camino hacia la eterna y definitiva en la Sangre de Cristo. La gran Alianza es la del Sinaí (Ex 24), que se sella con un sacrificio. Pero la víctima es solamente un animal y no es un sacrificio de expiación. Esta Alianza solamente prefigura la definitiva de Cristo.

Sacrificar es hacer sacro algo, es sustraerlo de lo profano e introducirlo en lo sagrado, dárselo totalmente a Dios. La Alianza que Dios quiere con nosotros es una que restablezca totalmente la comunión de los hombres con Él, quiere que volvamos al templo, a lo sagrado. Quiere que seamos suyos, no porque Él no sea el dueño de todo, sino porque quiere que lo seamos queriendolo ser. Quiere que estemos en Él y Él en nosotros. Pero nosotros no podemos volver al templo. Jesús sí.

Su sacrificio es el sello de la Alianza y lo es también de expiación (Hb 9,11-15). Jesús no solamente se entrega totalmente y con su entrega sella la Alianza de unión de Dios con el hombre, sino que se entrega también para el perdón de los pecados, para abrirnos el camino y así podamos entrar en la comunión con Dios. Por el Bautismo, entramos a formar parte del pueblo de la Nueva Alianza, es decir, somos introducidos en la comunión con Dios y los hermanos. Y en la Eucaristía celebramos el memorial de esa Alianza, en ella se renueva y acrecienta nuestra comunión con Dios en la Sangre de Cristo. De ahí que debiera de ser una celebración llena de gozo; hemos vuelto a la casa del Padre y ha preparado una fiesta.

viernes, 12 de junio de 2009

El Mesías de Händel LXII


Desde el libro de las Lamentaciones nos llega una pregunta:
Mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor? (Lm 1,12).
El tenor, con profunda pena, la remite a Jesús: ¿hay dolor como el suyo? Pero no es una pregunta teórica. Hay una invitación a contemplar para que sea el misterio del Hijo de Dios sufriente el que nos interrogue y nos responda. No se trata de manejar conceptos ni de sacar en claro contenidos útiles, sino de un misterio de relación interpersonal. Es Jesús quien verdaderamente me pregunta y quien puede responderme. Las palabras sobre Dios nos tienen que llevar a Él.

¿En dónde está la comparación? ¿En qué es inigualable su dolor? La teatralidad y devocionalismo barrocos -aunque la espiritualidad de esa época no se puede reducir a esto-, como todos los dolorismos, tendió a acentuar lo físico, lo truculento muchas veces; se trataba de suscitar emociones, sentimientos, sensaciones. Un tipo de religiosidad acaso no muy profunda y de la que quedan muchas inercias. Pero dejemos esto y volvamos a nuestra pregunta. ¿Es el dolor físico de Jesús el punto de la comparación? Ciertamente las torturas físicas fueron tremendas, pero a lo largo de la historia ha habido personas que han sido tratadas peor y durante más tiempo.

Lo incomparable del dolor de Jesús está en quién sufre y de qué. Los hombres tenemos en común con los animales el dolor físico, pero es patrimonio propio nuestro el dolor espiritual o, si preferís, el moral. Aunque no nos toquen, sufrimos por muchas cosas, porque nuestra vida no es propiamente la biológica; esta la damos por lo que es de verdad nuestra vida. Y, cuando esta la vemos atacada, es cuando verdaderamente sufrimos. El avaro sufre cuando pierde dinero, el soberbio cuando es humillado. Nos duele de verdad aquello en lo que tenemos puesto el corazón y en la medida que así sea.

A Jesús le duele lo que ama. ¿Y qué ama? Al Padre y, por ello, ama todo lo que Él ama. ¿Y qué es? Dios nos ama y quiere que seamos sus hijos, que participemos en la vida divina por toda la eternidad. Ahí tiene Jesús puesto su corazón, en todo lo que ama el Padre. Por ello sufre, porque lo ama y porque ese objeto de su amor lo ve destruido. Cuanto más amamos algo, más sufrimos por su destrucción. Jesús sufre incomparablemente, porque ama sin parangón. Cuanto más se destruye el objeto de nuestro amor, más sufrimos. Jesús sufre indeciblemente, porque la mayor destrucción de los hombres es el pecado, la muerte del alma. Y todos además hemos pecado (Rm 5,12). Por ello, la pasión de Jesús abarcó toda su vida.

Es incomparable de qué sufre. Y, sobre todo, quién sufre. La esencia divina es impasible, porque es absoluta perfección. Sin embargo, al sufrir el hombre Jesús, quien sufre es el Hijo de Dios; ese sufrimiento es suyo. Y, porque es suyo, es de las otras personas divinas (cf. Jn 17,10), porque cada una de ellas está en las otras.

Mas todas estas palabras no quieren ser una respuesta. Si lo son, no las leas, olvídalas. Sólo quieren ser un dedo que señale, que diga: "Mirad, fijaos". No te quedes en ellas. Que sea Jesús quien te hable, que Él te abra el interrogante y te diga donde está su dolor, para que su amor y su dolor sean los tuyos.

Continuaremos.

miércoles, 10 de junio de 2009

Las uvas de la zorra y Zapatero

Si tenéis algún comentario al artículo, podéis hacérmelo aquí.

El Mesías de Händel LXI

A continuación, tras el coro, el tenor, en la misma línea, volverá a decir, refiriéndose a Jesús, lo que en el Salmo se dice en primera persona:
La afrenta le ha destrozado el corazón y desfallece. Esperó compasión y no la hubo; consoladores y no los encontró (Sal 69, 21).
En estas palabras seguimos contemplando a Jesús y, al mismo tiempo, nos vemos también en ellas. Él se ha entregado por entero, el Amor es lo único que sabe hacer. No se ha protegido, se ha dado desnudo desde el centro de sí mismo, desde su corazón. Y este se ha encontrado con la punta de una lanza como respuesta. Pero el soldado que le atravesó el costado somos tú y yo. Nuestras afrentas son la lanzada que obtuvo por respuesta.

La primera palabra, en el diálogo de amor con los hombres, encontró como respuesta el rechazo. Adán creyó que podía construir su vida sin Dios. Nosotros creemos con frecuencia que también podemos prescindir de que el Amor divino sea el suelo sobre el que edificar nuestra existencia. Pero lejos de hacer una sólida construcción, nuestra vida queda asentada sobre la arena. Y no solamente eso, el mal que hemos ocasionado, como riada, revierte sobre nosotros llevándose por delante lo que creíamos haber edificado.

Pero el Amor de Dios, aunque no haya encontrado reciprocidad; aunque viniendo a traer consuelo a nuestras fatigas, haya encontrado desolación por nuestra parte; aunque viniendo a compadecerse, le hayamos respondido con nuestra contra-pasión; lejos de extinguirse, nos da un corazón destrozado convertido en fuente de vida.

Este espejo en el que nos miramos nos dice cómo hemos sido lanzada. Pero también nos muestra la posibilidad de, saciando nuestra sed en ese manantial, ser con-soladores y con-padecedores suyos. La posibilidad de ser otro Cristo a quien con Él le destrocen el corazón.

Continuaremos.

martes, 9 de junio de 2009

El Mesías de Händel LX


Después de haberse situado el oratorio, valiéndose de algunos versículos de Isaías, en una posición confesante respecto al Siervo de YHWH, a continuación, con ayuda del libro de los Salmos, va a dar la visión de los que no ven en Él al Salvador. Primero el tenor, como narrador, y luego el coro, poniendo voz a los que rechazan al Siervo e imitando Händel el rumor y chismorreo de la gente, cantan:
"Al verlo se brulan de él, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere" (cf. Sal 228s).
De nuevo, Jennens, el libretista, hace uso del mismo recurso, pero en este caso tiene una profundidad especial. La primera persona del singular es transformada en tercera del singular en el primer versículo. Lo que dice Jesús de sí, "al verme", pasa a ser dicho por otro, por un testigo que narra la escena. ¿Pero qué es lo peculiar en este caso? Se trata del Salmo con el que Jesús ha orado desde la Cruz (cf. Mc 15,34). Por lo que llevamos comentado de El Mesías de Händel, nos hemos dado cuenta de que casi todos los textos pertenecen al Antiguo Testamento. La mayoría de ellos, el anglicano contemporáneo de la composición del oratorio podía encontrarlos en el Book of Common Prayer, por lo que le eran familiares. Hoy en día, también lo son para los católicos -hace no demasiados años no tanto-, gracias a las lecturas bíblicas en la eucaristía en legua vernácula. Pero la familiaridad no es lo decisivo, sino que sea una palabra viva que hable del Mesías.

Este Salmo además nos dice algo más. Está en boca de Jesús en la Cruz. El AT y toda la Escritura, no solamente hablan de Jesús, sino que es el mismo Jesús quien habla y lo hace de sí; por ello, como decía S. Jerónimo, el desconocimiento de la Escritura es desconocimiento de Cristo. El Salmo 22 no es solamente una palabra anticipadora de lo que le va a pasar a Jesús, sino que es la misma acción de Jesús, que es tanto como decir que es Jesús en acción. Por eso, la escucha del AT y de toda la Biblia no es solamente oír cosas sobre el Hijo de Dios, sino contemplarle a Él mismo en la fe. Para quienes vivieron antes de Jesús, el AT lanzaba hacia el futuro; para nosotros, no es simplemente un texto a cotejar, para comprobar su veracidad, con los hechos de Jesús. Es una imagen de Jesús realizada. Y tomar las palabras de Jesús, como hace el tenor, si se hace en el Espíritu, es la palabra más profunda que podemos decir sobre Él, la más íntima oración que podemos dirigir al Padre y el mejor espejo de nosotros mismos.

Sí, es también un espejo de nosotros, no solamente de los que no son discípulos. ¿Qué hacemos, al pecar, sino burlarnos de Él, de que la Cruz sea salvadora y el lugar de la manifestación del poder de Dios? Y, cuando en las dificultades y adversidades, huimos desconfiando del poder de Dios, ¿qué estamos haciendo sino unirnos al rumor de los se mofan de Jesús?

Continuaremos.

lunes, 8 de junio de 2009

¿Sacerdotes célibes o célibes sacerdotes?

J. M. Vidal escribía: "El celibato obligatorio de los curas hace aguas por todas partes y en todas partes. Tanto en la teoría como en la práctica". ¿Pero es esto verdad? Los escándalos, tanto en cantidad como en calidad, parecerían ratificar este aserto, que, por otra parte, tiene a su favor el ir a favor de corriente cultural. Sí, de esa creencia consistente en dar por sentado que la sexualidad solamente se puede vivir en una determinada dirección o que incluso considera que la abstinencia sexual es fuente de todo tipo de males o patologías. De lo cual no solamente es víctima el celibato, sino también una determinada manera de entender las relaciones sexuales dentro del matrimonio. Pero vengamos a nuestra cuestión.

Es indudable que algo falla y no porque haya fallos -estos siempre los va a haber-, sino porque el porcentaje y calidad es preocupante. Pero el que algo falle, por grave que esto sea, no quiere decir que lo que esté en bancarrota sea el celibato. ¿Entonces qué es lo que falla? Indudablemente es una cuestión compleja. Solamente voy a tocar tres puntos que, desde mi punto de vista, aunque no sean los únicos son probablemente los más importantes.

Se suele hablar de que los candidatos al sacerdocio deben tener madurez humana, cualidades espirituales, celo apostólico y rigor intelectual. Y que esto debe ser cultivado en el Seminario. Todo ello parece evidente. Pero, en el punto que tratamos, hay algo previo a todo esto. La mentalidad generalmente extendida tanto entre los que están a favor como en contra del celibato es que quienes van a ordenarse sacerdotes renuncian a casarse, hacen promesa de celibato o no pueden casarse. Las expresiones pueden ser más o menos variadas. ¿Pero es esto así?

En la práctica, en la mayoría de los casos, aparece el celibato como un añadido al sacerdocio, como un requisito o condición para ordenarse, de modo que el que quiera ser sacerdote tiene que querer ser célibe. Sin embargo, esta mentalidad me parece que distorsiona el sentido profundo del celibato sacerdotal. No se trata de que el que quiera ser sacerdote tenga que ser célibe, sino que es justamente todo lo contrario. La Iglesia, en sus diócesis de ritos latinos, elige a los candidatos para el sacerdocio entre los célibes. Por eso, no ordena a casados. Es decir, que, en mi insignificante opinión, habría que empezar por ahí, por elegir a quienes tengan vocación al celibato. Incluso cabría pensar en que lo vivieran ya de forma consagrada.

La segunda cuestión, no por orden de importancia, es que los monjes y frailes viven su voto de castidad comunitariamente. En principio, la comunidad del presbítero diocesano debería de ser aquella de la que es pastor. ¿Es esto así? Seamos sinceros; a nuestras parroquias, las llamamos muchas veces comunidades parroquiales, pero, de facto, están muy lejos de serlo. Es decir, el presbítero está privado de vivir su celibato en comunidad y esto es una carencia muy importante.

Por último, aunque no sea lo menos crucial, el celibato cristiano es impensable al margen de la espiritualidad. Si no hay una comprensión de la vida de fe como un crecimiento continuo, el celibato, también el matrimonio, tienen muchas posibilidades de fracasar. Acaso esto sea sobre lo que más se pone atención de los tres puntos tratados, aunque no pocas veces quede en tener vida de piedad, entendida casi como gimnasia de mantenimiento.

Me parece que si no se abordan estas tres cuestiones a fondo o solamente alguna de ellas, estaremos redecorando la casa o cambiando tabiques, pero el problema de cimentación, quedará pendiente.

domingo, 7 de junio de 2009

Antífona de comunión. Stma. Trinidad


Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: Abba! (Padre) (Gal 4,6).

Al acercarnos a recibir el don eucarístico, la antífona de esta solemnidad de la Santísima Trinidad nos recuerda que los creyentes no solamente recibimos el don del Cuerpo de Cristo, sino que también hemos recibido el don de haber sido hechos hijos y haber recibido el Espíritu.

La comunión es, por un lado, afianzamiento de lo que somos, pues los hijos por adopción comulgan al Hijo eterno del Padre. Pero al comer al Hijo, también alimentamos nuestra condición filial; la comunión es acrecentamiento de lo que ya somos por gracia. Pero además del don del Hijo en la eucaristía, hemos recibido también del Padre, por medio de Cristo, el don del Espíritu, que es el Espíritu de su Hijo.

La comunión eucarística es una experiencia profundamente trinitaria. En el Espíritu, podemos decir amén, confesar que es el Hijo eterno del Padre cuyo Cuerpo está verdadera, real y sustancialmente presente y recibirlo como tal. Pero nuestra acción de gracias, hecha también en el Espíritu, al haber comulgado al Hijo, al estar en comunión con Él, debería de ser una pregustación, un anticipo del diálogo de amor trinitario que viviremos en la eternidad. ¡Qué hermosa acción de gracias que, estando unidos al Hijo, el Espíritu clame en nosotros : Abba!

sábado, 6 de junio de 2009

En el nombre de la Trinidad. Mateo 28,16-20

Los discípulos reciben el encargo de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,16-20). En el mismo envío de Jesús, está la Trinidad. Es Él quien envía, pero no solamente. El Padre envía por medio del Hijo en el Espíritu Santo. Este encargo que viene del Padre por medio del Hijo y solamente puede ser escuchado como tal en el Espíritu, se acoge en obediencia, en ese Espíritu, al Padre por medio del Hijo. De modo que la acción de la Iglesia y de cada uno de los discípulos, como tal, no nace nunca en nosotros, sino que es acción, en el Espíritu, que viene del Padre por medio del Hijo y, en el Espíritu, a Él va por medio del Hijo.

Nuestra vida como cristianos es una vida trinitaria, pues hemos sido recreados bautismalmente en el nombre de la Trinidad. Sin embargo, lamentablemente, como dijo Rahner, de facto, el misterio trinitario, en buena medida, lo tenemos en un espléndido aislamiento. Para muchos, es algo abstruso e incomprensible, para otros una serie de fórmulas más o menos bien aprendidas, para no pocos algo que no tiene ninguna plasmación real en la vida. Me parece que tenemos que ir reconociendo que nuestra iniciación cristiana ha sido muy superficial y que los cauces que brindamos para la maduración y crecimiento de la vida de fe son escasos. No porque en las parroquias se ofrezcan pocas actividades, sino porque, en general, se quedan en lo que clásicamente se llama el hombre exterior.

El misterio de la Trinidad no dejará nunca de ser imposible de encerrar en la razón, pero esto no quiere decir que sea lejano. Por el contrario, es sumamente cercano. Tanto que en realidad nuestra vida, que somos nosotros mismos viviendo, podría ser un palpar en la fe la vida trinitaria, porque nuestra vida fiducial lo es en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La dinámica de la vida del verdadero discípulo es acción que viene del Padre y que recibimos en el Espíritu por el Hijo y que nos lleva a obrar hacia el Padre por medio del Hijo y en el Espíritu. Y esto no debería ser una fórmula aprendida que luego, como etiqueta adhesiva, pusiéramos sobre nuestra acción, sino que la experiencia de fe nos llevaría a exclamar: "¡Así es en verdad! Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". Aunque qué pequeñas son las palabras humanas para ello.

Y ese misterio trinitario, conocido por fe en su obrar salvífico en nosotros, conocido como misterio de Amor para mí, en la vida eterna lo contemplaremos tal cual es y veremos que es misterio de Amor en sí. A Dios empezamos a conocerlo como Amor para nosotros y el que nos ama así, en su Amor nos dice que es Amor en sí y por fe ahora lo conocemos. En la eternidad, la contemplación del que es Amor en sí hará que seamos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. El Amor en sí, que es Dios Uno y Trino, así contemplado será Amor para nosotros como consumación de la divinización, como plena participación en su ser Amor en sí.

¿Mucho lío de palabras? Acaso eso te diga que ves aún el misterio trinitario como algo externo a ti. Si es así, desea vivir desde este misterio y busca quien te ayude a que esto sea así, que te enseñe a secundar la gracia, a vivir cada vez más plenamente desde el Padre y hacia el Padre por medio del Hijo y en el Espíritu Santo.

viernes, 5 de junio de 2009

Para unas elecciones


En la encíclica Centesimus annus, decía Juan Pablo II:
La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica.
El control sobre los gobernantes debería de ser una constante en la vida, cada quien con las posibilidades a su alcance; lo que requiere, como requisito que se me antoja imprescindible, el esfuerzo de estar mínimamente informado, que es más que deglutir propaganda. Y este control sobre los gobernantes, que es una forma de ejercicio de la responsabilidad sobre las cuestiones públicas, no debería de entenderse como un añadido conveniente, sino como un deber moral.

Pues bien, además del día a día, están también esas ocasiones puntuales en las que, mediante el voto, se puede elegir a los representantes. Los ciudadanos de la Unión Europea tenemos ahora esa oportunidad. ¿Qué hacer?

Hay situaciones en las que el decantarse por unos o por otros depende de las medidas concretas que se propongan o de la catadura moral del candidato. Esto es así cuando hay unos principios que están supuestos y tienen en común las distintas formaciones políticas. Otras veces lo que está en juego son cosas más elementales como la dignidad de todo hombre, tanto varones o mujeres, embriones o moribundos; el respeto de los derechos humanos; la búsqueda del bien común en la acción política; etc.

¿Estamos en alguna de estas situaciones? En la coyuntura actual hay algo más elemental aún que tal vez esté en juego. El escepticismo respecto a la verdad, el relativismo en moral y el agnosticismo en religión da la impresión de que muchos quisieran constituirlos, y en buena medida lo están, como las bases sobre las que construir la convivencia social. La economía es ciertamente algo muy preocupante en este momento, pero pienso que hay cuestiones más importantes. Desde la dictadura del relativismo, en sus distintas variantes, no está en juego un mayor o menor respeto a la dignidad humana, sencillamente desaparece por ser todo relativo; los derechos humanos se inventan unos un día y al día siguiente se desinventan; y el bien común pasa a ser sustituido por el bien del más fuerte, camuflado probablemente en el bien individual de cada uno, que más bien será la apetencia de cada momento modulada por las modas impuestas.

A la hora de decidir mi voto, lo que voy a tener más en cuenta es cómo voy a poder favorecer que el deseo de verdad esté más presente en la vida política; que el bien y el mal no sean algo que inventemos o fabriquemos los hombres; y que Dios no sea un estorbo o un peligro en la vida pública y que la fe y las creencias religiosas no sean algo a poner en cuarentena. ¿Soy muy pesimista? Si son así la cosas, desde luego, la situación es muy grave. Me encantaría estar equivocado.

jueves, 4 de junio de 2009

Oremos por nuestros sacerdotes

 Hoy se celebra en España a Jesucristo como Sumo y Eterno sacerdote. Mi sugerencia es que, en unión a su madre, pidamos por todos los sacerdotes:

"Oh Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno sacerdote, concede a quieres Él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido. Por JNS".  

miércoles, 3 de junio de 2009

El Mesías de Händel LIX


Pero el coro de los creyentes no se conforma con señalar que la causa de las heridas del Siervo no es el mal que ha causado, sino que es el ocasionado por nosotros, además confiesa que ha sido este hecho causa de salvación:
Sus cicatrices nos curaron (Is 53,5).
¿Pero de qué nos han salvado? Si solamente nos hubieran librado del mal causado, poco hubiera sido esto, porque habríamos seguido privados de la posibilidad de realizar lo único que en realidad le interesa al hombre: obedecer a Dios. Si solamente hubiéramos sido lavados de los pecados cometidos, habríamos quedado muy limpios, pero nada más que con nuestras fuerzas naturales y, por tanto, incapaces de responder a nuestra vocación. La pasión de Cristo no solamente nos libra del peso de nuestras culpas, sino que nos agracia para que podamos responder al anhelo más entrañado del hombre, su finalidad última, la divinización. Pero no nos fuerza a ello, solamente nos agracia; en nosotros está acoger el perdón y vivir conforme al don recibido.

Y el coro, con el siguiente versículo del cuarto canto del Siervo de YHWH, nos devuelve a la imagen pastoril que, a su vez, nos lleva a los primeros capítulos del Génesis.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Is 53,6).

Todos, con la única excepción de la Virgen, sin el Pastor, como las ovejas, andábamos dispersos, cada uno por su camino. Habíamos intentado subir al cielo, nuestra única vocación, al margen de Dios, con nuestras únicas fuerzas, construyendo una torre (cf. Gn 11). Cuando prescindimos de Él, no solamente no conseguimos saciar nuestra sed de realización, sino que incluso empeoramos nuestra situación. En vez de la comunión con Dios, lo único que nos hace felices, conseguimos la desunión y acabamos alejándonos de nuestro centro y de los demás, como los radios respecto del centro del círculo.

Y Él nos unió, nos llevo de nuevo al centro, que es Él mismo, nos juntó sobre sus hombros. Porque nuestros pecados no son algo al margen de nosotros; cargar con nuestros pecados es cargar con nosotros, porque nuestras acciones nos configuran.

Continuaremos.

martes, 2 de junio de 2009

El Mesías de Händel LVIII


Después de que la contralto fijara nuestra mirada en el Siervo de YHWH, el coro, como si de todos los creyentes se tratara, va ha profundizar en el misterio del dolor del Señor, a la par que va a hacer una confesión sobre el significado de la entrega de Cristo.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; […] Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él (Is 53,4s).

El texto del libreto de Jennens tiene una omisión significativa: "Nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado" (Is 53,4). Acaso por eso se deja sentir más por su ausencia. La contemplación de Jesús no solamente es un escándalo para el mundo, que solamente ve a alguien destruido. La actitud de Jesús, vista por la razón, es una sinrazón. Lo propio sería huir, evitar lo negativo. Descubrir ahí la actitud verdaderamente religiosa y, por tanto, más radicalmente humana es solamente posible por la fe. Por eso, el cuerpo lacerado de Cristo es también un escándalo para la religiosidad natural y para lo que podríamos llamar el cristianismo natural o, si preferís, domesticado, encerrado en las categorías que podemos comprender, vertido en odres viejos.

La fe nos lleva más allá del escándalo de Job. El mal que ha revertido sobre Jesús no es el mal que Él ha causado. La contemplación de la Pasión de Cristo, desde el don de la fe, es la destrucción de nuestras falsas imágenes de Dios. Desde nuestras mentalidades no comprendemos el dolor del justo e intentamos salvar a Dios culpabilizando al inocente doliente o bien llegamos a la conclusión de que Dios no existe.

La belleza, incomprensible para nosotros, que exudan las llagas de Cristo nos atraen y nos llevan más allá de nosotros mismos y nos muestran al Dios verdadero. Lo cierto es que Dios ni se desentiende del mundo, dejando sufrir a los inocentes, ni deja que el mal que causamos revierta sobre nosotros con todo su peso. Él, el único verdaderamente inocente, la fuente de toda justicia, se ha hecho hombre para que todo el mal descargara su furia sobre Él. Sus heridas no fueron causadas por la retribución de los males causados por Él, no era un maldito o un impuro como así era considerado un leproso; aunque las apariencias pudieran llevar a proyectar esta explicación, para salvar a Dios, sobre los acontecimientos. Tras esa apariencia de dolor hay otra realidad, fue traspasado por nuestros males, por los míos en concreto, y no porque Dios se desentienda del mundo y de lo que le pueda pasar inmerecidamente a alguien, sino porque se ha puesto en el lugar de los pecadores, en mi lugar.

Antes de llevarnos a su imitación, las heridas del Siervo doliente han empezado por sacarnos de la falsa idea de Dios. Hasta le hacen descubrir al creyente que el castigo es un acto de amor de Dios, que es portador de salud y paz. Si, por su misericordia no se pusiera en nuestro lugar, las consecuencias del mal causado, por ser nuestra libertad responsable, revertirían totalmente sobre nosotros y serían sencillamente la puerta a la muerte eterna.

Continuaremos.

lunes, 1 de junio de 2009

Renovaciones, secularizaciones y suicidios


El comentario de hoy sé que le podrá resultar a más de uno polémico. No obstante voy a hacerlo, porque pensar las cosas, incluso las que parecen evidentes, trae claridad. Al menos la luz de que efectivamente así lo eran y no sólo aparentemente. Porque una de las grandes rémoras que tenemos es confundir con la realidad lo que la costumbre, la inercia, los usos, las mentalidades, nos han hecho creer que era algo inconcuso. En lo que voy a tratar, además se puede juntar, en algunos casos, lo que, en no pocas situaciones, he comprobado como forofismo religioso. Espero que el lector dé, por supuesto, mi respeto al obispo al que me voy a referir y a todos.

Leo una entrevista a Mons. Munilla, un obispo que considero valioso, aunque sólo sea por una razón, no se esconde; aun más, hasta se hace presente. En ella, empieza hablando de algo de lo que supongo a todos o a casi todos enterados: "La renovación de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús se hará durante la Santa Misa que se celebrará el domingo 21 de junio, en la explanada del Cerro de los Ángeles". El motivo es que, hace noventa años, el rey Alfonso XIII consagra a España al Sagrado Corazón de Jesús.

Creo que es conveniente recordar algunos datos que establecen diferencias notables. Quien hizo la consagración era el entonces Jefe del Estado y la constitución vigente, en la época de la Restauración, establecía que España era un Estado confesional. Hoy la jefatura del Estado la ostenta su nieto y no será quien haga la renovación; la constitución actual -no digo vigente porque está más bien en situación comatosa- consagra la aconfesionalidad del Estado. Digamos además que esto está fuertemente discutido y hay quienes pretenden que se pase a la laicidad, mientras que un grupo mucho más reducido añora la situación de hace un siglo a este respecto.

Sobre estos datos, ¿no sería mejor hablar de la consagración de la Iglesia Católica en España al Sagrado Corazón? Probablemente habrá quien me diga que matizo tal vez demasiado, pero hay momentos en que las posturas tienen que ser nítidas y no dar lugar a confusiones. Tal y como escucho que se plantean las cosas, no me extrañaría que hubiera quien nos dijera que España no es sinónimo de catolicismo; o que hay personas que no son católicas y que forman parte de España tanto como los católicos; o que quiénes se creen los obispos para arrogarse la representación de España para hacer un acto en su nombre; o que la Iglesia añora la situación de confesionalidad; etc.

¿Qué significación le da mons. Munilla a esta renovación?
Supone tener una clara conciencia del delicado momento que vivimos, en el que la secularización parece conducirnos a una especie de «suicidio espiritual»: siembra de la cultura de la muerte, manipula nuestra historia y rechaza sus raíces cristianas, además del fracaso escolar generalizado, las rupturas familiares. Pero, sobre todo, desconoce del don de Dios.
Puestos a ser puntillosos no me voy a parar aquí. La secularización no lleva al suicidio espiritual, sino que es, me parece, justo al revés. La secularización es la expresión externa de la mayor carencia interna, la reducción del hombre a materia; la secularización es el síndrome, los síntomas sociales, entre otros, son más o menos los que enumera, pero la enfermedad es haber dado la espalda a lo espiritual. Y, como el espíritu es algo eminentemente personal, tiene lugar personalmente, aunque sea por vía de delegar la decisión en la marea social. Aunque, acaso, lo que haya querido decir el obispo es que la secularización personal parece conducirnos al "suicidio espiritual" colectivo o social; con lo cual estaríamos de acuerdo en el fondo, aunque no en las palabras.

Nota aclaratoria: sobre mi relación con el Corazón de Jesús, me remito a lo que digo sobre el costado abierto de Cristo en las dos últimas entradas.