sábado, 28 de febrero de 2009

Antífona de comunión SdC / Mateo 9,13


Durante el tiempo ordinario hay una menor variedad de textos litúrgicos en la Eucaristía. En la cuaresma, en cambio, hay un formulario para cada día y me ha parecido que podría glosar la antífona de comunión de este sábado, sin perjuicio de que otro día comente la del domingo, porque, en este comienzo del camino hacia la Pascua, nos sitúa muy bien ante la Eucaristía.
Misericordia quiero y no sacrificios –dice el Señor–; que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,13)
Tras la llamada a S. Mateo, Jesús come en casa de éste con otros pecadores y recibe la crítica de los fariseos. Nosotros en la misa somos esos pecadores. Si hay lugar para alguien en la Iglesia es para ellos. Solamente a los fariseos les sorprende y escandaliza que en ella haya pecadores. Por ello, descubrir algún pecado grave en la Iglesia no nos debería llevar a rasgarnos las vestiduras, aunque nos duela.

Cuando nos disponemos a comulgar, le oímos al Señor decirnos que quiere misericordia y no sacrificios, es decir, que nuestra actitud para comulgar su cuerpo y su sangre no tiene que ser una formalidad externa, sino una actitud como la de Dios, que es misericordioso (cf. Lc 6,36); un culto en espíritu y verdad.

El Señor –su Cuerpo presente verdadera, real y sustancialmente en el pan–, nos llama. En la medida que nos sintamos justos, no oiremos su voz. En cuanto me sé pecador, en cuanto me sé necesitado de su salvación, su cuerpo muerto y resucitado es una atracción para mí, porque es pan de vida. Pan que no puedo obtener con mis fuerzas, pan que se me regala. En la Eucarístia, el Señor me llama, desde su misterio pascual, a caminar hacia éste para vivir de Él.

viernes, 27 de febrero de 2009

El camino del reloj de arena

El tono de una sociedad viene marcado por nuestros pequeños síes y noes. Una de las decisiones más importantes que podemos tomar es que sean otros los que lo hagan por nosotros, dejarnos llevar cómodamente por la corriente.

Esto puede parecer algo insignificante. Al abandonarse uno a los flujos de las mareas no se mata a nadie ni se hace nada que pueda parecer monstruoso. La vida, en principio, parece que no cambia.

Y, sin embargo, el ahorrarnos los pequeños síes y noes va formando un creciente montón de irresponsabilidades. Con una pequeña dejación sobre mi vida, he abierto una vía de noes continuos al ejercicio de la responsabilidad.

En los regímenes totalitarios, los grandes crímenes fueron posibles por los muchos que decidieron ahorrarse la molestia de tomar pequeñas decisiones. Los terribles efectos de los pecados mortales se vieron multiplicados por los que decidieron que de forma indolora e inconsciente se fuera sedimentando en su vida un banco de pecados veniales.

Es duro tomar postura frente al flujo dominante. Pero los pequeños noes a lo mayoritario nos van haciendo. Como en la figura de un reloj de arena, conforme uno va tomando postura, el círculo social entorno a uno va decreciendo. Puede llegar un momento en que uno se encuentre muy solo. Pero entonces el círculo empieza a crecer.

Conforme va diciendo uno que no, en lo cotidiano, a una determinada configuración de valores y va apostando por un mundo jerarquizado axiológicamente entorno a Dios, además de ir purificándose de afectos desordenados, va tomando distancia de quienes sostienen la falsa escala de valores. Esto va acercando a la soledad y al solitario encuentro con Dios, pero también al descubrimiento de  quienes no han doblado las rodillas ante los baales (1Re 19).

jueves, 26 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXVII


[<—El Mesías de Händel I—]

Saltando unos pocos versículos, el libretista de Händel, nos ofrece un último fragmento de Isaías que será, por un lado, culminación de lo hasta aquí cantado y, por otro, paso para entrar en el NT. Este crucial momento de la composición queda subrayado tanto por el júbilo como porque es el coro quien lo ejecuta.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva al hombro el principado y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz (Is 9,5)
Is 7,14 era un anuncio mirando al futuro; ahora estamos en el presente. El reino del norte, tras la conquista asiria, era un pueblo que caminaba en tinieblas e imagen de la humanidad errante en la oscuridad del pecado lejos del Paraíso. La luz que se les anunciaba era un niño-rey. Pero la profecía, en sí misma, ya sobrepasa cualquier espectativa humana. 

El profeta habla como algo ya realizado, aunque, en aquel momento, no hubiera visos ni de que eso fuera a pasar en un futuro inmediato. Tal es la realidad de la Palabra de Dios, tal su fidelidad; una promesa suya tiene más presente que cualquiera de las obras de nuestras manos.

La luz que brilla en las tinieblas es un niño, es carne; la aurora es un parto. María no da a luz un niño, sino que lo da a tinieblas, pone a la Luz en medio de la oscuridad. Este niño nos nace, se nos da. Es un don de Dios; Él, por medio de la Virgen, se nos da.

Este niño es rey desde el primer momento, "lleva al hombre el principado", y tiene cuatro nombre, que hacen referencia a sendas funciones palaciegas. Pero además cada uno de ellos es adjetivado de modo que queda trascendido más allá de lo humano.

Su antepasado Salomón es recordado como sabio. Este niño es más que alguien dotado de las virtudes de un consejero, su palabra es una maravilla divina; con Él nos viene la Palabra que rige nuestra vida.

Su antepasado David es recordado como un gran soldado. En este niño es Dios mismo quien sale al campo de batalla a guerrear contra nuestros enemigos; en Él encontramos la victoria.

Abraham y todos los patriarcas son los padres del pueblo elegido. Este niño va a engendrar un nuevo pueblo sin el límite de la mediación de las generaciones, perpetuamente es Él quien lo realiza; de Él nos viene la vida y es Él por siempre nuestra cabeza.

Melquisedek era el rey de Salem. Este niño, que es el Sumo y Eterno Sacerdote, con su sacrificio trae la paz; en Él somos reconciliados con Dios, en Él lo que quedó quebrado por el pecado encuentra la comunión.

[continuará]

miércoles, 25 de febrero de 2009

Limosna, oración, ayuno


Hoy, Miércoles de Ceniza, voy a callar y dejar que los Padres del desierto glosen tres palabras del evangelio de hoy (Mt 6,1-6.16-18).

Sobre la limosna.
El abba Agatón exhortaba con frecuencia a su discípulo, diciéndole: "no se te ocurra adquirir para tí una cosa tal que cuando te la pida un hermano te resulte penoso el dársela y te encuentres así faltando a los mandamientos de Dios: 'Da a todo el que te pida y, al que tome lo tuyo, no se lo reclames' (Lc 6,30)".
Sobre la oración.
El abad del monasterio que Epifanio, el obispo de Chipre, tenía en Palestina, envió a decirle esto: "Gracias a tus oraciones, nosotros no hemos descuidado la Regla: hemos recitado cuidadosamente Tercia, Sexta, Nona y Vísperas". A lo que el obispo les reprendió respondiéndoles: "Ya veo que hay unas horas que habéis dejado de orar. El verdadero monje debe orar sin interrupción o al menos debe hacerlo desde su corazón".
Sobre el ayuno.
Dijo uno de los Padres: "Hay personas que comen mucho y se quedan con hambre, y se aguantan. Otros comen poco y se quedan saciados. El que come mucho y se queda con hambre y se domina, tiene mayor mérito que el que come poco y se sacia.
Antes de la limosna, hay una actitud en relación a los bienes. Las oraciones puntuales han de estar engastadas en una oración continua. La medida del ayuno, como la de cualquier penitencia, no es principalmente algo externo, pues la ascesis lo es de la persona concreta.

martes, 24 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXVI


[<—El Mesías de Händel I—]

El bajo, en continuidad con el recitado anterior (Is 60,2s), prosigue, pero ahora con un versículo de la primera parte del libro de Isaías y más concretamente del llamado libro del  Emmanuel (Is 6-12).
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brillo (Is 9,1).
Este versículo y el anterior (Is 8, 23) serán utilizados por S. Mateo (Mt 4,13-16) para hacer patente que el comienzo de la vida pública de Jesús es el cumplimiento de las profecías del AT, que no es por azar, sino que es voluntad de Dios que comience su predicación en Galilea.

Estos dos versículos de Isaías ponen de relieve otra cuestión, la luz es para todos, incluidos los gentiles. Hacia su luz,  y como respuesta a ella, encaminarán su existencia hombres de todos los pueblos. Esta luz es manifestación de Dios, Epifanía para todos los hombres.

Esta universalidad no queda circunscrita a los contemporáneos de Jesús. S. Mateo hace referencia a un hecho muy particular de la historia, en un preciso momento y en un lugar determinado, pero este hecho tiene valor universal. La luz brilla para todos los que vivían, viven y vivirán en la oscuridad del pecado, en la región de las tinieblas de la lejanía de Dios. Todos, por la fe, somos equidistantes a la Gloria del Hijo de Dios.

Pero lo somos de distintas maneras. Aquellos galileos, por la fe, pudieron verla en la carne mortal de su humanidad. A nosotros se nos hace presente en su Cuerpo, pero en el místico, que es la Iglesia y, a quienes participan en la Misa, en su Cuerpo eucarístico; sin perjuicio de otros modos de presencia.

El Hijo de Dios caminaba visible por Galilea y ahora se hace perceptible, de manera muy especial, en el amor mutuo de los miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia. Lo mismo que su vida pública comenzó de esa manera, el anuncio primero del Evangelio comienza así. Antes de hablar o hacer cualquier milagro, Jesús se hizo corporal y públicamente presente. Del mismo modo, la acción evangelizadora de la Iglesia comienza, antes de cualquier hecho o palabra, con la presencia místicamente corporal del Señor.

lunes, 23 de febrero de 2009

Antífona de comunión TO-VII.1 / Salmo 9,2s


Proclamo todas tus maravillas, me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo! (Sal 9,2s).
Esta antífona es el comienzo de un Salmo de acción de gracias. Estos dos versículos sitúan a los fieles, al encaminarse a recibir la comunión, en un clima de gozo, alabanza y agradecimiento..

La acción de gracias y la alabanza son el final de algo. El agradecimiento es consecuencia de un don recibido, la alabanza proclama la grandeza de Dios contemplada. El salmista, desbordado de alegría, prorrumpe en un cántico jubiloso porque Dios como Juez supremo le ha hecho justicia frente a sus enemigos. Este motivo del salmo nos habla también a nosotros de la Eucaristía.

Ésta es el memorial del misterio pascual de Cristo. En su muerte y resurrección, Dios ha dictado sentencia frente a nuestros enemigos: el mal, el pecado y la muerte. Ésta es la gran maravilla de Dios, de la cual somos testigos y beneficiarios. Como el salmista, no sabemos de ello como espectadores ajenos al acontecimiento, sino que sabemos de ello por ser beneficiarios. Un día más nos acercamos a comulgar, a hacernos partícipes de esa maravilla divina.

Con el salmista, el don recibido nos mueve en una triple dirección. Nuestra vida se llena de gozo y alegría porque estamos con Dios, porque en la Eucaristía no solamente somos librados de nuestros enemigos, sino que nos brinda el estar con Él; de esto era de lo que nos privaban los adversarios. Ahora podemos estar con Él y, por ello, estamos llenos de júbilo, porque la felicidad solamente la tenemos estando en comunión con Dios.

El bien recibido nos desborda en tal manera que no podemos por menos que proclamarlo a los cuatro vientos. Quien está con Dios, desea que todos estén con Él y, por eso, proclama que ha sido privado del mal y que ha recibido el bien, que es Dios mismo.

Esta alegría y esta alabanza toman una forma: el canto. Cuando el hombre siente la necesidad de manifestar lo que le desborda y sobrepasa, lo que es inefable, echa mano de todos los recursos. Aquí cantar es contar lo inenarrable.

domingo, 22 de febrero de 2009

Para que sepáis. Marcos 2, 1-12



En este paso del evangelio de S. Marcos, como en toda la Sagrada Escritura, no se nos está dando primariamente un dato histórico. No es este el foco de interés, sino la fe (Jn 20,31). La curiosidad científica no queda satisfecha, el historiador encuentra lagunas, cuántas cosas de la infancia de Jesús, por ejemplo, nos son desconocidas. Pero, para creer, está todo y, con los hechos que se nos narra, para ello, basta; no necesitamos más.

Toda la vida de Jesús es misterio y cada uno de sus hechos es misterio. Cada uno de ellos y la vida toda es Revelación, Redención y Recapitulación. La curación de este paralítico también lo es. Y, en este acontecimiento, me encuentro, nos encontramos cada uno de nosotros con algo relacionado con uno mismo. Porque la Revelación, la Redención y la Recapitulación no lo es en abstracto.

Jesús no revela al Padre al hombre en abstracto, sino que manifiesta el amor divino a cada uno en concreto y a todos. Jesús no redime los pecados del hombre en abstracto, sino que es redentor para cada uno en concreto y para todos. Jesús no es recapitulación del hombre en abstracto, sino que toda su vida tiene como finalidad restablecer a cada hombre caído y a todos en su vocación primera.

En la curación de este paralítico, se pone en primer plano una dimensión: "para que sepáis" (Mc 2,10). Este relato, cualquier pasaje de la Biblia, dice, no solamente lo que ocurrió aquél día, sino que dice lo que me ocurre. Da figura, rostro, perceptibilidad al acontecimiento de salvación que no la tiene. Por eso, la exégesis que los Santos Padres hacen es sumamente simbólica.

Ese paralítico soy yo. El milagro no ocurrió simplemente para que los circunstantes supieran que Jesús tiene poder para perdonar pecados, sino también para que yo, para que tú, para que cada uno de nosotros tengamos perceptibilidad de su poder y sepamos. Porque no somos ángeles y conocemos no solamente con el alma, sino a una con el cuerpo. Lo mismo que la inteligencia es sintiente, la fe tampoco se da al margen de los sentidos (cf. Jn 20,8s).

Esta curación milagrosa me da perceptibilidad del poder de Jesús para perdonar pecados. S. Marcos no nos da un tratado sobre el perdón y la confesión, sino que nos da una narración. Y en ésta no encuentro sin más el poder de Jesús, sino que lo encuentro respecto a mí o a cualquiera que se acerca a Él por la fe. Ese paralítico soy yo. Lo que le ha pasado a él desde un punto de vista médico, es lo que le ocurre al perdonarle Jesús los pecados, es lo que me ocurrió en el bautismo, es lo que me ocurre cuando voy a confesar. En el paralítico veo lo que ocurre invisiblemente.

¿Qué soy yo como pecador? Un paralítico, alguien que no puede caminar hacia Dios, alguien que no puede ordenar su existencia hacia el fin para el que ha sido creado. ¿Qué ocurre cuando recibo la absolución? Que recibo la gracia para poder levantarme, tomar la camilla y andar. Todo lo cual, cada uno de los detalles de este paso, contiene una riqueza inmensa. Conformémonos hoy con esta pequeña pincelada sobre uno de los aspectos.

Pero si esta curación nos diera perceptibilidad de todo lo que ocurre en el perdón de los pecados, muchas narraciones sobrarían. El poder de Jesús para perdonar pecados nos lo encontramos en todos sus misterios, pues todos ellos son redentores. Lo mismo que para ver toda la superficie de una manzana necesitamos mirarla desde distintos ángulos, como no somos ángeles, necesitados contemplar todos los misterios de Jesús, aunque su vida sea solamente una y un único misterio de Revelación, Redención y Recapitulación.

Atardecer

Inmobles, los verdes cirros esperan
sobre las lomas, robusta quietud
de encinas eremitas taciturnas,
reposo del Sol de invierno que busca
mañana alzarse más alto en el cielo,
naranja la tierra el trigo te cela
y rezo de aves acuna tu sueño.

jueves, 19 de febrero de 2009

Para crear la leyenda de Eluana

Los comentarios a mi artículo en Libertad Digital los podéis dejar aquí.



[Voy a estar dos días sin acceso a internet, así que hasta el domingo]

miércoles, 18 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXV

[<—cabecera de sección—] "Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes, al resplandor de tu aurora" (Is 60,3). El profeta se dirige a Jerusalén. Sobre ella va a amanecer el Señor (Is 60,2). Ese Sol que nace de lo alto, además de mostrarse, dar la capacidad de ver e iluminar la realidad, va a hacer de Jerusalén una lumbrera.

Ella no es el Sol, pero encendida por Él, va a resplandecer en medio de la Historia. Por ello, los Santos Padres llaman a la Iglesia Luna.



La luz con que ella ilumina la oscuridad del caminar del hombre, marcado por el pecado, no es propia. En el sacramento de la iluminación, el Bautismo, el recién bautizado –o, en su lugar, padres y padrinos– recibe una vela encendida en el Cirio Pascual, símbolo de Cristo glorificado en la Resurrección.

Esa luz que refleja, esa aurora lunar, es bella. Las cosas lo son en la medida que reflejan la Gloria divina. Esa belleza es atracción y, como no es luz propia, es Dios mismo quien nos atrae por medio de esa aurora. Esa atracción suavemente va ordenando la historia hacia el fin para el que hemos sido creados: "Y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).

La belleza necesita de una forma para ser conocida por nosotros, pues no somos ángeles. Y esa figura que la hace perceptible es el amor mutuo de los creyentes tal como Él nos ha amado (cf. Jn 3,14). Todos y cuanto rige el mundo queda sub-ordinado al Señor (cf. Ef 1,22). Todos son atraídos por su Luz.  [—>]

martes, 17 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXIV


.../...

"...pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti" (Is 60,2). Nosotros creemos que vemos. El hombre se ha acostumbrado a las tinieblas, cree que lo normal es ver las cosas tal y como las percibe ahora, cuando debería de captarlas con la luminosidad que tenían en el Paraíso. Y necesita que le hagan ver que no ve.

La salida del Edén, del estado de comunión con Dios y toda la realidad, no trajo consigo una intelección meramente creatural, porque somos para la divinización y la sin-unión, el vivir no puramente para Él, nos da una realidad deformada y fragmentada, desnuda de su verdad más honda. 

Las cosas no son solamente obra de Dios, sino que las hizo para ayudarnos en nuestro destino de divinización. Cuando ponemos las cosas en otra finalidad, no las vemos simplemente en su nuda realidad; las conocemos deformadas y oscurecidas por el fin con que nuestra soberbia les quiera dar sentido.

Creíamos que era así la realidad, pero, por gracia, caemos en la cuenta de que lo vemos entenebrecido por nuestro pecado. Si oscurecemos lo creatural, ¿cómo vamos a hacer que tenga la iluminación supracreatural que nos lo devuelva en su verdad?

Pero Dios va a amanecer desde lo alto. No es que nosotros hayamos subido hasta Él y lo hayamos traído a nosotros; amanece. Ni es un sol que venga desde nosotros; amanece de lo alto.

Luz increada que nos da la verdad de las cosas y de nosotros mismos, luz increada que lleva nuestro conocimiento más allá de él mismo. Luz increada, que no va a iluminar desde fuera, sino que va a ser una iluminaria encarnada, formando parte de la naturaleza y de la historia. Luz increada que no solamente nos elevará el entendimiento para que conozcamos lo que ella ilumina, sino para que ella misma también sea conocida.

lunes, 16 de febrero de 2009

Antífona de comunión TO-VI.1 / Salmo 78(77), 29-30

Probablemente las grandes desconocidas de la liturgia eucarística sean las antífonas tanto de entrada como de comunión. Ando algún tiempo pensando si ponerme a glosarlas y finalmente me he decidido. De momento, las de comunión.

Nuestra concepción de la eucaristía suele ser muy reducida. Está normalmente centrada en la presencia sustancial del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero abstraída esta presencia del Misterio Pascual, de ser este sacramento memorial del Sacrificio de la Cruz, de su dimensión eclesial,  etc.

Las antífonas nos abren panoramas muy ricos de la fuente, centro y culmen de la vida del cristiano. Las de entrada tienen un carácter más general y se centran, ante todo, en disponer a los fieles y ministros a la celebración del misterio. Las de comunión se fijan precisamente en ese momento.

Cuando no hay un canto eucarístico –no pocas veces los hay más o menos piadosos pero no muy directamente relacionados con el sacramento que se celebra-, el sacerdote ha de decir la antífona para ayudar al clima de oración en que debe de tener lugar la procesión para comulgar. Sin embargo, esto suele ser excepcional.

Pues bien, en las antífonas, hay contenida una riqueza teológica sobre este sacramento que merece la pena hacer presente. Muchos cantos de comunión son palabras humanas. Las antífonas, casi en su totalidad, son pasajes de la Sagrada Escritura, es decir, son Palabra de Dios. Empecemos por la primera de las dos que preveía el misal para ayer domingo.
Comieron y se hartaron, así el Señor satisfizo su avidez (Sal 78,29s).
El Salmo 78 (77) es una meditación histórica. Este breve pasaje hace referencia al alimento que recibió el pueblo de Dios en el camino por el desierto. Jesús, en Jn 6, se remitirá también a este hecho de la Historia de Salvación para hablarnos del Pan vivo bajado del Cielo que es Él.

La procesión de la comunión queda con este contexto histórico iluminada. En ese momento, vemos cómo la vida de fe es un camino por el desierto, un éxodo desde el Egipto del pecado a la tierra prometida que es el Cielo. Y los que han salido de su esclavitud atravesando el mar Rojo del Bautismo son alimentados en su caminar con el Pan del Cielo, con la carne de Cristo.

La avidez más profunda del hombre no es de comida material, el hombre tiene hambre de divinidad, porque fuimos creados para ser Hijos de Dios. Este anhelo tratamos de acallarlo de mil maneras, intentamos satisfacerlo con mil cosas. Pero el hambre de divinización sólo se sacia con divinidad; mas el hambre de divinización no podemos satisfacérnoslo nosotros, es Dios quien nos lo sacia dándosenos: "El Señor satisfizo su avidez".

Lo hace dándosenos y nosotros recibiéndolo, comiéndolo. Porque es un don lo recibimos, no lo tomamos. Como no es un derecho, extendemos la mano como un mendigo o abrimos la boca como un pajarito en el nido. Y ese alimento se da en abundancia, comemos hasta hartarnos. Cualquier otro fin con que queramos llenar la vida nos deja insatisfechos. Pero, aunque el verdadero maná nos harta, paradójicamente, a la par, nos da más hambre de Dios. Así anticipamos el Cielo, donde, plenamente divinizados, nunca acabaremos de enriquecernos de Dios.

domingo, 15 de febrero de 2009

Un leproso muy obediente. Marcos 1,40-45

El evangelio de este domingo, Mc 1,40-45, leído con un poco de detención resulta chocante en su final. ¿Desobedece el leproso a Jesús?

Los leprosos son un símbolo del pecado. En el AT, esta enfermedad era una situación de impureza que apartaba de la vida de la comunidad y de la participación en el culto. Es decir, lo mismo que le pasa al pecador. La curación del leproso es más que tener salud corporal, suponía poder reintegrarse a la vida del pueblo de Dios cuyo centro era el culto a Dios.

Nuestro leproso se acerca a Jesús y se pone de rodillas ante Él, que es como deberíamos de acercarnos todos. Y hace una confesión profundísima: "Si quieres, puedes purificarme". Lo que quiere es la pureza y a quien se lo pide es a alguien al que reconoce que su querer es poder. Solamente en Dios hay una ecuación perfecta entre lo uno y lo otro.

Esto además nos ayuda a comprender su omnipotencia. Ésta no es una cuestión abstracta. El poder de Dios no se da al margen de su querer; Él no puede simplemente todo, sino que puede todo lo que quiere y su querer no tiene ningún límite externo a su mismo querer. Su voluntad no está definida, limitada por nada externo a ella misma, su voluntad está definida por el Amor absoluto que es Él mismo; es decir, está definida desde sí misma por la ilimitación del Amor.

Jesús lo toca. Todo el que tocaba a un leproso quedaba a su vez impuro. Jesús es quien al tocar purifica, nosotros somos los que necesitamos ser tocados por Él. Su tacto va acompañado de su palabra poderosa: "Quiero, queda purificado". La palabra que con sólo pronunciarse crea, es la que nos recrea, la que nos hace criaturas nuevas.

Tras quedar al instante limpio, Jesús lo despide y le dice que vaya al templo a hacer lo pertinente para poder participar en el culto con vistas a que quede de ello constancia. Pero cuando se fue empezó a divulgar el hecho. ¿Obedeció el leproso?

Creo que sí. Jesús le dijo que no fuera él quien contara el hecho. Y es Él quien nos dice que no hablemos nosotros sino que sea el Espíritu del Padre el que lo haga por nosotros (cf. Mt 10,20). ¿No será esto lo que pasa con el leproso? ¿No es esto lo que pasa en nosotros cuando es sanado del pecado nuestro corazón y quedamos desbordados por el gozo del Espíritu Santo?

Aquí vemos cómo Jesús no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. El leproso, al proclamar las obras de Dios, ya le está dando culto, pero no en Jerusalén o en el monte Garizim, sino en Espíritu y Verdad (cf. Jn 4,24).

sábado, 14 de febrero de 2009

Isonomásticos, coañeros y coanuales

La vitalidad de una sociedad se puede ver en la capacidad que tiene para enriquecer e innovar la propia lengua desde la idiosincrasia de ésta. Cuando lo que domina es la copia, es señal de que la propia cultura, que está contenida en la lengua a presión de siglos, se encuentra o enferma o moribunda. Y las culturas no son sino el cultivo de la realidad desde una jerarquía de valores ordenada en función de un fin último.

El enriquecimiento viene cuando quedan descubiertos nuevos senos de la realidad; entonces la lengua necesita decir eso hasta entonces ignoto. Hay épocas en que las innovaciones tienen carácter técnico. En cambio otras abundan en neologismos filosóficos y teológicos; indicio de que se ha buceado en mayor profundidad.

Sería interesante observar qué es lo que necesitan las distintas épocas. No es lo mismo, igual que en literatura, que primen los adjetivos, los sustantivos o los verbos. Sospecho que los períodos de enriquecimiento en conjunciones o preposiciones tendrán necesidad de expresar mejor la articulación de la realidad y su dinamismo. Y qué decir del enriquecimiento o empobrecimiento de los tiempos verbales. Nosotros estamos asistiendo a la desaparición del subjuntivo; con él se esfumarán probablemente posibilidades de entender e imaginar.

La ausencia de una palabra nos dice que algo no ha sido visto o sentido como necesario. Tenemos un vocablo para hablar de quien ha perdido a su cónyuge o a quien ha perdido a los padres, pero no a quien ha perdido a un hijo. Soy viudo, soy huérfano, soy... Silencio; el dolor por quien lo habitual decía que moriría después se ve tal vez incrementado por no poder tener una palabra con que decirlo.

Ayer, hablando con un amigo, nos entretuvimos haciendo de neólogos. El nombre y la fecha de nacimiento es algo con lo que nos identificamos. Al que tiene el mismo nombre lo llamamos tocayo, pero ¿cómo llamar a quien cumple años el mismo día? Yo conozco a varios, son mis... coanuales. Y, si además nacieron también el mismo año, son mis coañeros. En los coanuales y coañeros, nos damos cuenta de una cosa, las estrellas no marcan nuestro destino.

¿Y a quien, además de ser tocayo, celebra el mismo santo? Porque hay muchos nombres que tienen muchos santos en el calendario. Los tales son mis isonomásticos. Y esto es algo hermoso, con ellos estoy bajo el amparo del mismo hermano que está en el cielo.

Como veis, hoy ha tocado un pequeño entretenimiento.

viernes, 13 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXIII

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¿Pero, si el cielo proclama la gloria de Dios, si a toda la tierra alcanza su pregón (Sal 19), cómo es que las tinieblas lo cubren todo?

No es que la gloria de Dios no llene la tierra, es que el pecador está ciego. Bartimeo (Mc 10, 46-52) sabía que lo estaba y sabía que nadie lo podía curar. Nosotros creemos que vemos y, si algo aparece oscuro, no es por nuestra ceguera, sino porque no hay luz. Si alguna vez reconocemos que estamos ciegos, empezamos por creer que nos podemos curar nosotros o recurriendo a otros (Mc 5, 26).

Cuando Is 60,2 nos dice "mira", nos está haciendo una llamada, que es una primera gracia, a ver que no vemos, para que cuando pase Jesús, el Sol que nace de lo alto, le podamos pedir compasión; aunque ya se ha adelantado en el "mira". Ya en él, al percibir lo más oscuro de la noche, la aurora nos esta avisando de su llegada.

Todo en nuestro ver es un don de Dios. Su luz no solamente es la iluminación de cosas y acontecimientos; como ocurre con el Sol, que posibilita la percepción al alumbrar las cosas. "Tu luz nos hace ver la luz" (Sal 36, 10). Cualquier luminaria, por mucho que alumbre, no da la capacidad de ver al invidente. La luz de Dios posibilita la percepción porque ilumina, da perceptibilidad, y, a una, nos capacita para ver.

Ya estamos en su luz cuando vemos la luz o, mejor dicho, ser capacitados para ver y ver la luz son dos momentos no temporales de lo mismo. El hombre no salta del no ver a la afirmación de la luz. Somos puestos en el ver por la luz que vemos y, desde allí, podemos afirmar o negar la luz que nos hace ver y vemos.

Habrá que comentar en otra entrada esa aurora.

jueves, 12 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXII

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Después de haber obedecido al profeta que pedía que se alzara la voz, el coro da paso al bajo. Con los graves se acompaña la oscuridad que aparece en el versículo siguiente.
Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad, los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes, al resplandor de tu aurora (Is 60, 2s).
Isaías ha hecho un anuncio en el v.1, que reitera al final de estos; en el futuro, va a amanecer sobre Jerusalén. Pero hay que prestar atención al presente. Mira, mira todo, la realidad, tal y como está ahora. No como te gustaría que fuera. ¿Mas cómo mirar a las tinieblas, a la muerte que hay en mí y que me rodea?

Solamente cobramos ánimos para mirar el mal que hay en nosotros porque la invitación de Dios va envuelta de misericordia. Al tiempo que nos llama a la verdad de nosotros, nos afirma para que podamos verla sin quedar destruidos por el espanto. Pues se trata de ver que somos muertos viviente y necesitamos ver nuestra tinieblas para poder acoger la luz que se nos anuncia. Quien cree que ve no se sabe en la necesidad de luminosidad.

La oscuridad lo llena todo, la tierra y los pueblos, la naturaleza y la historia. El pecado nos impide ver nuestro entorno en el ámbito de la soberanía divina. Mi mundo, mi pequeño mundo, se ve privado de la luz cuando yo me cierro a ella. Lejos de Dios, no se lo ve ni en las cosas ni en los acontecimiento. Y la convergencia de todos los pequeños mundos individuales, forman un mundo de oscuridad.

Sociedad, cultura, civilización, etc. quedan teñidas de negro. Pero si me dejo conquistar por esa luz, mi pequeño mundo, al quedar yo iluminado, volverá a brillar.

miércoles, 11 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXI

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Los oyentes postexílicos de Is 60,1, con Jerusalén arruinada y empobrecida, pensarían en la reconstrucción y engrandecimiento de su capital. Pero la llamada del profeta a levantarse va más allá de lo meramente material o histórico.

Este oráculo se empezará a cumplir con la Iglesia, formada por aquéllos que se han levantado de la muerte del pecado, por los que han emergido de las aguas del bautismo a una vida nueva. Una ciudad no levantada con piedras muertas, sino con piedras vivas sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas y la piedra angular es Cristo (Ef 2,20).

Y, aunque no está edificada con materiales, es visible, pues está puesta en lo alto de un monte, a la vista de todos (cf. Mt 5,14). Y esa ciudad brilla. No como el Sol, que tiene luz propia, sino como la Luna que refleja la luz del astro mayor. Así brilla en la Iglesia la luz de la gloria del resucitado.

Y los que forman parte de ella, por el sacramento de la iluminación, el bautismo, son una lámpara encendida. Si en ellos arde el fuego del Espíritu, no han de preocuparse porque sus obras alumbren a los hombres, pues quien ha encendido la lámpara se encarga de colocarla donde crea conveniente para que alumbre a todos los de la casa (cf. Mt 5,14ss).

"¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!" (Is 60,1). La ciudad y los que forman parte de ella se levantan porque son atraídos hacia arriba por el Sol que nace de lo alto (Lc 1,78), brillan porque su luz los enciende.

Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Cor 3,18).
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martes, 10 de febrero de 2009

Morir de hambre en occidente

Pese a la crisis económica, en el opulento occidente, la situación no es tan grave como para que alguien muera de hambre y ya hay, al menos, un caso. Tras dejar de darla de comer y beber, con extraña rapidez, Eluana murió ayer. Ocurrió en Italia, pero está ocurriendo en occidente desde hace mucho tiempo.

En los años de la primera Guerra Mundial, España se enriqueció. En una carta que escribió al hispanista norteamericano, Everett W. Omsted, en 1916, Unamuno analizaba así la situación:

Esta España progresa materialmente, y mucho, y se enriquece –la guerra nos ha traído mucho oro– y en comodidades e industrias y negocios va muy bien, pero el lucro está engrasando las conciencias y cunde un vergonzoso materialismo. El pueblo como rebaño tiene mejores pastos y estás más luci[d]o y más cebado y hasta más retozón, pero sigue rebaño. Y esto se refleja en la literatura. Se escribe[n] cosas más juiciosas, más razonables, mejor documentadas, pero de una ramplonería y de una falta de originalidad desesperantes. Acaso el nivel medio de la cultura general sube, pero se borran las personalidades. y todos dan en delegarlo todo, empezando por la conciencia religiosa. Y yo sigo prefiriendo el ángel desgraciado al cerdo satisfecho y bien comido y bien lavado.

¿No nos vemos reflejados? [El subrayado es de mi cosecha]

lunes, 9 de febrero de 2009

Pobreza memorable

Ayer, tras comer con un amigo, surgió, en la sobremesa, el tema de la pobreza evangélica. Y recordamos esta anécdota preñada de infinito y contada por Evagrio Póntico sobre un ermitaño cuya única riqueza era el manuscrito con el que hacía oración:
Un hermano poseía solamente un evangelio y, habiéndolo vendido, dio su precio para alimentar a los hambrientos, pronunciando esta palabra digna de recuerdo: He vendido –afirmó– el libro mismo que me dice: "Vende cuanto tienes y dalo a los pobres".
Hay dos elementos fundamentales en el crecimiento espiritual que se reclaman mutuamente: la purificación del corazón y la lectio divina. La purificación nos va posibilitando la asimilación de la Palabra y ésta nos va purificando.

Este monje de la anécdota ha metabolizado ya la Palabra de tal manera que no necesita su soporte escrito, se ha hecho palabra viva. Se ha purificado de tal manera que su corazón está puesto sólo en Dios, de modo que todo tiene su valor en Él. Lo tiene todo, porque ha asimilado a Dios, y no tiene nada, porque es poseído por Él.

domingo, 8 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXX

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Después y unido a Is 40,9, escuchamos un versículo de la tercera parte del libro, como si fuera prolongación de "¡Aquí está vuestro Dios!". Parte del grito del heraldo tiene que ser también esto: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!" (Is 60,1).

Todo lo que es Jesús, toda su vida, todos sus dichos y hechos, son un gritar que aquí está Dios. Dios no solamente ha creado todo y lo mantiene en la existencia, sino que entra a formar parte de su creación como una criatura más, como hombre. Dios no solamente interviene en la historia de los hombres, sino que por la Encarnación es un sujeto más dentro de ella.

Pero Jesús, al pregonar la presencia de Dios en el mundo en su humanidad, no solamente es manifestación de la intimidad de la Trinidad; decir que Dios está aquí es manifestar el amor y la misericordia divinos a aquellos con quienes está aquí, a aquellos a quienes el trascendente se a hecho presente en la respectividad del mundo.

De aquí que el grito se prolongue. El aquí de Dios en el mundo es una llamada: "¡Levántate, brilla!". A los que yacen en la muerte del alma, que es el pecado, y a los que, como consecuencia de ésta, yacen en el sepulcro les dice como a la hija de Jairo: "Muchacha, a ti te digo, levántate" (Mc 5,41).

Como a la suegra de Pedro (Mc 1,31), Jesús, a todos los que yacen, les tiende la mano -especialmente en el bautismo, penitencia y eucaristía- y los levanta. Así, reconstituidos por Él, libres de lo que nos destruía, podemos ser como Él: "Y ella se puso a servirles" (Mc 1,31).

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sábado, 7 de febrero de 2009

Remedio homeopático para enfermos de humanidad

Una enfermera, en Inglaterra, ha sido suspendida de empleo y sueldo y hasta podría ser despedida porque preguntó a una enferma si quería que rezara por ella. Y es que una pregunta así puede ofender a alguien.

No le quiso imponer nada, sencillamente le pregunto algo. Si a mí, estando enfermo, un médico, un asistente, una enfermera, etc. de una religión que no fuera la mía me preguntara si quería que rezara por mi, de entrada, lejos de sentirme ofendido, me sentiría agradecido. Sencillamente porque esa persona, con independencia de que sus creencias sean o no erróneas, me está tratando desde lo más profundo de su humanidad y quiere hacer por mí algo bueno; es más, quiere hacer por mí lo mejor, lo que, en su consideración, está por encima de la técnica médica.

¿Quién puede sentirse ofendido por una pregunta así? ¿Un ateo? No necesariamente. Seguro que habrá muchos de ellos, respetuosos con la dimensión religiosa del hombre, que también se sentirían agradecidos. Aunque desde su increencia considere un ateo inútil una oración, no dejará de reconocer la buena intención de quien se ofrezca a rezar.

Incluso el ateo que mira por encima del hombro al creyente, considerándolo un tanto inmaduro, no podrá por menos de reconocer que aquél pobre de creencias primitivas, en su craso error, quiere lo mejor para el enfermo.

Sólo se me ocurre un tipo de personas que se puedan sentir ofendidas por una pregunta así. Aquéllos que consideren la religión como un mal, como algo peligroso que, como mucho, hay que tolerar; pero eso sí, como un vicio privado que debe quedar recluido fuera del espacio público.

Si hay libertad religiosa, ésta no está considerada por el Estado como un mal, por consiguiente, no hace mal. En un estado de derecho, hace daño lo que explícitamente está señalado como malo y no lo que cada uno subjetivamente diga que le ofende.

Si, en vez de la libertad religiosa, lo que aparece en las leyes es la tolerancia religiosa, entonces sí. En este último caso, se entiende que sancionen a esta enfermera. Es más, por la misma lógica, deberían de prohibir en los bares hablar de Dios, como antes estaba prohibido blasfemar y ahora fumar. Y, al que se le ocurriera en un restaurante bendecir la comida, condenado a galeras.

Nos encontramos en unas sociedades en las que, en principio, se reconoce la libertad religiosa, pero en la práctica se está empezando a actuar como si estuviéramos en un régimen que otorga los derechos graciosamente y que tolera determinado tipo de conductas, concretamente la religión, siempre y cuando no produzcan escándalo público. La religión lo que hace aflorar es una mentalidad. Si yo fuera ateo me resistiría a que la sociedad en la que viviera se concibiera de esta manera.

Una última consideración. ¿No creéis que es más sanador que los profesionales de la medicina no solamente traten al enfermo como si fuera una persona, sino que ellos también actúen humanamente? En vez de esterilizar de humanidad la medicina, deberíamos humanizarla más. Para un ateo, la religión será algo solamente humano; para el creyente, lo religioso es lo más humano de su humanidad.

Solamente un enfermo de humanidad puede verlo como algo inhumano o antihumano. Para estos casos, lo mejor es un remedio homeopático: amarlos y rezar por ellos.

jueves, 5 de febrero de 2009

Mejor agarrarse a la realidad

Hoy también remito a un artículo mío, esta vez en el suplemento de libros de Libertad Digital. Los comentarios podéis dejarlos aquí.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Para leer una crucial sentencia

El artículo al que me remito trata sobre la primera sentencia del Tribunal Supremo sobre EpC. Los comentarios podéis dejarlos aquí.

Por Eluana

Como sabéis, Eluana Englaro está muy cerca de ¿su? muerte. La posición de la Iglesia es clara. Lo que dije en el caso de Terri Schiavo, lo repetiría en éste; por ello os remito a este artículo. No sé si es bueno, probablemente no, pero es uno de los que he escrito con mayor sentimiento y cariño. Como contraste, otros opinan lo contrario. Estas referencias pueden servir para reflexionar.

Con todo, no es Eluana la mayor víctima. ¿Por qué nuestra sociedad se ha hecho tan insensible?

martes, 3 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXIX

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"Súbete a un monte elevado", también nos dice a nosotros el profeta, para gritar sin miedo la cercanía, la presencia de Dios. No a cualquier monte, sino, en seguimiento de Él, subir al mismo que Él subió.

Y es que solamente hablamos de Él si entramos en comunión de vida con Él. Ser discípulo no es otra cosa que participar de su vida, de su misterio pascual. Por ello, la espiritualidad es siempre bautismal, pues somos sumergidos en su muerte para emerger a su vida. Por ello, la espiritualidad es siempre eucarística, pues configurados a semejanza de su Pascua, actualizamos constantemente su único y eterno sacrificio. Ahí es donde gritamos, pues en la pobreza de nuestra vida, hacemos presente su muerte y resurrección.

Y S. Juan de la Cruz entendió esta llamada del profeta como Subida del Monte Carmelo.
En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
Sólo una estrofa y muy brevemente. En una noche oscura, tras la purificación de los sentidos y las potencias del alma, que quedan en silencio, como a oscuras, porque es ahora la fe, la esperanza y la caridad las que llevan la iniciativa. Lleno de amores divinos, de anhelos de cielo, el verdadero discípulo ya puede salir de su propio amor, querer e interés. Su atención, sus fines y sus decisiones no están encerrados en los límites que él abarca con sus solas fuerzas naturales. Su interior está pacificado, ya no está ligado por ningún afecto desordenado, está en la apatheia. No hay gravedad que pueda desviar su trayectoria, su intención es limpia, con paso firme puede seguir a Cristo hasta la cima del Calvario.

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lunes, 2 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXVIII

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Después de un breve recitativo de la contralto sobre Is 7,14, que nosotros en nuestra glosa hemos prolongado tal vez en exceso, va a hacer ella la suya propia cantando un versículo de la segunda parte de Isaías y otro de la tercera; la Escritura explica a la Escritura:
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: "Aquí esta vuestro Dios" (Is 40,9). ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! (Is 60,1).
En obediencia al profeta que manda alzar la voz, tras la cantante, el coro se encargará de subrayar este pasaje.

Todos los mensajeros están convocados a anunciar con todas sus fuerzas a los cuatro vientos que ese Niño, ese Enmanuel, del que nos hablaba el paso anterior, es Dios. Pero Malaquías 3,1 nos había hablado no de los mensajeros, sino del Mensajero que es al mismo tiempo el Señor.

Desde el primer instante de su Encarnación, Jesús siente el envío del Padre: "Súbete a un monte elevado" para manifestar en tu humanidad la divinidad, para que viendo por la fe en ella al Hijo, conozcan en el Espíritu al Padre.

Sube al monte y vence allí la tentación de Satanás, para que conozcan que Dios viene a traerles la victoria. Sube al monte y proclama las bienaventuranzas, que escuchen en tus dichos la voz de quien habló a Moisés en el Sinaí. Sube al monte en soledad a orar, para que sepan del diálogo eterno de amor que hay entre las tres divinas personas. Cura en el monte a los enfermos y dales de comer para que conozcan quien es el Dios que los cuidó en el desierto. Sube al monte y transfigúrate para que vean la gloria de tu divinidad y participen en mayor plenitud del misterio que vivieron Moisés y Elías en el monte del Señor. Sobre el monte, sube a la cruz para que vean que el Señor salva. Elévate sobre el monte y siéntate a la derecha del Padre.

Antes de subir al monte, sintió turbación y una voz del cielo dijo: "le he glorificado y de nuevo le glorificaré" (Jn 12,28). En Getsemaní, sintió tristeza y un ángel le llevo consuelo. Sí, no temas Heraldo de Sión, grita desde tu cruz gloriosa: "Aquí está vuestro Dios".

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domingo, 1 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXVII

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¿Qué significa Jesús? No hay palabras para decirlo. El ángel le dice a José que le ponga ese nombre porque salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1,21). Sí, su significado en hebreo es el Señor salva. Por eso, en la oración de María, que es su sí, también van incluidas las últimas peticiones del Padre Nuestro, porque dice sí al santo Nombre.

María al aceptar ser madre, está aceptando ser la madre del Salvador. Ruega, al decir sí, por todos los pecadores, pero también por ella, porque fue preservada del pecado original "en atención de los méritos de Jesucristo Salvador" (DS 2803). Aunque en distinto modo a como lo es para nosotros, su Hijo es también su Salvador.

A partir de ese momento, el nombre de Jesús se convirtió para María en una oración. Cada vez que se dirigía a su Hijo se estaba dirigiendo a Dios. Su Nombre, según la situación, según la entonación, según fuera pronunciado, era petición, alabanza, acción de gracias, etc.

Ese Nombre también fue para José una oración y también lo es para nosotros. Dice Diadoco de Fótice refiriéndose al nombre de Jesús:
Que contemple en todo tiempo sólo esta palabra en sus propias cámaras del tesoro, para no volver a sus imaginaciones. Todos cuantos meditan incesantemente en la profundidad de su corazón este santo y glorioso Nombre pueden ver entonces también la luz de su intelecto. (…) Perseverando en aquel Nombre glorioso y muy deseado en el fervor del corazón por medio de la memoria del intelecto, produce en nosotros el hábito de amar su bondad sin que nada se le oponga en adelante. Ésta es, pues, la perla preciosa que se puede adquirir habiendo vendido los propios bienes, y cuyo descubrimiento produce un gozo inefable.
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