martes, 31 de julio de 2012

Una reseña en "Tonos digital"


Con generosidad, el profesor J. A. Bernaldo de Quirós Mateo ha reseñado mi libro sobre Unamuno en la "Revista de Estudios Filológicos. Tonos digital" de la Universidad de Murcia. Si os interesa, la podéis leer aquí.

[Una contertulia nos sigue refrescando con sus fotos]

lunes, 30 de julio de 2012

Ante la crisis

Seguramente esta entrada pudiera haber sido de utilidad ya hace tiempo, pero fue solamente unos días atrás, ante una discusión acalorada, cuando se me ocurrió. Otras situaciones no han hecho sino confirmármelo. La crisis económica, y mucho más que económica, amenaza desbordarnos. Los acontecimientos se suceden a gran velocidad y cantidad y no parece que nos dé tiempo a asimilarnos.

No sólo las continuas noticias negativas en lo económico, ante todo la realidad en la vida de cada quien, que en muchos casos es ya extremadamente dramática, demanda de nosotros una respuesta a la altura, que, como no puede ser de otra manera, no puede ser simplemente reactiva a la tensión del momento, como animal amenazado, o masiva, como quien se deslíe en la manada que se deja llevar de un sitio a otro. Tiene que ser evangélica.

¿Pero qué y cómo obrar? Es un momento, como todos, en el que debemos actuar como personas, nunca dejándonos despersonalizar, y también como cristianos, con criterios propios que nos lleven a tener una palabra auténtica más allá de hacer eco a cualquier ideología, pues, por acertada que pueda ser, siempre al menos estará roma de última radicalidad, aunque no lo esté de toda.


Hay que VER la realidad lo más a fondo que podamos, con inteligencia creyente o, si preferís, con fe inteligente. Por desagradable y dolorosa que sea la situación, no podemos mirar a otro lado; la fidelidad a la realidad es parte de la fe en la Encarnación. Ni hemos de dejar que otros miren en nuestro lugar, que nos den su visión de las cosas, por más que haya que escucharlos, pues son parte de la realidad. No podemos conformarnos con la primera información que se nos dé, quedarnos con lo que diga un solo medio de comunicación. Ni tampoco con lo que se diga hoy; el recuerdo de lo que ocurrió tiempo atrás, lo que dijeron unos y otros hace unos meses o años,... no puede quedar en el olvido. El exceso de datos, el olvido de otros, el fijar la atención en un solo aspecto son maneras de empezar a manipular.

Y luego ANALIZAR. No es suficiente con tener datos, con ver los ladrillos; estos están unidos por el cemento de relaciones funcionales y causales. Por qué están ocurriendo las cosas, qué consecuencias se pueden seguir, para qué se está actuando de determinada manera, etc. Es bueno hablar con amigos, escuchar opiniones autorizadas, oír a expertos que pueden arrojar luz, etc., pero, en la medida de las posibilidades de cada uno, por más que asumamos las opiniones de otros, el análisis ha de ser propio, lo pensado por los demás ha de ser incorporado, tras la criba del propio juicio, para ser material de la propia opinión.

Tras lo cual hay que DISCERNIR. El creyente no ve sin más la situación, sino que mira con fe y pide a Dios luz para ver su paso en la historia. Ni analiza de cualquier manera, sino que trata de descubrir el sentido de la historia en el designio salvífico de Dios, el hacia al que la conduce, para lo cual toma en consideración la voz de sus pastores. Pero esto no es suficiente, hay que discernir la voluntad de Dios, qué quiere que haga yo en concreto aquí y ahora. Las responsabilidades de cada uno son muy distintas; dentro del marco general de los mandamientos, cada quien ha de descubrir lo que Dios quiere que haga. Y eso no lo puede hacer nadie por nosotros, pues quien ha de responder al Señor es cada uno personalmente. Por más que alguien pueda ayudarnos a discernir, personalmente hay que preguntarle a Dios y responderle.

Por último, OBRAR. Saber qué quiere Dios de uno y no realizarlo es construir sobre arena. La palabra que haya que decir no hay que callarla, la tarea a ejecutar no puede quedar pendiente.

La fidelidad a Dios, la santidad, pasa, a grandes pinceladas, por este V.A.D.O. Y por él pasa también la acción evangelizadora. Cualquier tiempo lo es de salvación, pero los difíciles dejan más a las claras cuáles son los falsos dioses y cuál es el verdadero.

[La foto es gentileza de la dueña del cuadro]

sábado, 28 de julio de 2012

¿Una oración… optimista?


Una oración de petición necesita en su constitución principalmente de dos elementos. Tiene que tener puesta su esperanza en la bondad divina, en su generosidad y misericordia. Pero también tiene que ser humilde, partir de la realidad tal y como es, siempre necesitada de Dios, pero no siempre por el mismo motivo, porque las situaciones son cambiantes y muy diversas.

El humilde realismo es algo fundamental no solamente en la oración, sino en el resto de la vida del creyente, también en la evangelización. Difícilmente se puede anunciar el evangelio, iniciar en la fe o llevar a cabo la labor propiamente pastoral, si no se sabe ni cómo es el mundo en el que se está ni el tono muscular de la Iglesia.

El pasado día de Santiago, un año más, me volvió a llamar la atención la oración de esta solemnidad; concretamente lo siguiente: «España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos». Esto da por supuesto que España es ahora fiel a Cristo y se pide que lo siga siendo hasta el término de la historia. No voy a entrar ahora en si España ha de durar o no hasta la Parusía. Lo que me sobrecoge año tras año es lo que se presupone del presente.

¿Es España hoy fiel a Cristo? Permitidme que tenga serias dudas. Ciertamente la historia de España está íntimamente ligada a la fe en Jesucristo, que esto ha dejado importantes huellas en la cultura, en la lengua, en las obras de arte, etc. Todo ello, no cabe duda, está presente en forma de vigencias y usos sociales. En nuestros obrares y decires hay un momento de inercia cristiano sin necesidad de que intervenga explícitamente nuestra voluntad. ¿Pero todo esto es suficiente para poder decir que España es hoy fiel a Cristo?

Desde luego el porcentaje de bautizados es muy elevado, ¿mas garantiza este hecho la fidelidad de España a Cristo?

Durante décadas, decenas de miles de abortos se han cometido en España; a las cifras oficiales habría que añadir más, incluyendo los provocados por la píldora abortiva, eufemísticamente conocida como del día después. La eutanasia, sin estar expresamente despenalizada, tiene una amplia aceptación social y, al parecer, debe de ser una práctica más extendida de lo que se podría pensar y consentida bajo una capa de cómplice silencio colectivo. La balanza anual de matrimonios y divorcios es alarmante; a la que habría que añadir la aceptación social del concubinato y la frecuente práctica del amancebamiento. ¿Qué decir de la legalización del pseudo-matrimonio entre homosexuales? ¿Cuál es el tono de fidelidad a Cristo cuando en un país se sopesa que en su capital la llamada marcha del orgullo gay sea considerada como fiesta popular? En materia económica, las corrupciones son abundantísimas y gozan de numerosos adeptos; a esto habría que añadir el trato que reciben muchos trabajadores... y parados. ¿Qué decir de la extendidísima explotación de muchas prostitutas? ¿Qué pensar del alcoholismo, de las demás drogas, de la iniciación desde niños a la laxitud sexual, por no decir a la promiscuidad?

La lista podría alargarse mucho más y habría que añadir cómo es la vivencia del cristianismo de los que se dicen cristianos, qué creen los que dicen creer, cómo viven su fe,… Desde luego que siempre ha habido males y pecadores, pero no estamos hablando de eso, sino de la generalización en la aceptación social y vivencia en porcentajes alarmantes de determinadas formas de obrar, de hacer y deshacer, etc. Todo lo cual refleja un entramado de "valores" sociales. Y también habría que hablar de patologías eclesiales.

Y respecto al futuro, ¿cuál es el proyecto nacional? ¿Qué quiere ser España? ¿Quiere ser cristiana o quiere otras cosas?

¿España es fiel a Cristo, quiere ser cristiana o es un país de misión? Desde hace años es difícil no darse cuenta de que España es tierra de misión. En realidad, siempre lo ha sido, porque cada recién nacido, cada persona que abandona la fe, cada conciudadano o inmigrante no cristiano, necesita que se le anuncie el evangelio y aprender, si se convierte, a ser cristiano. Habría que hablar de constante evangelización, porque cada persona es un mundo nuevo. La evangelización no es como las invasiones bárbaras, no tiene lugar por oleadas sucesivas, sino personalmente.

Año tras año pienso que tal vez tendría que considerar la Conferencia Episcopal cambiar la oración del día de Santiago.

[La refrescante cascada es cortesía de una lectora]

sábado, 21 de julio de 2012

I – Tipos de monje (6)


Para esta regla monástica, llegar a tener capacidad para el combate singular no es solamente un requisito imprescindible para poder dedicarse a la vida eremítica. Además de poder haber cenobitas con esta sazón, es indispensable, para llegar allí, la maduración en la vida comunitaria. Ésta va a ser configurada, tal y como la entiende S. Benito, en los siguientes capítulos, pero, antes de nada, nos da de ella los grandes trazos de un inicial boceto.

El cenobita no vive en el desierto, sino que es en el monasterio donde encuentra la soledad, no de estar sin hermanos, sino de estar solo del mundo, separado de él. Es también el espacio del silencio obediencial en el que se aprende viviéndolo a escuchar, para seguir, la voz de Dios y no el espíritu del mundo. Allí, con la ayuda de la estabilidad en un lugar con unos hermanos y en fidelidad a una regla de vida, el monje va dejando de estar llevado por el viendo de los afectos desordenados y encuentra la quietud divina, la acción sin acción.

El monje, en la escuela del servicio divino, vive bajo una regla y un abad. La comunidad es un rebaño del Señor porque su ley no consiste en satisfacer los propios deseos, en vivir bajo el espejismo de creer que los propios pensamientos y deseos pueden crear el bien y el mal para uno mismo, sino que vive bajo la guía de un pastor. Allí la regla los va forjando en su fuego y con los golpes de la vida de comunidad en la que, hasta las virtudes ajenas, pueden ser motivo de sufrimiento cuando el oro aún no está del todo purificado en el crisol.

Y sin embargo, contrariamente a lo que pudiera pensarse, esta vida en campaña en las filas de este ejército, esta larga prueba, es solaz y consuelo. No sólo en comparación con la dureza de la vida solitaria, sino porque en la cruz, que lo es la vida comunitaria, se encuentra la gloria del Señor.

Cualquier cristiano para crecer necesita, aún en medio del mundo, vivir la soledad, el silencio y la quietud. Precisa de los hermanos, del roce de ellos, para ir aprendiendo el combate interior y, al hacerlo, ir purificando el propio interior. Y necesita estar no en el rebaño de los franco tiradores que pretenden dirigirse a sí mismos o que hacen de la votación el último criterio de fe y de moral, sino en los apriscos del Señor, bajo la guía de un pastor, viviendo un modo de vida cristiana plena.

[foto cortesía de una contertulia]

sábado, 14 de julio de 2012

I – Tipos de monje (5)

¿Pero qué es saber combatir en solitario? ¿Qué es poder desarrollar la lucha espiritual sin necesidad de la cercanía de otros? Para los antiguos monjes, el camino espiritual era un retorno al Paraíso, es decir, a una vida semejante a la de Adán antes del pecado. Y digo semejante porque, aunque solamente fuera por la expectativa de la muerte y vivir en un mundo en el que está presente el pecado por doquier y en la propia biografía personal y no sólo la tentación, el retorno al Paraíso lo es hasta cierto punto. La vida del bautizado es la vida de un redimido, mientras que la de Adán era la de quien había sido creado en comunión con Dios.

S. Juan Crisóstomo, en su homilia sobre la parábola de los viñadores homicidas del evangelio según S. Mateo, pone a los monjes, ya en vida paradisíaca, como ejemplo para los feligreses que lo escuchan; creo que merece la pena la larga cita:

Ya desde aquí piensan en las cosas del reino de los cielos, conversando con los bosques, con las montañas, con las fuentes, con el silencio y la soledad inmensa y, antes que todo, con Dios. Y como aquella su pobre choza está libre de todo ruido, así su alma está limpia de toda pasión y de todo vicio, y ligera, y ágil, y más pura que el aire más límpido. El trabajo de los monjes es el mismo que el de Adán al principio, antes de su pecado, cuando estaba vestido de gloria y conversaba familiarmente con Dios y habitaba aquel lugar donde toda bienandanza tenía su asiento. ¿Es que le van, en efecto, a la zaga los monjes a Adán cuando antes de su desobediencia fue puesto por Dios para cultivar el paraíso? Ninguna preocupación mundana atormentaba a Adán y ninguna atormenta a los monjes. Con pura conciencia conversaba Adán con Dios y con pura conciencia conversan con Él los monjes. O, por mejor decir, tanto mayor es la confianza que éstos tienen con Dios cuanto es mayor la gracia que les suministra el Espíritu Santo.

Pues bien, pese a las consecuencias del pecado original, que expolió al hombre de los bienes de gracia y lo hirió en los de naturaleza, el bautismo nos devuelve a la vida de gracia y nos capacita para recuperar, hasta cierto punto, la vida paradisíaca. Mediante la purificación del corazón, el monje llegaba a la apátheia, ya no se dejaba llevar por la corriente de sus pasiones y pensamientos, y desde allí tenía acceso a la verdadera gnosis (conocimiento) y a la parrhesía, a la familiaridad de trato con Dios.

¿Esto, que está en el horizonte del cenobita y del eremita, es lo mismo que saber combatir contra vicios y pensamientos o es un paso previo, el inmediatamente anterior? Difícil de responder. En cualquier caso, como contrapunto de los anacoretas, los giróvagos sirven a las propias pasiones, están presos de sus afectos desordenados. Y lejos de la estabilidad del cenobita y del ermitaño, van de un monasterio a otro sin quietud interior; sosegadamente no se pueden reposar en ningún lugar, porque su interior no está en el Paraíso.

Y esa vida paradisíaca no debería ser únicamente patrimonio de los monjes, sino anhelo de todos y, por ello, la purificación del corazón habría de estar presente en nuestra vida.

[El precioso dibujo es cortesía de una contertulia del blog]

sábado, 7 de julio de 2012

I – Tipos de monjes (4)

Por las noticias que S. Gregorio Magno nos da de S. Benito en los Diálogos, éste comenzó su vida monástica siendo ermitaño. Lo cual sería extensible a toda la historia del monacato cristiano, el cenobitismo de S. Pacomio surgió después de que la vida eremítica de S. Antonio el Grande diera muchos frutos. Por otra parte, aunque ha habido vinculación entre lo uno y lo otro en distintas formas, no pocas veces se han dado la vida cenobítica y la eremítica en paralelo.

Sin embargo, en la Regla parece que fuera el anacoreta un delicioso fruto de la vida comunitaria. Lo cual tampoco es un intento de dirimir la clásica disputa sobre la superioridad de una forma de monacato sobre la otra. En esto creo que no entra el capítulo, lo que en él más interesa es la definición primera del monje que va a ser el objeto de interés de toda la obra.

Los dos tipos buenos de monjes tienen dos nombres cada uno; por un lado, los cenobitas o monasteriales y, por otro, los eremitas o anacoretas. Esta denominación nos da una primera aproximación a estas formas de vida. Los primeros llevan vida en común (koinóbion) en un monasterio, los segundos viven en el desierto (éremos) separados (anachoréo) de todo.

El ermitaño que nos presenta la regla ha sido alguien que ha vivido en el monasterio antes de lanzarse a la total soledad. Pero lo ha hecho no llevado por unos primeros fervores, sino una vez que ha llegado a sazón y está ya preparado para el combate espiritual sin necesidad del apoyo que da la cercanía de otros monjes. Lo que no quiere decir que el monasterio sea simplemente una escuela de ermitaños. Esa madurez espiritual no supone el que se tenga que dedicar el monje a la vida solitaria, sino sencillamente que puede hacerlo a partir de ese momento, si es que Dios le llama a ello. El monacato cenobítico, tal como es presentado en la Regla, parece estar abierto a la posibilidad de que, dándose la premisa señalada, el monje pase a ser un ermitaño.

Pero eso no quiere decir que no haya cenobitas que sean capaces de luchar, con la ayuda divina, en soledad con los vicios y los pensamientos. En el monasterio, nos encontramos, por tanto, con dos tipos de monjes: los que aún están aprendiendo el combate interior y aquéllos que ya han quedado conformados para llevarlo adelante en soledad. De entre estos, unos seguirán luchando en ese cuerpo de ejército en campaña que es la comunidad monástica, otros se adentrarán en el desierto, lejos de todos y todo, para entablar singular combate.