domingo, 30 de enero de 2011

Antífona de comunión TO-IV.2 / Mateo 5,3s

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5,3s).
La Eucaristía tiene un marcado carácter escatólogico, pues en ella vivimos anticipadamente las realidades futuras. Su celebración es vivencia de la vida futura, manadero de la misma para el tiempo presente y alimento para poder llegar a ella.

En el momento de la comunión, las Bienaventuranzas, gracias a la antífona, nos descubren matices de las mismas que, sin este contexto, fácilmente se nos escaparían. Dos de ellas nos salen al paso hoy.

Las Bienaventuranzas, entre otras cosas, nos hablan, en el ámbito eucarístico –y en general todo para el creyente lo es, pues todo ha de ser vivido por él desde la Cruz gloriosa–, de la actitud, de la preparación del comulgante. Dos nos encontramos hoy. Quien comulga ha de crecer en pobreza y mansedumbre y, en la medida que así lo hace, más en profundidad comulga, más comunión puede tener con la Pascua del Señor.

El creyente ha de dejar de agarrarse a las criaturas, ha de dejar de acumularlas, y pasar a tener una única riqueza, aquella en la cual lo demás lo es, tiene valor. Todo lo creado puede ser abarcado en una forma o en otra, más o menos por el hombre. Dios es inabarcable y, sin embargo, se entrega como don. No solamente es dejar de poseer lo creado, es, por gracia, aprender a poseer de manera nueva, pues es radicalmente distinto lo divino. Poseer sin abarcar, sin definir, sin limitar en nuestros límites lo poseído. Poseer lo que me define, lo que me abarca, lo que me posee, poseer al poseedor infinito y eterno que se da.

Y, en Él, tenerlo todo. Tener incluso el Reino de Dios, el reinar de Dios. Y, al estar en el ejercicio de su soberanía, ser también soberano, volver a ser ése que como visir divino fue colocado en medio del Edén. Paraíso terrenal en el que pregustamos la eternidad divina para la que fuimos creados, posesión mutua que no es sino participación en la vida divina, vida trinitaria en la que eternalmente las tres personas se poseen unas a otras y son poseídas por las otras.

Y el comulgante ha de dejar de ser fuente de voluntad para los demás y para sí mismo. La soberbia nos lleva a ser legisladores para nuestro entorno y la historia. Pretensión de dictar cómo ha de ir el curso de los acontecimientos, de qué es lo bueno y lo malo, de cuál sea el fin de las cosas, de lo oportuno y lo inoportuno. Con mansedumbre ante todo, el verdadero discípulo sabe que es la voluntad divina la que rige la historia, que es ella la que define la bondad. Dios lo hace todo bien e incluso lo que los hombres suelen considerar malo no es sino una palabra de amor hacia quien tiene que sufrirlo. Por cerradas que sean las posibilidades, en toda ocasión, Dios nos da oportunidad y gracia suficiente para hacer de nosotros en cada momento una oblación unida a la de Cristo.

Con mansedumbre, el comulgante acoge, al recibir el Cuerpo de Cristo, su Cruz. Y así puede heredar la tierra que es el cielo; es, por medio de la comunión en la entrega de sí que hace el Sumo y Eterno Sacerdote, cómo entramos en la dicha de la resurrección.

[El comentario a la otra antífona de comunión lo podéis encontrar aquí]

sábado, 29 de enero de 2011

Antífona de entrada TO-IV / Salmo 106(105),47

Sálvanos, Señor Dios nuestro; reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias a tu santo nombre, y alabarte será nuestra gloria (Sal 106(105),47).
El Salmo se refería antaño, antes de la Cruz del Señor, a los pecados del pueblo de la antigua alianza, la reunión lo era de aquellos que se encontraban en la diáspora. El pueblo de la nueva alianza es formado por hombres de todas las naciones, de todos los pueblos, de todas las culturas y vienen de estar entre gentiles para pasar a formar parte del pueblo de Dios.

En muchos casos, en algunas regiones de manera muy mayoritaria, el hecho de haber sido bautizado en la infancia y con numerosos antepasados bautizados puede, con facilidad, hacer perder esta perspectiva. Todos procedemos del pecado original, hayamos sido bautizados de niños o de adultos, todos somos hechos miembros del pueblo de Dios. Serlo no es un dato cultural; ser hecho hijo de Dios es un don sobrenatural.

El ser salvados por Dios, el ser reunidos por Él ha de estar presente en nuestra manera de celebrar la Eucaristía. Nunca es un logro nuestro la asamblea, nunca es fruto de un contrato social, no es creación nuestra la comunión, sino un don que se nos ofrece desde la Cruz.

Pero esa actitud que nos vuelve al Dios que nos ofrece su misericordia para pedirle que nos salve y reúna a los hombres dispersos por el pecado, no ha de ceñirse nada más a los que ya se reúnen tras el bautismo a celebrar la Pascua del Señor. El deseo de que todos los hombres formen parte de la asamblea litúrgica ha de volverse oración al comienzo de la misa y anuncio evangélico al término de la misma.

Esa experiencia de don gratuito del cielo de nuestra salvación y de la comunión eucarística de la que formamos parte, hace que por nuestra parte, la celebración del memorial del misterio pascual sea el lugar por excelencia de nuestra acción de gracias y de nuestra alabanza. En ello, está nuestra gloria.

martes, 25 de enero de 2011

lunes, 24 de enero de 2011

Disculpas

Dada mi torpeza, accidentalmente he borrado un montón de comentarios de golpe y no hay manera de recuperarlos. Disculpadme los comentaristas por este error.

domingo, 23 de enero de 2011

Antífona de comunión TO-III.2 / Juan 8,12

Yo soy la luz del mundo –dice el Señor–, el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8,12).
El Bautismo es el sacramento de la iluminación. En él recibimos la luz y somos hechos, como discípulos de Cristo, luces del mundo. Pero nosotros no somos la Luz. Como la vela del neófito se enciende en el Cirio Pascual, así nosotros somos iluminados en la luz del mundo que es el Señor.

Iluminados porque, al recibir la virtud teologal de la fe, somos capacitados para ver la Luz: «tu luz nos hace ver la luz» (Sal 36,10). Podemos conocer la Verdad, podemos conocer a Jesús y, por medio de Él, al Dios uno y trino y su designio de salvación para los hombres. Y es Él, quien nos ha encendido, quien nos pone en el lugar apropiado para que podamos iluminar a toda la casa (cf. Mt 5,15).

La Eucaristía, memorial del misterio pascual, de la muerte y resurrección del Señor, es un encuentro con el que es la Luz. Al acercarnos a comulgar, estamos respondiendo a su llamada, estamos siguiendo a la Luz del mundo que nos atrae, en medio de las tinieblas del mundo torturado por el pecado, hacia el puerto seguro de la Jerusalén celeste. Al comulgar, nos alimentamos de la Luz y alimentamos esa velita encendida en nuestro bautismo para que siga brillando.

sábado, 22 de enero de 2011

Antífona de entrada TO-III / Salmo 96(95),1.6

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Honor y majestad le preceden, fuerza y esplendor están en su templo (Sal 96(95),1.6).
Nuestra llegada a la celebración está precedida por el honor y la majestad del Señor que nos atrae hacia Él. Y en la celebración nos muestra su fuerza y esplendor de una manera inigualable, pues su Cuerpo y su Sangre se hacen presentes verdadera, real y sustancialmente. En el templo construido con materiales y, al comulgar, en el que es cada creyente.

El salmista, en la antífona, no puede por menos que hacernos una llamada, que le cantemos, al que nos llama para participar en su misterio pascual y dársenos, un cántico nuevo.

No simplemente un hablar nuevo, sino un cántico. El cantar es un decir hermoseado por las alturas y el discurrir melódicos, por la armonía concurrente de distintas voces. Y es un decir en el que más activamente entra nuestro cuerpo, más nos decimos; los pulmones se dan al máximo y nos convertimos en caja de resonancia de los armónicos. En el canto, nos es más fácil salir de nosotros mismos e incluso hacemos participar a las cosas materiales: las piedras y bóvedas se hacen eco del cantar y hacemos sonar instrumentos.

Y no un cántico sin más, sino uno nuevo. ¿Acaso con la novedad de la moda que tarde o temprano pasa? ¿Con lo nuevo temporal que acaba por envejecer? ¿Lo ingenioso, ocurrente o genial? ¿Cual será la novedad del canto para el Señor? La novedad del cántico está en la novedad del cantar y lo cantado.

Cantar con quienes cantan eternamente al Señor, participar en la liturgia del cielo, solamente es posible si con gracia cantamos, con la que nos da el cielo, con la que, sin dejar de ser hombres, somos divinizados. Ahí estamos ya, en este mundo caduco, en la novedad de lo verdaderamente original, de quien sin tener origen es el origen de toda criatura. Y, al ser increado, Dios es el eternamente nuevo; porque no ha empezado a serlo, la acción pura que es es eternal presente. Nunca pendiente de llegar a ser, nunca necesitado de ser sostenido en la existencia, nunca temeroso de perderla.

Cantar de palabras nuevas, porque el que salmodia canta las palabras divinas, aquellas con que en lengua humana se dice el eterno Verbo. Canto nuevo en la tierra, pues lo que le da novedad no es causado en este suelo; en medio de la historia, es cantado el misterio.

viernes, 21 de enero de 2011

De dioses y hombres

[La ilustración de hoy la cede el otro hijo de la lectora de ayer]

De dioses y hombres (Des hommes et de dieux, 2010) es una película sencilla y profunda. Para hacer un film bueno, basta una dirección correcta y un buen guión; sobre esta base, todo lo demás que se añada mejorará el resultado final, pero, sin esto, hay poco que hacer.

Xavier Beauvois dirige más que correctamente –preciosa luz y colores en los exteriores– y el guionista Etienne Comar y el propio director parten de una historia sobrecogedora, dramática y, por ello, profundamente humana. Si hubiera sido trágica, algo de humanidad se nos habría hurtado. En el drama, por doloroso que éste sea, tenemos una historia abierta, en la que el hombre, hasta el último momento, tiene la posibilidad de definirse, incluso ante lo inevitable; y abierta también a que sea más que meramente humana.

La historia que narra nos estremeció hace años, en los momentos de la gran crueldad del islamismo terrorista del GIA argelino. En Tibhirine, hay un priorato trapense, Ntra. Sra. del Atlas. Allí, en la última semana de Cuaresma de 1996, siete monjes fueron secuestrados y, al no ceder los gobiernos de Argel y Francia a las peticiones terroristas, fueron asesinados la última semana de Pascua.

Sabían lo que ocurría a su alrededor, sabían que les podía ocurrir; especialmente desde la noche de Navidad. La película refleja la presencia de estos hombres en una sociedad abrumadoramente islámica y el contraste de su caridad con la presencia del terror islamista sobre los argelinos. Pero también el proceso de esos hombres de oración, de su superación del miedo, de sus deseos de huir, hasta poder llevar a plenitud la entrega que un día, en la profesión monástica, hicieron al Amor más grande.

Sí, es una historia de amor, de enamoramiento profundo, de saber amar hasta al enemigo. Pero una historia de hombres. Su debilidad es patente y esto hace manifiesto de dónde les viene la fortaleza. La oración desde la fragilidad llega a convertirse en un grito en medio de la noche.

Es una lástima que no se hayan subtitulado los cantos litúrgicos. Éstos son un gran acierto del guión; la selección de horas litúrgicas, himnos, salmos, gestos,... son la mejor glosa explicativa de lo que está pasando. Más aún, el amante de la liturgia encuentra nuevas profundidades en la oración encarnada en una historia de amor crucificado.

Muchos cristianos siguen siendo asesinados, por serlo, en el mundo. No todos los discípulos de Cristo están llamados al martirio, pero todos tienen la vocación de amar con amor divino.

jueves, 20 de enero de 2011

El nihilismo de Sartre. Apunte


[Estoy participando, en este curso, en un seminario de filosofía sobre el existencialismo de Sartre y Heidegger. Ayer me tocó exponer sobre la primera mitad de la conferencia El existencialismo es un humanismo de Sartre. Aquí os copio parte de mi exposición. Se trata de un apunte, no es algo terminado y definitivo. La ilustración nos la envía el hijo de una lectora del blog. Es bastante mejor que los párrafos siguientes]

Sto. Tomás, en De ente et essentia, trata el tema de la esencia y la existencia en un contexto en el que, lo mismo que en Sartre, también tiene un lugar destacado Dios; pero lo tiene en un sentido muy distinto, no por su negación, sino precisamente porque su afirmación comporta la de lo trascendente y distinto a las realidades creadas y, al hacerlo, se muestra la diferencia entre esencia y existencia.

El Aquinate, al comienzo de este opúsculo(1), procura dejar en claro los conceptos principales que va a emplear. Tras exponer los dos modos en que se puede usar ente –el que se divide en las diez categorías y el que significa la verdad de las proposiciones(2)– y hacer una primera aproximación al significado de esencia, se detiene a aclarar los distintos sentidos en que se emplea ésta: quidditas, forma, natura.

En la definición de algo, se indica lo que es esa cosa, es decir, su quid, aquello por lo cual ella se constituye en su propio género; aquí esencia es quidditas(3), esto es lo que se significa en la definición. Se trata, en este caso, de responder a la pregunta quid est hoc? Sto. Tomás recuerda, a este respecto, una expresión frecuente en Aristóteles(4): quod quid erat esse. Se puede usar esencia también en el sentido de forma (morphe), ya que por ésta se tiene certeza de lo que una cosa sea(5). Y en el sentido de natura (physis) en cuanto la esencia es principio de la operación propia de la cosa(6). Pero, aunque usado el término en distintos sentidos, para Sto. Tomás la esencia es propiamente aquello por lo que y en lo que el ente tiene ser: «essentia dicitur secundum quod per eam et in ea ens habet esse»(7).

Más adelante, en esta misma obra, el Doctor Angélico, expone la diferencia que hay entre sustancia simple y compuesta; ésta comprende materia y forma, mientras que la simple solamente tiene la forma(8). Como acabamos de señalar, esencia se puede emplear en el sentido de forma; en el caso de las sustancias simples, no es solamente que la forma nos dé la certeza de lo que sea la cosa, es que la esencia consiste precisamente en la forma, pues es una sustancia simple en la que no hay materia, es aquello por lo que y en lo que tiene ser. Ahora bien, y esta es la cuestión crucial en lo que ahora nos interesa, Sto. Tomás tiene que salvar la simplicidad divina. ¿Es que las sustancias simples tendrían una simplicidad omnímoda como la divina?

Pese a que no haya, en las sustancias simples, composición de materia y forma, sin embargo, la suya no es una simplicidad absoluta, no son un acto puro, sino que la composición que encontramos en ellas es de potencia y acto, pero de manera distinta a como se da entre la materia y la forma. En las sustancias simples, la quidditas, señala Sto. Tomás, se diferencia de la existencia, ya que se puede pensar aquélla con independencia de que exista esa esencia pensada; lo cual hace evidente, al Aquinate, que la esencia sea distinta al ser(9). Esto sería así con una única excepción, la de algo cuya quidditas consistiera en ser; esta cosa necesariamente sería única y primera(10), ya que para que haya multiplicitad de algo tiene que haber composición de algún tipo.

Esta res una et prima, cuya esencia es lo mismo que su existencia, es Dios(11). De ahí que para Sto. Tomás el nombre “El que es” sea el más propio de Dios(12). Pero, para llegar a saber de su existencia, Sto. Tomás precisará de sus conocidas vías(13). No como Descartes(14) para quien, en la idea de un ente cuya esencia sea su existencia, se manifiesta la necesidad de la última.

En el pensamiento del Aquinate, la esencia precede a la existencia; sin ésta, la esencia es solamente potencia pendiente de actualidad. Y esto se da de manera absoluta en la mente divina; en ella, no solamente está la idea/forma del mundo, a cuya semejanza fue creado por Dios(15) en tanto que uno, sino también la de todas las cosas creadas(16).

Pero, para Sartre, Dios no existe y, por tanto, no hay ningún ser cuya esencia sea su existencia; lo cual tendrá serias consecuencias. En esta primera parte de su conferencia, da dos pasos, primero aborda lo que es el hombre, el ser, y posteriormente entra en el terreno de la moral, en sus fundamentos, que se desprenden de lo anterior y que sustentan el deber ser, pero un deber ser vacío, siempre pendiente de ser llenado por el hombre, cuyo único deber es decidir libremente y deber ser que es una condena.

Toda la exposición nace como un intento de responder a las objeciones que se le hacen al existencialismo, pero llamativamente ninguna de las que recoge El existencialismo es un humanismo se fija en la inversión central, es decir, que la existencia preceda a la esencia, sino solamente las referentes a lo moral o estético; como habrá que ver en la segunda parte de la conferencia, para nuestro autor, el existencialismo es una doctrina de acción.

Como existencialista ateo, enraíza su pensamiento en la inexistencia de Dios y de ello trata de sacar las últimas consecuencias. Si Dios no existe, para él, no hay una idea de la esencia de hombre y, por tanto, su existencia precede a la esencia; lo cual no parece que ocurra con las demás realidades. ¿Por qué, si Dios no existe, la esencia, en las otras cosas precede a la existencia; no cabría esperar lo mismo en las otras realidades? Por otra parte, no parece necesaria la precedencia de la existencia a la esencia para que se cumpla el aserto de Dostoievski citado por Sartre; aunque habría que señalar que en el escritor ruso esta cuestión va unida a otra, que le da mayor espesura; no solamente la inexistencia de Dios permitiría hacer cualquier cosa, también se precisa que no haya vida eterna: «¿Qué será después de esto del hombre, sin Dios y sin vida futura? Porque entonces todo será lícito, todo se podrá hacer»(17). La inexistencia de Dios es la raíz del existencialismo sartreano y esto tiene, para él, consecuencias ontológico-antropológicas y morales. Empecemos por lo primero.

La primera secuela de la inexistencia de Dios, la cual nunca es justificada por el conferenciante, es que, al menos, hay una cosa en la cual la existencia precede a la esencia y ésta es, para nuestro autor, la definición del existencialismo, tanto del ateo como del cristiano, aunque este último no parta de la misma premisa que Sartre. Pero el existencialismo también se puede definir diciendo «que hay que partir de la subjetividad» [14], por ello, dice que el existencialismo es «una doctrina que hace posible la vida humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y toda acción implica un medio y una subjetividad humana» [11]. En este último caso, el existencialismo vendría definido por la subjetividad como punto de partida, pero, para él, esto es consecuencia de la precedencia de la existencia en relación a la esencia.

Ahora bien, ¿qué significa que la existencia preceda a la esencia? Sartre se sirve de una antítesis para explicarlo; primero nos dice qué significa que la esencia preceda a la existencia. Y, para ello, se sirve de un símil, la factura de algo, en el que se nos da una definición de esencia: «conjunto de recetas y de cualidades que permiten producirlo y definirlo» [15]. Esto sería precisamente lo que haría Dios al crear al hombre: «El concepto de hombre, en el espíritu de Dios, es asimilable al concepto de cortapapel en el espíritu del industrial; y Dios produce al hombre siguiendo técnicas y una concepción, exactamente como el artesano fabrica un cortapapel siguiendo una definición y una técnica» [15s]. De ello, cabe destacar que esencia se asimila a concepción/definición y que tiene dos aspectos: el cómo del hacer la cosa y el qué de la cosa. De modo que esencia no es empleado en el sentido de quidditas, porque no solamente contiene el quid de la cosa, sino también el quomodo; por lo que estaríamos propiamente, permítaseme el bruto neologismo, ante la esencia entendida como quidquomoditas.

En esta visión, el hombre tendría una naturaleza, entendida como quidquomoditas, que se identifica con el concepto –«esta naturaleza humana, que es el concepto» [16]–, que está en el entendimiento divino y se realiza en cada hombre individual. Pero sea cual fuere el hombre concreto y sus circunstancias, todos «están sujetos a la misma definición y poseen las mimas cualidades básicas» [16s]. Pese al uso un tanto promiscuo de las distintas acepciones de esencia en Sartre, lo que domina es que ésta se identifica con definición, entendida desde la quidquomoditas: el hombre sería el que tiene unas determinadas cualidades y ha sido producido de una determinada manera; su vida debería responder a la definición de sí que predeterminada encuentra.

Aunque la creación se distancie de la factura de un cortapapeles por ser aquélla ex nihilo sui et subiecti, esta quidquomoditas, digámoslo, se acerca a la visión bíblica. El hombre se diferencia de las demás criaturas no solamente por tener un quid distinto, sino también por el quomodo; solamente él ha sido creado a «imagen y semejanza» (Gn 1,26). Así pues, no solamente es animal dotado de logos, es también, como gustaba decir Orígenes, «imagen de la imagen», es decir, imagen del Hijo, pues «Él es imagen del Dios invisible» (Col 1,15). Mas dejemos este breve excursus teológico y volvamos a la filosofía.

Sartre, sin embargo, ni cree en la creación ni en Dios; lo cual, en unión a su idea de esencia, traerá sus consecuencias: el hombre «existe antes de poder ser definido por ningún concepto» [17]. ¿Pero qué queda por definir en él, el quid o el quomodo? El hombre «se encuentra, surge en el mundo» [17], pero como algo por hacer, «empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir» [18]. Es un algo, pero incompleto. Que la existencia preceda a la esencia no quiere decir, para nuestro autor, que sea existencia pura, lo que sería tanto como decir que es Dios; es algo, pero a medio hacer, por eso es «un proyecto» [18] y «empieza por no ser nada» [17]. ¿Es que el hombre visto como creatura no se hace en su hacer? ¿Y en qué consiste ese algo que empieza por ser el hombre?

En la segunda parte del texto, como se verá en su momento, Sartre dice que el hombre tiene condición y todos tienen la misma; es ese algo que empieza a existir teniendo condición y ésta es «el conjunto de límites a priori que bosquejan su situación fundamental en el universo» [47]. Aunque dicho de forma negativa, el hombre empieza a existir, pero no como una existencia pura, sino con una determinada condición que lo sería al menos de una cualidad a la que limitaría a priori: la libertad. Aunque no lo diga Sartre explícitamente, la condición constaría de lo condicionante, el conjunto de limitaciones, y lo condicionado, ese algo que se encuentra en el mundo con una libertad a la que está condenado. El hombre tendría, por tanto, condición, existencia y esencia. Ésta sería lo por hacer y lo hecho por él en el ejercicio de la libertad. ¿Incluiría ésta ese punto de arranque, lo condicionado, sobre el cual es posible la decisión? Y si no hay vida eterna, ¿cabría hablar propiamente de una definición en este sentido? ¿No sería todo una pretensión de definición siempre imposibilitada por la muerte? ¿No sería entonces el hombre un proyecto siempre inconcluso?

La quidquomoditas aparece, por tanto, escindida, ya que de alguna manera ha tenido que ser hecho eso que surge en el mundo y tiene una condición, pero tiene además en el futuro un quid por hacer de una manera, quomodo, precisa: por sus elecciones; y ahí, en lo por-hacer, es donde se encuentra lo que Sartre entiende por esencia. La gran diferencia con el hombre como creatura es que éste tendría predefinido el a-dónde de su quehacer; ambas tablas del díptico estarían previamente unidas por la misma mano, la del Creador. En cambio, el hombre del existencialismo ateo no tiene un fin último predefinido, no nace inmergido en una teleología. Por eso es «un proyecto que se vive subjetivamente» [18] y, en su subjetividad, el futuro está en blanco.

«El hombre está condenado a ser libre» [27]. Condenado porque hay un hacer en el que él no ha intervenido y lo ha puesto en el mundo; libre porque el quehacer se le presenta nudo, vacío, está solo para hacer sin que pueda no hacer. De ahí que «partir de la subjetividad» y que «la existencia precede a la esencia» vengan a ser sinónimos, pues la esencia es el quehacer desde la subjetividad. Aquí tenemos el manadero de la ética sartreana.

El existencialismo, digámoslo de nuevo, es «una doctrina que hace posible la vida humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y toda acción implica un medio y una subjetividad humana» [11]. Hace posible la vida humana porque el hombre es libre de toda definición y libre para cualquier cosa; al no haber Dios, está libre hasta de su propia esencia y para poder definirla de cualquier manera sin que haya nada que determine que una opción sea mejor que la otra. La libertad, que es entendida como mera elección, en buena medida, queda definida como arbitrariedad; el hombre está condenado a inventar una definición de sí, pero puede elegir la que quiera.

Si el hombre no tuviera condición, límites a priori, sería muy parecido al Dios del voluntarismo extremo, pues, en tal caso, además de poder elegir cualquier definición tendría la omnipotencia para que fuera realizable. Entonces sí que sería verdaderamente legislador para todos, porque la definición de hombre elegida no sería una mera proposición a los demás, que es a lo más que puede llegar, por mucho que diga Sartre que elige a la humanidad entera.

Aparentemente podría parecer que, al menos en lo que al hombre respecta, este existencialismo sería un nominalismo, pues al no haber una esencia de hombre, esta palabra, “hombre”, sería solamente un flatus vocis, solamente habría individuos. Sin embargo, ¿no sería más bien lo contrario? ¿No dejaría de haber individuos?

El hombre está libre de su esencia, libre para cualquier cosa, pero ¿en dónde es libre? El hombre es libre en la angustia, el desamparo y la desesperación. Ahora bien, ¿es esto lo radical? Si Dios no existe, el hombre ciertamente está en la angustia, el desamparo y la desesperación, pero en donde es libre es en la nada, en el nihilismo más absoluto. Si en el subjetivismo está implicada toda verdad y acción, el subjetivismo definido sartreanamente, lastra la posibilidad de cualquier verdad y la acción queda sumida en el sinsentido. Si cualquier elección está permitida; si no hay nada que diga qué es mejor, sino sólo el propio subjetivismo solo y arbitrario. Si cualquier elección tiene el mismo término, esto es, la muerte, que equivale a la indefinición permanente, entonces todas las definiciones de hombre serían iguales, todo valdría nada. Recordemos que x es igual a –x solamente en un caso, cuando x es igual a cero. Por consiguiente, el hombre estaría siempre definido por el más tremendo nihilismo y siempre, eligiera lo que eligiera, sería nada; no solamente la existencia no precede a la esencia, es que ésta es nada, solamente «una pasión inútil»(18). El existencialismo sartreano no es un humanismo, es un nihilismo.

Ciertamente el hombre se diferencia de las cosas materiales en que ha de definirse en orden a un fin. Pero no parece forzoso que tenga que concretarse la cuestión como en Sartre. Ortega, por poner solamente un ejemplo sin salirnos del s. XX, años antes que el francés, planteó esto, pero de modo muy distinto: «El hombre es la única y casi inconcebible realidad que existe sin tener un ser irremediablemente prefijado, que no es desde luego y ya lo que es, sino que necesita elegirse. ¿Cómo lo elegirá?»(19). La gran diferencia está en que el filósofo madrileño consideró que ante el hombre no estaba la nada, el hombre no inventa, sino que responde positiva o negativamente a una llamada, a una vocación: «Esta llamada hacia un cierto tipo de vida o, lo que es igual, de un cierto tipo de vida hacia nosotros, esta voz o grito imperativo que asciende de nuestro más íntimo fondo es la vocación»(20). Pero eso que llama al hombre, a cada uno en concreto, no lo lanza a la alienación, sino a él mismo, a la autenticidad: «La vocación es, pues, sentirse llamado a ser el ente individualísimo y único que, en efecto, se es. Toda vocación es, hablando con rigor, vocación para ser yo mismísimo, me ipsimum»(21).

Parece, por tanto, que la esencia, como algo abierto a ser realizado o frustrado, tendría para Ortega una determinada existencia por hacer. La existencia no precede a la esencia, sino que es, para él, la posibilidad de realizarla. Y, en consecuencia, la ética orteguiana tiene aquí su fundamento. Apoyándose en Píndaro y tomando distancia del imperativo kantiano dice contra una ética formal vacía de contenido:

El deber no es único y genérico. Cada cual traemos el nuestro inalienable y exclusivo. […] Yo no puedo querer plenamente sino lo que en mí brota como apetencia de toda mi individual persona. […] No midamos, pues, a cada cual sino consigo mismo: lo que es como realidad con lo que es como proyecto. “Llega a ser el que eres”. He ahí el justo imperativo…(22).

Pero, si no hay Dios ni vida eterna, ¿tiene esto sentido? ¿No caería también devorado por el nihilismo?

NOTAS

(1) Cf. Sto. Tomás de Aquino, De ente et essentia, c. I, 3ss.

(2) Cf. Aristóteles, Metaphysica, V, 7-9.

(3) «Et quia illud, per quod res constituitur in proprio genere vel specie, est hoc quod significatur per diffinitionem indicantem quid est res, inde est quod nomen essentiae a philosophis in nomen quiditatis mutatur» (De ente, c. I, 5).

(4) «to ti en einai» (Metaph., VIII, 3, 1043b1).

(5) «Dicitur etiam forma secundum quod per formam significatur certitudo uniuscuiusque rei» (De ente, c. I, 5).

(6) «Tamen nomen naturae hoc modo sumptae videtur significare essentiam rei, secundum quod habet ordinem ad propriam operationem rei, cum nulla res propria operatione destituatur» (Ibid.). Habría que añadir que en cuanto la esencia es referible a muchos individuos se habla de esencia universal, es decir, se usaría en el sentido de sustancia segunda.

(7) Ibid.

(8) Cf. Ibid., c. IV, 32.

(9) «Ergo patet quod esse est aliud ab essentia vel quiditate» (Ibid., c. IV, 33).

(10) «Nisi forte sit aliqua res, cuius quiditas sit ipsum suum esse; et haec res non potest esse nisi una et prima, quia impossibile est, ut fiat plurificatio alicuius nisi per additionem alicuius differentiae, sicut multiplicatur natura generis in species, vel per hoc quod forma recipitur in diversis materiis, sicut multiplicatur natura speciei in diversis individuis, vel per hoc quod unum est absolutum et aliud in aliquo receptum […]. Si autem ponatur aliqua res, quae sit esse tantum, ita ut ipsum esse sit subsistens, hoc esse non recipiet additionem differentiae, quia iam non esset esse tantum, sed esse et praeter hoc forma aliqua; et multo minus reciperet additionem materiae, quia iam esset esse non subsistens sed materiale. Unde relinquitur quod talis res, quae sit suum esse, non potest esse nisi una. Unde oportet quod in qualibet alia re praeter eam aliud sit esse suum et aliud quiditas vel natura seu forma sua» (Ibid.).

(11) Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 3, a. 4; I, q. 11.

(12) «Cum esse Dei sit ipsa eius essentia, et hoc nulli alii conveniat, ut supra ostensum est, manifestum est quod inter alia nomina hoc maxime proprie nominat Deum, unumquodque enim denominatur a sua forma» (Ibid., I, q. 13, a. 11).

(13) Cf. Ibid., I, 2, 3.

(14) Cf. René Descartes, Meditations métaphysiques, V.

(15) «Necesse est ponere in mente divina ideas. Idea enim Graece, Latine forma dicitur, unde per ideas intelliguntur formae aliarum rerum, praeter ipsas res existentes. […] Quia igitur mundus non est casu factus, sed est factus a Deo per intellectum agente, ut infra patebit, necesse est quod in mente divina sit forma, ad similitudinem cuius mundus est factus. Et in hoc consistit ratio ideae» (Summa Theol, I, q. 15, a. 1; cf. q. 19, a. 4; q. 44, a. 3).

(16) «Ratio autem alicuius totius haberi non potest, nisi habeantur propriae rationes eorum ex quibus totum constituitur […]. Unde sequitur quod in mente divina sint plures ideae» (Ibid., I, q. 15, a. 2).

(17) Fiódor M. Dostoievski, Los hermanos Karamázov, 11,4.

(18) Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, 4,2,3.

(19) José Ortega y Gasset, “Misión del bibliotecario”, en: Id., Obras Completas V (Madrid 2006) 350.

(20) José Ortega y Gasset, “Sobre las carreras”, en: Ibid., 298.

(21) José Ortega y Gasset, “[¿Qué es la vida? Lecciones del curso 1930-1931]”, en: Id., Obras Completas VIII (Madrid 2008) 439.

(22) José Ortega y Gasset, “Estética en el tranvía”, en: Id., Obras Completas II (Madrid 2004) 181.

lunes, 17 de enero de 2011

Antífona de comunión TO-II.2 / 1 Juan 4,16

Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él (1Jn 4,16).
La Eucaristía es memorial del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, pues lo es de su misterio pascual. Esto hace que la celebración sea un lugar de encuentro con ese amor, no de un conocimiento conceptual del mismo, sino que lo que se hace presente es el amar mismo de Dios.

Y que sea encuentro, que ese Amor nos salga al encuentro, quiere decir que la Eucaristía es lugar para conocer cómo es ese Amor, conociéndolo en cómo me está amando. Jesús revela quién es Dios y su misterio de salvación para con nosotros. Jesús al realizar la voluntad salvífica de Dios desvela quién es Dios y Dios se revela, como Amor que es, amándonos en Jesús. El Amor no es una cosa estática, es acción y la pura acción es Amor, es amar y el Amor es pura acción pura. Dios no tiene la inmutabilidad de una piedra inerosionable, sino la de la sola acción pura, sin sombra de potencia. Su inmutabilidad no es inacción, sino pura acción. Conocemos a Dios en su acción y su acción nos lo desvela. La humanidad de Cristo es perceptibilidad de acción divina, del Amor.

Pero ese amor de Dios manifestado en la oblación crucial de Cristo es cognoscible por fe. En la presencia sacramental del misterio pascual, en la recepción en la comunión del don de sí mismo que Jesús hace, conocemos y creemos que el amor de Dios para con nosotros es; no es una ilusión, ni un concepto, ni una proyección, sino que es. El Amor es Verdad.

[Un comentario a la otra antífona de comunión de este formulario segundo del Tiempo Ordinario lo tenéis aquí]

domingo, 16 de enero de 2011

Antífona de entrada TO-II / Salmo 66(65),4

Que se postre ante ti, ¡oh Dios!, la tierra entera; que toquen en tu honor; que toquen para tu nombre ¡oh Altísimo! (Sal 66(65),4).
La Eucaristía es un acto de culto. Al comenzar la celebración, esta antífona nos pone en actitud de adoración a Dios. Ciertamente el sacramento es para el hombre, pero éste nunca es el centro. Todos los sacramentos, cada uno con su matiz propio, son para el hombre, para que pueda adorar y alabar a Dios, que es ahí donde encontramos plenitud; mas sin la gracia esto no nos es posible.

La Eucaristía es memorial del Sacrificio redentor, el cual lo fue para nuestra salvación; pero, a la par y ante todo, pues Dios siempre es lo primero, fue la ofrenda de culto que el hombre nacido lejos de la gracia no podía realizar. El misterio pascual realiza nuestra redención para que nosotros podamos unirnos a la oblación al Padre de Cristo en la Cruz.

Al final de la plegaria eucarística, el sacerdote toma la patena con el cuerpo de Cristo y el cáliz con su sangre, los sostiene elevados y dice:
Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
Entonces el pueblo aclama con la que tal vez sea la palabra más importante que pronuncie en toda la celebración: "Amén". Con ella, se une a la oblación de Cristo y por medio del Sumo y Eterno Sacerdote, en la unidad del Espíritu, se ofrece como víctima en unión a la Víctima.

Los frutos de la tierra y del trabajo del hombre, el pan y el vino, han sido previamente presentados para ser transformados en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Y los creyentes, unidos al nuevo Adán, hacen lo que el viejo Adán no quiso hacer, su misión de liturgo, y ofrecen, en unión al Sacerdote, toda la creación material como acto de adoración. Toda la creación es para la adoración.

Y esta vocación universal al culto a Dios nos dice que todos los hombres están llamados a unirse a ella y, entonces, la antífona nos recuerda que, además de culto, la misa es misión; nos envía para que retornemos con más hombres que, hechos hermanos por el bautismo o reconciliados por la penitencia, se unan a la oblación que Cristo realizó de una vez para siempre.

viernes, 14 de enero de 2011

Antífona de comunión TO-I.2 / Juan 10,10

Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante, dice el Señor (Jn 10,10).
La Eucaristía no es para la presencia, la presencia lo es para el memorial del Sacrificio, que es culto al Padre y salvación para los hombres. La presencia eucarística tiene un valor infinito, de ahí que sea objeto de adoración, pero no es el fin último de la celebración.

El momento de la comunión acentúa uno de los aspectos del Sacrificio, el ser para la salvación de los hombres. Y de él se participa de una forma concreta. Había sacrificios de comunión en el AT, en los que parte de la víctima se ofrecía a Dios y otra parte era para un banquete sacrificial en el que participaban los oferentes. En el holocausto, esto no era posible, pues toda la víctima era para Dios.

En la Eucaristía, toda la Víctima se ofrece al Padre y se da también totalmente en alimento a los fieles. Se da como alimento de vida, pan vivo y vivificante bajado del cielo. Él se ha encarnado para que tengamos vida y no cualquiera, sino la vida divina. Y para ello se hace presente también en el altar.

[Aquí tenéis un comentario a la otra antífona de comunión de este primer formulario de misas del tiempo ordinario]

El sucedáneo de la religión y sus mandamientos ¿democráticos?

Os invito a leer el artículo que, sobre mi libro Religión en una democracia frustrada, ha escrito Teresa Gutiérrez de Cabiedes.

jueves, 13 de enero de 2011

Antífona de entrada TO-I / cf. Dan 7,9.10.13.14; Is 6,1-3

En un trono excelso vi sentado a un hombre, a quien adoran muchedumbre de ángeles, que cantan a una sola voz: "Su imperio es eterno" (cf. Dan 7,9.10.13.14; Is 6,1-3).
Esa antífona es lo primero que nos encontramos en los formularios de misas del tiempo ordinario. Este lugar hace que, de alguna manera, no solamente la antífona nos sitúe al comienzo de las celebraciones en que se cante ante el trono celeste, es que también lo hace con ese tiempo tan importante, aunque no se celebre en él ningún misterio en especial del Señor, el más prolongado a lo largo del año.

Al comenzar la celebración eucarística entramos mistéricamente a participar en la liturgia celeste, anticipamos, viviéndolo ya, la vida a la que estamos llamados por toda la eternidad. Los ángeles y los santos viven en perpetua alabanza a Dios. La adoración, el agradecimiento, la glorificación,... es desbordamiento de la plenitud que el Señor otorga en el cielo y, a la par, es fuente de felicidad, pues, aunque divinizados, los santos no dejan de ser hombres y, en la alabanza a Dios, encuentran su dicha.

Cristo glorificado, el Cordero inmolado y exaltado a la diestra del Padre, el Sumo y Eterno Sacerdote, es quien preside la celebración. En el Espíritu, nos unimos a su sacrificio, que es culto al Padre y salvación para los hombres. A la Víctima nos unimos, y al Hijo eterno del Padre, Dios verdadero, adoramos y glorificamos junto con los ángeles, los santos y María Virgen.
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (Ap 5,12).

sábado, 8 de enero de 2011

Antífona de entrada. Bautismo del Señor / cf. Mateo 3,16s


Apenas se bautizó el Señor se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre Él como una paloma. Y se oyó la voz del Padre, que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto (cf. Mt 3,16s).
Con Cristo, se abre al hombre el acceso al cielo, si bien su puerta es estrecha; aunque Dios quiere que todos los hombres se salven, esto no es sinónimo de que todos se vayan a salvar (cf. Mt 22,14). Al acudir a la celebración eucarística nos encontramos con las puertas del templo abiertas, es como un anticipo en la entrada en el cielo, pues vamos a celebrar en comunión con la liturgia celeste.

La asamblea, en la que participa cada creyente, es pneumática. Por el Espíritu Santo y su acción en los sacramentos, ante todo en la Eucaristía, Cristo constituye como Cuerpo suyo a la Iglesia, comunidad de los creyentes. Ella es Templo del Espíritu Santo y Éste es como el alma del Cuerpo Místico de Cristo, es principio de su vitalidad, de la unidad en la riqueza y diversidad de sus miembros y de la abundancia de carismas y dones que enriquecen a la Iglesia. Sin el Espíritu, no habría asamblea litúrgica. Y la epíclesis, la invocación del Espíritu, no se hace solamente sobre el pan y el vino, sino que también se invoca una segunda vez para «que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo» (Plegaria Eucarística II).

Y así como se oyó la voz del Padre en el Bautismo del Señor, así es el Padre quien da testimonio de Cristo (cf. Jn 5,37) y, por ello, podemos reconocer la voz de Jesús en la palabra proclamada y la presencia verdadera, real y sustancial de su Cuerpo y Sangreen el sacramento del altar; nuestra sola inteligencia es incapaz. La Eucaristía es un acontecimiento trinitario y nosotros participamos en él.

[Un comentario a la antífona de comunión de esta fiesta lo tenéis aquí]

viernes, 7 de enero de 2011

Antífona de comunión. Navidad.4 / Salmo 98(97),3

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios (Sal 98(97),3).
Por la Encarnación, Dios se hace perceptible para todos por la fe. Sin embargo, en su vida terrestre esto, de hecho, quedaba limitado a unos pocos. Por muchas que fueran las multitudes que se juntaran en determinados momentos, eran solamente un pequeño número de contemporáneos. La mayoría de los hombres de aquel tiempo no tuvo oportunidad de ver u oír a Jesús.

Nosotros distantes, no solamente en espacio, sino en tiempo, podemos contemplarlo bajo la apariencia de pan y vino. Allí donde se celebra la Eucaristía, la humanidad de Cristo, por la fe, es contemplada por quienes asistan a la celebración.

Pero no se trata de un Jesús en abstracto. Solemos llamar a la celebración de la Eucaristía Sacrificio y, no pocas veces, esto se entiende desafortunadamente reducido a la muerte en Cruz. Sin embargo, es el memorial del misterio Pascual. La Cruz es gloriosa, la muerte es vencida por la resurrección, el Cordero inmolado está vivo. Y la Gloria lo es del Crucificado, la Resurrección del que ha muerto, el Viviente es el Cordero inmolado.

Por eso podemos contemplar la Victoria, porque la Eucaristía es el memorial del misterio Pascual del Señor.

jueves, 6 de enero de 2011

Antífona de entrada. Epifanía / cf. Mal 3,1; 2 Crón 19,12


Mirad que llega el Señor del señorío: en su mano está el reino, y la potestad y el imperio (cf. Mal 3,1; 2 Crón 19,12).

La Eucaristía es epifanía, es manifestación de Dios, pues el que está presente se hace presente aún más. Presente en la asamblea, en el celebrante, en la Palabra proclamada, su Cuerpo se hace presente verdadera, real y sustancialmente sobre el altar. El que está llega aún más. Y el que está presente en el fiel se hace aún más presente al comulgar. Y ese acrecimiento de presencia es dilatación de esperanza en que llegará con presencia aún mayor; ya no bajo la apariencia de pan y vino, sino en gloria.

El que está y llega es el Señor, es el mismo Dios. Y la antífona nos hace una invitación a abrir la atención a esa llegada del que está y, sin embargo, lo está, mas trascendiendo siempre el mundo en que presente está. Una llamada a la contemplación y, a la par, una escuela de la misma. El presente y trascendente, el que está y llega, nos va indicando que la contemplación es quietud in-quieta, movimiento in-movil.

Porque no es simple mirar, sino mirarle a Él, a quien con su sola presencia todo jerarquiza en su torno, a quien se da como Amor que enamora, que eleva a participar en ese ser Amor, que eso en verdad es enamoramiento. Lo que no podemos Él lo puede, porque su reino es el reinar del Amor, y tiene la potestad y el imperio del Amor que Él es.

Mirar a Jesús es mirar al Amor que en-amora.


[Aquí tenéis un comentario a la antífona de comunión de la Epifanía]

miércoles, 5 de enero de 2011

Antífona de entrada. Navidad.4 / Isaías 9,6

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva a hombros el principado y es su nombre: "Mensajero del designio divino" (Is 9,6).
La antífona de entrada de la misa del día de la Navidad del Señor pone a los participantes en la celebración rápidamente en situación, tanto respecto al misterio del nacimiento de Jesús como a la Eucaristía misma.

La Encarnación del Hijo de Dios es un don, su humanidad es algo que siendo suyo es para nosotros, se hace hombre para donarse. Y lo hace de manera sacrificial. Ese niño, como Sumo y Eterno Sacerdote, se ofrece en la Cruz –trono de su principado que ha llevado a hombros– como culto agradable al Padre, el debido por todos los hombre e incumplido, y como salvación para los pecadores, que lo somos todos. Y a los fieles que participan en el memorial del sacrificio, se les entrega como salutífera y divinizadora comida. El niño ha nacido para nosotros y se nos entrega y se entrega.

Y su entrega pascual, realizada de una vez para siempre, se hace presente cada vez que celebramos la Eucaristía. Por eso, a los ojos de la fe, el sacramento eucarístico es encuentro con el mensajero, con el revelador celeste, que, en su oblación crucial, manifiesta en su realeza coronada de espinas la intimidad de Dios, nos trae noticia de su amor. Y ese mensajero desvela al Dios escondido en la realización del designio divino de salvación. En su hacer redentor se da a conocer el Amor.

martes, 4 de enero de 2011

Antífona de comunión. Navidad.3 / cf. Zacarías 9,9

Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu Rey que viene, el Santo, el Salvador del mundo (cf. Zac 9,9).
Con frecuencia aparece este texto en las fiestas marianas. Para María, es su alegría la concepción de su Hijo, en la que viene su Rey, el Santo, el Salvador, a su seno. Este sabor de Encarnación resuena hoy en el momento de la comunión.

Pero también las almas de los bautizados son hijas de Jerusalén, de la Iglesia. Hay una llamada ahora a la alegría desbordada en canto para quienes van a comulgar en la madrugada del día de Navidad. El ministro de la comunión, desde el altar, se acerca y nosotros ciertamente caminamos hacia él, sin embargo hay una realidad más profunda. Si el ministro viene es porque el Sumo Sacerdote y la Víctima es el que viene y quien se acerca es el que me mueve hacia Él; solamente secundamos su iniciativa.

Su venir me atrae, mas no simplemente desde fuera; su atracción siendo desde Él también es impulso desde mí. Hay cosas que atraen, otras que empujan. Jesús a la par atrae e impulsa, es para-qué atractivo y porqué impulsivo. Belleza sin parangón.

El que viene es el Rey, el Santo, el Salvador. Desde el memorial del misterio Pascual, desde la presencia eucarística, Jesús ejerce su soberanía, manifiesta su divinidad y realiza el misterio divino de nuestra salvación. Y, en su atracción, somos movidos a contemplar, bajo la modestísima apariencia de pan, al Rey que vino a Belén y que viene ahora entregándose como alimento divino y salvador.

domingo, 2 de enero de 2011

Antífona de entrada N-II / Sabiduría 18,14s

Un silencio sereno lo envolvía todo y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos (Sab 18,14s).
La antífona de entrada, con unas palabras del libro de la Sabiduría, recuerda a los fieles, al comenzar la celebración del segundo domingo de Navidad, que, pese a haber terminado ya la octava de Navidad, se sigue celebrando este misterio. Y lo hace con una referencia a la noche de la liberación de la esclavitud de Egipto. Tanto el misterio del nacimiento del Señor como el misterio Pascual, centro de toda Eucaristía, se muestran de este modo unidos.

Así como en aquella noche, que es el origen de la celebración de la Pascua para los judíos, fue la Palabra de Dios la que hirió a los primogénitos de Egipto, quedando a salvo los israelitas, y siendo ésta la última intervención divina que haría posible la liberación de la tierra de esclavitud, en la noche de Navidad la Palabra descenderá de los cielos para intervenir en la Historia. Pero esta vez lo hará de una manera incomparable y para una liberación mayor.

En la noche de Navidad, el Hijo de Dios, que se ha encarnado en el seno virginal de María, nace. Con la Encarnación empieza la liberación del Egipto de nuestros pecados, son heridos los primogénitos de la soberbia. En Belén, nace el primogénito que morirá, en lugar de todos, para su liberación.

Aquella noche en Egipto, los israelitas comieron cordero y panes sin fermentar. En el memorial de la Pascua, el nuevo Israel se alimenta con el Cordero inmolado en la Cruz y victorioso por la Resurrección. Ya no serán panes ácimos, sino que el cuerpo formado en las entrañas de María bajo la apariencia de pan es el alimento del Éxodo que acaba en la tierra prometida, el cielo. Ya no es la sangre de un cordero sobre los dinteles de las puertas la que nos libra del exterminio, sino que es la sangre de Cristo, la de quien nació la noche de Navidad de María Virgen.
Eso era sombra de lo que tenía que venir; la realidad es Cristo (Col 2,17).
[Un comentario a la antífona de comunión lo tenéis aquí]