sábado, 29 de enero de 2011

Antífona de entrada TO-IV / Salmo 106(105),47

Sálvanos, Señor Dios nuestro; reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias a tu santo nombre, y alabarte será nuestra gloria (Sal 106(105),47).
El Salmo se refería antaño, antes de la Cruz del Señor, a los pecados del pueblo de la antigua alianza, la reunión lo era de aquellos que se encontraban en la diáspora. El pueblo de la nueva alianza es formado por hombres de todas las naciones, de todos los pueblos, de todas las culturas y vienen de estar entre gentiles para pasar a formar parte del pueblo de Dios.

En muchos casos, en algunas regiones de manera muy mayoritaria, el hecho de haber sido bautizado en la infancia y con numerosos antepasados bautizados puede, con facilidad, hacer perder esta perspectiva. Todos procedemos del pecado original, hayamos sido bautizados de niños o de adultos, todos somos hechos miembros del pueblo de Dios. Serlo no es un dato cultural; ser hecho hijo de Dios es un don sobrenatural.

El ser salvados por Dios, el ser reunidos por Él ha de estar presente en nuestra manera de celebrar la Eucaristía. Nunca es un logro nuestro la asamblea, nunca es fruto de un contrato social, no es creación nuestra la comunión, sino un don que se nos ofrece desde la Cruz.

Pero esa actitud que nos vuelve al Dios que nos ofrece su misericordia para pedirle que nos salve y reúna a los hombres dispersos por el pecado, no ha de ceñirse nada más a los que ya se reúnen tras el bautismo a celebrar la Pascua del Señor. El deseo de que todos los hombres formen parte de la asamblea litúrgica ha de volverse oración al comienzo de la misa y anuncio evangélico al término de la misma.

Esa experiencia de don gratuito del cielo de nuestra salvación y de la comunión eucarística de la que formamos parte, hace que por nuestra parte, la celebración del memorial del misterio pascual sea el lugar por excelencia de nuestra acción de gracias y de nuestra alabanza. En ello, está nuestra gloria.

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