sábado, 8 de enero de 2011

Antífona de entrada. Bautismo del Señor / cf. Mateo 3,16s


Apenas se bautizó el Señor se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre Él como una paloma. Y se oyó la voz del Padre, que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto (cf. Mt 3,16s).
Con Cristo, se abre al hombre el acceso al cielo, si bien su puerta es estrecha; aunque Dios quiere que todos los hombres se salven, esto no es sinónimo de que todos se vayan a salvar (cf. Mt 22,14). Al acudir a la celebración eucarística nos encontramos con las puertas del templo abiertas, es como un anticipo en la entrada en el cielo, pues vamos a celebrar en comunión con la liturgia celeste.

La asamblea, en la que participa cada creyente, es pneumática. Por el Espíritu Santo y su acción en los sacramentos, ante todo en la Eucaristía, Cristo constituye como Cuerpo suyo a la Iglesia, comunidad de los creyentes. Ella es Templo del Espíritu Santo y Éste es como el alma del Cuerpo Místico de Cristo, es principio de su vitalidad, de la unidad en la riqueza y diversidad de sus miembros y de la abundancia de carismas y dones que enriquecen a la Iglesia. Sin el Espíritu, no habría asamblea litúrgica. Y la epíclesis, la invocación del Espíritu, no se hace solamente sobre el pan y el vino, sino que también se invoca una segunda vez para «que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo» (Plegaria Eucarística II).

Y así como se oyó la voz del Padre en el Bautismo del Señor, así es el Padre quien da testimonio de Cristo (cf. Jn 5,37) y, por ello, podemos reconocer la voz de Jesús en la palabra proclamada y la presencia verdadera, real y sustancial de su Cuerpo y Sangreen el sacramento del altar; nuestra sola inteligencia es incapaz. La Eucaristía es un acontecimiento trinitario y nosotros participamos en él.

[Un comentario a la antífona de comunión de esta fiesta lo tenéis aquí]

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