viernes, 7 de enero de 2011

Antífona de comunión. Navidad.4 / Salmo 98(97),3

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios (Sal 98(97),3).
Por la Encarnación, Dios se hace perceptible para todos por la fe. Sin embargo, en su vida terrestre esto, de hecho, quedaba limitado a unos pocos. Por muchas que fueran las multitudes que se juntaran en determinados momentos, eran solamente un pequeño número de contemporáneos. La mayoría de los hombres de aquel tiempo no tuvo oportunidad de ver u oír a Jesús.

Nosotros distantes, no solamente en espacio, sino en tiempo, podemos contemplarlo bajo la apariencia de pan y vino. Allí donde se celebra la Eucaristía, la humanidad de Cristo, por la fe, es contemplada por quienes asistan a la celebración.

Pero no se trata de un Jesús en abstracto. Solemos llamar a la celebración de la Eucaristía Sacrificio y, no pocas veces, esto se entiende desafortunadamente reducido a la muerte en Cruz. Sin embargo, es el memorial del misterio Pascual. La Cruz es gloriosa, la muerte es vencida por la resurrección, el Cordero inmolado está vivo. Y la Gloria lo es del Crucificado, la Resurrección del que ha muerto, el Viviente es el Cordero inmolado.

Por eso podemos contemplar la Victoria, porque la Eucaristía es el memorial del misterio Pascual del Señor.

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