sábado, 14 de julio de 2012

I – Tipos de monje (5)

¿Pero qué es saber combatir en solitario? ¿Qué es poder desarrollar la lucha espiritual sin necesidad de la cercanía de otros? Para los antiguos monjes, el camino espiritual era un retorno al Paraíso, es decir, a una vida semejante a la de Adán antes del pecado. Y digo semejante porque, aunque solamente fuera por la expectativa de la muerte y vivir en un mundo en el que está presente el pecado por doquier y en la propia biografía personal y no sólo la tentación, el retorno al Paraíso lo es hasta cierto punto. La vida del bautizado es la vida de un redimido, mientras que la de Adán era la de quien había sido creado en comunión con Dios.

S. Juan Crisóstomo, en su homilia sobre la parábola de los viñadores homicidas del evangelio según S. Mateo, pone a los monjes, ya en vida paradisíaca, como ejemplo para los feligreses que lo escuchan; creo que merece la pena la larga cita:

Ya desde aquí piensan en las cosas del reino de los cielos, conversando con los bosques, con las montañas, con las fuentes, con el silencio y la soledad inmensa y, antes que todo, con Dios. Y como aquella su pobre choza está libre de todo ruido, así su alma está limpia de toda pasión y de todo vicio, y ligera, y ágil, y más pura que el aire más límpido. El trabajo de los monjes es el mismo que el de Adán al principio, antes de su pecado, cuando estaba vestido de gloria y conversaba familiarmente con Dios y habitaba aquel lugar donde toda bienandanza tenía su asiento. ¿Es que le van, en efecto, a la zaga los monjes a Adán cuando antes de su desobediencia fue puesto por Dios para cultivar el paraíso? Ninguna preocupación mundana atormentaba a Adán y ninguna atormenta a los monjes. Con pura conciencia conversaba Adán con Dios y con pura conciencia conversan con Él los monjes. O, por mejor decir, tanto mayor es la confianza que éstos tienen con Dios cuanto es mayor la gracia que les suministra el Espíritu Santo.

Pues bien, pese a las consecuencias del pecado original, que expolió al hombre de los bienes de gracia y lo hirió en los de naturaleza, el bautismo nos devuelve a la vida de gracia y nos capacita para recuperar, hasta cierto punto, la vida paradisíaca. Mediante la purificación del corazón, el monje llegaba a la apátheia, ya no se dejaba llevar por la corriente de sus pasiones y pensamientos, y desde allí tenía acceso a la verdadera gnosis (conocimiento) y a la parrhesía, a la familiaridad de trato con Dios.

¿Esto, que está en el horizonte del cenobita y del eremita, es lo mismo que saber combatir contra vicios y pensamientos o es un paso previo, el inmediatamente anterior? Difícil de responder. En cualquier caso, como contrapunto de los anacoretas, los giróvagos sirven a las propias pasiones, están presos de sus afectos desordenados. Y lejos de la estabilidad del cenobita y del ermitaño, van de un monasterio a otro sin quietud interior; sosegadamente no se pueden reposar en ningún lugar, porque su interior no está en el Paraíso.

Y esa vida paradisíaca no debería ser únicamente patrimonio de los monjes, sino anhelo de todos y, por ello, la purificación del corazón habría de estar presente en nuestra vida.

[El precioso dibujo es cortesía de una contertulia del blog]

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