domingo, 8 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXX

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Después y unido a Is 40,9, escuchamos un versículo de la tercera parte del libro, como si fuera prolongación de "¡Aquí está vuestro Dios!". Parte del grito del heraldo tiene que ser también esto: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!" (Is 60,1).

Todo lo que es Jesús, toda su vida, todos sus dichos y hechos, son un gritar que aquí está Dios. Dios no solamente ha creado todo y lo mantiene en la existencia, sino que entra a formar parte de su creación como una criatura más, como hombre. Dios no solamente interviene en la historia de los hombres, sino que por la Encarnación es un sujeto más dentro de ella.

Pero Jesús, al pregonar la presencia de Dios en el mundo en su humanidad, no solamente es manifestación de la intimidad de la Trinidad; decir que Dios está aquí es manifestar el amor y la misericordia divinos a aquellos con quienes está aquí, a aquellos a quienes el trascendente se a hecho presente en la respectividad del mundo.

De aquí que el grito se prolongue. El aquí de Dios en el mundo es una llamada: "¡Levántate, brilla!". A los que yacen en la muerte del alma, que es el pecado, y a los que, como consecuencia de ésta, yacen en el sepulcro les dice como a la hija de Jairo: "Muchacha, a ti te digo, levántate" (Mc 5,41).

Como a la suegra de Pedro (Mc 1,31), Jesús, a todos los que yacen, les tiende la mano -especialmente en el bautismo, penitencia y eucaristía- y los levanta. Así, reconstituidos por Él, libres de lo que nos destruía, podemos ser como Él: "Y ella se puso a servirles" (Mc 1,31).

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