miércoles, 22 de julio de 2009

Antífona de comunión TO-XVII.1 / Salmo 103,2

Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios (Sal 103(102),2).
En el contexto de la comunión, este versículo del salterio tiene una referencia clara. Los beneficios son toda la historia de salvación, cuya cima es el misterio pascual, y el poder comulgar con este misterio, alimentándose de la víctima del sacrificio redentor. El beneficio mueve a bendecir a Aquél de quien no solamente se recibe tanto, sino a quien se recibe. Y, como se recibe a quien se me da en totalidad, la bendición ha de ser no algo superficial, sino con todo mi ser, no simplemente con los labios, sino con todo lo que soy, con todo mi cuerpo y alma. Es más, no se trata simplemente de dar gracias con alma y cuerpo, sino ser en totalidad una bendición permanente por los beneficios recibidos.

Pero, en el salmo, hay además una llamada a no olvidar. Normalmente solemos tener una idea muy reduccionista de lo que sea la memoria; algo así como la capacidad de memorizar datos, como un hecho histórico o un número de teléfono, y de recordarlos en un momento dado. Pero es mucho más, es capacidad de apropiación de realidades de diverso tipo que van configurando el propio yo, es capacidad de apropiación de un modo de estar respecto a las otras realidades. Lo mismo que por la acción divina el entendimiento es elevado a fe y la voluntad a caridad, la memoria lo es a esperanza, es decir, a que tengamos la capacidad de poseer anticipadamente los bienes futuros. La apropiación graciosa de los dones divinos, configura nuestro yo de manera sobrenatural, de modo que tenemos un modo de estar respecto de Dios.

Olvidar los beneficios recibidos, no es simplemente perder unos datos, unos conceptos, unas ideas sobre la obra de Dios en mí. Lo radicar de ese olvido es perder la comunión con Dios, es perder la configuración por gracia del que estoy siendo. Y estos beneficios no se olvidan sin querer, sino por el acto positivo, por acciones u omisiones, de no quererlos. Y recordar no es simplemente traer ante mí datos o imágenes sobre la historia de salvación que Dios va haciendo conmigo, sino hacer presente, con el vivir, ese yo configurado por la gracia. Y ese hacer presente con el vivir en fidelidad a lo recibido es re-obrar por gracia, en respuesta al diálogo permanente que Dios mantiene conmigo, y re-configurar crecientemente esa figura de mí mismo, que soy imagen de Dios, hacia una mayor semejanza a Él.

Y un modo de recordar, de hacer presente, es bendecir a Dios. Pero solamente uno, todo lo que ocurre en mi vida y que demanda de mí una respuesta, lo que me está pidiendo es hacer presente, en esa situación, los beneficios recibidos.

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