Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a Él (Sal 33,9)
En distintos momentos de la celebración eucarística y con un creciente ritmo de encuentro personal, el sacerdote muestra la Hostia consagrada para la fe y adoración de los fieles. En el momento de la comunión, a cada uno personalmente, se le muestra, la ve y confiesa que sí, que es el Señor y luego, al comulgar, la gusta. Nuestros ojos sólo ven pan y nuestro gusto únicamente saborea pan, pero a quien comemos es a Jesús.
Esta antífona es muy atrevida, nos lanza a ir más allá. Nos abre un gran horizonte, nuestra vida de fe puede crecer aún más. Los sentidos espirituales pueden ver y gustar más que los meramente naturales. Dice S. Agustín, en este hermoso paso de sus Confesiones:
¿Y qué es lo que amo cuando te amo a ti? [...] Amo alguna luz, alguna voz, alguna fragancia, algún alimento y algún abrazo cuando amo a mi Dios, porque es luz, voz, fragancia, alimento y abrazo del hombre interior que hay en mí. Allí resplandece para mi alma una luz que no cabe en un lugar, donde suenan voces que no se lleva el tiempo, donde hay aromas que no se lleva el viento, donde hay sabores que la voracidad no desgasta y donde queda unido lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios.
¡Qué fruición la de la dicha de haberse acogido al Salvador!
1 comentario:
"Allí resplandece para mi alma una luz que no cabe en un lugar, ... donde hay sabores que la voracidad no desgasta y donde queda unido lo que la saciedad no separa."
Saciado y siempre hambriento.
Extiendo las manos y ... ESPERO
viviendo su presencia en mi...
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