Al llegar a su tierra, el sábado, Jesús asiste a la sinagoga y allí predica. Aunque sus paisanos no dejan de admirarse, sin embargo acaban rechazándolo. Y comenta el evangelista, con gran fuerza expresiva que algunas traducciones intentan limar, que se escandalizaban en Él (cf. Mc 6,3). Y lo impactante de la anotación de S. Marcos no está en que hicieran muchos aspavientos mostrando su rechazo, sino en el sentido originario del término.
Un skándalon era un obstáculo o trampa puesto en el camino. Si es en el camino del bien, en el camino del que tiene fe, es un impedimento para el bien y una ocasión para hacer el mal, pues le invita a coger otro camino, a desistir del emprendido; en este caso, casi viene a ser sinónimo de tentar a alguien para que peque:
El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga (Mc 9, 42ss).
Desde la soberbia, el camino que yo elijo, el que a mí me parece bien desde mí mismo únicamente, nos parece el bueno, el óptimo; hasta nos rebelamos contra Dios cuando se ven frustrados nuestros proyectos y expectativas. Y es que, como nos erigimos en jueces absolutos, todo lo que se opone a nuestra “potestas”, nos parece malo.
Si mi camino fuera a parar a un precipicio, un obstáculo, una valla de la guardia civil, sería algo positivo, pues me ofrece la posibilidad de cambiar de ruta. Pero, si me empeño obcecado en mi camino, me estrello contra ella y acabo cayendo al abismo.
Jesús es un obstáculo, una piedra puesta en el camino de sus paisanos y, por qué no, también en el de nuestra soberbia. Y, en este paso, lo es en una manera que quisiera subrayar. Nuestra mentalidad, en su mayor parte heredada, nos da una interpretación de la realidad, pero el problema es que nos aferramos a aquélla y dejamos de ver ésta; es más, forzamos a la realidad a meterse en nuestros moldes conceptuales, en vez de tener desapego a ese bien que es la mentalidad para adaptarla a la realidad y no a la inversa. Pues bien, a esto ni los hombres ni Dios hacen excepción; en Jesús se dan las dos circunstancias.
Tenemos nuestras ideas sobre Él y, cuando no se ajusta a lo que esperamos de la imagen que de Él nos hayamos hecho, entonces… nos encontramos a Jesús como skándalon, como una ocasión para renunciar a nuestra mentalidad y encontrarnos con Él, o bien aferrarnos a la idea que de Él nos hayamos hecho dándole la espalda. Por buenas y ortodoxas que sean nuestras ideas sobre Dios, no son Dios, solamente son ideas y, como cualquier criatura, deben estar a su servicio; el mayordomo debe ser un buen mayordomo, pero nunca debe suplantar al dueño de la casa.
Jesús no es una tentación, pero por ser una ocasión para el cambio de ruta, para la conversión hacia Él mismo, paradójicamente es también una ocasión para el mal, pues, al no coaccionarnos para el bien, tenemos la posibilidad de rechazarlo: “Esta noche vais a caer todos por mi causa” (Mt 26,31). Y Pedro arrepentido lloró.
1 comentario:
La verdad es que la liturgia de hoy es bellísima, pues si el Evangelio de Marcos que glosas resulta sorprendente, la lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios tampoco es manca.
Y es que algo escandaloso sí resulta también esto de que "la fuerza se realiza en la debilidad": Que Pablo se reconozca débil testigo de "la fuerza de Cristo", pase, pero ¿qué clase de Dios todopoderoso se va a encarnar en el hijo de un carpinterito de pueblo? No puede ser. En efecto, es un escándalo.
Por cierto, y volviendo al siglo XXI, ¿estamos hoy dispuestos a ver la fuerza de Cristo en los seres humildes y en muchos casos anónimos que cotidianamente se nos cruzan en nuestra vida?
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