sábado, 23 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (1bis)


[Nos quedaba por traducir el resto del capítulo primero de la Regla de S. Benito. Primero copio lo ya hecho, para tenerlo todo a mano, y luego lo que faltaba. Mas adelante comentaremos el capítulo someramente] 
Capítulo I. De los tipos de monjes 
Es manifiesto que hay cuatro tipos de monje. El primero es el de los cenobitas, es decir, monasterial, que milita bajo una regla y un abad. A continuación, el segundo tipo es el de los anacoretas, esto es, el de los ermitaños, de esos que no por el fervor novato de un modo de vida, sino que por la larga prueba del monasterio, ya han aprendido, con el solaz de muchos, a luchar contra el diablo, y bien estructurados desde las huestes fraternas para el singular combate del desierto, ya seguros sin el consuelo de otros, se bastan para luchar, con el auxilio de Dios, con su sola mano o brazo contra los vicios de la carne o de los pensamientos.

[A partir de aquí lo que no teníamos, es decir, los malos de la película y una conclusión]

 El tercer y repugnante tipo de monjes es el de los sarabaítas. Los cuales, sin haber sido probados por ninguna regla maestra de vida, como el oro en el crisol [cf. Sb 3,6; Prov 27,21; Sir 2,5; Sant 1,2-4], sino más bien blandos como el plomo, aún guardando fidelidad al mundo, manifiestan mentir a Dios por su tonsura [cf. Dt 23,22-24; Hch 5,3-4]. Los cuales, de dos en dos o de tres en tres o incluso singularmente, sin pastor, no encerrados en los apriscos del Señor, sino en los propios, tienen por ley el consentimiento de sus deseos, de modo que lo que piensan o eligen, lo dicen santo, y lo que no quieren, lo reputan ilícito.
El cuarto tipo es el de los monjes que se llaman giróvagos, quienes están toda su vida por diversas regiones, cada tres o cuatro días se hospedan en distintas celdas, siempre vagando y nunca estables, sirviendo a sus propios deseos y a los deleites de la gula; son en todo peores que los sarabaítas.
Sobre el miserable modo de vida de todos ellos es mejor callar que hablar. Omitiéndolos por tanto, vengamos a ordenar, con la ayuda de Dios, la fortísima clase de los cenobitas.

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