sábado, 12 de septiembre de 2009

Ve detrás de mí. Marcos 8,27-35

El pasaje del evangelio de este domingo lo sitúa S. Marcos tras la curación progresiva de un ciego que, a su vez, hace inclusión con el paso del ciego de Jericó (Mc 10,46-52). Estamos, por tanto, en el comienzo de una parte del relato marquiano que va a estar ritmado por los anuncios de la pasión y a ser un camino de crecimiento para los discípulos.

En el segundo evangelio, los demonios saben quién es Jesús y cuál es su misión (Mc 1,24), pero de ahí no pasan. La confesión de Pedro sobre la mesianidad de Cristo tiene su importancia, mas por sí sola es insuficiente; es necesaria una determinada relación con Él. Cuando Jesús, a continuación, les revela a los discípulos cuál es el cómo de su misión, Pedro se resiste a dar el siguiente paso en el discipulado y pretende que sea Jesús el que se adecue a sus expectativas.

Su fe incipiente tiene que purificarse. Empieza a ver, pero de manera distorsionada –“veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero andan” (Mc 8,24)–. Su pensar (“phroneis”) es como un filtro deformante que se interpusiera entre Jesús y el conocimiento de fe, hasta el punto de per-vertir el orden de las cosas y pretender que sea Jesús el que siga el criterio mundano. Pedro necesita purificar su fe, dejar su manera de pensar, que es algo más radical que cambiar unos pensamientos por otros. Su pensar tiene que ser como el de Dios.

Por eso, Jesús le dice –la traducción litúrgica hoy no es muy brillante– literalmente: “ve detrás de mí” o “ponte detrás de mí”. Y le llama Satán; se está portando como su adversario. S. Marcos, que no ha explicitado las tentaciones en el desierto (1,13), parece querer darnos aquí la esencia de las mismas. Mas la orden que le da al discípulo la generaliza y empieza a desentrañar lo que es ir detrás de Él; el evangelista explicita que son palabras que Jesús dirige tanto a la gente en general como a sus discípulos, tanto a los que no le siguen como a los que lo hacen, aunque sea de manera naciente.
El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará (Mc 8,34s).
¿Y qué será eso de negarse a sí mismo y cómo se hará? ¿Qué es cargar con la cruz?… Jesús lo va a ir aclarando en lo que resta de evangelio. No dejemos que nuestro modo de pensar suplante su enseñanza, dejemos que sea Él quien lo haga.

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