sábado, 28 de agosto de 2010

Antífona de entrada TO-XXII / Sal 86(85), 3.5

Piedad de mí, Señor; que a ti te estoy llamando todo el día, porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan (Sal 86(85), 3.5).
Como en tantas otras antífonas, en ésta encontramos claramente resaltados los dos polos de la celebración, que son también los de la vida. Por una parte, Dios, pleno de bondad y misericordia; por otra, el creyente, miserable pecador y necesitado de la clemencia divina.

Entre estas dos orillas, hay un puente tendido por Dios al descubrirle al hombre su situación y, a la par, el amor que Él le tiene. Pero el hombre tiene que recorrerlo, ir al otro lado, pero no tiene fuerzas suficientes para llegar allí; en un primer momento, sólo tiene el aliento recibido para pedir.

El salmista ora incesantemente. No lo hace solamente en alguna ocasión o muchas veces o casi siempre. Su oración es sin intermisión, todo el día, a la luz del Sol y de la Luna, tal y como nos enseña y manda el apóstol: "Orad sin cesar" (1Tes 5,17). Ésta es una de las cuestiones en torno a la cuales se desarrolló la espiritualidad cristiana en los primero siglos de la Iglesia.

Esta oración incesante, como nos indica la antífona, es la preparación adecuada para la Eucaristía. Mas también es un camino en la vida y, por ello, mientras no hayamos llegado al orationis status, nuestra disposición para la celebración tendrá que ser estar aparejándonos para esa oración ininterrumpida. El creyente debe determinarse y progresar decididamente hacia el estado de oración, purificando su corazón de toda afección desordenada, abriendo su atención a lo infinito y eterno, a Dios.

Y es que la espiritualidad del creyente no es sino el desarrollo y crecimiento de la vida recibida en el bautismo.

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