sábado, 19 de octubre de 2013

Algunos retos para una evangelización nueva desde una óptica española


[Os copio la conferencia que acabo de dar en la Parroquia de S. Luis de los Franceses. Podréis encontrar en otra entrada una mejorable traducción al francés. En los comentarios, los que sepáis más francés, podéis ofrecer comentarios que la mejoren]




Sras. y Sres., quiero agradecer a los organizadores el que hayan confiado en mí para dirigirles estas palabras y también a ustedes la atención que me están prestando.

Como no es mucho el tiempo de que dispongo, he considerado que lo mejor sería presentarles de una manera un tanto telegráfica y también algo hiperbólica algunas, solamente algunas, cuestiones que creo centrales en la vida de la Iglesia en España, seguramente también en otros muchos países, y que considero pueden ayudarles a ustedes a reflexionar y a afrontar los retos que en la actualidad a cada uno se nos presentan como creyentes y también como responsables en la pastoral de nuestras parroquias. No digo con esto que sea lo más importante, sólo que acaso pueda ser lo más motivador para la reflexión, aunque seguramente no les diré nada que no hayan oído o pensado ya. Espero haber acertado con lo que se me pedía.

Perdónenme si soy drástico en algunas afirmaciones a riesgo de parecer derrotista. Ante la brevedad a la que me veo forzado, voy a presentar con trazos gruesos los asuntos, el oyente inteligente sabrá darles las dimensiones apropiadas. Para lo cual, bueno será adelantar que todo esto lo digo esperanzadamente, pues confío en la acción del Espíritu y además podemos constatar en la vida eclesial síntomas de mejoría, brotes de la acción del Señor para la renovación de su Iglesia. Y es precisamente por eso, por fidelidad a Él, por lo que a su acción debemos unir nuestra reflexión por pobre que ésta sea. Entiéndase que mi intención es subrayar algunas de las vías por donde entiendo que el impulso del Espíritu nos está llevando y nos quiere llevar partiendo desde una configuración propia de la época de cristiandad hacia una caracterizada por una evangelización que llamamos nueva por contraste con los anteriores modos de llevarla a cabo, pero que es la misma, pues solamente hay una evangelización; la permanente evangelización ha de ser en nuestro tiempo nueva, siendo siempre la misma no puede seguir siendo siempre de la misma manera. No perdamos de vista que el anterior modelo de evangelización, que ahora consideramos viejo, en su momento fue nuevo.

En mi exposición, por evangelización no voy a entender un aspecto de la acción de la Iglesia, sino su acción toda, pues, como señalaba la Evangelii nuntiandi, «la evangelización es un proceso complejo con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado» (EN, 24). Esta diversidad de elementos está articulada en diversos momentos, como señala Catechesi tradendae: «La evangelización tiene momentos esenciales y diferentes entre sí, que es preciso abarcar conjuntamente en la unidad de un único movimiento» (CT, 18).

La Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española, en su documento Catequesis de adultos, distingue tres etapas en la evangelización que define de la siguiente manera:

– La acción misionera que, dirigida a los no creyentes y alejados de la fe, trata de suscitar en ellos la fe y conversión iniciales.
– La acción catequética que, dirigida a los que han optado por el Evangelio, trata de conducirles a una confesión adulta de la fe.
– La acción pastoral que, dirigida a los fieles de la comunidad cristiana ya iniciados en la fe, trata de que crezcan continuamente en todas las dimensiones de la misma (n. 38).

Con estos presupuestos, pasemos a examinar brevemente algunas cuestiones.


1. ¿Confusión o distinción?

Estas líneas del documento citado ponen ante nosotros una primera cuestión. La acción evangelizadora en nuestras parroquias y diócesis no suele estar articulada en torno a estos tres tipos de acción evangelizadora, lo que no quiere decir que no se tengan en cuenta estas cuestiones, que de alguna manera no estén presentes en nuestras preocupaciones. Ahora bien, pese a saber que hay que tomarlas en consideración, sin embargo, a la hora de la verdad lo que solemos encontrar es una confusión en la que en nuestra acción evangelizadora se mezclan estas tres etapas  y, como fruto de la inercia de la larga etapa de cristiandad, no ponemos, en el centro del discernimiento evangelizador, la fe. No quiero decir que no se dé importancia a que lo que se proclame sea o no ortodoxo; éste es ciertamente un problema, pero me parece que, gracias a Dios, ha ido remitiendo en los últimos años, sin que por esto podamos decir que haya desaparecido. Lo que quiero decir ahora es que no se toma suficientemente en consideración la fe del destinatario. Y así solemos ofrecer lo mismo a todos; el discernimiento sobre dónde está cada uno para darle lo que necesita suele ser algo marginal. Por lo general, se da por supuesto que todos son cristianos o, al menos, se actúa como si lo fueran.

Creo que aquí tenemos un reto importante. Nuestra acción evangelizadora tiene que ser pensada, articulada y realizada tomando en consideración estas tres etapas. Lo que supone aprender a mirar a quien está delante, saber dónde está, para poderle dar una palabra adecuada y ofrecerle el espacio que necesita: en unos caso la puerta abierta de la Iglesia; para quien se haya convertido, un camino de iniciación; para otros una comunidad donde vivir plenamente la fe con los hermanos.

Pero lo mismo que el destinatario de la acción evangelizadora ha de ser distinguido, el agente de esa acción ha de ser un creyente que viva ya maduramente su fe, lo que supone que no sea un francotirador, pues la referencia a la comunidad de una u otra manera ha de ser permanente.

Todo creyente es protagonista de la acción misionera, un verdadero creyente ha de ser un testigo, en medio de su mundo, del Señor resucitado; la iniciación cristiana conlleva el llegar a ser testigo en medio del mundo. No es suficiente con tener buena voluntad, pues el catequista ha de conducir a los catecúmenos a la madurez de la fe.

Pero el anuncio del Evangelio lo hace un testigo que lo es con otros testigos en la Iglesia. En la etapa catequética, indudablemente los catequistas tienen un protagonismo especial, pero, en su iniciación a la vida de fe, los catecúmenos han de estar acompañados por toda la comunidad a la que acabarán incorporándose plenamente y estará presente también la acción de quien sea el pastor de esa comunidad. La comunidad de creyentes tiene que ser una referencia no solamente en la acción misionera, sino también para quienes se han convertido y caminan en su iniciación cristiana.

Sin duda, una de las cuestiones donde más claramente se deja sentir la dirección por donde nos quiere llevar el impulso del Espíritu es el creciente deseo de vida comunitaria que podemos constatar; la vida de fe no es una vida individualista. La fe necesita de la vida de comunidad, de la comunidad de los discípulos donde se encarne el amor de unos a otros. Pero, claro, comunidades en la Iglesia, no se trata de un simple ejercicio del derecho de asociación, sino del seguimiento de Cristo en la Iglesia por Él fundada y jerárquicamente constituida. En la etapa pastoral, a diferencia de las anteriores, todos los creyentes son servidores y beneficiarios del servicio; aunque todos han de amarse mutuamente, sin embargo, cada uno ha de tener una misión y un servicio, destacando entre todos los ministros ordenados.


2. ¿Propaganda o anuncio del evangelio?

Algunas veces se pone en contraposición una evangelización para mayorías, que se identificaría más con la época de cristiandad, y otra para minorías, que supuestamente sería la propia del Evangelio y tendría que ser la que habría que recuperar. Sin embargo, a mí me parece que esta contraposición es falsa. Lo propio del Evangelio no son las minorías, sino las personas, todas ellas. Por tanto, el reto que tenemos es el de una evangelización personalizada que tendría como contrapunto una pseudo-evangelización por estar dirigida a las masas o, mejor dicho, al hombre-masa, al hombre despersonalizado.

Esto cobra especial visibilidad en el primer anuncio del evangelio, tanto cuando se trata de anunciar al Señor a no bautizados como a aquellos cristianos que están lejos de la fe. La propaganda, a la que en nuestro mundo estamos muy acostumbrados, se dirige al hombre sin nombre, despersonalizado, es decir, a cualquiera, sin importar su historia. En cambio, en el Evangelio vemos cómo Jesús, aunque no es elitista, sin embargo se dirige a personas concretas con sus nombres; los personajes no son en modo alguno estereotipos, tienen una vivacidad poco común en la literatura de aquel entonces. Que un testigo que se ha encontrado con Jesús anuncie a otra persona su poder salvador da la fuerza de la autenticidad a la proclamación del kerygma. Es un error intentar competir con los medios de comunicación a su nivel, no solamente porque sean más poderosos que nosotros en ese terreno de juego, sino porque, en cuanto hacemos propaganda dirigida a cualquiera, dejamos de estar testimoniando personalmente a alguien concreto que Cristo ha resucitado.

El anuncio del Evangelio, por otra parte, se encuentra con dos grandes dificultades que no son sino un reflejo de la debilidad en que se encuentran nuestras “comunidades”. Por lo general, quienes participan regularmente en la Eucaristía podríamos decir que no han tenido la posibilidad de madurar adecuadamente la fe. Podríamos decir que el desarrollo normal de la fe quedó atrofiado por una deficiente iniciación cristiana o incluso por una insuficiente conversión inicial; no es infrecuente, por poner un ejemplo, encontrar personas que asisten habitualmente a la misa dominical y no saben qué es la resurrección de los muertos. No extraña, por tanto, que sean pocos los que sientan el impulso a anunciar el Evangelio. A lo que hay que añadir que a estos pocos, por lo general, no se les ha enseñado cómo anunciar el evangelio, qué decir, cómo, en qué circunstancias, etc.

Junto a esto, hay que señalar que ese anuncio ha de ir acompañado de signos que avalen las palabras y, a la par, den perceptibilidad a lo que se anuncia. La señal que nos dejó Jesús en la Última Cena fue el amor mutuo entre los discípulos, el que seamos uno para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre y que Dios nos ha amado (cf. Jn 13,34-35; 17,21.23). Dicho con otras palabras, la escasez casi extrema de comunidades vivas de creyentes es una importante rémora en el anuncio del evangelio.

Pero el problema no está únicamente en cómo se hace el anuncio, sino que también  tenemos otro cuando éste ha dado fruto, es decir, cuando alguien se convierte al Evangelio. Cuando la conversión tiene lugar, ¿qué hacer? ¿Hay, en las parroquias, reales procesos de iniciación cristiana para aquéllos que se convierten y que, a su vez, confluyan en una comunidad de fe donde vivirla con otros creyentes cuando la iniciación haya terminado?


3. ¿Café para todos o a cada uno lo suyo?

Una de las situaciones donde con más claridad se ve que uno de los ejes de la organización de la evangelización haya de ser la fe y no solamente la fidelidad a la fe de la Iglesia en la exposición, sino también la situación de fe de cada uno, sea la catequesis. Vamos a centrarnos en la catequesis de primera comunión por ser la actividad parroquial con mayor asistencia.

Al comienzo del curso escolar, un gran número de niños sigue acudiendo a las parroquias a apuntarse a dicha catequesis. En líneas generales, todos saben que han de tener una edad mínima para empezarla y han de pasar unos años –se está imponiendo el que sean tres– hasta poder hacer la primera comunión. A los niños se les organiza en grupos y a cada uno de éstos se le asigna un catequista. ¿Cuál es el criterio para dividir a los niños en grupos? Por lo general ninguno que tenga que ver con la fe de cada uno.

Los niños que acuden a la primera comunión tienen una situación de fe personal y familiar muy variada. Los hay que están sin bautizar; otros, aunque lo estén, no han llevado una vida propiamente cristiana; los hay que tienen padres que han cuidado el que hayan tenido una vida cristiana y otros que se han preocupado hasta de darles una formación catequética en casa. Y, claro, con independencia de lo visto y recibido en casa, está también la inquietud personal; puede haber niños no bautizados con una profunda inquietud religiosa y niños de familias muy creyentes que sean sumamente fríos y lo vivan todo de una forma pasiva.

Sea cual sea la situación creyente de cada niño, por lo general, todos reciben lo mismo durante los mismos años, generalmente motivado inconscientemente por un igualitarismo que indiscernidamente mimetiza el pensamiento de los socialistas de todos los partidos y que goza de gran vigencia social. Lo único distinto que normalmente recibirá un niño que no esté bautizado será el bautismo, con un olvido casi unánime de lo que a este respecto se señala en el Ritual de la Iniciación de Adultos para los niños en edad escolar, incluso celebrándose muchas veces estos bautizos con el ritual para un niño sin uso de razón. Lo que hay previsto en las diócesis para estos casos es poco, muy poco, y el conocimiento que al respecto tienen los sacerdotes es al menos escaso.

Como los grupos de catequesis de primera comunión se configuran sin discernimiento y la mayoría de los niños no han tenido un cultivo de la fe, son estos los que marcan el ritmo y el tono. Esto lleva consigo consecuencias perniciosa. Los niños que, estando o no bautizados, necesitarían recibir el primer anuncio del evangelio suelen ser tratados como si no lo necesitasen y, por ello, en vez de dárseles lo mejor para ellos, lo que se les ofrece es una catequesis aguada y no el primer anuncio del Evangelio. Otra de las consecuencias es que los que tienen deseos ven frenadas constantemente sus inquietudes de crecer en la fe; los que tienen una formación familiar se encuentran con lo ya sabido sin que a lo largo de los años lleguen a aprender algo en proporción al tiempo invertido; y los que han tenido una vivencia familiar religiosa se encuentran en un ambiente en que el fervor religioso suele brillar por su ausencia y no porque los catequistas no quieran otra cosa, sino porque la mayoría se impone sobre la minoría. El resultado suele ser la insatisfacción de casi todos.

Creo que un cambio que habría de introducirse es el discernimiento, al comenzar el tiempo de catequesis, de la situación de fe de cada niño, con vistas a que los grupos estuvieran configurados conforme a las diferentes situaciones, de modo que aquéllos que necesitaran el primer anuncio de la fe lo recibieran y aquéllos que tuvieran necesidad de más no vieran decepcionadas sus expectativas y su fe pudiera crecer adecuadamente.

Pero el final de la catequesis también tiene mucho que decirnos. ¿Cuándo se termina la catequesis? ¿Cuando se está en condiciones de recibir la comunión por primera vez o cuando han pasado unos determinados años? Si un niño con seis meses, por ejemplo, tiene suficiente –por su interés, formación previa, ambiente familiar,...– para recibir la comunión y, por tanto, para irse incorporando a la vida adulta de fe, ¿por qué va a tener que soportar unas reuniones que muchas veces no solamente no le aportan gran cosa, sino que incluso pueden desilusionarle? Y los que pasado el tiempo reglamentado no dan un mínimo, ¿por qué han recibir inexorablemente la comunión?

Sé que esto presenta serias dificultades para su implementación, pero el problema no es que esté costando trabajo llevarlo a cabo, es que nos acomodamos a seguir la inercia que nos viene de un pasado muy distinto al actual. Tal vez una de las cuestiones que debe aprender la Iglesia en España, aunque no sólo aquí, es a decir no, pese a los costes sociales que esto conlleve.

Lo que hemos dicho sobre la primera comunión podríamos decirlo análogamente de otras actividades parroquiales.


4. ¿Profanidad o sacralidad?

Muchas parroquias en España, lo mismo que en el resto de Europa, cuentan con un importante patrimonio cultural, desde el templo hasta los vasos sagrados pasando por imágenes, ornamentos, libros, etc. Y uno de los peligros que tenemos –la sociedad ejerce sobre nosotros una fuerte presión en este sentido– es convertirnos en gerentes de museos; a este respecto es sorprendente la cantidad de tiempo invertido por los sacerdotes en actividades más propias de un funcionario de Bellas Artes que de un pastor. Con frecuencia vemos que hay exposiciones artísticas en nuestros templos, incluidas las catedrales, conciertos de música, etc.

Con la mejor intención, creo que este tipo de actividades contribuyen más a la desacralización de los espacios sagrados que a lo que pretenden conseguir. Con este tipo de actividades, sin perseguirlo, confirmamos a gran número de personas su impresión de que la fe es algo del pasado, algo de museo y que el templo más que un lugar de culto es o una sala de exposiciones o un auditorio musical, acaso un espacio público común.

Creo que la tendencia debería ser la contraria. Las conversiones se dan más por lo sacro que por lo museístico y cultural. Este sentido de lo sacro debe cultivarse en el silencio de los templos, en el cuidado de sus interiores, en su olor, en cómo nos desenvolvemos en su interior, incluida nuestra forma de vestir. Pero donde más se necesita acentuar el sentido de lo sagrado es en nuestras celebraciones. Ciertamente deben ser gozosas, expresivas de la fe en nuestro momento cultural, de fuerte sentido comunitario, pero nunca debemos perder de vista que la liturgia es culto divino.

Lo santo ha de ser para los santos. Desde luego no podemos caer en fariseísmos, pero no podemos frivolizar la celebración de los sacramentos. Seguramente esto resulta especialmente preocupante en los funerales, muchas veces convertidos en simples homenajes al difunto. ¿Qué decir sobre muchos bautizos y bodas? Ciertamente es una cuestión complicada, pero tenemos que ir dando pasos decididos en esta dirección.


5. ¿Religión subsidiaria / ONG o Iglesia católica?

En la época de cristiandad, que en España se ha prolongado durante más tiempo y con más intensidad que en Francia, ser ciudadano de una nación considerada católica era casi sinónimo de ser católico. Que hasta las naciones fueran consideradas católicas, para muchos y en muchos sentidos, era más importante que el acto de fe, bastaba con ser nativo de un lugar para ser considerado y considerarse de una determinada religión, en no pocos casos ser católico era algo inercial. Sorprende escuchar aún hoy, en un contexto  histórico y social muy distinto, la oración colecta del día de Santiago, patrono de España: «Dios todopoderoso y eterno, que consagraste los primeros trabajos de los apóstoles con la sangre de Santiago; haz que, por su martirio, sea fortalecida tu Iglesia y, por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos». ¿Es España aún católica? Y si lo fuera, ¿no sería mejor poner el acento en las personas que en los territorios, culturas, civilizaciones, etc.? Ciertamente las culturas y pueblos han de ser evangelizados, pero lo son en la medida que lo son las personas que los sustentan y constituyen.

Esta mentalidad está muy presente y todos, creyentes o no creyentes, inconscientemente actuamos conforme a ella. Esto presenta dos serios riesgos para la Iglesia en España, uno sería conformarse con ser la religión subsidiaria en nuestro país; otro, aceptar ser una ONG. Detrás de ello, una de las cuestiones en juego es cuál sea el lugar de la Iglesia en nuestra sociedad.

Los hombres, tanto varones como mujeres, son por naturaleza religiosos, aunque no crean en la divinidad de Jesucristo o no sean católicos. Llegados ciertos momentos de la vida, en determinadas situaciones existenciales, necesitan religión, ritos, actos, etc. Por inercia, si no son creyentes de otra religión, acuden a la Iglesia, incluso muchas veces sin haber sido bautizados en ella. Hay sin duda una demanda y presión social. Los creyentes, especialmente los pastores, no podemos conformarnos con esto, con cumplir un papel subsidiario, con darles simplemente religión a falta de otra opción explícita. Es decir, en caso de que alguien no tenga otra religión, la Iglesia se encargaría de satisfacer esa dimensión religiosa de todo hombre. Y de hecho así está pasando en muchos casos. Actuar así a los párrocos les evita muchos enfrentamientos, los obispos no tienen que preocuparse de noticias en que se acuse a la Iglesia de discriminar a alguien o de atentar contra las aspiraciones de algún colectivo y la sociedad encuentra aceptable a la Iglesia, pues ve que tiene un servicio que ofrecer a los ciudadanos, aunque sea religioso.

Sin embargo, hay quienes no se pacifican con esto y, si hay que concederle algún espacio a la Iglesia, será por otro tipo de servicios que no sean religiosos. La iglesia, por tanto, recibe la presión de ser útil socialmente, la presión por que se convierta en una ONG de actividades de auxilio social o cultural, siempre que no sean educativas. Tal vez éste haya sido un riesgo más del pasado que del presente y, en buena medida, se ha ido sabiendo ir mostrando el propio rostro a la sociedad.

Pero, lo mismo que la sociedad presiona y tienta para que la Iglesia acepte un determinado papel, la Iglesia debe ir aprendiendo a vivir en medio de nuestro mundo con un perfil perfectamente definido desde su Señor para ser significativa en el mundo, a ir dejando privilegios e inercias del pasado y a saber estar desnuda ante los poderes de este mundo. Mucho se ha hecho, pero más hay que seguir haciendo.


6. ¿Estratificación/individualismo o pueblo de Dios?

Por lo visto hasta ahora, creo que está clara la importancia que le doy a que haya vivas y perceptibles comunidades de creyentes. Unas comunidades con un perfil claramente definido por la vivencia adulta de la fe en ellas y con la debilidad propia de discípulos pecadores, que anuncian el Evangelio y que ofrecen un camino de maduración para incorporarse a quien se haya convertido a la vida de fe.  La debilidad actual de nuestras comunidades está determinada no porque no haya cristianos que puedan vivir su fe así, sino principalmente porque no ofrecemos espacio y vías para que esto pueda ser así.

Destaco, además de lo ya dicho, dos cuestiones que operan en sentido contrario. Una es la estratificación. ¿Qué quiero decir con esto? La organización de nuestras parroquias está definida en exceso por aspectos que no son troncales; no digo que no haya que tenerlos en cuenta, pero que al no estar subordinados a la simple vida de fe, fragmentan lo que tendría que ser una comunidad. Tenemos distintos estratos, por ejemplo, de edad: grupos de jóvenes, grupos de adultos, grupos de ancianos. Pero también por especialización de actividades o por devociones: grupo de Cáritas, grupo de oración, grupo de rosario, grupo de Biblia, etc. Muchos grupos-de y poca, muy poca, vida comunitaria de la fe. En la evangelización nueva, digámoslo una vez más, la acción de la comunidad se ha de articular conforme a las tres etapas señaladas, lo que debería llevarnos a que los ministerios de la palabra, de la liturgia y de la caridad se modulasen conforme a esas etapas y a que, en el momento pastoral, manifestaran su armonía en la vida comunitaria.

La otra traba es el individualismo. Las parroquias se convierten con facilidad, perdón por la expresión, en expendedurías de servicios religiosos para el consumo individual de cada uno. Hagámonos simplemente unas preguntas. Entre quienes coincidimos los domingos en misa, ¿qué relación hay? Cuando nos vemos casualmente en la calle, ¿nos tratamos como vecinos, familiares, amigos o como hermanos en la fe? Cuando tengo algún problema, ¿a quién tengo como referencia, a las personas con las que coincido en la celebración de la Eucaristía? ¿Nos amamos los unos a los otros como el Señor nos ha amado?

Quiero terminar con una cita de Sta. Teresa que expresa lo que para mí es más urgente. En el contexto de la crisis protestante, la gran santa, con bravura de épica castellana, se está refiriendo en este párrafo a las comunidades de carmelitas por ella fundadas. Nosotros podríamos leerlo refiriéndolo a nuestra situación y aplicándolo a las comunidades de creyentes.

Viendo tan grandes males que fuerzas humanas no bastan a atajar este fuego de estos herejes […] hame parecido es menester como cuando los enemigos en tiempo de guerra han corrido toda la tierra, y viéndose el Señor de ella apretado se recoge a una ciudad, que hace muy bien fortalecer, y desde allí acaece algunas veces dar en los contrarios y ser tales los que están en la ciudad, como es gente escogida, que pueden más ellos a solas que con muchos soldados, si eran cobardes, pudieron, y muchas veces se gana de esta manera victoria; al menos, aunque no se gane, no los vencen; porque, como no haya traidor, si no es por hambre, no los pueden ganar. Acá esta hambre no la puede haber que baste a que se rindan; a morir sí, mas no a quedar vencidos (Sta. Teresa de Jesús, Camino de perfección, 3,1).



2 comentarios:

una madre agradecida dijo...

Ha dejado muy bien a España, pues da a entender que aquí tenemos esta "óptica"; creo por desgracia que son pocos los que ven tan claro como usted y se atreven a decirlo a través de un micrófono.

Como catequista de 1ª comunión y de confirmación vivo y sufro lo que ha escrito cada día y cada semana.

En unas parroquias se les da importancia a las llamadas "dinámicas de grupo" tan de moda en los años 80; en otras, la catequesis consiste en que los niños se aprendan las oraciones básicas y muy por encima el catecismo.

El resultado es que los jóvenes creen que ser cristiano consiste en cumplir una serie de normas y a tener unos derechos.

Me quedo con esta frase: "un verdadero creyente ha de ser un testigo, en medio de su mundo, del Señor resucitado"

Imprimiré su entrada y se la daré a los sacerdotes de mi parroquia.

RockyMarciano dijo...

Enhorabuena, D. Alfonso. Hago comentario sobre la traducción francesa en la siguiente entrada.