sábado, 12 de diciembre de 2009

Dime mi nombre

La niña con el gato jugaba,
diciéndole quién era
ella,
diciéndole su nombre.
No había distancia
con aquella palabra
tantas veces oída;
sus sones mamados
en maternales labios.
Y, al oírla en su juego,
sentí orfandad nueva:
nudo también de nombre.
Espacio para pedir
el candor de una piedra.

1 comentario:

Carla Rodríguez-Spiteri dijo...

El poeta y el sacerdote eran, primitivamente, uno solo. Sólo en tiempos posteriores se han escindido. Sin embargo, el auténtico poeta es siempre un sacerdote, como el auténtico sacerdote ha sido siempre un poeta. Y el futuro ¿no restaurará el primitivo estado de las cosas?
De "Fragmentos" Novalis ca. 1790.