Te compadeces de todos, Señor, y no odias nada de lo que has hecho; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan y los perdonas, porque tú eres nuestro Dios y Señor (Sb 11,24s.27).La antífona de entrada del Miércoles de Ceniza no solamente da el tono de la celebración eucarística, sino que nos sitúa también ante la gran celebración que es la cuaresma. Durante estos días ciertamente vamos a centrarnos en la penitencia como preparación para celebrar los misterios pascuales, pero más importante que lo malo que haya en nosotros es Dios.
Al comenzar estos días, nuestros ojos se ponen en Él. Esta actitud orante nos saca de nosotros mismos, de ser el centro de atención. Y nos fijamos en que Dios es misericordioso. Su misericordia nos lleva la delantera; antes de que nosotros sepamos de nuestro mal y de que podamos arrepentirnos, Dios, que ama cuanto ha creadoy especialmente a los hombres y no deja de hacerlo, tiene compasión por nosotros.
Si reconocemos algo en nosotros como pecado, es por la luz amorosa que proyecta Dios sobre nosotros. Sin ella, nuestra razón lo más que ve son trasgresiones a un código moral. Y cuando Dios nos da a conocer nuestra lejanía de Él, a la par, nos muestra la esperanza de la salvación, que nos lleva al arrepentimiento y a pedirle perdón, a buscar la gracia del sacramento confesando nuestros pecados.
En esta compasión, que nos lleva a situarnos como el publicano en el templo, conocemos que es nuestro Dios, que nos ama, que cuida de nosotros.
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