Yo, con mi apelación, vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante (Sal 17(16),15).Todos juntos, como comunidad de hermanos, en la celebración. Pero sin quedar diluida nuestra responsable libertad en el grupo. Se trata de una respuesta individual a una llamada que me ha hecho Dios a mí. Sí, respondo con otros y, sin ellos, no habría propiamente respuesta, pues lo es con la Iglesia apostólica, pero soy yo quien responde.
Y a esa con-vocación a la celebración dominical de la Resurección de Cristo, responde el hombre limitado y pobre que soy, el indigente de gracia y divinidad. Y, por ello, vengo con mi apelación, con mi búsqueda de la verdadera justicia, de la divina, porque necesito de la que está empapada de misericordia, pues, sin ésta, quién podría resistir cualquier juicio. Perseguido por mis acusadores, por el gran acusador (diábolos, satán), busco refugio en la Casa de Dios y espero su juicio.
Quienes apelaban a Dios en el AT, pasaban la noche en el templo, esperando al alba su veredicto sobre la cuestión planteada. En la Eucaristía, estamos ante el juicio divino, sobre el mundo, en la Cruz. No es suficiente con pasar una noche en un templo de piedra. Ahora ese dormir es un con-morir con Cristo, para que el despertar lo sea a vida nueva.
Así pregustamos, en la misa, la muerte y vida futuras, contemplando la presencia eucarística, anticipo de la visión cara a cara; así pre-vivimos el Juicio futuro, en el memorial del Juicio que tuvo lugar en la Cruz. En él, fuimos declarados todos pecadores, pero la condena cayó sobre Él, para que, en nosotros sobreabundara la misericordia.
Así pregustamos, en la misa, la muerte y vida futuras, contemplando la presencia eucarística, anticipo de la visión cara a cara; así pre-vivimos el Juicio futuro, en el memorial del Juicio que tuvo lugar en la Cruz. En él, fuimos declarados todos pecadores, pero la condena cayó sobre Él, para que, en nosotros sobreabundara la misericordia.
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