La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el cielo. Aleluya (Sal 33 (32),5s).Al comenzar la celebración, cuando resuena esta antífona, estamos normalmente reunidos en un templo, que no es un simple lugar para ejercer el derecho de reunión, sino que es lugar de culto, que significa y manifiesta lo que es la misma Iglesia. Lo importante no son los materiales de construcción, sino los fieles que somos piedras vivas para "la construcción de un edificio espiritual" (1 Pe 2,4s). El templo material visualiza ese templo vivo de Dios que somos los creyentes (cf. 2 Cor 6,16).
Además, ayuda a hacer perceptible el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. De modo que, así como de su costado abierto en la Cruz manó la salvación para todos (cf. Jn 19,34), así la puerta, abierta tras la celebración, debería ser nuevo cumplimiento de la profecía de Ezequiel y nosotros, derramados por las calles, llevar la vida a las aguas de este mundo salobres por el pecado (cf. Ez 47,1-12).
Y también el templo es un signo escatológico. Cuando entramos en él para la celebración eucarística, estamos anticipando nuestro ingreso en el santuario celeste para participar eternamente en su liturgia. Nuestra entrada en el templo es imagen de nuestra vuelta definitiva a la casa del Padre.
Ahora bien, el culto "en espíritu y verdad" (Jn 4,24) no está ligado a ningún lugar en concreto, pero como no somos ángeles, sino criaturas corpóreas, siempre tiene que ser en algún lugar. En muchos países, los cristianos tienen que vivir su fe y, por tanto, sus celebraciones clandestinamente. Pero tanto los que podemos celebrar abiertamente en un templo como los que no pueden lo hacemos sobre una tierra que está llena de la misericordia divina y bajo un techo, el cielo, obra de su palabra. No hay propiamente ningún lugar profano, todo el universo es el solar de ese templo que somos los creyentes.
[Aquí tenéis un comentario a la antífona de comunión de este domingo]
2 comentarios:
Hola Don Alfonso, muchas gracias por sus palabras. Le he comentado en Siete en Familia sobre el apotegma del otro día. Estoy convencida de que quien ha aprendido que del costado abierto de Jesús Misericordioso brota el Océano de la Misericordia insondable para el mundo entero jamás puede ya encontrarse al borde del precipicio, ni mucho menos caer.
Estamos salvados, podemos ya abrazarnos para toda la eternidad porque Cristo nos ha rescatado con el precio de Su Sangre y somos suyos.
Jesús confío en Ti.
Feliz domingo.
Abba Bané preguntó un día al abba Abraham: “¿Un hombre que está como Adán en el paraíso tiene necesidad todavía de pedir consejo?” Y éste le dijo: “Sí, Bané, porque si Adán hubiese pedido consejo a los ángeles: «¿Puedo comer del árbol?». Ellos le hubieran dicho: «No»”.
¿A qué se refiere este apotegma? Estar como Adán en el paraíso es haber purificado ya, con la gracia divina, el corazón de todo afecto desordenado. Es decir, ser ya ese niño del salmo en brazos de su madre. La gracia nos capacita, nos eleva más allá de lo que nosotros podemos con las solas fuerzas naturales para que seamos nosotros los que digamos sí a Dios día tras día. Sta. Teresa, recordando su pasado en el que, pese a haber recibido muchas gracias, calló en la tibieza, dice que en las séptimas moradas hay posibilidad de vuelta atrás.
Dios te va llevando quitándote a unos y a otros. Hay una cosa clara en lo que dices, que aún hay muchas cosas que no tienes claras. Déjate guiar por la misericordia divina en que confías para que te lleve a quien te ayude a encontrar más claridad.
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