Pueblo de Sión: Mira al Señor que viene a salvar a los pueblos. El Señor hará oír la majestad de su voz y os alegraréis de todo corazón (cf. Is 30,19.30).
Como pueblo, al comenzar la celebración, recibimos y cantamos una llamada a contemplar. En esta ocasión no es el momento de pedir, sino de recibir. Lo cual no es pasividad. El Señor viene a salvar a los pueblos, es su amor quien lo mueve; nuestra actividad no está en hacer que haga, en moverlo. Aquí la acción es contemplar, acoger, recibir,... no es padecer lo inevitable, lo que de todas formas acontecerá.
En la Eucaristía, contemplamos cómo se hace presente bajo las especies de pan y vino, escuchamos la majestad de su voz. Si en la fe contemplamos su acción salvadora, el misterio de su amor, el memorial de su sacrificio redentor, si en la fe escuchamos la proclamación de su palabra, entonces abrimos las puertas a la alegría plena de nuestro corazón.
Otros tesoros, en los que están los corazones de los hombres, dan alegrías, pero no la que da la venida del Señor. Son contentos parciales, que están limitados por la caducidad que marca el tiempo, que solamente alcanzan a una parte de nosotros o a unos cuantos de nosotros, que nunca llegan a la profundidad de lo que somos y anhelamos.
Solamente alegran en lo que podemos conquistar con la fuerza de nuestro brazo, pero no nos pueden salvar de la esclavitud en la que estamos, ni sentarnos a la mesa del Padre como hijos. Por eso el pueblo, en que se reúnen todos los pueblos, donde pone su atención, su mirada, su corazón, es en esa salvación que le viene, en esa palabra de majestad que lo recrea.
Y mirando y escuchando en la Eucaristía, miramos y escuchamos más allá de lo que en misterio acontece para nosotros, porque, sacramentalmente también acontece ahora que se nos da a contemplar la venida en gloria del Señor, la voz del Rey que sella la historia. En mistérica pregustación, podemos paladear la alegría de su Parusía.
[Un comentario a la antífona de comunión de este domingo la tenéis AQUí]
1 comentario:
la verdad es que detrás de la alegría siempre está Dios
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