En este paso del evangelio de S. Marcos, como en toda la Sagrada Escritura, no se nos está dando primariamente un dato histórico. No es este el foco de interés, sino la fe (Jn 20,31). La curiosidad científica no queda satisfecha, el historiador encuentra lagunas, cuántas cosas de la infancia de Jesús, por ejemplo, nos son desconocidas. Pero, para creer, está todo y, con los hechos que se nos narra, para ello, basta; no necesitamos más.
Toda la vida de Jesús es misterio y cada uno de sus hechos es misterio. Cada uno de ellos y la vida toda es Revelación, Redención y Recapitulación. La curación de este paralítico también lo es. Y, en este acontecimiento, me encuentro, nos encontramos cada uno de nosotros con algo relacionado con uno mismo. Porque la Revelación, la Redención y la Recapitulación no lo es en abstracto.
Jesús no revela al Padre al hombre en abstracto, sino que manifiesta el amor divino a cada uno en concreto y a todos. Jesús no redime los pecados del hombre en abstracto, sino que es redentor para cada uno en concreto y para todos. Jesús no es recapitulación del hombre en abstracto, sino que toda su vida tiene como finalidad restablecer a cada hombre caído y a todos en su vocación primera.
En la curación de este paralítico, se pone en primer plano una dimensión: "para que sepáis" (Mc 2,10). Este relato, cualquier pasaje de la Biblia, dice, no solamente lo que ocurrió aquél día, sino que dice lo que me ocurre. Da figura, rostro, perceptibilidad al acontecimiento de salvación que no la tiene. Por eso, la exégesis que los Santos Padres hacen es sumamente simbólica.
Ese paralítico soy yo. El milagro no ocurrió simplemente para que los circunstantes supieran que Jesús tiene poder para perdonar pecados, sino también para que yo, para que tú, para que cada uno de nosotros tengamos perceptibilidad de su poder y sepamos. Porque no somos ángeles y conocemos no solamente con el alma, sino a una con el cuerpo. Lo mismo que la inteligencia es sintiente, la fe tampoco se da al margen de los sentidos (cf. Jn 20,8s).
Esta curación milagrosa me da perceptibilidad del poder de Jesús para perdonar pecados. S. Marcos no nos da un tratado sobre el perdón y la confesión, sino que nos da una narración. Y en ésta no encuentro sin más el poder de Jesús, sino que lo encuentro respecto a mí o a cualquiera que se acerca a Él por la fe. Ese paralítico soy yo. Lo que le ha pasado a él desde un punto de vista médico, es lo que le ocurre al perdonarle Jesús los pecados, es lo que me ocurrió en el bautismo, es lo que me ocurre cuando voy a confesar. En el paralítico veo lo que ocurre invisiblemente.
¿Qué soy yo como pecador? Un paralítico, alguien que no puede caminar hacia Dios, alguien que no puede ordenar su existencia hacia el fin para el que ha sido creado. ¿Qué ocurre cuando recibo la absolución? Que recibo la gracia para poder levantarme, tomar la camilla y andar. Todo lo cual, cada uno de los detalles de este paso, contiene una riqueza inmensa. Conformémonos hoy con esta pequeña pincelada sobre uno de los aspectos.
Pero si esta curación nos diera perceptibilidad de todo lo que ocurre en el perdón de los pecados, muchas narraciones sobrarían. El poder de Jesús para perdonar pecados nos lo encontramos en todos sus misterios, pues todos ellos son redentores. Lo mismo que para ver toda la superficie de una manzana necesitamos mirarla desde distintos ángulos, como no somos ángeles, necesitados contemplar todos los misterios de Jesús, aunque su vida sea solamente una y un único misterio de Revelación, Redención y Recapitulación.
3 comentarios:
Me llama la atención que no podían acercarlo a Jesús a causa de la multitud.
A Zaqueo que era bajito era también la gente la que le impedía ver a Jesús.
Y surge la pregunta ¿estoy impidiendo que alguien se acerque a Jesús? ¿estoy delante estorbando?
Sería largo de comentar, pues los dos relatos son de una extraordinaria riqueza. Solamente un pequeño apunte, en los dos pasajes a los que haces referencia hay otra cosa en común: los dos bajan. Sólo el que se humilla es ensalzado.
En el caso de Zaqueo entiendo que, cuando Jesús le dice "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa", me llama por mi nombre y me dice que baje a lo hondo de mi mismo, al abismo que hay en mi y que me produce vértigo, porque Él quiere venir precisamente ahí. A llenar ese vacío que sólo Él puede colmar.
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