Una enfermera, en Inglaterra, ha sido suspendida de empleo y sueldo y hasta podría ser despedida porque preguntó a una enferma si quería que rezara por ella. Y es que una pregunta así puede ofender a alguien.
No le quiso imponer nada, sencillamente le pregunto algo. Si a mí, estando enfermo, un médico, un asistente, una enfermera, etc. de una religión que no fuera la mía me preguntara si quería que rezara por mi, de entrada, lejos de sentirme ofendido, me sentiría agradecido. Sencillamente porque esa persona, con independencia de que sus creencias sean o no erróneas, me está tratando desde lo más profundo de su humanidad y quiere hacer por mí algo bueno; es más, quiere hacer por mí lo mejor, lo que, en su consideración, está por encima de la técnica médica.
¿Quién puede sentirse ofendido por una pregunta así? ¿Un ateo? No necesariamente. Seguro que habrá muchos de ellos, respetuosos con la dimensión religiosa del hombre, que también se sentirían agradecidos. Aunque desde su increencia considere un ateo inútil una oración, no dejará de reconocer la buena intención de quien se ofrezca a rezar.
Incluso el ateo que mira por encima del hombro al creyente, considerándolo un tanto inmaduro, no podrá por menos de reconocer que aquél pobre de creencias primitivas, en su craso error, quiere lo mejor para el enfermo.
Sólo se me ocurre un tipo de personas que se puedan sentir ofendidas por una pregunta así. Aquéllos que consideren la religión como un mal, como algo peligroso que, como mucho, hay que tolerar; pero eso sí, como un vicio privado que debe quedar recluido fuera del espacio público.
Si hay libertad religiosa, ésta no está considerada por el Estado como un mal, por consiguiente, no hace mal. En un estado de derecho, hace daño lo que explícitamente está señalado como malo y no lo que cada uno subjetivamente diga que le ofende.
Si, en vez de la libertad religiosa, lo que aparece en las leyes es la tolerancia religiosa, entonces sí. En este último caso, se entiende que sancionen a esta enfermera. Es más, por la misma lógica, deberían de prohibir en los bares hablar de Dios, como antes estaba prohibido blasfemar y ahora fumar. Y, al que se le ocurriera en un restaurante bendecir la comida, condenado a galeras.
Nos encontramos en unas sociedades en las que, en principio, se reconoce la libertad religiosa, pero en la práctica se está empezando a actuar como si estuviéramos en un régimen que otorga los derechos graciosamente y que tolera determinado tipo de conductas, concretamente la religión, siempre y cuando no produzcan escándalo público. La religión lo que hace aflorar es una mentalidad. Si yo fuera ateo me resistiría a que la sociedad en la que viviera se concibiera de esta manera.
Una última consideración. ¿No creéis que es más sanador que los profesionales de la medicina no solamente traten al enfermo como si fuera una persona, sino que ellos también actúen humanamente? En vez de esterilizar de humanidad la medicina, deberíamos humanizarla más. Para un ateo, la religión será algo solamente humano; para el creyente, lo religioso es lo más humano de su humanidad.
Solamente un enfermo de humanidad puede verlo como algo inhumano o antihumano. Para estos casos, lo mejor es un remedio homeopático: amarlos y rezar por ellos.
1 comentario:
"¿Quién puede sentirse ofendido por una pregunta así?" pregunta usted.
¿A quién ofende una sencilla sonrisa? ¿Una mirada de ternura?
Sólo los que son incapaces de aceptar el regalo de la vida. Los que están cerrados en si mismos y por lo tanto muertos.
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