sábado, 27 de junio de 2009

Divino contagio. Marcos 5,21-43

S. Marcos nos ofrece hoy dos relatos, que son uno, como un anillo de metal muy valioso con una piedra engastada; el uno remite al otro y viceversa. Se trata de un pasaje evangélico de una extraordinaria riqueza; nos centraremos sólo y brevemente en un aspecto.

Desde el tercer capítulo del Génesis, hasta el comienzo del ciclo de Abraham, uno de los aspectos del pecado que se subrayan es que hay un crecimiento del mal, como si fuera una epidemia con un cierto poder de contagio del que el hombre no se pudiera librar. Las huellas que esto deja en el AT son perceptibles; todo aquello, incluidas las personas, que estén en situación de impureza no pueden entrar en contacto con lo que no lo esté pues quedarían también en estado de impureza. Es el caso de los leprosos, el flujo menstrual o los cadáveres. Estas situaciones son, a la par, un símbolo de las consecuencias profundas del pecado, lo corporal es expresión de lo espiritual.

En los dos primeros ejemplos, la religión solamente ofrecía la reincorporación al culto y a la vida de la comunidad, pero no así remedios para la curación. El caso del muerto es distinto, su destino es el Sheol y de ahí ya no saldrá; quienes hayan tocado el cadáver sí podrán recuperar la pureza ritual.

La hemorroísa está en una situación muy grave, los flujos de sangre no cesan, por tanto, no puede acceder a lo santo ni nadie puede tener contacto con ella; está permanentemente impura y es continuamente un foco de impureza (Lv 15,19-30). Ni los remedios humanos –la medicina– ni la religión le aportan una solución. Pero la epidemia de impureza se va a cortar. Al tocar a Jesús, Este no solamente no se contamina, sino que le contagia salvación y vida. Es lo que le había pedido Jairo a Jesús para su hija. El griego tiene una ambigüedad que para el oyente cristiano queda decantada. No es salud y vida física simplemente, sino salud y vida eternas.

Jesús nos aparece como el que cambia el sentido de la historia; en el caso de la hija de Jairo, aún con mayor fuerza. La inevitable muerte deja de tener la última palabra. ¿Pero cómo acceder a esa fuente de salvación y vida, al divino antídoto? Muchos son los que de la multitud estaban en contacto físico con Jesús, pero solamente la mujer lo toca a Él, porque lo hace con fe y “palpa” su última identidad; solamente la fe es el acceso a la santidad de Dios y a la vida eterna. Antes de la curación, Jesús ya la ha regalado con la fe, ella obrará con lo que ya se le ha dado y gracias a ello.

Al padre angustiado y a nosotros, Jesús nos dice que no temamos, sino que vivamos creyentemente. Muerte física seguirá habiendo, pero quien crea en Él no morirá para siempre, no gustará la muerte eterna del alma.

1 comentario:

Sonsoles dijo...

Querido Padre Alfonso, hoy fui a misa y escuche el Evangelio, efectivamente "el que cree en Mi se salvará" ¿no dice eso Jesucristo?(corrijame si me equivoco) porque tenia fe la mujer con hemorrajia se salvó, porque Jairo teía fé su hija se salvó, en cambio hizo salir de la sala a todos porque no tenían fé. ¿En quién tienes fe? En Dios o en pequeños dioses terrenales creados por el hombre?