miércoles, 25 de noviembre de 2009

Antífona de comunión TO-XXXIV.1/Salmo 117(116),1.2

Aunque la antífona propia de comunión del último domingo del año litúrgico es la de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, tenemos también la trigésimo cuarta misa del tiempo ordinario con todos los elementos. Paso ahora a glosar una de sus dos antífonas de comunión.
Alabad al Señor todas las naciones, firme es su misericordia con nosotros (Sal 117,1.2).
Al cabo de todo el ciclo litúrgico, los breves textos bíblicos que acompañan a este momento de la celebración han ido mostrando, entre otras muchas cosas cosas, cómo las palabras en la vida del creyente tienen múltiple finalidad en el diálogo entre Dios y el hombre. Unas veces es palabra escuchada, otras es respuesta, otras confesión ante los hermanos, etc. Y todo ello en el contexto de la comunión. Siendo comunión del Logos eterno, se trata de un acontecimiento eminentemente verbal, en el sentido más fuerte de esta expresión, que excede lo que nuestra razón pueda alcanzar.

Este acontecimiento de comunión con el Logos no queda cerrado entre los creyentes y el Verbo del Padre, sino que es eminentemente misionero, es comunión que llama a integrarse a ella a todos los hombres.

La participación en la comunión de vida trinitaria por medio de la comunión con el Hijo muerto en cruz y resucitado, lleva a que cada uno de los fieles y a que la comunidad de hermanos llamen a todos los que no están integrados en esa comunión a que alaben a Dios. La participación plena en el culto divino acrecienta el deseo y necesidad de que todos participen en esa alabanza. Tanto la celebración eucarística como la vida de los creyentes individualmente y como comunidad son una invitación a cantar continuamente la grandeza de Dios.

En la comunión, tenemos la mayor muestra de la misericordia divina. En ella, tenemos, por medio de la fe, experiencia, por un lado, de nuestra pequeñez e incapacidad para salir del pecado y entrar en la vida de Dios y, por otro, de que es por pura gracia divina como tenemos acceso a la plenitud para la cual hemos sido creados. Y esta misericordia la vivimos no como algo veleidoso, sino teniendo la firmeza del ser de Dios. Nosotros somos volubles y hasta podemos negarnos a nosotros mismos, pero Dios es siempre fiel a sí mismo, a su eterna e infinita bondad amorosa.

Degustar la bondad divina despierta el deseo de una gozosa alabanza, que no se cierra sobre sí misma, sino que impele a anunciar la buena noticia a todos, a invitar a todos los hombres a su plenitud, que está precisamente en alabar a Dios.

[Voy a estar unos días sin poder hacer ninguna entrada, disculpadme]

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