sábado, 13 de noviembre de 2010

Antífona de entrada TO-XXXIII / Jeremías 29,11.12.14

Dice el Señor: "Tengo designios de paz y no de aflicción, me invocaréis y yo os escucharé, os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé" (Jer 29,11.12.14).
¡Qué distinto es tenerle miedo a Dios que tener temor de Dios! En éste tenemos el comienzo de la sabiduría, en aquél nos apresa el demonio en la ignorancia en que nos ha sumido por sus mentiras; la fundante de todas, la que insinuó a nuestros padres en el paraíso, que Él no nos ama y por eso nos ha vetado el comer de uno de los árboles del Edén. En el temor del Señor, el ser se estremece en la manifestación de su Gloria, ante la atracción de su belleza que suavemente, como las cosas de Dios son, lo arranca de donde su corazón lo tenía preso de lo creado.

En este exordio de la verdadera sabiduría, pre-sentimos, empezamos ya a tomar conocimiento interno de que lo que quiere para nosotros es la paz. Es decir, el retorno a la comunión con Él, en la que habíamos sido creados, esto es, la re-conciliación. Y, en ella, la paz de la comunión con todo.

Lo disperso es congregado por su designio de paz, somos convocados atraídos por la belleza silenciosa del misterio redentor de la Cruz, que nos convoca. Nosotros que vivíamos en la dispersión de la torre de Babel, como también Israel vivía en la diáspora de las naciones tras la demoledora acción de los imperios circundantes como consecuencia de su pecado, somos llamados a la celebración del misterio pascual. Cada domingo, el gozo de la paz que nos convoca, en la medida que está reflejado en nuestro rostro, al converger de distintos puntos, de diversas situaciones, de diferentes condiciones, en el común centro, es anuncio de que los designios de Dios son de paz, de reconciliación: Él nos ama.

No tenemos por qué escondernos de Él, como lo hicieron Adán y Eva. Que nos haya dejado mascar las consecuencias del pecado no es un acto de crueldad. Ahí encontramos la verdad de lo que somos, ahí aprendemos la propia verdad, escuela de la humildad. Y, desde ella, sabiendo de lo que somos sin Dios y lo mucho que lo necesitamos, con su anuncio de paz desde el árbol de vida, que es la Cruz, en vez de huir, comenzamos, movidos por su voz, a atrevernos a llamarlo, mendigando su ayuda.

Vamos hacia el altar, pidiendo la paz de la Cruz, con la esperanza de que se nos dará.

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