lunes, 29 de diciembre de 2008

Ciudad sin ley

El gobierno está dispuesto a sacar adelante la nueva ley del aborto que, en esta ocasión, no será despenalización, sino que se encamina a establecer abiertamente un derecho a abortar. Para ello, uno de los escollos con los que se encuentra es la sentencia del Tribunal Constitucional, a raíz de la anterior, en la que afirmaba que era contrario a la Ley Fundamental una regulación por plazos. Por ello, R. Jáuregui ha dicho que haría falta una interpretación más flexible y actualizada.

En las cuestiones legislativas, no solamente para el aborto, hay una raíz común que lo pudre todo. En este tema en concreto, la cuestión es muy grave. Pero los principios que dan lugar a ello pueden ser ocasión y, llegado el caso lo serán -espero ser un pésimo profeta-, para más atrocidades. La comprensión de la ley como un chicle suele convertir a ésta en un martillo para los débiles.

Con ocasión del libro de P. Urbano sobre la reina, muchos se llevaron las manos a la cabeza porque dijera la entrevistada que la legislación debía de tener en cuenta las leyes naturales. La mentalidad dominante considera que ley es aquéllo que aprueba el parlamento y su legitimidad solamente tiene ese límite. Menos legítimas serían las aprobadas por un tirano, pero solamente porque habrían sobrepasado el límite de la formalidad democrática. Pero, en lo que ahora tratamos, podría haber hecho el autócrata exactamente lo mismo.

Sin embargo, en la regulación de los límites de velocidad vial, se tiene muy en cuenta que la fuerza es igual al producto de la masa y la aceleración. Ésta es una ley física y éste es un tipo de leyes naturales que sí se toman en cuenta. Para esto, el legislador no es iuspositivista. Pero, como hay una curiosa mentalidad imperfectamente materialista, esto sería de aplicación en determinados casos. Solamente en estos supuesto podría hablarse, aunque no muy estrictamente, de iusnaturalismo. Para otras esferas del vivir humano esto no se tomaría en consideración.

Pero nuestro materialismo es en realidad un dualismo vergonzante. Fuera de lo estrictamente material hay más realidad, no abarcable por las ciencias naturales, aunque no se confiese. Pero, para ese ámbito, el hombre puede decidir lo que sea, con el límite de que hay más omnipotencias que las de un individuo. Por eso, lo que se impone es la mayoría.

Esta mentalidad la vemos en la ideología de género. El sexo no forma parte propiamente de lo sustantivo del hombre. Es, como un accidente gramatical, como el genero, número o caso, algo inherido al sustantivo que se puede modificar. Mi omnipotencia puede decidir mi orientación sexual, pues no tengo propiamente sexo, sino género. Aquí aparece la arbitrariedad, pues, en este caso, da igual lo que diga la ciencia. En la omnipotencia, se confunde la libertad con la voluntad. En la arbitrariedad, con la elección. Dejémoslo señalado, seguramente habrá ocasión otro día para profundizar en ello.

En la legislación, también encontramos la arbitrariedad; consideramos que nuestro abanico de elecciones es ilimitado y así pensamos que somos más libres. Pero las leyes humanas tienen unos límites, no solamente el de tener que obtener la mayoría parlamentaria. La realidad nos ayuda a reconocer lo justo de lo injusto. El ámbito de la Naturaleza tiene unas leyes, pero el ámbito Histórico también. La realidad humana es de una manera y su dimensión social también y no es indiferente lo que se haga. El barro tiene unas propiedades que son, a la par, posibilidades e imposibilidades para el alfarero. Si se sabe servir de sus posibilidades hará buenas piezas, si cree que la libertad es omnipotencia y arbitrariedad, fracasará en sus proyectos, pues el barro, por ejemplo, no se comportará como un mental por mucho que quiera y elija esa opción imaginaria.

Si las leyes humanas, no toman en cuenta lo que el hombre es en todas sus dimensiones -natural, histórica, individual, social, trascendente- las leyes serán injustas, no se ajustarán a lo que de suyo es su destinatario y le causarán daño y no solamente físico. Quien vive a conciencia, con una conciencia que derechamente busca la verdad, sabe que ante las leyes injustas, por muy votadas que estén en el parlamento, por muchas incomodidades que pueda causarle su postura, hay que objetar que hay una norma mayor; aquélla de la que me habla la voz de la conciencia.

Todo esto nos suena a Gn 3. Queremos ser dioses desde nosotros mismos. No creemos en Dios, entre otras cosas, porque nos recuerda que somos limitados y porque la imagen que tenemos de un dios -una realidad con una omnipotencia arbitraria- y que proyectamos sobre el verdadero no nos gusta. Y, sin embargo, nos endiosamos de esa manera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ex,32,1 "Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros..."

Nos fabricamos nuestro propio dios, que no nos salva y además muere con nostros.

Anónimo dijo...

Razonar lo irracional es absurdo.
Un gobierno como el actual que dice que un matrimonio puede estar formado por dos hombres ó dos mujeres y le preguntas que por que no por tres personas, y te hace una muesca como diciendo....puede que tengas razón...pero ¿que más da?

Que no, que nuestros gobernantes van al capricho, legislan caprichosamente, como ellos lo deciden. Cualquier barbaridad que produzca réditos económicos, será analizada, moldeada y adaptada para que cuadre en la nueva filosofía-juridico-moderna y para que la gente les vote, mantenerse en el poder y a disfrutar ¡¡que son dos días ¡¡ vamos a dejarnos de tonterías.

(eso si, todo esto dicho con un vocabulario juridico-filosofico que queda estupendo, suena fenomenal, y deja laconciencia descansar)