Los oyentes postexílicos de Is 60,1, con Jerusalén arruinada y empobrecida, pensarían en la reconstrucción y engrandecimiento de su capital. Pero la llamada del profeta a levantarse va más allá de lo meramente material o histórico.
Este oráculo se empezará a cumplir con la Iglesia, formada por aquéllos que se han levantado de la muerte del pecado, por los que han emergido de las aguas del bautismo a una vida nueva. Una ciudad no levantada con piedras muertas, sino con piedras vivas sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas y la piedra angular es Cristo (Ef 2,20).
Y, aunque no está edificada con materiales, es visible, pues está puesta en lo alto de un monte, a la vista de todos (cf. Mt 5,14). Y esa ciudad brilla. No como el Sol, que tiene luz propia, sino como la Luna que refleja la luz del astro mayor. Así brilla en la Iglesia la luz de la gloria del resucitado.
Y los que forman parte de ella, por el sacramento de la iluminación, el bautismo, son una lámpara encendida. Si en ellos arde el fuego del Espíritu, no han de preocuparse porque sus obras alumbren a los hombres, pues quien ha encendido la lámpara se encarga de colocarla donde crea conveniente para que alumbre a todos los de la casa (cf. Mt 5,14ss).
"¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!" (Is 60,1). La ciudad y los que forman parte de ella se levantan porque son atraídos hacia arriba por el Sol que nace de lo alto (Lc 1,78), brillan porque su luz los enciende.
Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Cor 3,18).
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1 comentario:
..."brillan porque su luz los enciende".
Necesito que brille esa luz para poder ver(me). Necesito la luz que reflejan los demás y poder ser reflejo de esa luz.
Necesito...
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