miércoles, 18 de febrero de 2009

El Mesías de Händel XXXV

[<—cabecera de sección—] "Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes, al resplandor de tu aurora" (Is 60,3). El profeta se dirige a Jerusalén. Sobre ella va a amanecer el Señor (Is 60,2). Ese Sol que nace de lo alto, además de mostrarse, dar la capacidad de ver e iluminar la realidad, va a hacer de Jerusalén una lumbrera.

Ella no es el Sol, pero encendida por Él, va a resplandecer en medio de la Historia. Por ello, los Santos Padres llaman a la Iglesia Luna.



La luz con que ella ilumina la oscuridad del caminar del hombre, marcado por el pecado, no es propia. En el sacramento de la iluminación, el Bautismo, el recién bautizado –o, en su lugar, padres y padrinos– recibe una vela encendida en el Cirio Pascual, símbolo de Cristo glorificado en la Resurrección.

Esa luz que refleja, esa aurora lunar, es bella. Las cosas lo son en la medida que reflejan la Gloria divina. Esa belleza es atracción y, como no es luz propia, es Dios mismo quien nos atrae por medio de esa aurora. Esa atracción suavemente va ordenando la historia hacia el fin para el que hemos sido creados: "Y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).

La belleza necesita de una forma para ser conocida por nosotros, pues no somos ángeles. Y esa figura que la hace perceptible es el amor mutuo de los creyentes tal como Él nos ha amado (cf. Jn 3,14). Todos y cuanto rige el mundo queda sub-ordinado al Señor (cf. Ef 1,22). Todos son atraídos por su Luz.  [—>]

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Todos son atraídos por su Luz."

Conozco algunas personas que estan muy cerca de Dios, irradian luz, y desprenden paz. Tienen un atractivo irresistible que hace querer estar en su compañía.