lunes, 22 de junio de 2009

El Mesías de Händel LXIV

Continuamos con Is 53,8 donde lo dejamos.

La muerte de Cristo es un suceso natural, un hecho histórico y un acontecimiento trinitario. Su valor y significación son inabarcables; en ella, se tambalea toda nuestra comprensión de la realidad. No, desde luego, en que nos vaya a aportar algo sobre el funcionamiento de la Naturaleza, sino en el sentido y significación de todo. Si la muerte de Cristo es verdad y si es la muerte del Hijo de Dios, la imagen de todo es distinta, se convulsiona cualquiera que tengamos. Por eso, a lo largo de la Historia, tantos se han resistido y se resisten a aceptarla en su total radicalidad.

¿No sería más cómodo un Dios lejano y distante de los avatares humanos? ¿No sería más puro si no se manchara con nuestras cosas y el mal fuera solamente algo entre nosotros y superable con nuestras fuerzas? ¿No sería mejor ese Dios lejano para podernos desentender de Él, para poderlo acusar de indiferencia hacia nuestras cosas? ¿No sería mejor edulcorar su muerte para narcotizarnos ante la nuestra? Las preguntas se pueden multiplicar, pues las imágenes que nos hacemos de la divinidad son muy variadas y todas quedan puestas en entredicho con la muerte de Jesús. Y es que, con su muerte, mis falsas ideas de Dios son destruidas y a eso nos resistimos, porque con ellas se resquebraja nuestra soberbia; un Dios creado por el hombre siempre es más manejable. La Cruz de Cristo es un no, aunque sea también un sí.

Su muerte niega lo que nos hemos construido al margen de Dios, pero no nos niega. Por el contrario, nos afirma. Dios no destruye nuestra libertad, no nos anula para vencer al mal. Y nos afirma hasta el punto de que somos invitados a participar de esa muerte para que, en nosotros, quede anulado el viejo Adán y podamos, con Cristo, resucitar a nueva vida.

Este versículo de Isaías nos recordaba que fueron nuestros pecados quienes lo mataron. Si su muerte es el paso a la vida, nosotros tenemos que morir verdaderamente para poder participar de su Vida; nuestro bautismo ha de ser vivido en plenitud. Pasamos la vida huyendo de la muerte que son nuestros pecados. La muerte de Jesús nos dice que no tengamos miedo a esa muerte; si nos dejamos matar con Él, moriremos, pero a una vida nueva. La muerte de Jesús es una invitación a estar en la soledad, el silencio y la quietud de su Cruz.

Continuaremos.

3 comentarios:

MJ dijo...

No se si se escribió mi comentario anterior sobre la saeta de Antonio Machado..

Sonsoles dijo...

Eres ideal para hacer la unción de enfermos, pero.... ¿que es nuestra muerte comparada con el peso de todos nuestros pecados? es un leve paseo por las nubes. Gracias Alfonso, estoy deseando continuar.

Alfonso Gª. Nuño dijo...

Mrs. Wells, ese comentario no me llegó.