La cinta blanca (Das Weiße Band - Eine deutsche Kindergeschichte, 2009) de Michael Haneke es, en todos los sentidos, mejor película que la ya comentada En tierra hostil, pese a que ésta haya sido la gran triunfadora de los premios Oscar. Es un trabajo meritorio tanto en la forma como en el contenido. Solamente por los interiores nocturnos, la ambientación, los decorados, detalles de interpretación,... merece la pena verla. Pero además es una película, como queda de manifiesto desde el principio, que trata de ser una indagación sobre las raíces del horror nazi. Hay cuestiones indudablemente discutibles, pero la seriedad del planteamiento contrasta grandemente con los tópicos, superficialidad, zafiedad, etc. del mayoritario cine español actual a la hora de mirar el pasado.
Un pueblo de religión luterana y distintos episodios de su historia inmediatamente anterior a la I Guerra Mundial se convierten en metáfora para preguntarse cómo pudo ser posible el horror posterior. Se trata de una película muy coral, en la estela de Manhattan Transfer de John Dos Passos. En ella, aparecen distintos episodios, muy truculentos, que van dibujando dos generaciones. La que entonces estaba en su madurez y la de los hijos que la tendrán en la época del esplendor nacional-socialista.
Dos elementos creo que hay que destacar: la pureza y la violencia. Esos adolescentes aprenden estas dos. La pureza es una palabra muy significativa en la filosofía alemana de la modernidad. Pero una pureza que se alcanza por abstracción, por sustracción de lo malo, una pureza, por tanto, negativa, a base de eliminar lo malo y no de acrecentar lo bueno. Y todo ello aprendido en un clima de violencia y crueldad bajo capa de una gran formalidad y una gran cultura, como se deja ver en la presencia de la música. La cinta blanca es el símbolo de esa pureza que, a la par, es un castigo. Todo esto con una imagen de Dios que queda magníficamente expresada en la escena del niño que camina en la barandilla del puente; si no se cae, piensa, es señal de que Dios no quiere que se muera, que está bien, por tanto, lo que hace.
¿Quién ha cometido las atrocidades que han tenido lugar en el pueblo? Se deja caer la sospecha de que han sido los niños, pero queda en la ambigüedad. Años después ocurrieron cosas terribles en Europa; nadie parecía tener la culpa
La Gran Guerra romperá la confianza en Dios que era lo que hacía llevadera aquella situación y, entonces, ya no merecerá la pena la vida. Los episodios se irán desencadenando. Pero esto está más allá de la película. Al terminarla de ver son muchas las cuestiones que sugiera este trabajo, apenas he tocado algo –el fin de la nobleza rural, el lujurioso doctor y el drama de la familia obrera, merecerían unas líneas–. Solamente una pregunta inquietante, al menos para mí: ¿Qué generación estamos haciendo, en vez de con la extrema severidad y el ideal de pureza, con la laxitud y el ideal de impureza?
Un pueblo de religión luterana y distintos episodios de su historia inmediatamente anterior a la I Guerra Mundial se convierten en metáfora para preguntarse cómo pudo ser posible el horror posterior. Se trata de una película muy coral, en la estela de Manhattan Transfer de John Dos Passos. En ella, aparecen distintos episodios, muy truculentos, que van dibujando dos generaciones. La que entonces estaba en su madurez y la de los hijos que la tendrán en la época del esplendor nacional-socialista.
Dos elementos creo que hay que destacar: la pureza y la violencia. Esos adolescentes aprenden estas dos. La pureza es una palabra muy significativa en la filosofía alemana de la modernidad. Pero una pureza que se alcanza por abstracción, por sustracción de lo malo, una pureza, por tanto, negativa, a base de eliminar lo malo y no de acrecentar lo bueno. Y todo ello aprendido en un clima de violencia y crueldad bajo capa de una gran formalidad y una gran cultura, como se deja ver en la presencia de la música. La cinta blanca es el símbolo de esa pureza que, a la par, es un castigo. Todo esto con una imagen de Dios que queda magníficamente expresada en la escena del niño que camina en la barandilla del puente; si no se cae, piensa, es señal de que Dios no quiere que se muera, que está bien, por tanto, lo que hace.
¿Quién ha cometido las atrocidades que han tenido lugar en el pueblo? Se deja caer la sospecha de que han sido los niños, pero queda en la ambigüedad. Años después ocurrieron cosas terribles en Europa; nadie parecía tener la culpa
La Gran Guerra romperá la confianza en Dios que era lo que hacía llevadera aquella situación y, entonces, ya no merecerá la pena la vida. Los episodios se irán desencadenando. Pero esto está más allá de la película. Al terminarla de ver son muchas las cuestiones que sugiera este trabajo, apenas he tocado algo –el fin de la nobleza rural, el lujurioso doctor y el drama de la familia obrera, merecerían unas líneas–. Solamente una pregunta inquietante, al menos para mí: ¿Qué generación estamos haciendo, en vez de con la extrema severidad y el ideal de pureza, con la laxitud y el ideal de impureza?
2 comentarios:
A mí me gustó la película, sobretodo el papel del joven profesor que se encuentra en varias disyuntivas. Hay muy buenos diálogos y los niños hacen un papel interpretativo fantástico. No me convenció el final, donde todo queda muy en el aire. Su comentario sobre la misma ha sido muy ilustrador. Un saludo
Hoy aparece en la prensa británica el caso de Jon Venables, uno de los dos chicos que fue juzgado a los 10 años por el asesinato de uno de dos años (bueno la noticia dio la vuelta al mundo en 1993). este caso es una muestra viva del tema de la pelicula que comenta hoy D. Alfonso. Ahora que es mayor de edad hay quienes quieren que se desvele su "nueva identidad".
Creo que el dolor de una madre que ha perdido a su hijo (y este es un caso muy fuerte) encontrara mas salud en el perdon y tambien la justicia debe comprender el verdadero significado de la pureza (pureza psicologica y demas)..esto os lo dejo a los que sabeis de leyes y de tradiciones y culturas para analizar
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