[Comento la antífona de comunión para cuando se lee el evangelio de la Samaritana (ciclo A). Aquí tenéis la glosa a la correspondiente a la misa en que se proclamen las del presente ciclo]
Más adelante, después del paso de la Samaritana, en el mismo evangelio, Jesús, en el contexto de la fiesta de las cabañas, dice: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Jn 7,37). En esta celebración en que se conmemoraba el Éxodo, el camino por el desierto hacia la tierra prometida, cuando Jesús pronuncia estas palabras, resuena el encuentro con la mujer junto al pozo, en el que le dice que le pida de beber a Él el agua viva. Dos símbolos destacan en esa fiesta de peregrinación judía: la luz y el agua. Jesús dirá de sí mismo que es la luz, pero no que sea el agua. Este símbolo remite al Espíritu: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él" (Jn 7,39).
Jesús le dice a la Samaritana que le pida el agua que no se consume porque da vida eterna. Un agua que sacia y que no hay que sacarla con esfuerzo de brazos. Basta con acercarse al brocal del costado abierto de Cristo y pedirle humildemente que nos dé a beber esa agua viva, esa agua que, por ser más que nosotros, no la reducimos a nosotros al asimilarla en nuestro organismo ni se agota con el esfuerzo o el calor, sino que nos lleva más allá de nosotros hasta la vida eterna.
La comunión es momento privilegiado para pedir esa agua. Al comulgar pidamos junto a la sangre el agua. No hace falta buscar más, Cristo es la roca, en nuestro camino desde el Egipto de nuestros pecados hasta la tierra prometida del cielo, de la cual mana el agua (cf. 1Cor 10,1-4). El alma sedienta de Dios vivo, se sacia con el Espíritu.
El que beba del agua que yo le daré –dice el Señor–, el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,13s).Al acercarnos a comulgar, vamos hacia un don que es donador. De sí mismo, pues es Él mismo quien se nos da a comer. Pero Jesús desvela algo más, es donador de sí pero lo es también del Espíritu Santo.
Más adelante, después del paso de la Samaritana, en el mismo evangelio, Jesús, en el contexto de la fiesta de las cabañas, dice: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Jn 7,37). En esta celebración en que se conmemoraba el Éxodo, el camino por el desierto hacia la tierra prometida, cuando Jesús pronuncia estas palabras, resuena el encuentro con la mujer junto al pozo, en el que le dice que le pida de beber a Él el agua viva. Dos símbolos destacan en esa fiesta de peregrinación judía: la luz y el agua. Jesús dirá de sí mismo que es la luz, pero no que sea el agua. Este símbolo remite al Espíritu: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él" (Jn 7,39).
Jesús le dice a la Samaritana que le pida el agua que no se consume porque da vida eterna. Un agua que sacia y que no hay que sacarla con esfuerzo de brazos. Basta con acercarse al brocal del costado abierto de Cristo y pedirle humildemente que nos dé a beber esa agua viva, esa agua que, por ser más que nosotros, no la reducimos a nosotros al asimilarla en nuestro organismo ni se agota con el esfuerzo o el calor, sino que nos lleva más allá de nosotros hasta la vida eterna.
La comunión es momento privilegiado para pedir esa agua. Al comulgar pidamos junto a la sangre el agua. No hace falta buscar más, Cristo es la roca, en nuestro camino desde el Egipto de nuestros pecados hasta la tierra prometida del cielo, de la cual mana el agua (cf. 1Cor 10,1-4). El alma sedienta de Dios vivo, se sacia con el Espíritu.
1 comentario:
Este pasaje de la samaritana es uno de mis fasvoritos. Nos muestra a un Jesús humano. Tiene sed y va a buscar agua. Se salta las normas y habla con una mujer (recordemos el papel de la misma en esa época) y además de un pueblo hostil para ellos y a ella le da uno de sus grandes mensajes. ¿Cuántas veces nos creemos los únicos con derecho a que Jesús nos hable?
Ayer leí en un blog el salmao 42 donde la cierva jadea en busca de agua. El agua. Gran símbolo utilizado por Jesús. La purificación, la saciedad, la fuerza, la nitidez. ¡El perdón del pecado!
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