No somos ángeles, por eso lloramos. Los diablos sufren eternamente, pero no lloran; los ángeles gozan eternamente y tampoco lloran. Las lágrimas son propias de la corporalidad y nosotros somos también cuerpo. Aunque no siempre es así, llorar es una vertiente somática de algunos sentimientos.
Los hombres inteligimos no solamente que somos y qué somos, sino que también nos sentimos realmente respecto a un fin. Los ángeles son respecto a un fin, pero no lo son corporalmente; por eso, no tienen propiamente sentimientos. Y los animales tampoco, aunque sientan dolor o placer, porque aunque sienten, no se sienten realmente.
Si nos sentimos en cercanía a un fin, entonces nuestro sentimiento se tiñe de esperanza. El gozo nos inunda cuando lo tenemos. El temor aparece cuando vemos amenazada su consecución o posesión. Y el sufrimiento al quedar destruido ese fin o vernos separados de él. Los sentimientos nos hablan del sentido de nuestra vida, de cómo nos estemos definiendo en orden a un fin.
El sentimiento depende, por tanto, del fin. Hay fines auténticos y falsos; hay un único sentido último y cada situación presenta el suyo en función de ése. Hay un fin último que me llama, y atrae hacia sí, Dios, y al que puedo volver la espalda eligiendo otro; pero esa vocación última, por mucho que la rechace, estará siempre ahí.
La divinización del hombre es el único fin último auténtico y, por ello, el único cuya consecución conlleva felicidad plena. Puedo volverme a Dios, convertirme, y caminar hacia Él, pero, durante cierto tiempo, la inercia de otros afectos hará que mis sentimientos lleven ganga junto al buen metal. Y puedo rechazarlo, pero su atracción estará siempre ahí de fondo como insatisfecha y pendiente de realización, mientras que la consecución de los otros fines será siempre parcial.
Por eso, porque lo decisivo es el fin en el sentimiento, el hombre puede sentir dolor y no sufrir e incluso ser feliz en los dolores; sentir placer y no gozar, hasta ser profundamente infeliz. Hay lágrimas de sufrimiento, otras de gozo; pero no todas portan la dicha del consuelo eterno, ello dependerá del fin en función del cual lo sean.
Los hombres inteligimos no solamente que somos y qué somos, sino que también nos sentimos realmente respecto a un fin. Los ángeles son respecto a un fin, pero no lo son corporalmente; por eso, no tienen propiamente sentimientos. Y los animales tampoco, aunque sientan dolor o placer, porque aunque sienten, no se sienten realmente.
Si nos sentimos en cercanía a un fin, entonces nuestro sentimiento se tiñe de esperanza. El gozo nos inunda cuando lo tenemos. El temor aparece cuando vemos amenazada su consecución o posesión. Y el sufrimiento al quedar destruido ese fin o vernos separados de él. Los sentimientos nos hablan del sentido de nuestra vida, de cómo nos estemos definiendo en orden a un fin.
El sentimiento depende, por tanto, del fin. Hay fines auténticos y falsos; hay un único sentido último y cada situación presenta el suyo en función de ése. Hay un fin último que me llama, y atrae hacia sí, Dios, y al que puedo volver la espalda eligiendo otro; pero esa vocación última, por mucho que la rechace, estará siempre ahí.
La divinización del hombre es el único fin último auténtico y, por ello, el único cuya consecución conlleva felicidad plena. Puedo volverme a Dios, convertirme, y caminar hacia Él, pero, durante cierto tiempo, la inercia de otros afectos hará que mis sentimientos lleven ganga junto al buen metal. Y puedo rechazarlo, pero su atracción estará siempre ahí de fondo como insatisfecha y pendiente de realización, mientras que la consecución de los otros fines será siempre parcial.
Por eso, porque lo decisivo es el fin en el sentimiento, el hombre puede sentir dolor y no sufrir e incluso ser feliz en los dolores; sentir placer y no gozar, hasta ser profundamente infeliz. Hay lágrimas de sufrimiento, otras de gozo; pero no todas portan la dicha del consuelo eterno, ello dependerá del fin en función del cual lo sean.
4 comentarios:
Gracias por todas sus meditaciones a las Antífonas, y gracias por la meditación presente.
Dios le bendiga.
Y ahora que estamos en Semana Santa, se me ocurre que es un buen momento de encontrar ese camino, oir la llamada es una cosa, querer seguirla es otra y ademas, luego esta eso de 'del dicho al hecho hay un trecho' El trecho ese: el Via Crucis de la Semana Santa, hasta poder llegar al 'Todo se ha cumplido'
Bueno, esto lo he escrito en mi blog hace cinco minutos pero viene muy bien al caso tu reflexion. Gracias de nuevo por esta aportacion tan valiosa
Hablando de llanto otra vez,queria decir que ayer en la misa por el quinto aniversario de Juan Pablo II, retrasmitida dede Roma, vi la faz de nuestro Benedicto XVI, su semblante era dulce sereno y a la vez llena de dolor,el Papa llora y lo hace en silencio desde dentro del alma,la cruz para él es grande ayudemosle a orar y llorar con él.
Gracias
Anonimo, gracias por hacernos empatizar un poquito con el Papa, que muchos no caemos en la cuenta..
En estos dias parece que la cultura general no ve jsutificacion a ciertas cosas, que solo estan justificadas por la fe, en el Amor
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