viernes, 26 de marzo de 2010

Un réquiem alemán II

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt 5,4).
Con un comienzo instrumental triste al que se incorpora pausadamente el coro, empieza el opus 45 de Brahms, Ein deutsches Requiem.

Todos los hombres lloran, pero no todas las lágrimas son iguales. Muchos intentan ser consolados o lo buscan por ellos mismos, pero no todos alcanzan el consuelo, sino que permanecen desconsolados. Y quienes reciben algún consuelo por alguna de sus lágrimas, ¿cuánto dura y cuánto abarca el mismo? Estas mínimas reflexiones nos ponen en la pista de a qué se pueda referir Jesús en este conocido versículo de las Bienaventuranzas Sermón de la Montaña. Y siendo parte de una gavilla de dichas, ¿no estarán también relacionadas las unas con las otras? ¿No estaremos hablando de la misma felicidad?

Titulándose Réquiem –aunque más bien, por las razones ya expuestas en la entrada previa de esta serie, sería un oratorio, pese a no tener una trama–, la remisión inmediata es a las lágrimas por la muerte de alguien, normalmente un ser querido. Jesús lloró la muerte de su amigo Lázaro (cf. Jn 11,35)y hacerlo por lo mismo que Él lo hizo es motivo de felicidad incomparable, pues no hay mayor gozo que ser como Jesús. Pero también lloró contemplando Jerusalén (cf. Lc 19,41)y ahí también encontramos incomparable alegría.

El Señor lloró, Dominus flevit. El eternamente feliz, el eternamente pleno, sin sombra de tristeza ni imperfección, se hizo hombre y, como nosotros, lloró. ¿Pero nosotros lloramos como lo hizo Él, por lo que Él lo hizo?

¿Qué es llorar? ¿Qué es consuelo? ¿Y qué la dicha?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por el réquiem.
Pero que bien nos hace llorar por nuestros pecados y la de los demás, dejar que el alma a solas con su Señor,deje desplazar la lágrinas dentro del corazón y sentir en ese amor la dulce consolación.
Milagro.